DOSSIER CRÍTICO / TEATRO Bernardo Borkenztain
Love, love, love, de Mike Bartlett
No se puede vivir del amor
Alberto Zimberg es un director que tiene algunos puntos destacables, como su cuidado por los aspectos técnicos y estéticos de las puestas; pero sus direcciones, sin embargo, son algo irregulares. Luego de una floja versión del bello texto de Alberto Conejero La piedra oscura, nos trae una excelente puesta de una obra del dramaturgo inglés Mike Bartlett, de quien Mario Ferreira pusiera el año pasado Contracciones.
Mike Bartlett, que tiene en la actualidad 34 años (nació el 7 de octubre de 1980), es el autor de moda en el Reino Unido. En esta pieza interpela a la generación de sus padres, la del flower power, que vivió el optimismo psicodélico de los Beatles que se fue disolviendo en la degradación económica de los setenta, y que luego del “invierno del descontento” de 1979 dio paso al ascenso de Margaret Thatcher. En ese momento es cuando nació Bartlett, y desde esa perspectiva nos trae su visión escenificada a través de tres momentos en la vida de una pareja inglesa: Sandra y Jorge (originalmente Kenneth) interpretados notablemente por Paola Venditto y Roberto Moré.
Como decíamos, esta obra es una interpelación, un juicio. Jorge y Sandra se enamoran desde el primer momento de su encuentro, y ni siquiera el que ella fuera la novia del hermano (Enrique, Guillermo Robales) impedirá el mutuo juego de seducción y el inicio de la historia de amor que, a través de tres escenas, llevará al espectador a la necesidad de emitir un fallo. Quizás uno de los aspectos más geniales del texto de Bartlett es que resulta imposible no hacerlo al final: uno debe, lo quiera o no, tomar una postura acerca del conflicto.
En cuanto a la puesta en sí, Zimberg recurre nuevamente a su equipo habitual para los rubros técnicos, y su trabajo en este caso resulta superlativo. El vestuario diseñado por Villalba dialoga con los momentos de la vida de los personajes y forma parte del conflicto que presentan en cada momento. En la primera escena la ropa hippie de Jorge y Sandra contrasta con la
más formal de Enrique, y en la segunda, en su versión aburguesada, con los uniformes de colegio de sus hijos. En la tercera, en cambio, donde ocurre el conflicto fundamental de la obra, las diferencias están sumamente atenuadas, lo que es un rasgo delicado de la elección, que permite eliminar distracciones de lo dramático.
Por su parte las luces y la escenografía quizás en este caso dialogan como pocas veces se ha visto, de manera fabulosa, definiendo momentos y transiciones con la misma tersura con la que lo hace el vestuario de Villalba. En los momentos en los que se requiere una solución de continuidad, o una pausa para los cambios de escenografía, las luces marcan una atenuación que separa a los protagonistas tanto de los habitantes de su mundo como de los espectadores, para dar paso a un lapso de luces y sonido áspero en los que, mediante la magia de unos paneles deslizantes diseñados por Schiaffino, el dispositivo escénico se crea y recrea una y otra vez, para dejar fijada la icónica en la época en la que transcurre cada escena. El efecto se complementa con el desplazamiento y cambio del resto del mobiliario, pero al impacto de lo logrado por ese fondo proteico que cambia de tiempo y lugar solamente puede hacérsele justicia viendo la obra.
Quizás podría definirse la pieza como un debate. La noche en que Sandra y Jorge se conocen es, exactamente, la del 25 de junio de 1967, y esto se sabe porque la primera escena transcurre en torno a la primera transmisión satelital para 25 países, en la que, por Inglaterra los Beatles tocaron ‘All you need is love’, que resulta ser la música del primer baile entre los protagonistas y el planteo de la premisa que se busca resolver con esta historia: ¿es verdad? ¿Será el amor todo lo que se necesita? Resolver esta dicotomía, al menos para los protagonistas, es uno de los planteos propuestos.
Por otro lado, al inicio de su vida ellos se enfrentan a la generación de sus padres (que como todas, no entiende el mundo tal como ellos ‘saben’ que realmente es). Si bien ausente, la generación cuestionada está representada por Enrique, que etariamente es cercano a Sandra y Jorge, pero adscribe a los valores y aspiraciones de sus mayores. Al final, el conflicto es con sus hijos, que los culpan de sus fracasos y frustraciones.
Moré y Venditto están excelentes en sus interpretaciones, tanto en las dificultades de la primera escena en la que deben representar que tienen 19 años, como en la última donde representan tener 70. La composición de los personajes es más que creíble y los diálogos entre ellos con sus historias nunca se salen del registro de cada escena. El resto del elenco está muy bien, también, en especial Robales en la primera escena y Lema en la última.
Este enjuiciamiento apela a si es posible vivir de espaldas a las figuras parentales y de espaldas a las figuras filiales; a si es lícito posicionarse en comparación para asumir el destino que nos pensaron o hacerse responsable, cada uno, de la suerte que ha corrido. Como todo debate o en todo juicio que se precien de tales, queda la sentencia final, y esta no puede ser otra que la que cada espectador resuelva en su propia experiencia. Para ello, lógica y felizmente, hay que verla.
Título: Love, love, love.
Dramaturgia: Mike Bartlett.
Dirección: Alberto Zimberg.
Elenco: Paola Venditto, Moré, Martín Castro, Cecilia Lema, Guillermo Robales. Escenografía: Claudia Schiaffino.
Iluminación: Martín Blanchet. Vestuario: Paula Villalba. Lugar: Teatro El Circular. Fecha: 8 de noviembre de 2014.