Este noviembre, Adela Casacuberta nos ha sorprendido con dos exhibiciones, “Hongos rosados en los jardines del museo” y, simplemente, “Adela Casacuberta”, en la sala 2 del museo . Aunque aparentemente conectadas nada más que por el estilo único de la artista, el enraizamiento entre ellas es mucho más profundo, tanto como la sensible honestidad con la que Adela expresa, a través de ellas, su sentir y su propia experiencia de vida.
El micelio es una red subterránea de filamentos, algo así como las raíces de los hongos que aunque invisible, conecta y nutre los ecosistemas, permitiendo que las plantas intercambien nutrientes y señales químicas. Es un sistema que se extiende y une a los organismos para sostener su vida. Simbólicamente, la metáfora del micelio se utiliza para representar personales conexiones profundas, resiliencia, colaboración y regeneración. Representa aquello que no se ve a simple vista, pero que nos sostiene, une y transforma.
Adela Casacuberta toma esta metáfora y la lleva al arte, convirtiéndola en el corazón de su proceso creativo. Como una red que recorre el suelo, las paredes y los espacios vacíos, buscando dónde brotar. Así describe Adela el origen de sus esculturas e instalaciones, que parecen surgir de esta estructura invisibl, piezas que exploran la idea del crecimiento y la regeneración, como si fueran parte de un ecosistema propio. Pero para ella, el micelio no solo conecta lo natural, sino también lo personal y lo colectivo, entretejiendo su cuerpo, sus emociones y su obra en un diálogo constante y no solo en la forma sino también en los procesos en los que Adela trabaja, utilizando tierras de distintos lugares, creando así conexiones con otras geografías y culturas en sus obras.
Un aspecto central de su obra es el uso del color, lo que no es un simple detalle decorativo, sino una experiencia que da vida a sus piezas. Como el micelio que transporta nutrientes, el color en su obra conecta los elementos visuales con los sentimientos y pensamientos del espectador.
“Hongos rosados en los jardines del museo“, con curaduría de Patricia Bentancur y Alejandro Sequeira, es una instalación efímera ubicada en el jardín del museo donde las piezas de cerámica albergan en sus grietas una explosión de hongos rosados, casi como si de ellas brotaran. Un conmovedor resultado para una instalación que desde su origen planteaba varios desafíos. Desde la creación de las piezas, la cantidad de material necesario, el cocido y almacenaje hasta el cultivo de los hongos, para los cuales se convocaron voluntarios quienes “adoptaran” un micelio, que al fin se transformaría en el hongo que habitara en la escultura. Este micelio es la viva representación de la metáfora y de cómo la colaboración entre personas puede ayudarnos a resolver problemas y explorar nuevas formas de ver las cosas.
Dice Adela, en su blog, acerca del proceso: “Con un grupo humano increíble y la ayuda de docentes de cerámica de la escuela de Bellas Artes empezamos a modelar el barro. Es maravilloso. La obra es de naturaleza colaborativa en todas sus etapas .Y reunirte con personas tan hermosas hace bien. Algunas son ceramistas muy experimentadas y otras es la primera vez que se aproximan al material. Algunos vuelven a su antigua facultad. Grupos de amigos íntimos y otros que nunca se habían visto haciendo arte juntos. La obra se trata de eso. A través del micelio como metáfora para pensar en dinámicas colaborativas de creación y solución de problemas. El método lo vamos inventando a cada paso como los hongos y las raíces de las plantas dentro de la tierra para crear y sostener vida.”
El la Sala 2, con curaduría de Patricia Bentancur,nos encontramos con una serie de piezas que diálogan entre si acerca de los los temas recurrentes en el trabajo de Adela: autoficción, autorretrato, deterioro, el micelio. Para Adela el arte no solo es un proceso físico; es también un ejercicio emocional y simbólico. El micelio representa esos lazos invisibles que nos sostienen: las memorias, las emociones y las relaciones que moldean quiénes somos. A través de sus piezas, busca transmitir esta dualidad entre la fragilidad y la fuerza, entre el deterioro y la belleza del renacimiento.
Ella no solo crea arte; crea un mensaje que nos recuerda que somos redes vivientes buscando florecer en medio de la adversidad. Su arte es un testimonio de que, incluso en las circunstancias más difíciles, hay belleza, conexión y esperanza.
Este enfoque convierte a Adela Casacuberta en una artista que trasciende los límites físicos y emocionales, tejiendo un diálogo profundo entre la naturaleza, el cuerpo y la creación artística. Su trabajo nos invita a reflexionar sobre cómo, al igual que el micelio, todos somos parte de un sistema mayor, lleno de conexiones que nos sostienen y nos dan vida.
Museo Nacional de Artes Visuales | Tomás Giribaldi esq. Julio Herrera y Reissig | Martes a Domingos, 13 a 20 horas. | Hasta el 16 de Febrero, 2025
Galería de imágenes y textos: Mario Cattivelli | @illev_uy