¿Dónde estabas cuando te enteraste de que se había muerto Freddie Mercury? Yo estaba en la oficina y de repente llega Analía Caputo con la novedad. Lo estaban diciendo por la radio. ¿Cómo corroborarla entonces, si faltaban cuatro, cinco horas para que los vespertinos lo pusieran como título de tapa en todas las esquinas? ¿Dónde hay un televisor, en la Dirección General de Prensa? ¿Le pedimos al director general que nos permita ver en el noticiero si es cierto que se murió Freddie Mercury? Pero cómo puede ser, si ayer mismo dio una conferencia donde anunció que sufría la peste rosa… ¿Tan rápido se puede morir de sida uno? ¿Conocés a alguien que se haya muerto de sida? Sí, a Gustavo, el hijo de Dino y de la Yeni. ¿Pero Gustavo no se había muerto de leucemia? No, era maricón, de qué otra cosa se puede morir un marica. ¿Te enteraste de que se murió Freddie Mercury? Qué cosa seria que es la muerte. Y qué desesperante es al principio. Y qué ajena.
¿Sabías que el 28 de febrero de 1981 el grupo Queen debutó en Buenos Aires, en la cancha de Vélez Sarsfield, con el primero de sus recitales? ¿Y sabías que Freddie Mercury se quedó casi en cueros y en cuclillas observando cómo, no sé, cómo sesenta mil personas coreábamos ‘Amor de mi vida’ con nuestro inglés escolar y los integrantes del conjunto se quedaban con los instrumentos en la mano y la voz ahogada en la garganta? Yo estuve ahí, viéndolos desde el pasto. Tenía trece años. Fui a escondidas, mi mamá lo supo muchos años después, cuando se murió Freddie Mercury el 24 de noviembre de 1991. Mi papá ya no estaba para poner el grito en el cielo, o quizás su reto fue el trueno que sonó un rato después. ¿Cómo se me ocurrió ir solo a un recital en la época de los militares, ahorrándome la plata del boleto en colectivo que me llevaba al colegio y del sanguchito en los recreos? Una imagen imborrable, mi primer recital en una cancha y de Queen, de quienes tenía todos los casetes desde Queen I hasta El juego. Mi preferido era Jazz. Mi canción insignia, ‘Chicas gorditas’. Y Freddie Mercury quizás lloraba al borde del escenario, eso no lo registraron las cámaras de la televisión cuando lo pasaron por Canal 13, probablemente el azoramiento no le permitía brotar lágrimas, aunque fueran lágrimas de felicidad.
En Bohemian Rhapsody eso no se ve. Freddie le cuenta a Mary Austin que ese público lejano en Sudamérica coreaba al unísono ‘Love of my life’, la canción que él había escrito para ella, pero el dato se linkea con Rock in Rio, aquel megaconcierto de 1985 donde Queen, el 11 y el 18 de enero, fue una leyenda que aún relumbra en Río de Janeiro y en el mundo. No es la única diacronía que encontraremos en la película de bryan singer, y al fin y al cabo no es tan importante que esas diacronías aparezcan a lo largo de la trama porque Bohemian Rhapsody es una ficción sobre la vida de Freddie Mercury y no un documental sobre la vida, pasión y muerte de Farrokh Bulsara. Por ejemplo, se acusa a la película de no mostrar la promiscuidad de Freddie, y francamente verla hubiera sido innecesario y traicionero. Porque si bien el guion refiere a la historia de Freddie Mercury con todas sus implicancias, hace algo por los espectadores que muy pocas películas, hoy, tienen como preocupación central: contar cómo una persona conquistó su propio mundo desde la misma conquista, desde los espacios que se agrandan a medida que la fama es irreversible, desde la ilusión de la verdad. O al fin y al cabo no es eso lo que significa la hermosa secuencia de la grabación de Rapsodia Bohemia, la conquista de un mundo en el que un solo hombre es capaz de transformarse en su propio mito. La película nos muestra que Freddie vivió para contarlo y no lo juzga ni castiga por su concupiscencia, y por eso en la película Queen es indivisible de Freddie, porque Queen es la conquista de Freddie. Queen es Freddie, sin duda alguna. Esa es la verdad. Lo más simple del mundo hubiera sido presentar al personaje en su faceta más escandalosa, pero esta narración prefiere mostrar el costado menos transitado por el cine de ficción en la actualidad, ese que remite a la escrupulosa reconstrucción de una época que lenta, muy lentamente, se aleja del aquí y ahora y que por esa razón debe ser perfectamente verosímil, aun a riesgo de alterar el curso de la Historia. Por eso Bohemian Rhapsody tiene tanto éxito entre toda clase de público. A padres e hijos ver, en este momento, aquella presentación de Queen en el Live Aid de Wembley con tanta fidelidad a la presentación original, en una pantalla de cine, con la textura de imagen que cada día que pasa captura mejor el paso de lo efímero, transforma la mera expectación del público en una participación directa de los recuerdos propios y heredados. Queen y Freddie vuelven a vivir en esos cuerpos que los imitan, que los recrean, que los vibran, que los sienten. Porque los recuerdos de cada uno florecen con las canciones que guardamos en la memoria, y qué otra cosa más que canciones ensambladas resulta nuestra experiencia juvenil, esa bohemia perdida con los años que renace con el fulgor de nuestra propia rapsodia, una rapsodia que no se va a morir mientras vivamos.