El deseo de bailar
Por Silvana Silveira
Fue Onegin y Lensky en Onegin, interpretó a Don José y al Escamillo en Carmen, se puso en la piel del príncipe Pablo en Hamlet ruso, personaje que volverá a encarnar en esta nueva temporada del Ballet Nacional del Sodre (BNS) que comienza el 23 de marzo. Si bien lo suyo es el clásico y muchos lo recordarán por sus descomunales grand jeté, como el que quedó estampado para la posteridad en una gigantografía de El corsario que ha circulado con agilidad por las redes sociales, también se ha desempeñado con soltura en obras neoclásicas y contemporáneas. Más que príncipes de cuentos de hadas, prefiere interpretar personajes reales, portadores de fuertes emociones y perfiles psicológicamente complejos; esos caracteres lo desafían a ponerle su piel y transmitir sus vivencias, y le permiten sacar a relucir su enorme histrionismo y capacidad para emociones más allá de los límites del escenario.
Es oriundo de Málaga, la bella, una de las ocho provincias de Andalucía. Allí comenzó sus estudios de ballet en el Ateneo de Música y Danza de Málaga y en el Conservatorio Profesional de Danza de Málaga. Después siguió en el Real Conservatorio de Danza de Madrid y, cuando le quedaba un año para graduarse, se fue al Royal School Ballet de Londres. Pero fue durante un certamen en Barcelona que Julio Bocca, director del BNS, lo galardonó con el primer premio y lo invitó a bailar en estas latitudes.
Hace seis años que integra el BNS, se incorporó como solista en 2011 y ascendió a primer bailarín en la temporada 2014. Como mencionó una de sus compañeras: “Llegó siendo un niño, con apenas 17 años; ahora es un hombre en el escenario”.
Me contaron que le encantan los gatos.
Tengo dos gatos de raza persa, que es la que conocí desde que era pequeño. Son muy tranquilos, muy mimosos, y es bueno llegar a casa y tener a alguien que te reciba, que te necesite, entre comillas. Son uruguayos los dos. Llegué a la criadora por el boca a boca. Tuve a la primera por cuatro años y queríamos que tuviera un compañero; los dos están castrados, pero se hacen compañía. Son de la misma criadora. La hembra se llama Numa –saqué el nombre de la abuela de los hermanos Arias de la compañía, a quien conocí cuando recién había llegado acá– y el pequeño se llama Fito, porque cuando llegó estábamos escuchando mucho a Fito Páez. También tenía un erizo, que falleció mientras estábamos de gira, pero nunca tuve mucho feeling con él. Ya estoy pensando que cuando tenga mi granja voy a tener un montón de animales.
Julio Bocca lo vio bailar durante una presentación en Barcelona y lo invitó a que se acercara a la compañía. ¿Cómo fue el primer contacto con el director artístico del BNS?
Yo estaba estudiando en Madrid, en el Real Conservatorio Profesional de Danza, y mis profesores me enviaron a un concurso en Barcelona. Era el primer certamen internacional de danza que se hacía en Barcelona, y Julio estaba invitado para formar parte del jurado. Fue entonces que me vio, me otorgó el primer premio y me invitó al BNS, pero como me faltaba un año para graduarme no acepté. Pero al año me puse en contacto y, como la oferta seguía en pie, me vine.
Después de que me fui a Londres mejoré un montón mi parte técnica. Él seguramente vio el resultado del trabajo de mis maestros en Madrid, pero sobre todo me vio en el escenario, que es lo que me enciende. Vio esa parte de mí que, por más que lo intente, no sale en ninguna sala de ensayo, sólo en el escenario. Es un poco inexplicable, es algo que se prende fuego solamente al salir; algunos lo llaman ángel, otros le dicen alma, luz… No me gusta decirlo de mí, pero lo he escuchado muchas veces y es lo que la gente dice.
¿Qué lo decidió a venir, más allá de la invitación del director de la compañía?
Siempre lo dije: no sabía dónde quedaba Uruguay. Básicamente, lo me decidió a venir fue que no conseguía trabajo en ningún otro lado. No porque no me aceptasen, sino porque ni siquiera me dejaban intentarlo; por mi edad, por mi estatura, no me permitían audicionar en compañías europeas. Hay muchas compañías que piden chicos de 1,77 o 1,78, gente muy alta; yo no mido eso ahora y menos hace cinco años. Me acordé de la oferta, el director me pidió que viniera, lo cual es una buena oportunidad. Me voy a un lugar donde esa persona quiere que yo esté, con la promesa de que iba a bailar mucho en la compañía, y así fue. Un bailarín lo único que quiere hacer es bailar.
Siempre fui un poco donde me llevaba la corriente. En un momento tuve el sueño de estar en el Royal Ballet, ser una primera figura reconocida en todo el mundo. Cuando uno crece se da cuenta de que eso no es lo más importante en el mundo; si bien acá un poco lo conseguí, hay otras prioridades en la vida, no es solamente el trabajo y bailar y todo eso. Me refiero a vivir, concretamente. Nosotros estamos de 9.00 a 16.30 en el teatro, pero luego somos una persona más. Muchas personas cuando te ven te dicen: “Sos divino”, pero soy un ser humano igual que el resto; a mucha gente le cuesta entenderlo. Cuando termino, me gusta desconectarme completamente, no seguir enroscado en el ballet ni nada por el estilo. Mucha gente critica los piercings que me puse, pero lo hice porque me atraía, me llamaba la atención; para bailar me los tengo que sacar, porque no existe un príncipe que tenga estas cosas, pero tengo una imagen en el escenario y otra afuera. No estoy ansiando dar ninguna imagen en particular, soy quien soy, como todo el mundo.
¿Complementó sus estudios de danza con teatro, o es un actor nato?
Siempre fui muy actor, desde chiquitito. No estudié teatro, hice algunos cursos de verano, y justamente el año pasado estuve tomando clases con Gustavo Casco, nuestro gerente de logística, que también es actor profesional y maestro de teatro, pero nunca tomé cursos en forma continua. Siempre me gustó el tema actoral, incluso más que bailar en sí, es la parte que más me llena de los personajes, por eso estoy con muchas ganas de esta temporada hacer Hamlet ruso, que fue algo que me llenó muchísimo: me atrevería a decir que fue lo que más me llenó en los cinco años de mi estadía acá.
Es Pablo de Rusia, que tiene muchas similitudes con el Hamlet de Shakespeare, mucho de lo que le sucede va genial con la historia de Hamlet. Es un chico al que le pasa de todo, una desgracia tras otra. Busca permanentemente el amor de su madre, pero no lo consigue. Y cuando, por fin, encuentra el amor, su madre la asesina, su padre es asesinado por su madre; tantas historias, que lo hacen al pobre un tanto esquizofrénico y empieza a no distinguir entre la realidad y la locura. Toda esa variedad entre la lucidez y la locura me encanta, me enriquece muchísimo y me da la posibilidad de pasar por un montón de estados. Me encanta llorar en el escenario, porque significa que estás completamente ahí metido en esos momentos. Es muy intensa, pero termino la función muy lleno y muy cansado, al mismo tiempo; es como una descarga.
Es una obra con un lenguaje corporal increíble, con movimientos muy vertiginosos y aéreos que se parecen bastante difíciles de realizar.
Es un lenguaje que ahora tengo más en la piel porque ya lo hice, pero el montaje y meter todo eso en el cuerpo de uno fue muy complicado y muy frustrante en ocasiones. Ahora me sorprende, luego de haberlo hecho hace tres años, volver a remontarlo y mirarlo en los videos, cómo sólo vuelve, con lo que me costó llegar a hacerlo, y ahora me sale de una.
¿Cuáles han sido los personajes que más le aportaron?
Los más dramáticos. Es gracioso, porque cuando estaba estudiando todos me llamaban “principito, principito”, porque era el rubiecito, el clasiquito y todo eso. Cuando empezaba a trabajar me di cuenta de que no puedo ser menos principito, justamente los papeles en donde tengo que hacer de príncipe (no es el caso de Hamlet ruso porque es un príncipe real, una historia real) ficticio, un cuento de hadas en donde tengo que estar sonriendo, encontrar el amor verdadero, comieron perdices y fueron felices, me parece lo más aburrido que pueda existir, muy falso y algo que no me permite desarrollarme del todo. Sin embargo, los personajes como Don José en Carmen, Príncipe Pablo en Hamlet ruso, Albretch en Giselle, son papeles dramáticamente muy fuertes y siempre fueron mis favoritos, principalmente Hamlet ruso fue el que más me llenó. No en todos los ballets hay oportunidad de mirar al público, pero en la locura de Pablo podés mirar al público como si fueran imágenes en tu cabeza. Recuerdo, al final del ballet, en una escena en la que está destrozado, mirar al público y ver en la platea personas llorando; es lo más satisfactorio que te puede pasar, porque significa que las estás haciendo llorar porque les estás transmitiendo toda la historia y lo que vos estás sintiendo. Es muy bueno cuando lo que estás transmitiendo con tu arte llega al otro lado hasta el punto de hacerles sentir lo que estás sintiendo.