Daniel Tomasini
En un rincón del Gran Buenos Aires existe un lugar que por sus características pareciera ser ajeno a la cultura rioplatense y que se asemeja mucho a otros lugares típicos de Sudamérica, tal vez a una ciudad como Bahía u Ouro Preto, donde el color aplicado a las edificaciones juega un rol de gran importancia. Nos referimos al barrio de La Boca, denominado así por estar situado en la boca del Riachuelo, un lugar portuario cuya actividad se ha desplazado hacia el norte, a Puerto Madero. La Boca recoge una tradición de artes plásticas y tango que, entre otras cosas, lo convierte en un lugar de encuentro del turismo internacional.
La zona de interés no es muy extensa y consta de algunas calles y callejuelas que son el refugio y la base de varios grupos de artistas plásticos. Pintores y escultores tienen sus talleres en este enclave que, en algunos casos, recuerda al conventillo montevideano. Estas calles están tapizadas de bares, restaurantes, tiendas de souvenirs y de indumentaria, relacionadas con la historia del lugar, donde se dieron cita grandes artistas, músicos y cantantes, cuyas fotos juveniles (la mayoría ya no están entre nosotros) decoran los bares de la zona. Allí también se lucen los bailarines de tango. No faltan los ídolos futboleros, sobre todo Diego Maradona y Lionel Messi, quienes, entre fotografías inéditas y esculturas de tamaño natural, también forman parte del múltiple homenaje que el pueblo porteño rinde a sus personalidades, de las que se siente orgulloso. El papa Francisco también tiene su lugar de representación mediante esculturas colocadas estratégicamente en este colorido entorno.
Frente al Riachuelo, en lo que podríamos llamar la rambla, que es destino de todos los colectivos, se encuentra el museo Benito Quinquela Martín. Es un museo de especiales características. En el tercer piso se encuentra la que fuera vivienda de este gran artista, cuyos orígenes biológicos se desconocen porque fue adoptado por una familia que le prodigó el afecto que le permitió desarrollar un talento pictórico que se destaca por su vigorosa intuición de color. Mediante armonías cromáticas espléndidas, en los aledaños del museo se ve este color, que invade las viejas viviendas del barrio, desde los balcones de hierro, las balaustradas, las puertas y ventanas, hasta las molduras y el revestimiento de chapa de zinc, que increíblemente cambia su aspecto vinculado a la vivienda marginal –que todos estamos acostumbrados a ver con su tinte de óxido de hierro– a espléndidas composiciones en las que los planos de color producen verdaderas pinturas.
Se trata de un fenómeno muy especial provocado por la vida y la obra de Quinquela Martín en las viviendas de este pequeño barrio. Vale la pena subrayar la extraordinaria armonía de colores de matices complejos que se aprecia en una pared, por ejemplo, en contraste con los planos de las molduras y los tableros de las puertas; una suma de detalles tratados con color que componen una genuina unidad plástica. Quinquela Martín pintó las escenas del puerto desde las primeras décadas del siglo XX; su atención se centró no sólo en las embarcaciones y su entorno, sino en los trabajadores del puerto; describió sus actividades de carga y descarga, incluso registró accidentes, incendios, trabajo bajo la lluvia, entre otras. Es notable la energía que incorporó en su pintura por medio de los planos de color intensos y los contrastes sutiles, los primeros planos con reflejos y, en general, el planteo de una composición que tiene mucho de metafísico. Tal vez en los genes de este artista se encuentre la huella de los grandes metafísicos italianos, pioneros en esta estética, como Carrá y Morandi.
Lo cierto es que Quinquela Martín incorpora su sello poético a la imagen de la actividad portuaria mediante un finísimo tratamiento del color, incorporando matices extraños a la policromía realista de los puertos, caracterizada por los grises y los tierras (aun el mar está impregnado por estos tintes debido a la polución y a la actividad mercantil). Sin embargo, el pintor les devuelve su pureza a los elementos y los resuelve en matices brillantes. Cuando se decide por los negros, la mezcla de matices es intensa y tales negros están repletos de color. El color con mayúscula ha sido la búsqueda de este artista, y sus logros se han visto reflejados en una muy particular gestión que unifica la búsqueda artística con el arte urbano ejemplificados en las pinturas murales de La Boca, que la coloca en una posición extremadamente particular en el concierto de intervenciones urbanas del mundo. Citamos algunos párrafos de Ignacio Gutiérrez Zaldívar sobre su admirado artista Quinquela Martín, en relación con su origen y calidad humana. Esta visión complementa sus talentos artísticos y aproxima esta personalidad tan excepcional.
Del artículo ‘Un niño abandonado es el artista más popular del arte de los argentinos’, publicado en un catálogo para la exposición Zurbarán XXIX Aniversario, son los siguientes fragmentos:
“A las 8 de la noche del 20 de marzo de 1890 fue dejado en el torno, que estaba a la entrada de la Casa de los Expósitos, en lo que hoy es la Av. Montes de Oca número 40, un niño de veinte días de edad, con camisa, pañal y ombliguero de madrás, faja blanca de algodón, gorrito y tres mantillas de bombasí, un trapo grueso de algodón y la mitad de un pañuelo de hilo. Fue bautizado el 21 con el nombre de Benito Juan y con el apellido Martín.
Vivió casi ocho años allí y fue colocado el 18 de noviembre de 1897. Hasta aquí la letra de un acta que lleva el número 447 y que se encuentra en los archivos del Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elisalde.
¿Qué ocurrió en Buenos Aires en dicho año? Fueron abandonados 1.076 niños y sólo 205 fueron dados a familias, 693 fallecieron y 1.466 vivían en la Casa de los Expósitos. Es el tiempo de la inmigración y el gran desempleo en la ciudad, y cerca de tres chicos eran abandonados por día.
[…]
¿Por qué fue dejado con ropas lujosas? Fue para significar que el chico venía de buena cuna y que las seis hermanas de caridad que cuidaban niños debían tener por él un cuidado especial.
¿Por qué se dejó un pañuelo bordado con una flor, cortado transversalmente? Era costumbre dejar algún elemento que permitiera demostrar luego quién había dejado al niño, en otros casos se dejaba un pedazo de servilleta o un vestido. Se utilizaba el término ‘colocado’ en razón que se daba una tenencia del niño y luego se hacían los trámites judiciales para que fuera adoptado y se le pudieran hacer los documentos correspondientes con el apellido de sus padres adoptivos.
¿Quién era este niño? El artista más popular y el filántropo más destacado que ha tenido la Argentina. Su padre adoptivo fue un genovés que había trabajado en Olavarría y que cargaba carbón de leña en La Boca, se llamaba Manuel Chinchella. Su madre, una analfabeta entrerriana, que lo amó y lo cuidó, se llamaba Justina Molina. Cuando este niño tenía 29 años cambió la grafía de su nombre debido a los problemas y confusiones que le generaba, ya que a Chinchella le decían burlonamente ‘chinche’ y además los genoveses lo pronunciaban Quinquela, por eso pasó a ser Benito Quinquela Martín. Vivió con sus padres hasta que ellos fallecieron a los 78 y 84 años, con sus primeras ventas les compró la casa y la carbonería donde trabajó de niño y luego compró los mejores terrenos para construir una escuela para mil niños, un lactario donde las amas de leche dieran alimento a los niños abandonados o pobres, una escuela de artes gráficas para que se especializaran los niños del barrio y un instituto odontológico modelo, que él no tuvo, por lo que siempre padeció una dentadura imposible. También un jardín de infantes y, en fin, todo lo que recibió lo dio, porque sin duda el ser feliz es dar sin esperar recibir”.