Por Fernando Sánchez.
Diseñador y activista gráfico, Coco Cerrella es reconocido dentro y fuera de las fronteras argentinas por enfocar el diseño hacia los problemas más acuciantes de la sociedad del mundo en el que vivimos. Sus afiches han recorrido medio mundo y recibido importantes premios. Sin embargo, su verdadera vocación está en las aulas universitarias, en las cárceles, en la calle.
El tiempo marca el paso de la charla. Son muy pocas las horas entre el momento en el que Coco se despide de los participantes de La Ruta de los Logos, taller que imparte itinerante por ciudades de diferentes países, y la hora en la que debe tomarse el bus que lo llevará hasta el barco para cruzar el Río de la Plata y llegar a Buenos Aires, la ciudad en la que nació, en la que se crio y vive, en la que desarrolló su carrera de diseñador y docente. O habría que decir antes docente que diseñador, porque Coco se presenta primero como docente desde que descubrió que esa era su verdadera vocación hace varios años.
A Coco Cerrella, cuyo nombre en realidad es Mariano, aunque no responda si lo llaman así, le angustia el paso del tiempo, no tanto la idea de la muerte, sino que la vida pase tan rápido. Asegura que no se puede reconciliar con eso, especialmente desde que es padre. “Si yo pudiera hacer un pacto con un ser superior, cambio todo por la certeza de que veré a mi hijo con bigote, adulto, con herramientas”, dice. Él sabe muy bien lo frágil y fugaz que puede ser la existencia, por eso intenta que cada día sea provechoso y disfrutar cada cosa que haga.
Con apenas veinte años, Coco sufrió un accidente automovilístico que lo dejó en coma. No suele hablar de ello, pero ese suceso, a tan corta edad, lo cambió. “Cuando estás en terapia, no reconocés a tu vieja, a nadie, no te podés ni bañar, esa vulnerabilidad consciente te marca para siempre”, asevera y recuerda lo que le costó volver a andar: primero en una silla de ruedas, después con dos muletas, luego con una. Internado en la cama 114 del Hospital Fernández de Buenos Aires, Coco se hizo una promesa: nunca más dedicaría tiempo a cosas que no le hicieran bien.
Pocos años más tarde, a los veinticuatro, se graduó de diseñador gráfico en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en 2001, para ser exactos, en la misma semana en que Argentina se desmoronaba en medio de una crisis económica y un estallido social sin precedentes. “El 2001 nos cambió. Yo lloraba todas las noches, no lo podía creer. Es muy triste que pase eso. Transcurrió un montón de tiempo y yo todavía no puedo hablar del tema sin angustiarme”, rememora con la voz cortada y los ojos enrojecidos.
En los años previos al estallido no había trabajo y mucha gente, sin imaginar el cacerolazo todavía, se marchaba del país. “Yo también podría haberme ido, por mi ciudadanía italiana, y esa posibilidad uno lo podría llegar a vivir con cierta tristeza, pero al ser pendejo también con un poco de espíritu aventurero. Pero no era sólo por lo económico. Lo que se lastima no es tu futuro, es tu casa, tu país, y ni hablar de las consecuencias. Esas consecuencias son los pibes a los que les doy clases en la cárcel. En el momento no me di cuenta, lo he venido a comprender con el tiempo, pero mucho de lo que después se activó en mí, tuvo su semilla en esa etapa. Es algo muy simbólico”, explica.
Coco se dio cuenta en medio de la crisis de que era urgente la comida, sí, pero tanto como el abrazo y escuchar al otro. “Estaba recién recibido, todavía faltaba bastante para que yo pudiera vincular el diseño con mis inquietudes sociales”, afirma.
Arrancaste a laburar de manera independiente desde antes de graduarte.
Sí, en primer año de la carrera, de caradura, toqué la puerta de un estudio de diseño y dije: “Hola, quiero trabajar, no sé ni prender la compu”. Fue así. Como no tenía necesidad de que me pagaran (me bancaban mis padres, no tenía lujos, pero nada me faltaba), arreglé con ellos que trabajaría de cadete a cambio de que me enseñaran una hora por día a usar el Photoshop, el Illustrator, los programas de diseño.
¿Qué hacías allí?
Estaba ahí todo el día, presenciaba las reuniones de laburo, iba a las imprentas. Lo que hacía principalmente era cobrar cheques y cebar mates. Así estuve un año y medio, hasta que me pude comprar mi compu y empecé a trabajar por mi cuenta. Primero changuitas, cosas pequeñas, hasta que logré tener mi estudio y me fue bien.
Coco supo ser exitoso, llegó a tener nueve empleados justo en el auge de internet, a fines de los noventa, y diseñó proyectos para marcas como American Express, Fútbol Club Barcelona, Coca-Cola. Viajó mucho y ya era reconocido en el mercado. En ese entonces, confiesa, él todavía tenía una visión muy comercial del diseño. “No estaba en mi paradigma que con el diseño se pudiera hacer otra cosa.No te lo enseñan, no te lo inculcan, no hay ninguna materia que te lo sugiera”, comenta. Pasó algo de tiempo para que la vida de Coco diera otro giro radical. A los veintinueve años, yéndole bastante bien, se percató de que había algo que no cerraba, empezó a sentir que no quería seguir más por ese camino y el desencanto con la profesión lo embargó. “Estaba podrido”, resume.
¿Identificas el momento exacto en el que te diste cuenta de eso o fue algo gradual?
Fue gradual. ¿Fue gradual?, nunca me lo pregunté. Era algo que de cualquier forma iba a terminar pasando.
Llega a un momento en el que dices: “No es por aquí, no es esto, estoy traicionándome a mí mismo”.
No, no fue así. Nunca sentí que me había traicionado, sentía que yo podía más. No reniego de lo que hice, tampoco era que diseñaba para Marlboro. De hecho, tenía mis noes. Fue más bien un: “Che, no es suficiente”. Era algo muy pequeño para esa sensación que busco cuando me voy a acostar: estar tranquilo conmigo mismo. Y eso se vincula directamente con el accidente, cuando me dije que nunca más en la vida le iba a dedicar tiempo a cosas que no me hicieran bien. A partir de 2001 eso se transformó en no hacer cosas que no nos hagan bien. Fueron dos disparadores: la llama de aprovechar el tiempo en el sentido de la trascendencia personal, y que no hay trascendencia personal sin el otro.
¿Entonces es cuando descubres la docencia?
Sí, es en ese momento.
Dices que descubres la docencia de forma tardía, ¿por qué?
A los veintinueve años sos joven, pero lo tardío es descubrir una vocación a esa edad, porque la vocación es una llama que no la podés dejar de escuchar desde pendejo incluso. Cuando comencé yo sabía que me iba a gustar, pero no que iba a ser mi vocación. A la hora de indicar mi profesión yo digo docente, no diseñador gráfico, porque me identifico como eso, con el aula, me enorgullece mucho más.
¿Cómo se dio ese descubrimiento?
Empecé con muchos nervios, inseguridad, tenía temor de no poder encontrar las palabras para transmitir lo yo sabía que sabía. Me hallé ahí, me dije que ese era mi lugar. Es darte cuenta de que si tuvieras que hacerlo sin cobrar, lo harías igual porque amás hacerlo y se convierte en algo esencial. Con el tiempo fui entendiendo que era una excusa para conectar con otra persona, en el fondo es la comunicación, la conexión con el otro, y el diseño gráfico y la docencia son dispositivos para conectar con otro y de alguna manera poder transmitir la visión de que con lo que hacemos podemos transformar.
Sin rastros de soberbia
Coco comenzó a impartir clases en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA y eso marcó el otro hito en su vida: la revelación de su verdadera vocación. Allí, donde se había graduado en los tiempos difíciles de la crisis, entendió que lo que le interesaba era el intercambio de saberes, el enriquecimiento mutuo, y que si no hubiera sido el diseño la excusa para enseñar, hubiese sido otra cosa. Enseñar lo hizo más humilde, más consciente de su meta. La docencia es ese lugar para sembrar, asegura, luego algunas semillas prenderán, otras no.
Pero ese camino le deparaba otro descubrimiento. En 2012 comenzó a dar clases en el centro universitario de la cárcel de Devoto y desde entonces cada semana, con el diseño nuevamente como excusa, Coco se pone frente a personas privadas de libertad para enseñar lo que sabe, pero también para aprender.
¿Cómo llegas a la cárcel de Devoto?
Hacía seis años que daba clases en la UBA y a la par había empezado a hacer afiches sobre derechos humanos. Las dos cosas fueron consecuencias directas de llegar a un punto de hartazgo con el diseño de cosas que me importaban poco. Esos noes me hicieron ver con claridad algunos síes. En ese tiempo me enteré de que existía un programa de la UBA en cárceles y que había un pabellón universitario en la cárcel de Devoto. Fue como ver un oasis en esta sed. ¿En qué lugar tiene más sentido dar clases que allí donde hay todo por hacer? Entonces toqué puertas y me atendió una persona que se convirtió en alguien muy importante en mi vida, Estela Cammarota, quien coordina la carrera de Ciencias Económicas ahí dentro hace más de treinta años. Le mandé un mail y me respondió que pasara por su casa con una foto carnet. Allí me dijo: “No te preocupes, Coco, ya les hablé a los muchachos, te van a estar esperando”. A la semana siguiente yo estaba entrando a Devoto con un carnet de profesor del centro universitario. Ella depositó toda su confianza en mí sin conocerme, sin saber si iba a ir.
¿Qué sucedió en ese primer día en la cárcel? ¿Cómo recuerdas el inicio de esa etapa?
Tuve un encuentro de cuatro horas con un grupo de unos diez reclusos que tenían la idea de armar una imprenta, una cooperativa para autogestionarse el laburo cuando salieran. “¿Por qué una imprenta?, ¿saben algo sobre ello?”, les pregunté. No sabían, pero sí tenían conocimientos de administración, de derecho. Eran personas que llevaban quince años presos y dentro se habían formado. Ahí les dije: “Si ustedes están de acuerdo, yo vendré una vez por semana a enseñarles todo lo que sé del oficio”. Lo lograron, hoy están libres y laburan del diseño, tienen la imprenta. Eso es para mí algo indescriptible. Cuando recibo un premio por algún afiche, me siento orgulloso, por supuesto, pero esto es lo máximo. De esas primeras clases recuerdo una convicción que no había experimentado hasta ese momento. Quiero encontrar las palabras justas para responderte. El orgullo por lo que estaba haciendo era tal que sentía que ninguna bala me podría atravesar. Ni las críticas, ni los prejuicios hacían mella en esa convicción. Era el inicio de lo más groso, lo más trascendente de mi labor, llevado a cabo en colectivo, con gente que admiro profundamente. Y que esas personas te valoren, te admiren también, te recubre de una autoestima que está muy lejos de la soberbia. Yo puedo decir que camino con una autoestima altísima hace años, pero nunca miro a nadie desde arriba, además porque mido 1.60 metros [se ríe].
¿A qué te enfrentas en esas clases? ¿Cómo te reciben los reclusos?
La mayoría entra sin saber qué carajo es el diseño gráfico. Ellos cuando hacen un curso les entregan un diploma que les influye en términos de buena conducta. Ese es el estímulo, que está buenísimo que esté, porque si no se quedarían fumando porro en el pabellón, con suerte. Mi desafío es que les guste. Siempre les digo: “Yo sé que algunos de ustedes vienen por el diploma y a mí no me molesta en lo más mínimo, haría exactamente igual, pero sepan que pondré todo de mí para que la pasen bien y les cope”.
Todo eso con herramientas limitadas, apenas lápices, papel…
Con lo poco que hay se pueden hacer cosas increíbles. Actualmente dos afiches realizados hace unos años en estos talleres están expuestos en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). No hubiera imaginado nunca que algo así pudiera suceder.
El autor de uno de esos afiches que hoy cuelgan en las paredes del MALBA lo hizo estando en la cárcel y nunca más lo volvió a ver hasta que hace unos meses Coco le invitó a que estuviera presente en la inauguración. “¿Sabés lo que es para estos pibes sentirse orgullosos? En general tienen una autoestima bajísima –dice–. Anoche mismo estaba tomando una birra y me escribía uno desde la cárcel: ‘Estoy cansado de la vida’”.
Cuando la relación va más allá de ser profesor y te conviertes en referente para sus vidas, en amigo, en confidente como en ese caso, ¿necesitas una coraza para protegerte al enfrentar situaciones e historias tan duras?
No puedo separar, soy bastante poco profesional en este punto. Delante tengo un ser humano. A algunos los conozco desde hace diez años. Me angustio y no poseo una técnica para evitarlo y ahí me influye muchísimo lo del accidente, que me dio la gran certeza de que es importante disfrutar. Entonces, es como un ejercicio de equilibrio muy difícil. Estoy tomando una birra y le puedo contestar al pibe que me escribió y no por eso irme a casa a llorar. Uno aprende a no hacerse cargo de cosas que no puede solucionar y eso lo aprende con el tiempo. Antes me ponía mal si un pibe no se enganchaba con las clases. Después te das cuenta de que si no le gusta, no significa que seas un mal profesor porque al pibe no le gusta el diseño. La pandemia me hizo tomarme un receso de dos años. Fue la única pausa que he tenido desde que empecé a dar clases en Devoto.
Desde hace varios años te quejas de que la FADU no apoye estas clases, precisamente de diseño, en el centro universitario de Devoto. ¿Ha habido algún cambio en ese desinterés?
Hasta ahora son las facultades de Ciencias Económicas y la de Filosofía y Letras las que bancan desde hace once años un proyecto de diseño gráfico en la cárcel. No les importa. Aspiro a que mi facultad, en la cual me formé, sea parte del programa de educación en cárceles. ¿Por qué tiene que estar bajo el ala de Ciencias Económicas el taller de diseño? Aspiro a que el diploma que se les entrega a los reclusos luego de su asistencia diga FADU y no Ciencias Económicas.
Manija creativa
En paralelo a la labor docente, Coco giró su obra hacia un diseño social, enfocado en problemáticas actuales y derechos humanos. Sus afiches se han expuesto en alrededor de cuarenta países y algunos de ellos incluidos en el libro The Design of Dissent, de los renombrados diseñadores Milton Glaser y Mirko Illic. Numerosos han sido los premios que ha recibido a lo largo de estos años y los eventos en los que ha participado como conferencista o jurado, entre ellos Best Brand Awards, Golden Turtle Russia, Poster for Tomorrow, TEDxRosario 2014, Trimarchi 2016, Forum Art & Branding Russia, Bienal Iberoamericana de Diseño Madrid 2016. También participó de la primera edición de Uruguay Cartel, celebrada en Colonia del Sacramento en 2019.
Como buen argentino, Coco es una persona que no para de darse manija y siempre está elaborando nuevos proyectos e ideas. Duerme poco, muy poco. Asevera que le cuesta el momento de irse a la cama: “La decisión de que el día terminó me angustia mucho. Tengo que estar exhausto para decidir irme a dormir”. De esa elucubración constante han surgido talleres como el de Afichismo Extremo o La Ruta de los Logos, un taller itinerante que lo ha llevado a visitar diversas ciudades de la región, entre ellas Montevideo.
¿Cómo se te ocurrió La Ruta de los Logos?
Estaba de vacaciones, tirado en una cama paraguaya, y pensaba: “Pucha, hasta marzo no voy a poder dar clases, estamos en enero. ¿Qué puedo hacer?”. Y entonces me pregunté por qué necesitaba la universidad para dar clases. Todavía no estaba la cosa de lo virtual que trajo la pandemia. La calle, pensé. Si lo mismo que yo explico con un proyector en la pared lo puedo mostrar en la realidad. Es mucho mejor. Ves si funciona o no funciona en su contexto, algo que es más difícil lograr en un aula. Entonces inventé un sistema de planillas para ir puntuando y sistematizar la teoría mientras se recorre una ciudad. Luego está la posibilidad del encuentro. Esto surge de un montón de veces estar en clases en una universidad y darme cuenta de que el pibe que tengo enfrente podría ser mi amigo y que si nos hubiéramos cruzado en un bar podríamos estar sentados tomando una birra y hablando de lo mismo. Creo que se puede enseñar de otras formas que no necesariamente le bajen la calidad y disfrutar ayuda a que uno aprenda mejor.
¿Qué buscas con estos talleres?
Deseo que les permita tener algunos ejes de evaluación para su laburo, que a mí me sirven mucho, no son la posta pero son los que a mí me sirven. Es otro dispositivo más para poder decirle a las personas cara a cara esa visión que tengo del diseño y decir: “Bueno, usemos todo esto para el bien”. Es con esa conclusión con la que cierro siempre cualquier taller.
Andas siempre con una libreta encima para grabar todas las ideas que van surgiendo y refieres que aplicas al diseño la mirada periférica, algo aprendido en el kung fu. ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿De qué te nutres para desarrollar tus ideas? ¿Partes siempre de una consigna propuesta?
Consignas aparecen todo el tiempo. En algunos casos me pasa que justo quería hacer un afiche sobre ese tema, aprovecho y lo hago. Luego, hay consignas que las dejo pasar, no porque no sean importantes, sino porque no me tocan tanto. Si voy a hacer un afiche, dedicarle tiempo y sentarme a trabajar en la computadora, tiene que ser por algo que necesite decir. Me nutro de estar enojado o no estar enojado, que algo me inspire o no, que me angustie. Hay cosas que me doy cuenta de que son importantes, sin embargo debo ser sincero. Yo sé, por ejemplo, que el veganismo es importante, pero a mí me encanta el asado, por tanto no puedo hacer un afiche sobre veganismo. Podré ser jurado de algún certamen, como ya ha pasado, pero no puedo hacer un afiche de ese tema, por más que les dé la razón en su lucha. Como ves, hay temas que ya descarto de una. Después hay obras que surgen solas. Tengo un afiche, Homo Umbilicus, que salió dibujando sin pensar en el tema concretamente. Dibujaba y terminé en esa idea que me pareció que resumía un buen concepto. Luego lo pulí, elegí el color. En general, esos afiches de temas sociales no son por encargo.
¿Hay alguno que haya sido por encargo?
Casi ninguno. Está el de Milton Glaser, que me pidieron en conmemoración de la muerte del ilustrador y diseñador estadounidense. Ese me gusta porque, como odio estar en la compu, pude resolver un buen afiche dedicándole poco tiempo. Me agrada cuando eso sucede porque prefiero dedicar el tiempo a otras cosas más importantes, como jugar con Felipe, mi hijo.
¿Te resulta muy tedioso esa parte del proceso frente a una computadora? ¿Lo sufres?
Me pasa, sí, me siento identificado, pero una vez que conecto es muy placentero y después de unas horas veo lo que pasó y está bueno. No obstante, nadie te garantiza que va a estar bueno el resultado final. Nunca me pasó que no hiciera un afiche por eso. Tengo por ejemplo tres afiches terminados acá [señala su libreta de apuntes y borradores], uno de hace tres años, y no los hago porque no tengo ganas de sentarme en la compu. Sé que cuando me decida voy a estar muchas horas. Ahora, con la inteligencia artificial, seguro voy a recurrir a ella.
Hablando de la inteligencia artificial, tan debatida en los últimos meses respecto a la sustitución de trabajos y oficios, incluidos el arte y la creación, ¿cómo la ves?
Hay miradas muy apocalípticas que te dicen que realmente esto se puede ir de las manos. Hoy una inteligencia artificial puede enviar una cadena de ADN por email para darle la orden a una máquina para que proceda a su análisis. Es real esto, imagínate dentro de un año, pues este aprendizaje es exponencial. No creo que sustituya todos los laburos, me parece la parte menos importante. Para mí es inevitable, entonces, lo que va a pasar es que esto, que nos hace producir imágenes con una mayor rapidez, no repercutirá en que los diseñadores, por ejemplo, tengan un mejor salario, sino que tendrán que hacer veinte ilustraciones cuando antes hacían una. Pero el que cobra la guita va a ganar más, entonces la grieta va a aumentar.
Has marcado postura cuando grandes marcas convocan a diseñadores, sobre todo jóvenes, para participar de concursos cuyos premios es sólo la visibilidad de su trabajo.
Se aprovechan. Ahí lo que está mal es la asimetría. Cuando yo arranqué y acepté en ese estudio de diseño trabajar para que me enseñen una hora al día, sabía que ellos no tenían un mango. No se trataba de una agencia de publicidad tremenda que agarraba a un pibito y le enseñaba una hora por día para que le laburara. Pienso que uno tiene el derecho de elegir poner su tiempo a cambio de algo que no sea económico. Pero esto es muy asimétrico, porque son empresas que recontra podrían pagarle a un diseñador. El beneficio de uno solo, el elegido, emerge de cientos que perdieron tiempo e ilusiones, y que tributaron ideas que a veces, además, se terminan usando.
¿Quién te puso Coco?
Mi hermana. Ella me puso Coqui Mono porque de pequeño me trepaba a las cosas. En la familia siempre fui Coqui, a cada tanto aparecía un Coco y quedó ese como el oficial, aunque en verdad ha sido Cocardo, Cocoloco, Cocucho, Coqueta, Coquín, Coquimbo, todas las variantes. Y si me dicen Mariano no me doy vuelta.