Las canciones de Joaquín.
Por Alexander Laluz.
Ya lo sabemos: la industria y el mercado musicales pretenden pautar todo. Cada año hay que sacar un disco. Tiene que tener al menos uno o dos hits. Hay que hacer giras para promocionar ese material. Hay que inundar las redes con cortes de difusión. Claro, hay que rodar, editar con onda y lanzar los videoclips para convertir la o las canciones en virales. Hay que tener éxito. Y siempre hay que parecer genial (y si se puede, escandaloso).
Pero también sabemos que todo eso es pura cáscara. Lo musical, lo estético, lo creativo pasa por otro lado. Entonces, permítame que le cuente una historia diferente.
En 2014 Joaquín Lapetina irrumpía en la escena musical uruguaya con Tiempo lento. Fue una de las sorpresas gratas de ese año. En 2016 volvió al ruedo discográfico con El puro oficio del sol. Con estos dos títulos quedaba claro que Lapetina estaba construyendo una personalidad musical diferente, independiente. Estaba haciendo las canciones que necesitaba, las que quería. En muchas de sus composiciones iba por caminos muy personales, manipulaba referencias, estilos, materiales, esquemas formales, para hacer de la canción un territorio de posibilidades y no de certezas inamovibles. No le preocupaban los hits sino plantear ideas, posibles caminos para encontrar su voz. Dicho de otra forma: que para asumir la búsqueda de una voz personal hay que caminar, hurgar en el interior, ensayar distintas expresiones sonoras de esas ideas. En fin, un camino (o varios) abierto. En ese plan, Tiempo lento y El puro oficio del sol oficiaban como mojones de una forma de crear en tránsito, en movimiento.
Y este año, luego de un largo proceso de composición, de probar maquetas, de intercambiar ideas con sus músicos (sobre todo en esa sociedad tan estrecha que estableció con el guitarrista Fernando Flores), de discutir arreglos, Lapetina lanzó Octubre al sur. Su plan: cerrar una suerte de trilogía y dejar abiertas numerosas puertas para investigar otros caminos creativos.
A través de una decena de canciones ordenadas en cuatro actos, ‘Apertura’, ‘Navegando por octubre’, ‘Entrando en sueño’ y ‘En sueño’, con Octubre al sur Lapetina plasma una posible narrativa hacia su interior, o como él lo define: hacia su espiritualidad. Se tomó su tiempo para componer estas canciones. Y una vez que el material estaba prácticamente pronto, comenzó otro proceso: llevarlas a un formato, definir arreglos, descubrirles otras posibilidades. Para eso, como en los discos anteriores, sumó al proyecto a Fernando Flores y a Ana Laura Pena. Luego la banda creció, llegó la etapa de preproducción, la realización de las tomas en el estudio, en las que movieron las fichas técnicas tanto Flores como Gastón Akermann; llegaron las mezclas, ese proceso intenso, centrado en los detalles, que no termina sino que se abandona; las escuchas con amigos; y, por fin, el lanzamiento.
Octubre al sur resulta en disco muy potente, con un muestrario generoso de ideas. Pero sobre todo es un disco personal, planeado y hecho con las entrañas, con la sensibilidad de quien da pelea por esa voz creativa personal, dejando de lado las “obligaciones” del quehacer musical. Y la trilogía efectivamente se cerró. Aquí Lapetina demuestra que se mueve como pez en el agua en las baladas con aires folk, roquea con un toque clásico pero descontracturado, juega con los timbres, arriesga soluciones arreglísticas y confirma que es un buen ensamblador de banda.
“Podrá no gustar”, podrá “fascinar”, podrá resultar “genial”, podrá resultar “desparejo”, podrá tener un “exceso de solos guitarrísticos”, podría “despojarse más en los arreglos”. No importa: eso se lo dejamos a los críticos. Lo decisivo es que Octubre al sur no deja margen para la indiferencia. Lapetina puso “toda la carne en el asador” para hacer su elogio a la canción como vehículo para llegar a su verdad expresiva.