Pintar la diafanidad
Afortunadamente, gracias a la iniciativa del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) tenemos la oportunidad de disfrutar una retrospectiva de la artista Petrona Viera (1895-1960) que permite reconocer su pensamiento visual de vanguardia desde la perspectiva de la primera modernidad en la pintura uruguaya.
Para situar a Petrona Viera en su verdadera dimensión estética hay que llegar a una composición de lugar, definir un tiempo y un espacio que hoy corresponden a una historia fundacional en el arte uruguayo. Este movimiento ha tenido sus primeras motivaciones en la escuela del posimpresionismo español, denominado luminismo y liderado por Joaquín Sorolla, en su caso con una fuerte impronta realista en tanto se registra el fenómeno de la luz, a niveles del efecto en seres y en objetos, que el artista traduce en formas plásticas. Otros artistas contemporáneos a Sorolla, como Anglada Camarasa, indagan en caminos de mayor abstracción bajo la premisa del valor intrínseco de la luz del color, y sus composiciones llegan a extremos no realistas. Esta conjunción de teorías, además de las aportadas por el grupo Nabis en Francia ‒uno de sus principales exponentes fue Édouard Vuillard–, están construidas sobre la problemática de la luz, la iluminación y los efectos naturales de la luz (que fueron los que suministraron a los impresionistas el material primario de investigación plástica) en relación con su posibilidad de representación visual, y fueron recibidas por los artistas nucleados en el Círculo de Bellas Artes, que en sus comienzos contaba con maestros catalanes. La influencia de estos maestros fue determinante para la fundación del imaginario creativo nacional.
Por otro lado, pintores como Manuel Blanes Viale trajeron su experiencia de la pintura al natural de las costas de España, donde el problema de la luz y el color se establece como una cuestión a resolver mediante la técnica. La técnica dará lugar a ulteriores catalogaciones de la pintura. En este sentido podríamos catalogar la obra de Blanes Viale como de un naturalismo luminista. Este título corre por nuestra cuenta y en realidad poco importa el término más allá de llenar un vacío en las categorías que estructuran el conocimiento estético. Del mismo modo, entendemos que el término planismo, adjudicado a la escuela de la que formó parte Petrona Viera, poco aporte hace a la comprensión de los integrantes de esta escuela. De todas maneras, así está compuesta la historia del arte, que funciona como una serie de calles con semáforos, aunque posiblemente de más variados colores que los conocidos y tradicionales.
Para cerrar este comentario digamos que cuando Rafael Barradas vino a Montevideo tuvo una experiencia de pintura al natural en una playa de nuestra ciudad. Su primera reacción fue tomar conciencia de la violenta influencia de la luz sobre el paisaje, lo cual le hacía difícil –según él mismo manifestaba‒ preparar su paleta para esa ocasión. Petrona Viera fue uno de los artistas uruguayos que resuelven esta cuestión.
Petrona Viera nació en Montevideo. Es la primera de sus once hermanos, hijos de Feliciano Viera y Carmen Garino. Su padre ejerció la presidencia de la República entre l915 y 1919. Padeció sordera incurable a partir de los dos años, lo que no le impidió, obviamente, aprender a comunicarse. Estudió en el Círculo de Bellas Artes con Guillermo Laborde y se dedicó profesionalmente a la pintura, siendo la primera mujer artista que nuestra historia registra. La obra que podemos apreciar en el MNAV revela su pasión por el retrato, las escenas costumbristas y el paisaje. Tal vez por la ausencia absoluta de sonidos, el mundo de Petrona Viera se transformó en una experiencia visual plena, y este fenómeno, posiblemente, hizo que analizara la realidad por medio de la pureza de la forma. La visión como algo absoluto fue traducida a la forma plástica a partir de un concepto de representación donde el color es el verdadero articulador de la sensación.
Esto obviamente ocurre con su pintura, en tanto en el grabado la búsqueda de la luz es una constante y la artista la logra plenamente con la depurada técnica que exhibe en sus xilografías.
Petrona Viera logra en sus paisajes –pequeñas pinturas pintadas al óleo‒ lo que podemos calificar de obra ejemplar, porque su tratamiento y concepción son verdaderamente únicos y, como tales, adquieren una contemporaneidad sorprendente.
El mundo hermético de Petrona Viera se ilumina más allá del acontecimiento, su paleta se afina en matices de una, paradójicamente, vigorosa sutileza que confirma la dirección de su existencia no solamente hacia la experiencia visual, sino hacia el fenómeno plástico que emerge con una pureza y una diafanidad que sorprenden. Sorprende tanta claridad, aun en días de tormenta, que en algunos casos constituyen su tema. Sus desnudos femeninos, sus mujeres negras, sus retratos de niños, escenas de escuela y de la sociedad a la que ella pertenecía, están todas impregnadas de una claridad que en algún momento sospechamos si se trata en verdad de escenas cotidianas. Esta condición nos conduce –aunque a desgano– a volver a intentar otra clasificación que tampoco hace justicia a su obra, la de pintura metafísica. Básicamente, este término busca indagar en “más allá de lo físico”, en los fenómenos ante los que en principio el método científico no tendría eficacia. Independientemente de lo filosófico, en arte existe esta categoría aplicada a una serie de pintores italianos de la década de 1920.
Todos buscaban una realidad pictórica que no se explica por la realidad visual en el sentido de la representación. Todos inventaron una técnica apropiada a la persecución de este objetivo. Petrona Viera utilizó las herramientas que obtuvo de su formación y las adaptó a su realidad personal y biológica, como sujeto de percepción particular a la realidad que ella quiso transmitir. Se apropió de una realidad contingente y la convirtió en irreal y permanente, fijando con sus colores un mundo que contenía la suma de sus percepciones –y apercepciones– personales, fruto de una síntesis magistral y de emoción de crear. Toda su serie de retratos al pastel ejemplifica la depuración de la que hablamos.
Fruto de una síntesis plástica sumamente inteligente, esta depuración se manifiesta en el color exacto y necesario. Quedan afuera los elementos accesorios, todo lo que pueda perturbar de la misma manera en que los ruidos quedaron fuera de su vida. Sin embargo, su color está lleno de sonido y es posible que Petrona pudiera escuchar el ruido de sus olas o el viento en las ramas de sus árboles cuando pintaba. Esta es una exposición no sólo muy importante en el sentido de homenaje a una artista fundacional (y mujer), sino también para comprobar que el gran arte no pasa de moda.