CONTRAPLANO
Por Diego Faraone
El renacido
Más allá de premios Oscar y Globos de Oro, desde su estreno El renacido ha presentado un interés extra: es una película sumamente polémica. Despier ta toda clase de críticas encontradas: por un lado, hay quienes la defienden enfatizando su perfil de gran espectáculo, señalando un despliegue técnico envolvente e impactante; por otro, quienes la desconsideran por su vacío conceptual, argumentando que, en definitiva, se trata de una propuesta carente de profundidad. Se retomó la eterna y, a esta altura, cansina discusión en torno a la forma y el contenido, y ocurrió algo bastante llamativo: si bien la película se convirtió en un taquillazo inmediato y en general al público le gustó, las críticas no le fueron muy favorables y algunos cronistas incluso llegaron a tomarse con desmesurada saña su destrato hacia la obra de Alejandro González Iñárritu.
Primero corresponde señalar que se trata de una película atípica. Por lo general, las superproducciones hollywoodenses tienen un perfil muy diferente de lo que ella presenta; los millones de dólares de presupuesto suelen invertirse en efectos especiales, en vistosas y elaboradas animaciones en CGI, en despliegues en los que, si bien en pantalla pareciera que existen los mil y un riesgos, son por lo general concebidos desde la comodidad de los estudios y con pantallas verdes de fondo. Esta película se encuentra en el extremo opuesto, y en ese sentido es una rara avis absoluta; para el rodaje el equipo de producción se trasladó a Canadá y al sur de Argentina, a regiones inhóspitas en las que podían encontrarse los escenarios nevados, montañosos y boscosos necesarios. En parte, la belleza de las imágenes se debió a la férrea decisión de González Iñárritu y del director de fotografía, Emmanuel Lubezki, de filmar sólo con luz natural. Debido a que la luz ideal para el rodaje era muy acotada, algunos días el tiempo útil de trabajo se redujo a noventa minutos, en los que había que aprovechar para filmar la mayor cantidad de tomas. Este aspecto motivó que el numeroso equipo de producción (unas 300 personas) debiera exponerse a tormentas y a fríos extremos por un período prolongado; se esperaba terminar la producción en siete meses, pero se extendió por un año. Más allá de los esfuerzos que insumió la película –eso no debería importar a la hora de evaluar los resultados–, es patente que se trata de una iniciativa que sigue un camino inverso a las tendencias dominantes, ya que, como pocas veces, es la naturaleza misma la base del espectáculo, reforzando un aspecto vivencial e irreproducible. Como si de golpe hubiera una voluntad de regresar cuarenta años atrás, recurriendo al poder más rudimentario, fascinante e hipnótico de los planos abiertos y la magnificencia hostil de los territorios agrestes de las que se nutrían algunas películas de David Lean, Werner Herzog, Akira Kurosawa y Andréi Tarkovsky.
Como decíamos al comienzo, la discusión de contenido y forma se agota en sí misma; ante la búsqueda de significaciones profundas, conviene señalar que muchos de los grandes directores de la historia filmaban películas esencialmente superficiales, ejercicios cinéticos y cinematográficos en los que la forma dominaba: Fritz Lang, Buster Keaton, Alfred Hitchcock, Jean-Pierre Melville, Tim Burton, Quentin Tarantino, Johnny To y tantos otros cineastas de género han sabido concebir obras maestras cuya superficialidad es prácticamente un atributo y en las que la composición audiovisual adquiere un rol preponderante. Por supuesto que en El renacido hay decisiones formales quizá equivocadas (sobran los planos oníricos), gratuidades varias (algún cuero cabelludo se desprende innecesariamente) y algún sinsentido (sobre el final sólo dos personas salen a la caza de un temerario asesino), pero a pesar de ciertos defectos muy puntuales, se vuelve difícil comprender que una película sensorial y prácticamente inmersiva a nivel físico sea tan fugazmente desestimada por muchos especialistas. Habiendo tanto cine incapaz de generar emoción alguna en sus espectadores, una opresiva, doliente y atmosférica historia de supervivencia de este tenor es algo sin dudas sobresaliente. Su visionado supone, como pocos, una experiencia cinematográfica que no podría dejar al espectador inalterado; no conviene desaprovechar la opor tunidad de vivirla frente a la gran pantalla.