La gloria de papá
Papá ha muerto. Alba (mamá) lo extraña menos que Lilián y Ernesto (los hijos) y tendrá sus razones, personalísimas, claro está. Silvana (la hija menor) también lo extraña, aunque tiene otros asuntos más importantes por los que preocuparse, como descubrir por qué le cuesta tanto que la quieran sus novios.
Al principio, la madre y los hijos mayores se disponen en la escribanía a oficiar la venta de la casa de la costa porque la hija menor no responde los llamados que infructuosamente le hacen los hermanos, pero un corte de luz dilata la cuestión para después. Todos los presentes se quieren sacar el incordio de la venta de Alelí, la casa de la costa (Alelí por Alba y Alfredo, los padres; Ernesto y Lilián, los hijos), e instalan en primer plano el tema del dinero, quizás para ocultar el dolor de perder aquel espacio que los reunió durante tantos años y que ya no será de ellos.
En la mitad, Lilián oficia el almuerzo pasada la misa por papá y Ernesto se encarga de cargarse el encuentro con los reproches a la hermana, reproches de toda laya y que tienen un común denominador: saber quién sufre más. Ernesto se va del almuerzo, solo, y se refugia en Alelí. Claro, ahí está Silvana, quien evidentemente prefiere el refugio entre las dunas a dejarse arrasar por las olas de la ciudad. No hace falta que lo confiese, es una acción recurrente en su vida la escapada a Alelí. Ernesto se alegra porque prefiere estar acompañado aunque no lo demuestre. Así, entre confesiones sordas y travesuras que dan vergüenza ajena, tanto Ernesto como Silvana pasan una tarde en Alelí que puede ser la última, y que termina en la comisaría cuando Ernesto, en un arranque de rabia, prende fuego el cartel que el constructor puso en el terreno de la casa anunciando el condominio que próximamente se erigirá ahí.
Lilián y Alba van en auxilio de hermanos e hijos, y lo que queda claro entre ellos cuatro, claro como cristal que refleja un rayo de sol sobre un papel en blanco, es que papá hubiese querido que su familia lo despidiese ahí, en ese enclave que tanto esfuerzo le costó levantar (quizás desde los sueños de cuando era un gurisito), y que en los ojos de todos ellos Leticia Jorge permite que veamos dónde queda la patria de la infancia.