
El 3 de abril, el Teatro Solís tuvo otra de esas noches que quedan dando vueltas en la cabeza por varios días. Fue el concierto La Cumparsita 100 años + 8, un homenaje que mezcló historia, emoción y talento en una sola escena. Y aunque el título suene a excusa para seguir celebrando, la verdad es que había mucho que conmemorar: los 108 años del tango más famoso del mundo y también los 90 de la muerte de Gardel.

La sala estaba llena, la gente llegó con ganas de pasarla bien, de escuchar buen tango, y de ver qué traía esta edición del ya tradicional espectáculo. Lo que vino fue un desfile de voces conocidas y queridas: Ricardo Olivera abrió la noche con su estilo sobrio y firme, seguido por Valeria Lima, elegante y potente, y Nelson Pino, siempre impecable con su impronta gardeliana. Y para los que creen que el tango es cosa de museo, apareció Matías Valdez, que suele moverse por otros ritmos, y se mandó un par de tangos que sorprendieron a más de uno. Bien plantado, afinado, y con mucho respeto por el género.















La música estuvo en manos de los solistas de la Orquesta de Tango de la Ciudad de Montevideo, el Mtro. Néstor Vaz y Martín Pugin en bandoneón, Matías Craciun y Franco Locardi en violines y Jorge Pi en contrabajo, dirigidos por el Mtro. Álvaro Hagopián al piano, quién también se encargó de los arreglos.




Pero el show no fue solo para los oídos. El cuerpo de baile, compuesto por Liliana Merlino, Rodrigo Fleitas, Sara Olivera, Carlos Borthagaray, Mayte Bachmann, Natalia Pintos, Michael Bizquiazzo y Federico García Nuñez, también encargado de las coreografía, se llevó varias ovaciones. El tango, cuando se baila bien, dice tanto como cuando se canta. Y ellos lo hicieron hablar. Tras el escenario y con su actitud en escena, todo estuvo pensado para acompañar y elevar cada momento del espectáculo.


















La producción general fue de Sheila Bonino, con dirección artística de Ignacio “Nacho” Suárez y dirección general de Alexis Buenseñor. Un equipo que supo encontrar el equilibrio entre el homenaje y la actualidad. No fue un concierto nostálgico, sino más bien una demostración de que el tango sigue vivo, que todavía tiene cosas para decir y maneras nuevas de decirlas.



El público respondió como se esperaba: con atención, con emoción y con un aplauso final largo, sincero, de esos que no se dan por compromiso. Porque cuando algo toca, se nota. Y eso fue lo que pasó esa noche. El tango tocó.
Y no fue solo por La Cumparsita, ni solo por Gardel. Fue por todo lo que representan. Por eso, aunque el show ya terminó, el aplauso sigue. Porque hay cosas que se quedan resonando más allá del escenario.
Texto e imágenes: Mario Cattivelli