Please to meet you.
Por Silvana Silveira.
En términos cinematográficos, Raymonda sería la Cleopatra de Mankcievicz, una superproducción estilo Hollywood, con profusión de dorados, columnas, molduras, candelabros y rosetones, con particular esmero en inundar de lujo los sentidos. Si nos circunscribimos al plano de la danza, Raymonda es un ballet que condensa el estilo de Marius Petipá (1818-1910), el cuidado de las líneas, el diseño en el espacio, con un agradable equilibrio entre ballet clásico, bailes de carácter y algunos pasajes memorables donde la danza dialoga a las mil maravillas con la música de Alexander Glazunov (1865-1936).
La escenografía, que al igual que el vestuario, provino del Teatro Municipal de Santiago-Ópera Nacional de Chile, llama la atención por la abundancia de rosetones típicos de la arquitectura medieval propios de las iglesias del gótico francés –que pretendían aumentar el sentido de lo divino filtrando la luz que llegaba de las alturas–. Al igual que en los rosetones, las evoluciones planteadas por Petipá para los bailarines presentan elaboradas formas interconectadas en cuidado juego de la geometría, algo que se aprecia con más detalle cuando la puesta en escena se observa desde arriba.
Raymonda es un ballet de compleja tracería, tejido a modo de filigrana en donde todo parece apuntar a un determinado concepto de la sublimidad artística –propio de una época–, un ballet vistoso y espectacular que intenta elevarnos de lo material a lo inmaterial. Marietta Santi lo define como “un compendio escénico de la técnica”.
Otra particularidad de esta obra es que propone amplios espacios para el lucimiento del cuerpo de baile, hay mucho movimiento, muchas danzas exóticas (españolas y húngaras principalmente) y es una de las piezas más desafiantes para los roles principales, especialmente para la protagonista que tiene que desarrollar una serie de variaciones en distintos estilos que requieren una energía sobrehumana. Raymonda no es una obra particularmente conocida, y no es frecuente que las compañías de ballet la tengan de manera completa en su repertorio. No es el Lago, digamos, y eso puede ser algo atractivo para los que ansían ver algo distinto. Lo que se suele escenificar es la famosa variación del Acto III, un fragmento que es toda una obra de arte de la coreografía. ¿Qué es una variación? Nina Danilova, en su libro Eight Female Classical Variations lo define de la siguiente manera: “Musicalmente es una pieza solista compuesta para un bailarín, generalmente breve y coreográficamente intensa. Las variaciones son consideradas como la forma más pura del ballet clásico, un desafío técnico y artístico para los bailarines que pueden en estos pasajes expresar tanto la esencia más íntima de su personaje como la suya propia. Un triunfo de la artesanía musical más delicada. Para verlo con total claridad vale buscar la variación del Acto III realizada por Sylvie Guillem”.
¿Cómo es que Raymonda, con todos estos atributos, no llegó a ocupar el lugar de otras heroínas del ballet? Como en casi todo en la vida, este ballet tiene sus defensores y sus detractores. Entre estos últimos hay quienes señalan los caprichos de su trama y que la historia sirve de pretexto para unos divertimentos casi demasiado profusos. En el blog del British Ballet Now & Then hay un artículo que repasa algunos de los aspectos que se le han recriminado a esta historia: “Sin sentido” (Tomalonis, TheMysteries), “aburrido” (Sulcas) y “desprovisto de suspenso y drama romántico, un mero pretexto para una cornucopia de baile” (Khadarina, Mariinsky Ballet). En fin, para algunos el divorcio de Raymonda con la vida contemporánea resulta infranqueable.
Lo cierto es que, mientras Petipá y Glazunov proponen una coreografía y una partitura que propician el gran lucimiento del personaje principal, en el libreto de la escritora Lydia Pashkova ese protagonismo prácticamente desaparece. El argumento, que puede describirse como una doncella bajo el cuidado de su tía (la condesa) que tiene miedo de perder los estribos al ser galanteada por un seductor musulmán que le ofrece el oro y el moro, y en consecuencia prefiere mantener las buenas costumbres con su prometido (un cruzado católico), carece completamente de densidad dramática.
¿A qué se debe el extraño cruce entre las artes de Petipá y el libreto de Pashkova? Hubo quienes se preguntaron si existía una velada intención de realizar un paralelismo entre la Francia de las Cruzadas y la Rusia imperialista, con un mensaje nada subliminal: “El cruzado bueno se queda con la doncella amada”.
Santi nos da alguna pista sobre el arraigo histórico de esta pieza: “En la época de su creación, la Rusia Imperial llevaba a cabo una política de expansionismo en Asia. La guerra ruso-turca, que se libró entre 1877-1878, también conocida como la Guerra de Oriente, tuvo sus orígenes en el objetivo del Imperio ruso de conseguir acceso al mar Mediterráneo y liberar del dominio otomano a los pueblos eslavos de los Balcanes. En este sentido, no parece casual el enfrentamiento entre Oriente y Occidente presente en Raymonda, que además considera personajes históricos, como el rey Andrés II de Hungría y el cruzado Jean de Brienne (que ama a la protagonista), ambos líderes de la Quinta Cruzada (1217-1221). Y si lo histórico resultó una buena inspiración para la trama del ballet, también lo fue el modernismo en boga, corriente estética fascinada con la reelaboración de motivos exóticos, desde las estampas japonesas a los azulejos de origen árabe”, se lee en un artículo publicado en la revista La Panera.
Quizás solo se trate de no pedirle peras al olmo y de disfrutar de la fluidez de la música y la danza sin pensar demasiado, y ver cómo el mundo se aliviana y desaparece con las evoluciones de los bailarines. Pero la liviandad con la que está representado un tema de tanta vigencia y complejidad como el enfrentamiento de dos culturas, dos religiones y dos formas de concebir el mundo, puede ser difícil de sobrellevar incluso para los balletómanos.
Si nos atenemos al libreto, Raymonda es poco más que un trofeo para sus pretendientes. Incluso hubo un crítico del New York Times que bromeó acerca de quién era realmente Raymonda y quiénes eran sus padres, y si no sería hija del Rey de Hungría y de tú ya-sabes-quién (la condesa, o la Dama de Blanco, una estatua que cobra vida por las noches).
En cuanto a la Raymonda revisada por Luis Ortigoza, hay que destacar el acierto de acotar la pieza a solo dos actos, quitar los pasajes de pantomima y el personaje de la Dama de Blanco. Hay que resaltar la magnífica performance del BNS y el profundo cuidado con que fue llevada adelante toda la puesta en escena. El elenco estatal, que hace años viene dando sobradas muestras de su maestría, sorprendió una vez más con su exquisita interpretación. El mayor disfrute de Raymonda, que es como una clase de historia de la danza, se produce cuando la atención se centra en el baile. Y de eso sabe mucho el BNS. Esto es algo que los estudiosos de esta pieza ya han mencionado con puntería: mientras que en el libreto nuestra heroína es una doncella que parece no haber despertado a la vida, en la danza es vigorosa, vital y está completamente al mando de lo que pasa.
En la noche del 24, Nadia Mara se desenvolvió con la destreza física e interpretativa que requiere el personaje. Mostró tener puntas de acero y un sentido especial del ritmo a la hora de realizar las complejas variaciones. Entró como una brisa recogiendo flores del suelo, nos envolvió con su chal y nos transportó con sus delicados movimientos en el solo del arpa donde la música es mucho más que un mero acompañamiento. En la famosa variación del final, sus enérgicas y certeras puntas se combinaron con unas soberbias torsiones de espalda y la fluidez del movimiento de sus brazos. Hay que destacar sus movimientos hermosos, limpios, precisos, exactos y veloces. Una chica bastante despierta en contraposición a la florecilla que se mueve con el viento del relato.
Frente a Abderakhman, que aparece por primera vez como una premonición en su sueño para poner una nota disonante y abrir un nuevo registro en el espectro de sus emociones, el cruzado Jean de Brienne (Sergio Muzzio) queda un tanto opacado en sus movimientos. Agustín Pereyra será recordado por su derroche de energía e impecables ejecuciones en su rol de Abderakhman.
Lamentablemente, porque la música de Glazunov tiene pasajes magistrales y porque el ballet adquiere nuevas dimensiones cuando es acompañado por la orquesta, las funciones (con excepción de la primera) no pudieron ser acompañadas por la Orquesta Sinfónica Nacional del Sodre. Más lamentable aún son las circunstancias en que esa situación se produjo, debido a un altercado que está siendo investigado, entre el director artístico y musical, Stefan Lano, y dos integrantes de la orquesta, que parece ser el resultado de las tensiones que se viven desde hace años en el ámbito de la Ossodre, así como de la relación altamente desgastada.
Raymonda no es un obra que movilice a nivel de las emociones más profundas, como si lo fue Minus 16, la anterior producción de danza contemporánea que había estrenado el BNS, que dejó completamente desarmada a la audiencia y con ganas de ver más, mucho más. Raymonda es una pieza que rinde tributo a la herencia clásica, a la fuerza vital del ballet que se ha transmitido por generaciones. Como dijo la célebre Vaganova alguna vez: “si el arte debe reflejar la vida contemporánea, no significa que las imágenes clásicas del pasado deban desaparecer de la faz de la Tierra”.
Rosina Gil, primera bailarina uruguaya, recordó la despedida de la también primera bailarina uruguaya Paula Penachio en el rol de Raymonda de la siguiente manera: “Paula nos hechizó a todos, su danza fue generosa, ritual, miraba a cada uno de sus compañeros en escena a medida que repartía giros y equilibrios en los que parecía que se detenía el tiempo. Estábamos todos muy emocionados. Ella estaba plena, su mamá, su hermana y su pareja estaban en la platea y eso hizo que todo fuera más perfecto, ya la estamos extrañando, pero nos dejó la marca del ejemplo, que es perpetua”.
Raymonda
Ballet Nacional del Sodre
Dirección: María Riccetto
Coreografía: Luis Ortigoza
Raymonda: Nadia Mara
Jean de Brienne: Sergio Muzzio
Abderakhman: Agustín Pereyra
Escenografía y vestuario: Pablo Núñez
Reposición coreográfica: Pablo Aharonian
Música: Aleksaner Glazunov
Adaptación de iluminación: Pablo Pulido
Stage manager: Martín Segovia
Producción: Teatro Municipal de Santiago-Ópera Nacional de Chile
Función: 24 de agosto