Por Silvana Silveira.
Después de una vida dedicada a la danza, la primera bailarina uruguaya Rosina Gil se despidió de su público frente al ballet estatal en una emotiva gala que comenzó con Swan Lake y finalizó nada menos que con Minus 16, dos piezas contemporáneas y rupturistas, obra de dos peces globo del mundo de la danza como son el brasileño Juliano Nunes y el israelí Ohad Naharin. No se puede estar en sus zapatos o, mejor dicho, en sus zapatillas, pero sí ver cómo le brillan los ojos cuando habla de dejar atrás una institución que le dio el aval de lo estable y la vio crecer desde niña. Tampoco esconde la emoción que le provoca cerrar esta etapa de su vida, rodeada de reconocimiento y afecto, para dedicarse por entero a la creación coreográfica, la gestión cultural y a publicar After Ballet (Después del ballet), un libro donde repasa sus espléndidos y arriesgados pasos que la llevaron más de una vez a dejar el ballet para formar parte del Cirque du Soleil, y de la Compañía de Danza Contemporánea de Deborah Colker. Un libro que le sirvió de catarsis, la ayudó a recuperar el pasado, seguramente por aquello de prefigurar el futuro. Rosina, una bailarina de fuerte presencia escénica, amante de los retos y de estirpe rebelde, deja atrás una carrera inspiradora, repleta de prodigiosas interpretaciones que quedarán en la memoria. Se cierra el telón, pero la magia de su arte continúa. Dossier la acompaño en sus últimos pasos como prima ballerina.
Fotos: Santiago Barreiro para el BNS.
Últimas clases
Sábado 10 de agosto 9.00 horas
Auditorio Nacional Adela Reta
La calle Andes todavía bosteza, pero en el cuarto piso del Auditorio Nacional hay un movimiento fuera de lo común. Es que faltan pocos días para la reposición de Minus 16, del coreógrafo israelí Ohad Naharin, y el estreno de Swan Lake, del coreógrafo brasileño Juliano Nunes.
El cuerpo de baile toma clase con el maestro David Jonathan y el maestro Adrián Braida al piano. Entre ellos hay una comunicación secreta por la cual el primero indica los pasos, marca el ritmo, y el segundo arranca con una melodía que puede ser un vals, un adagio, un allegro, una marcha, o un 2×4. El entendimiento entre los maestros y los bailarines es algo remarcable.
Presenciar una clase es un privilegio que reconforta como pocas cosas. Allí están Ciro Tamayo, Walter Lateulade y Vanessa Fleita, entre otros de nuestros más talentosos bailarines. La primera parte de la clase es en la barra. Rosina lleva calentadores y una campera fucsia. Imposible no asombrarse cuando su pierna llega sin esfuerzo aparente a la posición que llaman coloquialmente de six o’clock. Después vienen los pasos que se realizan siguiendo las diagonales del salón, desplazamientos y giros en los que dejan salir toda la potencia de sus cuerpos. “Aquí” dice el maestro, señalando el centro del pecho, “luz, energía” y muestra con los brazos cómo esa luz interior tiene que hacerse evidente y salir con fuerza. Rosina, como lo mencionó la Riccetto es una bailarina “que ilumina”.
Luego es el turno de los saltos y parece que los cisnes van a levantar vuelo. El pianista suspende una nota en el preciso momento en que los bailarines quedan como suspendidos en el aire en el transcurso de un jeté.
Para Rosina, cuya única religión es el arte de la danza, “la clase es el templo y la misa cotidiana. El lugar sagrado donde no entran los problemas, la concentración está puesta en perfeccionar las rutinas, en estar en la música y en el relacionamiento con los compañeros”. Justamente, son esas señas de camaradería y amistad las que –dice– más va a extrañar cuando deje el Sodre: “Los besitos que nos tiramos cuando cruzamos la mirada en la clase o la mirada cómplice con el pianista cuando toca ‘Alfonsina y el mar’ porque sabe que me gusta, o una de Star Wars para reírnos”.
El elenco del ballet lleva días ensayando ocho horas diarias dos de las obras más demandantes, física e intelectualmente hablando. Demandantes porque, como explica Rosina, tienen estilos bien distintos. “Swan Lake utiliza los músculos más propios del ballet, como las pantorrillas y los pies, mientas que Minus 16 se centra más en el trabajo de espalda y cuello, lo que se conoce como upper body. En todas las temporadas hay desgarros y ya ha habido algunos”. Están cansados, pero aun así se los ve bailar y sonreír más que hacer mecánicamente las rutinas, especialmente a Rosina que no puede hacer nada sin bailar.
La clase finaliza con puntualidad a las 10.30. Luego hay diez minutos para llegar hasta la mesa con frutas y alimentarse antes de entrar a los ensayos que se realizan a puertas cerradas. “¡Naranjas! Comé todas las que puedas”, me dice mientras nos despedimos. Cómo hacen estos seres para afrontar semejantes rutinas que los llevan a “perder peso por minuto”*, alimentándose de naranjas, es algo que solo ellos pueden saber.
Los árboles bailan
Martes 13 de agosto
Visita a la academia de ballet en la cooperativa Curticuer
El martes a las 18.00 horas Rosina abre un paréntesis en su agenda de clases, ensayos y entrevistas, para conocer a los jóvenes bailarines de una academia de danza en la cooperativa Curticuer en Rincón del Cerro y dar una sorpresa a su directora, Victoria Vega.
En el trayecto que va del portón de entrada hasta el salón comunal donde funciona la academia, Rosina hace gala de su particular forma de ver las cosas y dice: “El árbol está bailando. ¿Lo ven? ¿Solo yo lo veo?”. Y se lanza como una flecha a realizar una postura mezcla de ballet (attitude) y circo, que es un calco de la silueta del árbol a sus espaldas. La imagen no deja lugar a dudas: el árbol, recién podado y sin hojas, baila. O ella es un magnífico árbol. ¿De dónde viene esa mirada que le permite trascender el mundo tal y como se configura a simple vista?
Imposible no vincular esa forma de presionar, mediante la imaginación, la realidad, con la obra y el legado de su padre, el artista plástico Javier Gil, “un artista alucinado por la huida hacia la naturaleza, en donde encontró el hábitat que lo expresa y lo contiene”, al decir del artista visual, editor y periodista cultural Gerardo Mantero en La Pupila.
“Mi padre es tremendo artista –dice Rosina– súper excéntrico, un artista de pura cepa, desde cómo vive, dónde vive y cómo llevó su vida. Es un cuestionador. Ahora vive en Carmelo en una chacra [una suerte de chacra museo], todo el jardín está intervenido, desde los árboles que empieza a tallar, entonces de pronto ves ahí un monstruo, o las máscaras que hace con carqueja, o el caparazón de una mulita que se transforma en frutera. Él hace eso, en todo ve otras cosas, siempre está transformando la realidad. Ir a visitarlo es un espectáculo. A mí me pasa todo el tiempo, me gusta codificar las cosas, las imágenes, la gente, eso es muy de mi padre. Lo mismo esto de cuestionar las cosas, de no seguir la corriente. De chica fue difícil porque yo no me crié con él, pero él se fue detrás de su ambición como artista, vivió en Europa, en Estados Unidos, si bien en el momento lo sufrí, ahora lo entiendo más”, dice Rosina, quien con 17 años de edad también partió a Paraguay tras su ambición de ser una gran bailarina y luego decidió probar suerte en España.
Pero volvamos a la academia en donde la recibe una veintena de bailarinas y dos bailarines, de entre 3 y 12 años de edad, que presentan para la ocasión fragmentos de El lago de los cisnes, la variación de Odile y los bailes de la princesa húngara y la española. El elenco no puede ser más encantador, las niñas están impecables con sus moños, redecillas y tutús. Los niños, muy elegantes con su atuendo negro.
Hay que resaltar lo que este espacio para la danza y el juego (porque después del show todos quedan corriendo y girando en todas direcciones) significa en un medio en donde las propuestas culturales no siempre están al alcance de la mano.
“Me conmovió ver tantos alumnos y tan comprometidos con lo que se estaba haciendo. Hicieron una versión única, contada por niños, irrepetible. Ver la ilusión en ellos, verlo como un posible futuro, me dio esperanza y me conectó con la Rosina niña que iba a la academia del barrio y todo lo que significa ese momento. Me fui con mucha esperanza en la danza y en lo que genera”.
Después de las innumerables muestras de admiración y cariño hacia la primera bailarina, regresamos en un 136 que atraviesa buena parte de la ciudad. Cuando pasamos por Defensa, entre Goes y Miguelete, Rosina da un brinco y dice: “Me acuerdo de esa panadería. Yo tenía muy malas notas en el ballet. El primer año tuve Regular Bueno, RB, y pasé con RB. El segundo año también RB, pero en el segundo trimestre hubo una mejora y pasé a BR. Y me acuerdo que compramos bizcochos, compramos margaritas allí para festejar”.
Desde niña pasaba seis horas en la escuela Franklin Delano Roosevelt y luego seis horas en la Escuela Nacional de Danza (END), por eso para ella es impensable estar sin hacer nada. “Nunca lo viví, ni yo, ni mi madre, ni mi abuela. Mi madre siempre tuvo dos o tres trabajos, mi abuela modista trabajaba doce horas como mínimo. Estaba todo el día en la máquina. Tengo esa regla, esa noción de que el trabajo dignifica. Entre la disciplina que requiere el ballet más lo que viví con mi familia, me preocupa estar quieta, lo más seguro es que aproveche ese tiempo de ocho horas en el Sodre para hacer otras creaciones con las nuevas ideas que estoy investigando”.
“Le comenté a Julio [Bocca] que tenía un poco de miedo con relación al futuro, a qué iba a pasar, a la inestabilidad; y él me dijo: ‘Ahora disfrutá, te merecés un descanso, tomate un tiempo para ver qué querés, porque es mucha la exigencia’. Está bueno tener un tiempo de paz para replantearse dónde poner toda esa energía. Me pasa que soy muy activa, así que tengo varios proyectos y planes”.
After Ballet
After ballet (Después del ballet) es el título del libro que saldrá a la luz en octubre. La idea de realizarlo surgió en un taller del artista callejero Untonga, Gastón Rosa, que se dio a conocer por una serie de epitafios escritos sobre tumbas rosadas del tipo: “Sos mucho más que lo que te viene pasando” o “Bailamos aunque los pies tambaleen”. Luego Rosina participó en un taller más técnico junto a las periodistas Belén Fourmet y Soledad Gago, y finalmente Luisina Rios, editora de Penguin Random House se interesó por publicarlo.
Además de repasar sus memorias, vivencias y ayudarla a la hora de enfrentar el cambio que implica dejar de bailar bajo la égida del Sodre, el libro es una invitación al siempre saludable acto de la reflexión sobre las múltiples implicancias –algunas no tan conocidas, ni deseables– de formar parte del universo del ballet. “Cuando veía a otras personas irse, veía que era algo muy emotivo, pero nunca pensé que iba a ser tan fuerte cuando me tocara a mí. Sentí realmente una especie de duelo muy intenso, de varias etapas. El libro fue una forma de pasar ese momento de catarsis, de recordar todo lo que viví en la infancia, por qué decidí dedicarme a esto, cuáles fueron mis momentos clave, los más duros a nivel psicológico, cómo soportar las presiones de los otros y las mías propias, por qué nos dedicamos a algo que es tan exigente y que justamente te gusta por eso, es parte de nuestros rasgos seguramente obsesivos”.
Y el futuro
Entre los proyectos más próximos figura el estreno de AMOR (así con mayúscula), un espectáculo de teatro con dramaturgia y actuación de Gustavo Casco, dirección de Roberto Andrade y coreografía de Rosina Gil. AMOR se estrena el 27 de setiembre en la Sala Hugo Balzo, y el 11 de octubre en el Complejo Cultural Politeama de Canelones. La obra, tal como lo explican en la conferencia de prensa, explora diversas formas de vivir el amor de pareja a lo largo de la vida, con el objetivo de provocar en el espectador alguna forma de ese sentimiento. El elenco está integrado por un destacado colectivo de artistas, entre ellos el primer bailarín del BNS, Ciro Tamayo, y una de las más destacadas bailarinas de nuestro medio, Nicolasa Manzo.
“Estoy contenta con esa obra porque quiero ver si me puedo animar, dependiendo de los requerimientos técnicos de la sala, a hacer alguna cosa un poquito más circense, también tengo a dos bailarines que me encantan como Ciro Tamayo, que es súper versátil, y Nicolasa Manzo, que es tremenda bailarina y una persona con mucha cabeza, muy intelectual. También me desafía trabajar con actores que, de repente, nunca hicieron danza, ayudarlos a que lo que están diciendo repercuta en el cuerpo”.
Por otra parte, Rosina está desarrollando un proyecto propio que actualmente está en etapa de investigación. “Tiene que ver con la privacidad, la intimidad, el cambio de paradigma por el cual exhibir la vida cotidiana y someterse de manera permanente a las cámaras pasó de ser un método de control de la población a algo lúdico que hacemos por voluntad propia cuando contamos en Instagram nuestro día a día, cuáles son nuestros intereses, qué partido político nos representa, quién es nuestra familia. No lo juzgo, simplemente me lo cuestiono. Es curioso –prosigue Rosina– en el film The Truman Show, cuando el personaje se da cuenta que su vida es un espectáculo quiere salir de esa máquina, ahora nosotros estamos creando un espectáculo de nuestras propias vidas, estamos creando una ficción de la cotidianidad. Va a ser desafiante desarrollar este tema solo con danza, pero puede ir con danza y texto. Es algo que me interesa mucho”.
Entre sus planes más próximos –cuenta– también está formarse como gestora cultural. También meterse más de lleno en el yoga, que le hace tan bien a nivel físico y mental, le ayuda a conectarse con un lado más amable del cuerpo y a bajar la ansiedad; tomar clases por hobby, ser la peor en una clase de danza urbana y disfrutar de otras coordinaciones y conexiones del baile. “No me veo sin mi rutina de entrenamiento. Es mucha energía, soy hiperactiva y sé que a través del cuerpo yo puedo solucionar eso. […] No creo que pueda soltar el placer del movimiento en mi cuerpo, va a tener que estar, tal vez no con tanta exigencia, pero sí con un disfrute mayor, pleno”.
*Rosina viene perdiendo peso por minuto, comentó María Noel Riccetto en la conferencia de prensa de lanzamiento de la gala, en alusión a su participación en ambas obras.
Fragmento de After Ballet
La gravedad del asunto, lo que cae por su propio peso.
Si no vuelo es grave.
Gravito hacia la belleza, no la hegemónica, que nunca toqué y solo vi en pantallas o en charlas aburridas.
Grave de bajo, debajo lo transformo y la raíz lo expulsa.
Los pájaros solo anidan para procrear, estoy casi segura.
Los nómades no evolucionan, escuché. Me ofendí.
Me reproduzco en movimiento, creo variaciones, creo de otra forma.
Creo en el movimiento. Tengo fe en mi alma, que bandida consiguió este cuerpo, una lapicera y este balcón, para contar historias.
Alguien dice que no entiende lo abstracto. Bailo en este papel para ver si así me entienden. Si a través de palabras mi mano puede danzar esta historia.
Última función con el BNS. La subversión de bailar.
Es de esperar que, a la hora de colgar las zapatillas, una prima dona haga su última reverencia con una obra que la represente. María Noel Riccetto lo hizo con Manon, Giovanna Martinato con Quijote, Paula Penachio con Raymonda. En 2014, cuando Rosina Gil decidió dejar el Ballet Nacional Sodre (BNS) para experimentar en la Compañía de Danza Contemporánea de Deborah Colker, pensó que no iba a volver a bailar ballet, porque no es habitual regresar al clásico después de esa experiencia. En aquel entonces, hizo una suerte de cierre personal interpretando a Nikiya en La Bayadera. Pero la vida le dio otra oportunidad para despedirse “con más consciencia, más cuidado y más cariño”, después de haber brillado con luz propia en obras como In the Middle Somewhat Elevated, de William Forsythe, La consagración de la primavera, de Oscar Araiz, Hamlet Ruso, de Boris Eifman, Un tranvía llamado deseo, de Mauricio Wainrot, que le valió el galardón de ser una de las cien mejores bailarinas el mundo, y el propio e inmortal Lago de los Cisnes (Ivanov/Petipa), entre otras producciones del elenco estatal.
Podía haber bailado hasta fin de año y despedirse de su público con un rol principal en Cascanueces, pero nada más alejado de su personalidad más afín a las mujeres que quieren romper los roles impuestos por la sociedad, rebeldes y cuestionadoras, que a las princesas de los cuentos de hadas que pululan en algunos de los ballets. Swan Lake, de Juliano Nunes y Minus 16, dos creaciones “potentes y rupturistas” en las que prevalece el placer de bailar, no podían ser más apropiadas para celebrar su larga trayectoria. “Este cierre es un regalo, una oportunidad única de cerrar bien el círculo”, decía Rosina días antes de dejar el BNS.
Swan Lake es una obra refinada que pone de relieve la maravillosa música de Tchaikovski para aportar una perspectiva contemporánea de esta pieza emblemática del ballet romántico. Nunes trae al presente una obra con más de cien años (147 para ser exactos) y la reescribe con magistral pulso de manera ingeniosa y transgresora. No reniega de lo clásico, sino que lo transforma, le añade formas y narraciones más actuales. La historia queda librada a la interpretación de cada uno, pero Nunes nos da algunas pistas en el programa de mano donde no figuran los roles tradicionales (el príncipe y Odete/Odile, entre otros), sino un breve argumento que habla de: “Cisnes unidos en comunidad. Cisnes encontrando el amor y siguiendo sus caminos. Ellos son energía. Se reconocen […] La fuerza y la libertad de la música les da vida, para terminar su jornada y remontar vuelo hacia el infinito”.
Se ha dicho bastante sobre de dónde proviene la inspiración de este coreógrafo. Rosina Gil cree que Nunes es un místico, un ser conectado con una suerte de red de creación, magma o inconsciente colectivo que tiene visiones a la hora de crear: “eu vi un arabesque”. En esta pieza, su inspiración proviene directo de la música que –como se sabe– es mucho más que un simple acompañamiento.
Nunes ha mencionado que su idea inicial fue una piedra que hace círculos en el agua. Un bailarín –en otra parte del mundo– comparó su particular estilo con “tratar de atrapar su propia sombra”. Y agregó: “Un estilo muy físico y muy poético, difícil balancear estos dos factores. Pero Nunes es un gran coreógrafo y un gran bailarín. Muestra que podemos capturar nuestra propia sombra, porque él lo hace”.
Cuando se abre el telón, lo que vemos ante nuestros ojos es un cuadro de una intensidad y plasticidad inusual, en donde el coreógrafo presenta las credenciales de sus cisnes. Con todo el elenco en escena, configura un cuadro de conmovedor lirismo en el que sus criaturas empiezan a mover sus alas con turbadora elegancia y simpleza, para transmitir la quintaesencia de su Lago. La estructura coreográfica propone un contrapunto entre esos cuadros de turbadora sencillez y los dúos y tríos donde las evoluciones se tornan más complejas, con intrincados engarces que requieren un cuidadoso trabajo de parteneo.
Nunes otorga un particular protagonismo a las manos (incluso a los dedos) que parecen tener poderes a la hora de condensar o movilizar la energía en torno a los cuerpos que bailan. No dejan de sorprender las elegantes alineaciones de los cuerpos y las elongaciones que también van más allá de lo habitual. Rosina Gil, una bailarina con una anatomía privilegiada de largos brazos y piernas que le dan una nueva dimensión a la expresión, estuvo especialmente radiante en toda la obra en un papel que parece hecho a la medida de sus impresionantes elongaciones, la plasticidad de sus brazos, la gracia de sus manos y su particular impronta como bailarina.
Swan es una indagación en el entramado de las relaciones, en el equilibrio sensible y la conexión que se produce entre los seres. Rosina aparece en escena como un cisne diferente a los demás, por lo que no es inmediatamente aceptada. Como si su llegada marcara un hito, o fuera la piedra que cae para movilizar las aguas. A medida que avanza la obra, va cambiando su estatus entre sus pares que pronto la ubican en otro sitial.
Hay que remarcar la fuerza que adquiere el lenguaje de Nunes cuando está todo el elenco en escena y particularmente el acierto de pasajes como el Pas de Quatre, “danza de los pichones” o de los pequeños cisnes, en donde cuatro bailarinas se mueven al unísono con los brazos entrelazados de manera perfectamente sincronizada y mecánica, que originalmente incluye 16 pas de chat. Nunes la dota de nuevos bríos al involucrar no a cuatro bailarinas, sino a todo el elenco y recrearla con su impronta personal.
No hay decorado, ni zapatillas de punta, ni tutús. Sí hay un interesante juego lumínico por el cual –por momentos– los bailarines se ven como sombras, y pasajes estilo tableau vivant donde el silencio de los cuerpos se torna de lo más elocuente. Tampoco hay nada superfluo o decorativo en esta pieza, todo está en función de una forma de danza que llega como un torrente, con la fluidez de lo líquido, en donde los bailarines parecen moverse por algo ajeno a su voluntad, como se mueven las aguas, digamos. A los solos de Yasmin Lomondo, y las intervenciones de Careliz Povea, Luis Santiago, Lucía Giménez y Sandro Fernández hay que resaltar el impecable desempeño de Darío Hernández en impecable pas de deux con Rosina, así como el dúo del final interpretado por Agustín Pereyra e Ignacio Lombardo que es todo un diálogo corporal y un manifiesto.
Dance with me make me sing
El secreto cuando uno va a ver Minus 16 es no abandonar la sala en el entreacto. Es que mientras algunos espectadores dejan sus asientos, el incomparable Ciro Tamayo se para al borde del escenario frente al telón cerrado “como si fuera el portero de una fiesta de la mafia”, al decir de mi acompañante, y empieza a realizar una serie de movimientos fuera de catálogo, que oscilan entre lo compulsivo, lo divertido, la locura, y marcan la tónica de la primera parte de esta obra.
Ciro derrocha sex appeal a ritmo de mambo y cha-cha-cha, juega con el equilibrio, realiza proezas y las desbarata como si él mismo se vinera abajo. De pronto una pierna o un brazo parecen tener voluntad propia o bien recorre el proscenio haciendo enormes jetés y finaliza con un gesto tan exagerado como desternillante, mientras reclama aplausos con sus manos. El resto de los bailarines entran en escena, y sin moverse del lugar se sumergen en la misma dinámica de movimientos mínimos, enérgicos, delicados y compulsivos, dando lugar a una suerte de orquesta humana alucinada.
Cuando la música se torna atronadora (una versión tecno de “Hava Nagila”) el telón baja de pronto, el efecto es genial porque la sensación que provoca es que todo eso, que estaba contenido y al borde de estallar, se instala vívidamente en los espectadores, se queda y no se va. Entonces una voz en off dice: “La ilusión de la belleza y la delgada línea que separa locura de cordura, el pánico detrás de la risa y la coexistencia de fatiga y elegancia”.
Como se sabe, Minus 16 es una de las piezas más celebradas de Naharín, creador de su propio lenguaje denominado Gaga. Un lenguaje que busca seducir a los bailarines para que sean ellos mismos. “Gaga es un conjunto de palabras y frases inventadas diseñadas para provocar movimientos –por momentos feos, exquisitos y tontos– que en conjunto constituyen una antitécnica, una forma de escapar de los estilos ya probados de la danza moderna y contemporánea, y adentrarse en una nueva gama. No hay una forma correcta de hacer Gaga, sino que los bailarines responden a indicaciones verbales en clases de improvisación impartidas en estudios sin espejos, de modo que la atención se centra en la experiencia del cuerpo más que en su imagen” se lee en un artículo publicado en el New York Times. Naharin juega con consignas que pueden ser: moverse como espaguetis en agua hirviendo o colapsar hacia arriba.
Lo que sigue es Echad Mi Yodea, el poderoso corazón de Minus 16, un fragmento en el que los bailarines pasan de estar cabizbajos en sus asientos a contorsionarse hacia atrás con la fuerza del big bang, como si reaccionaran a una poderosa fuerza expansiva. La potencia que destila esta obra tiene que ver con varios factores. En primer lugar, está acompañada por la canción tradicional hebrea, que se canta en la pascua judía “Echad mi Yodea” (¿quién conoce a uno?) cuando se conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto. Se trata de un cántico ashkenazi cuyo objetivo era mantener despiertos a los niños que enlista en orden numérico conceptos vinculados a la tradición judía a modo de ayuda memoria o ejercicio de mnemotécnica. Así, la letra dice: 1 -quién sabe un / 1 -sé un / 1 es nuestro Dios que está en los cielos y en la Tierra […] 2 son las tablas de los mandamientos […] 3 son nuestros antepasados… Y así sucesivamente. Además de ser un tema con la fuerza de lo ritual que celebra la identidad judía y refiere a la memoria colectiva, la música se torna especialmente imponente en su versión actualizada. Una versión tecno-punk, digamos.
La obra fue censurada cuando se creó en el marco del Aniversario del Jubileo 50 del Estado de Israel, en 1998, porque el ala más conservadora entendió que el vestuario –o la falta de este– no era apropiado. Pasó algo curioso con la puesta en escena: en medio de las tensiones políticas, en las protestas, los manifestantes se quitaban las camisas al estilo de los bailarines en esta pieza. Se ha dicho que “la repetición de sentarse, pararse y temblar evoca el regocijo en la sinagoga, las pilas de ropa arrojada sugieren las fotografías del holocausto” (Stacey Menchell Kussell). Una vez más, la interpretación corre por cuenta de cada uno, pero la obra no es abstracta y es imposible verla sin tener presente el complejo y violento conflicto entre árabes y judíos y, por supuesto, sin querer saberlo todo sobre este coreógrafo israelí. ¿Puede la danza trascender las barreras políticas? Las presentaciones de Naharin han sido tan alabadas como boicoteadas en distintos países por ser considerado un embajador de su país, pero él ha manifestado a la prensa internacional que boicotearía su actuación si eso ayudara de alguna manera a los palestinos. También ha afirmado que las connotaciones nacionalistas, étnicas o religiosas no juegan ningún papel en lo que les influye y guía.
Minus 16 es una obra emblemática, una experiencia interactiva que busca trascender tensiones o diferencias con el lenguaje universal del movimiento. Una pieza que emociona por su sentido del humor, por buscar más el placer y la libertad del movimiento que la belleza, y por derribar toda clase de barreras. El sostenido aplauso del público celebró no solo esta magnífica gala de ballet sino la trayectoria de Rosina que tanto le ha entregado a su público.
Gala de ballet 31 de agosto
Auditorio Nacional Adela Reta
Swan Lake
Coreografía: Juliano Nunes
Música: PiotrIlich Tchaikovsky y Camille Saint – Saëns
Minus 16
Coreografía: Ohad Naharin
Reposición: Erez Zohar
Música: Banda sonora de “Cha-cha de amor”, canción popular arreglada por Dick Dale; canción tradicional “Echad mi Yodea”, arreglada e interpretada por TheTractor’s Revenge y Ohad Naharin; “Nisi Dominus”, de Vivaldi, canción de Harold Arlen arreglada por Marusha, “Asia 2001, Chopin”.