Para un lector acostumbrado a leer clásicos de la novela negra y del realismo sucio –que transcurren en la ciudad de Los Ángeles– ubicar a un detective en la fría Moscú, puede parecer extraño. Este es el caso del detective Arkady Renko, el personaje creado por Martín Cruz Smith (Pensilvania, 1942).
En El fantasma de Stalin (editado por Planeta), al igual que el (anti) héroe Philip Marlowe, creado por Raymond Chandler, el personaje bebe whisky, mucho whisky, es un tipo escéptico, nihilista y con la dosis justa de de cinismo, características que lo hacen, a priori, el arquetipo del detective loser, al que ya nada le importa.
La historia comienza con Arkady Renko y su amigo Víctor, bebiendo en un lúgubre bar de Moscú hasta que se percatan de la presencia de Zorya Filotova, una hermosa morocha, que les propone una misión non sancta misión: asesinar a su esposo a cambio de cinco mil dólares.
El hecho, anecdótico en la trama central, servirá para que Renko se enteré de algo aún más inquietante: algunos usuarios del subte afirman haber visto a Joseph Stalin. La idea original, para quien escribe, remite a Pulp, el primer libro póstumo de Bukowski, donde el detective privado Nick Belane, cree ver a Céline en una librería de Los Ángeles, buscando en las bateas Viaje al fin de la noche.
Estas “apariciones” que un grupo de usuarios asegura haber visto en los subsuelos de Moscú conducen al detective a desentrañar cuánto hay de cierto en tal aseveración o si se trata simplemente de un loco suelto parecido a quien rigió los destinos de la ex Unión Soviética durante años. Pero la historia no es lineal. Como si se tratara de Mamushkas, el detective deberá investigar el extraño comportamiento de sus colegas -veteranos de la guerra Chechenia- , y con desmedidas ambiciones políticas en la Rusia actual. También deberá lidiar con la misteriosa Eva y la presencia de Ginsberg, un homenaje al autor de Aullidos.
Pero luego de abierta esa segunda Mamushka, Renko descubre que la, en teoría, aparición de Stalin obedece a la estrategia de un partido político que aspira a hacerse del poder. El autor es consciente que el género debe funcionar como el mecanismo de un reloj suizo, sin dejar cabos sueltos y así lo hace. El fantasma de Stalin es un muy buen ejercicio de novela policial