Polidori, el vencido
Emmanuel Carrère (París, 1957) es uno de los escritores más prolíferos de Francia. Autor de Limónov (2011) y El Reino (2015), entre otras novelas, en Bravura, como en muchos de sus libros, parte de un hecho real que quizá sea una de las escenas más conocidas y comentadas de la literatura universal.
El 17 de junio de 1816, en Villa Diodati, en Ginebra, Lord Byron y sus invitados –su médico y secretario Polidori y los Shelley, Percy B. y su esposa Mary– soportaban como podían la lluvia y el frío del inexistente estío. Para combatir el aburrimiento, se retaron a escribir cada uno una historia de terror. En aquella velada, que se conoce como “la noche de los monstruos”, nacieron Frankenstein, de Mary Shelley, y El vampiro, de Polidori. De los cuatro personajes, Carrère se centra en el menos ilustre: John William Polidori, aspirante a escritor, que vivió su corta vida –se suicidó con ácido prúsico a los 28 años– a la sombra del gran Lord Byron.
La novela comienza cinco años después de aquella trágica noche (para el destino de Polidori), cuando el médico, adicto al láudano que le proporciona una joven prostituta llamada Teresa, se encuentra al borde del suicidio y carcomido por el resentimiento, porque cree que Byron se ha apropiado de El vampiro y considera que Shelley le ha robado una idea para escribir Frankenstein.
El título, Bravura, hace referencia a una expresión francesa, un morceau de bravoure, que designa aquel fragmento de una obra en la que el creador despliega todo su virtuosismo. La novela es precisamente eso: una exploración de los mecanismos de la narración, una sugestiva indagación en el papel del escritor y del lector, y, sobre todo, una propuesta literaria de una inventiva torrencial, que deslumbra y atrapa.
Te estamos mirando
A mediados de las década de 1980, y tras haber publicado La mujer de tu prójimo (1981), Talese fue contactado por Gerard Foos, un extraño hombre que le aseguró que había comprado un motel al que había convertido en una especie de Gran Hermano donde espiaba a los huéspedes. Para eso, Foos se valió de falsas rendijas de aire por donde podía espiar la intimidad de los habitantes del hotel. Como prueba, le mandó parte de su diario-registro, en el que apuntaba lo que veía. Lo extraño era que Foos no quería que apareciese su nombre, ni los registros, en un probable libro de Talese, por lo que el escritor no alcanzaba a entender qué era lo que perseguía el confidente.
Años después, Foos autorizó a Talese a escribir su libro, incluso usando su nombre real, para que hiciera público que en el motel, una noche de voyerismo, había sido testigo de un asesinato. El libro fue publicado. Cuando estaba en librerías y ya rodando la ingeniería del marketing, una investigación del periódico The Washington Post puso en tela de juicio la veracidad de la anécdota: Gerard Foos no pudo haber observado todo lo que dice que había observado, porque su motel no fue suyo todo el tiempo que sostiene que lo había sido, afirma el artículo. Para el diario, Foos era una fuente poco confiable y Talese un escritor con un ego desmedido que, con tal de estar en las portadas de diarios y revistas, prestaba su nombre al primero que se le cruzara.
Talese jura y perjura que todo es cierto, pero, por si las moscas, en la segunda edición en inglés y en la edición en español, publicada por Alfaguara, le avisa al lector: “Como ya dejé claro en la primera edición de este libro, Foos era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico”. El lector juzgará si se trata de un fraude bien armado o, por el contrario, los hechos ocurrieron tal como son narrados.