Por Pablo Trochon.
Cuzco. A 3.400 metros sobre el nivel del mar se encuentra esta hermosa urbe, uno de los destinos más recurrentes de las visitas a Perú, que oscila entre el cosmopolitismo y su tradición indígena. Sin embargo, muchas veces sólo funciona como pasaje hacia la estrella latinoamericana que son las ruinas del santuario Machu Picchu. En este apartado, algunas recomendaciones, no necesariamente las highlights pero que sin dudas harán de tu estadía algo especial.
Plaza de Armas. Más allá de ser el centro neurálgico de la ciudad histórica, donde se suceden diversas celebraciones folclóricas y donde confluyen la Catedral, la Iglesia de la Compañía de Jesús y el sitio del desmembramiento de Túpac Amaru con, lamentablemente, Mc Donald’s, Starbucks y KFC, esta singular plaza enclavada en los Andes es una experiencia en sí misma. En ella conviven extranjeros y nativos, en sus vacaciones o sus rutinas, por lo que detenerse un momento para sentarse y observar las dinámicas que allí tienen lugar es una interesante manera de entender esta heterogénea ciudad.
Montaña Arcoíris. Este trekking habilitado recientemente hacia la montaña Vinicuna o Arcoíris, llamada así por las vetas coloridas que la destacan (muy parecida al Cerro de los Siete Colores, en Jujuy, Argentina), lleva toda la jornada. Se parte de Cuzco bien temprano en la madrugada hasta la comunidad de Quesino y desde allí, tras el desayuno, se recorren 11 kilómetros a pie hasta un mirador a 5.000 metros de altitud (es muy importante estar abrigado).
Trucha. La gastronomía peruana es una de las más destacadas del mundo, probablemente porque su aporte a los paladares proviene de la mixtura de la cocina precolombina, la traída por la Conquista española (ya influida por la cocina árabe), la proveniente de África que vino con los esclavos, así como el aporte que los inmigrantes europeos –y, fundamentalmente, los japoneses– pudieron hacer. Si bien el plato más famoso es el ceviche, aquí recomendamos probar la trucha peruana acompañada, por ejemplo, de un omelette de verduras, arroz y papas fritas.
Convento de Santo Domingo. Otra muestra de la transculturación que impuso la Conquista y que rezuma en cada escalinata de la ciudad, entre techos coloniales y empinadas y angostas callejuelas empedradas, es este importante mojón cristiano emplazado exactamente donde se erigiera el Qoricancha, centro religioso, geográfico y político incaico. Actualmente, los emprendimientos arqueológicos permiten ver estos dos paradigmas religiosos en convivencia y entender los procesos y las mitologías que los vinculan.
Chicha. Más allá de que pueda gustarnos o no, no podemos irnos de Cuzco sin probar esta bebida derivada de la fermentación no destilada del maíz y poseedora de una gran cantidad de variantes a lo largo del país. A veces servida caliente en celebraciones populares como el carnaval, esta bebida espirituosa es la propulsora del llamado cholo power. No confundir con la chicha morada, que se toma como un jugo y no contiene alcohol.
Albergue Municipal. Este hostel, que tiene un precio más conveniente que otros de las inmediaciones y cuyas instalaciones son cómodas y espaciosas, no sólo se encuentra a pocas cuadras de la Plaza de Armas, sino que además desde su terraza tiene una vista de ella privilegiada. Desayunar con esa vista panóptica o, por las noches, apreciar el manto de estrellas que convergen en la plaza es muy disfrutable.
Mercado San Pedro. Siempre una de las mejores maneras de conocer una comunidad es perdiéndose en sus mercados centrales. El de Cuzco, próximo a cumplir 100 años de su fundación, es un hermoso ejemplo del desorden y el caos de la feria latinoamericana, donde se comercializan carnes, verduras y artesanías, de los colores y los aromas que lo inundan. Prestar atención a los carteristas.
Valle Sagrado. Cuzco merece como mínimo cinco días, sin contar el tiempo que se destine a Aguascalientes y a Machu Picchu, para recorrer todas las atracciones culturales que tiene la ciudad y también vivirla un poco. Además, necesitarás tiempo para visitar algunos de los complejos arqueológicos en el valle alrededor del río Urubamba: las ventanas de Tambomachay, desde donde las momias participaban en las ceremonias del agua; el muro perimetral de Sacsayhuaman, que da lugar a la danza de la serpiente; el sembradío en terrazas con forma de llama de Ollataytambo, frente a la colca tallada en la montaña con forma de Wiracocha cargando una bolsa con víveres; el complejo agrícola de Tipón, irrigado por un sistema de canaletas que aún hoy funciona. Y, de paso, no olvidar visitar el mercado de Pisaq y las terrazas de plantación que salpican los cerros.
Chinchero. Visitar este singular pueblito, a menos de una hora de Cusco, puede ser una buena decisión. Se distingue por haber resistido la Conquista, por lo que sus habitantes actuales continúan residiendo en casas del período inca. Se recomienda acercarse un domingo para poder disfrutar de un mercado popular muy vistoso en el que aún se utiliza el trueque. La Iglesia de la Natividad que allí se encuentra fue edificada sobre los cimientos del palacio inca que Túpac Yupanqui mandó construir en el siglo XVII.
Turismo místico. Si uno no se anima o no tiene tiempo para hacer un retiro de ayahuasca, hay otras opciones no tan extremas que pueden envolverlo en las creencias de los antiguos. Las lecturas de la hoja de coca, los pagos a la tierra (ritos de agradecimiento a la Pachamama durante agosto), las ceremonias de purificación, sanación y los baños de florecimiento son siempre una posibilidad.