Gran retrospectiva de Barradas en el MNAV

  • Playa Ramírez, 1911. Óleo sobre tela, 26 x 31,5 cm.
  • La familia, 1922. Óleo sobre tela, 108 x 140 cm.
  • La niña de la muñeca, 1922. Óleo sobre tela, 98 x 75 cm.
  • Antonio de Ignacios, c. 1918‐23. Óleo sobre tela, 67 x 56 cm.
  • Pilar y Rafael, c. 1924‐26. Lápiz sobre papel, 23 x 19 cm.
  • Retrato de Pilar, 1922. Óleo sobre tela, 120 x 74 cm.
  • Los Magníficos_Molinero aragonés, 1924. Óleo sobre tela 117 x 75 cm.
  • Los Magníficos_Constructor catalán, 1927. Óleo sobre tela, 100 x 75 cm.
  • Los Magníficos_Hombre en el café, 1925. O
  • Los Magníficos_Hombre en la taberna, 1922. Óleo sobre tela, 106 x 84 cm.
  • Místicos_ La vírgen y el niño, 1928. Óleo sobre tela, 63 x 47 cm.
  • Estampones_ Negra y marineros, c.1928. Acuarela sobre cartón, 60 x 44,5 cm.
  • Estampones_Los taitas, 1928. Acuarela y lápiz sobre papel, 62 x 46 cm.
  • Vibracionismo_ Estudio, 1914. Óleo sobre cartón, 46 x 54 cm.
  • Vibracionismo_ Naturaleza muerta con carta de Torres García, 1919. Técnica mixta ‐ Pintura, 58,5 x 52 cm.
  • Vibracionismo_ Acuarela, 1917. Acuarela sobre papel, 24 x 17 cm.
  • Vibracionismo_ Estudio, 1919. Acuarela y lápiz sobre papel, 23 x 26 cm.
  • Vibracionismo_ Cabeza, c.1918‐23. Acuarela sobre cartón, 39 x 33 cm.
  • Vibracionismo_ Poema ilustrado, 1921. Acuarela sobre papel, 66 x 47,5 cm.
  • Vibracionismo_ Zíngaras, 1919. Óleo sobre tela, 100 x 118 cm.

Con el alma en las manos

Es cierto que Barradas es dibujante. Su intensa actividad como ilustrador, decorador, escenógrafo, caricaturista, afichista, da cuenta de ello. Pero Rafael Barradas, sobre todas las cosas, es un pintor porque el pintor se define no por su originalidad sino por su autenticidad. Además, es un pintor porque lo que pinta se nos ‘da’ –él lo ofrece– como hecho plástico. Pero, además, nos ofrece lo que no se puede ver ni tocar. He ahí el secreto y Barradas lo posee y poco interesan las historias esteticistas del ‘vibracionismo’, el futurismo y otras tantas que no son sino meras fórmulas. Barradas se libera de estas categorías formales que lo único que hacen es distraer de la pintura. Es un artista de la pintura pura, porque relata con colores lo invisible; la dignidad del hombre. Su arte cala en las profundidades de un humanismo al que no es fácil acceder a través del lenguaje artístico.

Barradas no es un expresionista, es un constructor de atmósferas vitales, densas, un narrador de la aventura del espíritu, tan lúcido (y tan místico) como Dante. Transforma la violencia de la pobreza en digna resignación, por fuera de discursos altisonantes, encuentra el color tan particular como difícil de hallar para expresar sentimientos en estado de pureza. Se eleva con su pintura a la altura de lo universal, porque el hombre, intrínsecamente, es el mismo en cualquier parte del mundo. Su sangre es española por parte de ambos padres y su espíritu es montevideano, porque su adolescencia transcurrió allí. Más tarde, llevará el aire de Montevideo a Europa pegado a sus pinceles (Duchamp llevará su botella llena de aire de París a Nueva York). Regresará unos meses antes de morir.

Antes de su consagración en el viejo continente, realiza una temprana obra maestra en 1912: ‘Los emigrantes’. Pintura que inaugura la modernidad uruguaya. Una composición vigorosa y simbólica, que convierte al emigrante en un protagonista de la esperanza, al comienzo de un largo e incierto viaje del que mucho sabían nuestros abuelos. Un color sobrio, y sin embargo vibrante, equilibra las masas de hombre-bulto-maleta-cuerpo; la vida trashumante. Una luz fría e irreal se avizora en últimos planos y en los intermedios, tres hombres toscos y pesados se apoyan en una columna transparente, color de cristal verde, posiblemente sinónimo del espejismo de la materia. Una pintura llena de fe y de nostalgia, características del espíritu ibérico que tan bien supieron definir los versos de Antonio Machado. Esta pintura tiene la misma altura plástica y filosófica que ‘Los comedores de papas’, de Van Gogh. Curiosamente ambos artistas mueren casi a la misma edad. Barradas a los 39 años y Van Gogh a los 37. Los emparenta su visión humanista, su autenticidad y su ansia de búsqueda de la ‘verdad’ social en la pintura. Barradas, por su parte, es el pintor de la síntesis. Cuando pinta personajes sin boca es porque no hay nada que decir, aunque la tela se exprese a gritos.
Su familia, como él mismo dice, “está pintada con el alma más que con las manos”. Nosotros diríamos “con el alma en las manos”. Es notoriamente más fácil describir un estado espiritual que pintarlo; sin embargo Barradas lo logra. Cuando coloca ojos vacíos, el poder de la mirada del personaje es aún más agudo y se clava en el espectador, como reclamando una respuesta. Los magníficos, serie pintada entre 1922 y 1924, alcanza la cima de su expresión. Se puede sentir a la propia harina recubriendo a su ‘Molinero aragonés’, escuchar la respiración de sus personajes de café, la picardía, la desconfianza, la tristeza.
Observador minucioso de los rasgos humanos, posee la mirada atenta y discriminadora de los grandes narradores. Es así que pinta los huesos que moldean la carne de sus personajes paupérrimos, las manos enormes desarrolladas por el trabajo, la fe, la ternura, el color térreo de la tez (como su propio autorretrato, que se lleva como una marca amorosa), la paz con que sus mujeres reciben el calor del sol que anida en las ventanas. Todos personajes comunes, cotidianos sin el glamur que exige la alta sociedad. Barradas es un pintor urbano y su pintura transcurre en capas opacas o traslúcidas, dependiendo del espíritu del modelo que quiera transmitir, pero siempre se siente lo humano, aun en sus casas y edificios.
Desarrolla un estilo maduro en función de esa cualidad de penetración psicológica, trasegando sensaciones que depura en finas capas de pigmento, de una frescura sorprendente. Su calidad humana y su condición de pionero se testimonian en medio de las publicaciones, de su alma de peregrino, de su ajetreado trajinar entre poetas, escritores, dramaturgos, pintores de vanguardia. En la rica correspondencia con Joaquín Torres García, Barradas aparece siempre apoyando moralmente y estimulando la investigación de Torres, particularmente en la difícil etapa por la que atravesó éste en Nueva York.
Al mismo tiempo, el estilo maduro de Barradas puede considerarse un firme sustento de lo que se puede calificar de arte americanista, cuyas bases fueron sentadas a principio de siglo por el uruguayo Pedro Figari y los muralistas mexicanos. Los tipos mestizos serán la constante de muchos artistas americanos, desde Guayasamín hasta Portinari. Y Barradas ciertamente reúne la condición de pintor de tipos regionales, profundamente psicológicos.
Esta importante retrospectiva que ha significado un esfuerzo para el Museo Nacional de Artes Visuales (colección del propio museo) permite hacer justicia a un artista que si no fuéramos proclives a las tontas clasificaciones patronímicas diríamos que es “el padre de la pintura moderna uruguaya”. Su condición de pintor de avanzada también se le reconoce en una España que observa la emigración a París de dos de sus grandes hijos: Pablo Picasso y Juan Gris.
Barradas es hoy historia y presente, en tanto la pintura pura nunca muere. Resulta bueno que las nuevas generaciones se acerquen confiadamente a reconocer lo que significa la autenticidad de un artista que supo ser él mismo desde lo profundo de sus convicciones.

Título de la muestra: Barradas.
Artista: Rafael Barradas.
Lugar: Museo Nacional de Artes Visuales.
Fecha: febrero-junio 2013.

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