Desde su experiencia como diseñador y su vuelco hacia una práctica artística centrada en la tierra y la conexión con la naturaleza, Jaumandreu dialoga sobre su búsqueda personal y creativa. Su camino está marcado por la reflexión filosófica, la crítica a la formación académica tradicional y la reivindicación de la sensibilidad y la conexión con lo natural en el contexto del arte contemporáneo.
Por Matías Castro.
Desde su columna radial “Arte: el otro pensar” en Radio Cultura, Ciro Jaumandreu invita a explorar perspectivas alternativas sobre la creación y la vida. Este artista visual, nacido en Montevideo en 1977, utiliza ese espacio y su propia obra para indagar en la conexión entre arte, naturaleza, filosofía y espiritualidad, cuestionando las miradas predominantes.
Su larga búsqueda de ese “otro pensar” ha sido nutrida por diversas fuentes: su interés por la historia del arte (desde Barbizon hasta Beuys), la filosofía (Nietzsche y Heidegger), influencias como la de Rudolf Steiner y experiencias personales que incluyen viajes a India y una profunda conexión con la pedagogía Waldorf (enfoque educativo holístico impulsado por Steiner). Jaumandreu valora la sensibilidad, la contemplación y la interioridad como elementos esenciales frente a un mundo cuya tecnología genera, en su opinión, una falsa impresión de cercanía cuando en realidad se aleja de ellos.
Esta visión se materializa en su práctica artística, centrada en la tierra desde 2014, y en proyectos multidisciplinarios, como la obra de danza expandida Más hondo, flamenco y tierra –cocreada con Valeria Galán–, para la que también escribió y recitó poesía. Su recorrido incluye formación en diseño, fotografía y arte, aunque define gran parte de su camino como autodidacta, marcado por una constante reflexión crítica. De modo que si hay algo que atraviesa su largo recorrido es la inquietud.
¿El término “artista visual” es lo que te define, es lo que elegís para presentarte?
Definirse es un tema. Ando en muchas cosas al mismo tiempo, pero si tuviera que definirme, el arte y las artes visuales son algo que siempre estuvo en mí. Uno se define con la actividad en la que se desenvuelve; esto muchas veces tiene que ver con el trabajo. Hago muchas cosas al mismo tiempo. El arte y el diseño han sido mi medio de vida, entonces me defino por ahí. Pero si me preguntás más profundamente, creo que mis intereses trascienden el arte.
La educación y la filosofía son temas presentes en tu obra y también en tu columna de radio, donde las vinculás con las artes.
Sí, hay muchas cuestiones a nivel filosófico y espiritual: ¿por qué estamos acá? ¿Qué hago? ¿Qué estoy haciendo vivo? Son preguntas que me hice toda la vida y las seguiré haciendo. Ligo esa inquietud al arte, pero obviamente puede correr de forma paralela. Entonces, definirme como artista visual es una forma de presentarme en una de las actividades que me tocan, pero bien podría agregar más cosas.
¿Por qué elegiste el camino autodidacta en todas las disciplinas en las que te movés?
Lo único formal que hice fue estudiar una carrera corta de diseño gráfico y diseño web como modo de vida. Arranqué con Bellas Artes y no me sentía a gusto para nada. Me parecía muy interesantes, pero Bellas Artes tiene el dilema de que en la clase puede haber trescientos cincuenta alumnos. Uno está perdido ahí. El primer año estuvo muy bueno, pero el segundo se transformó en una algo muy pesado, técnico, pintar bodegones y cosas así. Yo ya había entrado a Bellas Artes con ganas de explorar porque venía de un taller, más libre. Me interesaba lo abstracto. Entonces en la facultad me sentí como aprisionado, que no avanzaba. Por un lado, en el taller trabajaba y aprendía muchísimo; por otro, en Bellas Artes me estanqué. Dejé de buscar, dejé de pintar, estuve dos años sin hacer nada. Quería algo más personalizado, tener algún profesor, pintor, maestro. Ahí encontré a Marcelo Legrand y me fui por ese lado.
Por tus columnas en la radio parece que tu padre te marcó especialmente.
Era médico. Era una persona que abogaba mucho por la libertad de pensamiento, de no estar atado ni condicionado. En lo académico obviamente hay apertura, uno conoce mundos nuevos, pero sabe que a veces te van llevando hacia ciertos lugares. Y como siempre tuve una concepción bastante espiritual de la vida, encuentro que en todo lo académico esa parte queda relegada. Entonces sentí que iba a dedicar muchos años, mucho estudio, a cosas que yo después iba a descartar o buscar por otros lados.
Lo mismo en el estudio de la filosofía. Optaste por no cursar Humanidades, por ejemplo.
No soy ese tipo de persona que quiere saber todo y poder armar todo, conocer todo lo que pensaban todos los grandes filósofos, ese no es mi interés. Es una búsqueda más de índole espiritual, entonces tomo lo que más me interesa. Felicito a quienes tienen el título académico, pero a mí no me cambia.
En las artes buscaste un mentor por otro lado y lo encontraste en Legrand.
Sí, pero la vida no es fácil. Me casé, tuve dos hijos... entonces tuve que optar por los ingresos. Me dediqué más al diseño porque me permitía vivir. En aquella época, dentro del arte yo no era muy conocido. Tampoco después fui una persona muy de meterme en el ajo artístico. Recién en 2016 o 2017 tuve como una especie de crisis de los cuarenta un poco adelantada. Me pregunté: “¿Qué estoy haciendo?”. Se me iba la vida. Siempre sentí que era un artista y no estaba siéndolo en ese momento.
¿Habías dejado de producir?
Producía de forma secundaria, nunca dejé. Siempre tuve mi lugarcito, mi tallercito. Tal vez no siempre; tuve algunos períodos de dos, tres, cuatro años, que no tenía nada; fueron momentos difíciles. Para mí siempre fue importante tener ese espacio y no lo tuve. En esa crisis dije: “No, en esta vida me toca ser artista, no puedo seguir postergando esto”. Intenté empezar a dedicarme de lleno al arte. Eso implicaba más tiempo de dedicación y empezar a meterme en el mundo del arte, lo cual siempre me costó. Nunca me gustaron los concursos, toda esa parte un poco engorrosa, lo social del arte, que se dice que es tan importante, el lobby y todo eso. Ya más maduro, pude ver el lado bueno también. Hice muchos amigos, me abrí un poco y estuvo bien. No soy de esos artistas que vas a ver en todas las exposiciones.
¿Te sentiste legitimado cuando te dedicaste de lleno a las artes visuales o te ha costado?
No es nada fácil. Fui rechazado en la gran mayoría de los lugares en los que me presenté. Siempre estoy muy agradecido con el Subte, porque con un llamado que hicieron me abrieron las puertas, con un jurado muy joven que seguramente no tenía ni idea de quién era yo. Incluso mi obra tenía una temática que no era del tema que estaba en el tapete. En el mundo del arte contemporáneo hay mucho que ronda alrededor de ciertas temáticas, de agenda de la actualidad.
Pero has podido convivir con el arte contemporáneo y lograste lugares. ¿No te sentís parte?
Como seres humanos somos un pensar, un sentir y un hacer. Quizás haya mucho más, pero esas tres dimensiones están bien claras. El arte contemporáneo, como una forma de ver y entender el mundo, ya que así lo presentan, implica una vinculación directa entre el arte y el pensar. Está perfecto, pero somos más que eso. De alguna manera se dejan de lado cosas importantes del ser humano. Por ejemplo, en un readymade con un inodoro no hay un hacer que vaya más de ir a buscarlo y apoyarlo en donde se vaya a exhibir.
En un caso así, la obra podría ser el concepto detrás, el motivo, el método, más que el inodoro en sí mismo.
Es algo conceptual y tampoco hay casi un sentir. Nunca nada es absoluto en estas apreciaciones que hago. Es algo muy interesante a explorar. Pero hoy hay como una moda de eso y te encontrás con arte conceptual que ni siquiera aporta un concepto interesante. Como que está muy vaciado. Pero más allá de eso, entiendo que el arte es mucho más rico y responde más a una cuestión más humana cuando abarca el todo, cuando hay un hacer, un sentir –que eso está muy reñido hoy con el arte contemporáneo– y un pensar también. Voy en esa búsqueda de que haya un poco de todos esos aspectos en mi obra.
Al igual que otros ámbitos, como la literatura o el cine, el arte visual tiene una parte importante marcada por las tendencias de mayor éxito, las más consumidas y vendidas. ¿Hay en eso una presencia intelectual o cerebral de cálculo?
En los ámbitos donde se jerarquiza el arte, donde se lo legitima, predomina eso. No es absoluto; no es que no haya nada sensible, para nada. Digo que hay una tendencia, que quizás incluso ha mejorado y ha cambiado un poco. Pero si uno ve los ámbitos de legitimidad y los referentes del arte contemporáneo, hay una mirada muy filosóficamente marcada. Con lo que me peleo es cuando desde la filosofía se intenta delimitar qué es el arte contemporáneo, porque para mí es un fenómeno extremadamente complejo y abierto. Sin embargo, hay quienes se esfuerzan mucho en decir: “El arte contemporáneo es esto y esto es una forma de mirar el mundo”. Esa forma de mirar el mundo es, por ejemplo, de corte materialista. Hay muchas miradas. Me parece bárbaro que estén, que existan, pero lo materialista no es lo único que hay. Si uno observa el fenómeno del arte contemporáneo, se da cuenta que no es así. Hay infinidad de miradas porque justamente en estos tiempos, si vos ves el proceso del arte, es una fragmentación cada vez mayor. Del romanticismo partió todo en todas las vanguardias, y eran todas agrupaciones con distintos intereses; después eso se partió y quedó lo de hoy, que es el artista y su mundo. Cada uno en su mundo. Hay intentos de volver a que haya agrupaciones, son los colectivos, que son primeros intentos de volver a unificar lo que está disperso.
¿Participaste en algún colectivo?
Con un grupo de artistas estamos armando algo. No es un colectivo, es un grupo de investigación, de estudio. Es muy importante que los artistas se unan y tengan cosas afines, pero que no se pierda la individualidad. Tengo una concepción un poco romántica en muchos aspectos. El romántico creía en la importancia de lo individual; pero lo individual en lo colectivo y el colectivo en lo individual. Estoy en la sociedad y la sociedad está en mí. Entonces, si se observa, muchas veces en los colectivos se diluye la personalidad, la individualidad. Como hay una obra de un conjunto de artistas, el trabajo de cada uno está perdido ahí. Voy por un camino del medio. Ni un individualismo aislado, egoísta y solo, ni un colectivismo que te deja diluido. Porque, en definitiva, creo que uno de los poderes que tiene el arte es la sanación personal. Ese aspecto me parece muy importante, como terapéutico.
¿Cómo funciona para vos esa dimensión terapéutica?
La temática que me empezó a absorber es la tierra. Empecé a pintar con tierra porque estaba buscando cosas más orgánicas. Hay todo un proceso que es largo, pero yo sentía que un acrílico era un plástico. Quería estar más relacionado con lo que trabajaba. Empecé a pintar con tierra y con los años –porque entré como en un tubo que fue bastante fuerte, estuve años pintando mucho con tierra– me di cuenta de qué necesitaba. Esta cosa espiritual que muchas veces es como muy de aire, como estar flotando, que te saca un poco del mundo, porque muchas veces estás en cosas hasta fantasiosas, porque la espiritualidad tiene todo un mundo fantasioso. El trabajo con la tierra me ancló, me trajo acá. Sentía que me hacía muy bien y empecé a vincular la espiritualidad con la naturaleza, con lo que estaba a mi alrededor.
Vos venías de trabajar como diseñador gráfico. Eso implica estar horas por día frente a una pantalla con la mano sobre un mouse, haciendo clics constantemente. Me imagino que la tierra te llevó a un punto diametralmente opuesto.
Desde lo visual, lo táctil, lo físico, fue un proceso consciente. Tengo mi pelea con el mundo tecnológico, por más que lo aprovecho. El discurso Serenidad,que Heidegger dio a su pueblo natal, a la gente del pueblo, es el texto más sencillo que hay de él porque lo habló para el más común de los mortales. Justamente ahí habla de la importancia de no demonizar ni negar la tecnología, pero sí tener un estado interior de serenidad para que eso no te condicione ni se apodere de vos; que uno mismo tenga el control de eso. Es simple, no es nada raro. Todos sabemos que no queremos ser esclavos de la tecnología, pero es profundo el tema porque no nos damos cuenta de que vamos o ya estamos ahí.
¿Cómo es tu dinámica o tu método de trabajo?
Siempre me peleé con el método. Mi vida era más caótica en ese sentido, no tenía horario, era como dejar que la obra naciera cuando tuviera ganas. Lo veo como un extremo que estuvo bien, pero hoy en día veo necesario un equilibrio. Entonces, conjugo un poco ambos métodos. Trato de ponerme ciertos límites y horarios. Estoy mucho más metódico en ese sentido, pero no al punto de sentirme asfixiado; soy flexible.
A veces se te identificás como fotógrafo. Sin embargo, usás la fotografía como parte de tu obra.
Uso la fotografía para otra cosa. Soy artista. Y lo digo según la idea de Joseph Beuys, quien dice que todos somos artistas. Por decir “soy artista” no me estoy poniendo en ningún lugar distinto al que pueda tener cualquiera. Hay artistas que dicen: “No, yo no digo que soy artista, para mí es mucho eso”. No es mucho, todos somos creativos. Uno lo aplica más, otro menos, pero todos tenemos esa condición. Es una condición humana el arte, ese estado interior que lleva a crear cosas. Alguno lo hace más en la plomería y otro lo hace más técnicamente quizás.
¿Podríamos encontrar hechos artísticos en rincones de la vida de Donald Trump o Milei, por ejemplo?
Entiendo que, en mayor o menor medida, es una condición que tenemos todos. Creo que lo tiene Trump y lo tiene Milei. Lo tuvo Hitler, lo tuvo Stalin, lo tuvieron todos los colores. Algunos han sido tremendamente creativos para las torturas más tremendas. Y bueno, no va por un tema moral, ni siquiera... porque el arte tiene eso también: hay aberraciones artísticas en lo moral. Por ejemplo, no recuerdo al artista, hizo una obra que era un perro atado adentro de una galería en la que se lo dejaba sin comida hasta que muriera de hambre. Eso moralmente es una aberración, pero está dentro del contexto de lo que se puede discutir si es arte o no. En definitiva, se trata de poder crear algo nuevo. Esa condición de crear algo nuevo o distinto es algo que está en la interioridad humana y se aplica en todos los aspectos de la vida. Algunas veces es horrible y otras es maravilloso.
¿Te sentís solo o acompañado en tus postulados e ideas sobre el arte contemporáneo, los circuitos y los enfoques que se destacan?
Ahí estoy solo, me parece. Pero no es algo que haya discutido con otros. Simplemente lo comparto en mi columna en la radio como un pensamiento personal, como para abrirlo. Si a alguien le interesa, que lo abra y lo piense. Mi fin es abrir otras miradas sobre el mundo, porque la mía considero que es bastante distinta a la de la mayoría; y me he enriquecido mucho de otras miradas. En el mundo del arte contemporáneo predomina una mirada muy marcada; me parecía que estaba bueno tener la oportunidad de mostrar que hay otra. Pero no tengo la ambición de que la gente empiece a ser como soy o que siga mis postulados.
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