Por Gabriela Gómez.
Liliana Farber (Montevideo, 1983), artista visual radicada en Nueva York, presentó sus creaciones en la galería Zoco de Maldonado en la muestra Desiertos imaginarios, inquietante nombre para una artista que tiene como tema el tecno-colonialismo y que utiliza el aporte de las nuevas tecnologías como metalenguaje para preguntarse cómo influyen las empresas globales en la percepción del espacio que nos rodea, qué lugares ocupan como integrantes de un mapa político y económico y, a la vez, notar la falta de una fuerza que pueda defendernos ante esa invasión de información, que muchas veces nos deja a la deriva.
Por medio de imágenes fijas, otras en movimiento, aplicaciones que nos permiten escribir mensajes de texto desde un servidor ubicado en un buque a la deriva, seleccionando palabras que han sido tomadas del libro Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; o cómo influye la tecnología en nuestro mundo actual y en nuestra conducta y lenguaje, su obra se trata de una reacción frente al colonialismo y a la actitud del náufrago de convertir al nativo de la isla a su forma de vida, además de dar una mirada sobre el deseo de expansión capitalista de poseer territorios desiertos, que no pertenecen a nadie y están dispuestos para su expropiación.
En sus obras intenta, según sus palabras, instalar la duda, por ejemplo, superponiendo mapas antiguos con los proporcionados por Google Earth, construyendo imágenes satelitales falsas y haciendo reflexionar desde otro punto de vista, con nuestras propias palabras.
¿Cómo fueron tus comienzos como artista visual?
Empecé a estudiar pintura con Analía Sandleris, cuando era muy joven, a los dieciséis años y ella me enseñó mucho el tema de ver, de componer, de armar. Aunque después me fui de la pintura, creo que esa base sigue presente y se puede ver, como el uso de la abstracción, que fue como clave en mi comienzo y en mi formación. Hice unos años de Bellas Artes e hice la carrera de la ORT en diseño gráfico. Cuando me recibí, me fui a Israel, donde hice un máster en arte, pero empecé a trabajar en el mundo del high-tech, en el diseño y ahí como que entré en el mundo “del código” y conocí mucha gente y todo eso empezó a impregnarse en mí.
Entonces empecé a jugar con códigos utilizando el arte. Previamente yo estaba trabajando en la fotografía y cuando empecé a trabajar con códigos, lo hice con imágenes que sacaba de Internet, tratando de entender el mundo de la inundación de imágenes y de la percepción, es decir, cómo npercibimos toda esa cantidad de imágenes.
Siempre trabajé al límite de la abstracción, me interesa mucho el tema de la percepción y cómo nos enfrentamos a esa masa de información y de imágenes en el mundo. Creo que también ahí entra mi formación con Analía, de ese trabajo plástico de la abstracción. En cierto momento, surgió la oportunidad, me fui a Nueva York y ahí hice otro máster en arte, y estoy trabajando allí.
En la Galería Zoco, en Maldonado, presentaste la exposición Desiertos imaginarios, ¿por qué ese nombre?
Trabajo mucho con el tema del tecno-colonialismo. Es una mirada al mundo que pone énfasis en cómo las empresas tecnológicas globales están tomando los lugares de los viejos imperios y las ideas colonialistas, y cómo van, digamos, influyendo el mundo a través de los flujos de información y de capital. Y cómo van tomando también los lugares de ciertos gobiernos, cuando, por ejemplo, definen cómo es la identidad de nosotros, cómo accedemos a ciertos servicios, cómo nos comunicamos. Y, por ejemplo, cómo toman los minerales de cierto lugar para generar la infraestructura y nosotros pagamos, utilizamos o somos el producto y después esos dineros van, por ejemplo, a través de ciertos lugares que no pagan impuestos. A mí me interesa mucho ese ese concepto de tecno-colonialismo y en mi obra, muchas veces junto mapas antiguos o bitácoras coloniales o maneras, digamos antiguas, de entender, de representar al mundo con maneras contemporáneas, con mapas contemporáneos. Un poco también para mostrar cómo las tecnologías cambian, pero los ideales son los mismos.
¿Cuál sería el trabajo que haces en esa comparación de mapas antiguos y las representaciones actuales?
En la obra me interesa, a través de la comparación, sacar a la luz ciertas cosas que yo veo de los algoritmos contemporáneos, de la manera, por ejemplo, de acceder a información que tienen esa mirada colonial, y el desierto es siempre una mirada colonial. Por ejemplo, el pensar a las Américas o ver a las islas como vacías, fue como la gran oportunidad para que los europeos vinieran y se apropiaran con la excusa de que no había nadie y esas tierras no eran de nadie. Trabajo mucho con islas en la exposición y siempre estaba de nuevo la fantasía de la isla desierta, que también es una idea, a mi entender capitalista, de seguir encontrando el capitalismo. Siempre tiene que crecer, siempre tiene que encontrar más fuentes de riqueza, pero son desiertos imaginarios.
Una de tus obras, Blue Vessel, es una aplicación alojada en un servidor de un buque a la deriva y parece muy representativa de esta idea.
Sí, esa es una obra de 2017, es un poco anterior y creo que fue la obra que me empezó a llevar por todos estos caminos coloniales y pensar en ese deseo de ir a nuevas tierras, pero siempre llevando lo que tiene Robinson Crusoe y es que aterriza en una en una isla, al parecer desierta y trata de regenerar la sociedad inglesa, reproduciendo su sistema de dominación. Esa obra fue la que, más o menos, me empezó a llevar por ese por ese camino.
¿Cómo es esa obra?
Se trata de una aplicación para teléfonos inteligentes que cuando uno entra empieza con un contrato de usuario que explica que los servidores que contienen a esa página web están en un bote sin bandera a la deriva en aguas internacionales. Una cosa que a mí me interesa es el hecho de que, según la ley internacional, los usuarios de los sitios web estamos bajo las leyes de los lugares donde están los servidores, donde a su vez están conteniendo los sitios web y esa es información que no tenemos. Por ejemplo, nosotros entramos a Facebook, o entramos a Gmail y no sabemos en dónde están esos servidores. Por ejemplo, hasta hace poco los servidores de Facebook estaban en Escocia para no pagar impuestos. Entonces nosotros si entrábamos a Facebook estabas bajo las leyes de Escocia, y eso es una cosa que a mí me interesó mucho. Después estuve pensando en un agujero en ese sistema legal internacional que, si vos tenés un servidor en un bote sin bandera en aguas internacionales, técnicamente no estás bajo ninguna ley, que era un poco la fantasía que teníamos como usuarios de Internet, que es un mundo libre, pero esto es una fantasía.
Se trata de esa idea de no saber realmente si es verdad o no es verdad esa propuesta que estoy haciendo, de que si estos servidores están o no están ahí. Y bueno, una vez que el usuario entra hay dos funciones de la aplicación: una es mandar mensajes y otra es navegar por links. La parte de navegación de links está compuesta por una lista larga de links donde cada uno tiene diferente tipo de información acerca de cómo sobrevivir en alta mar, o si quedás varado en una isla desierta cómo hacer ciertas cosas. Es, digamos, como una base de datos de cómo se puede hacer para sobrevivir en una isla desierta, pero la característica es que cuando uno empieza a hacer scroll para para ver más, las letras se empiezan a mover y los links siguen funcionando y uno puede seguir navegando, pero lo que lo que pasa es que uno pierde la noción de dónde está y queda a la deriva. Y es lo que a mí me interesaba: nosotros pensamos que estamos en control cuando accedemos a información en línea, pero no nos damos cuenta de que realmente estamos a la deriva y que las empresas como Google deciden qué información llega por diferentes razones políticas y económicas, se elige qué información va primero, qué información aparece. La idea es como un mar, estar perdidos en un mar de información.
Y después la otra función es la de crear mensajes y esto es una aplicación. Como cuando usás los teléfonos, arriba del teclado hay como tres palabras que son opcionales, entonces esta aplicación funciona con un algoritmo muy similar, pero en el caso de nuestras teléfonos, se trata de un algoritmo de inteligencia artificial entrenado con todos los textos de todos nosotros, tratando de adivinar qué es lo que vas a decir, pero en este caso está entrenado con una selección de las palabras que se encuentran en la novela Robinson Crusoe, entonces solamente sabe escribir eso. Funciona igual como el teléfono cada vez que cliqueas una palabra te da otras nuevas opciones y vos elegís. Y el lenguaje es muy crudo porque se habla de salvajes. La idea que a mí me interesa es cómo estos algoritmos van modelando la manera en que nos comunicamos, cómo utilizamos el lenguaje y parece que son todos nuestros textos y es muy democrático, pero no, o sea, hay un lugar de control y de modelado en cómo se arreglan las bases de datos, qué tipo de cosas entran y qué cosas no y eso va influyendo al lenguaje. Con esto yo quería mostrar, o sacar ese fantasma colonial del que Robinson Crusoe lo es por excelencia, y traerlo a la superficie.
También es interesante otra obra, La señora indicará, juego de lenguaje radial cuando escuchábamos “la señal indicará” para indicarnos la hora.
Sí, esa es una obra que está presente en la exposición. Es de un momento en que estaba muy interesada por la construcción del tiempo y esta obra nació durante la pandemia. Yo estaba leyendo a Paul Virilio, que estaba hablando que en estos tiempos de comunicaciones electrónicas nosotros no compartimos el espacio, compartimos el tiempo. Justo estábamos en la pandemia, todos por Zoom, estábamos todos y cada uno en su isla separada y compartiendo el tiempo. Yo estaba muy interesada, primero porque las marcas de tiempo son la base de las comunicaciones electrónicas, que siempre son relojes que tienen que estar sincronizados. Y segundo, me interesaba todo el tema geopolítico: ¿qué países controlan? ¿De dónde salen los minerales? ¿Quién controla los minerales? Por ejemplo, se necesita un mineral muy, muy raro, cesio, para hacer los relojes atómicos, que son los que utilizamos, y hay una sola mina, o sea que produce el 95%, que está en Canadá, pero la compró China. Todas esas particularidades me interesaron mucho. Primero hice una investigación de cómo funciona el tiempo y quién lo maneja.
En ese momento decidí hacer esta obra que empieza con un acuerdo de usuarios, como en Blue Vessel, pone muchos links de cómo funciona el tiempo y una vez que el usuario decide, digamos, estar de acuerdo, entra a un espacio virtual donde deja su marca temporal, la marca de su tiempo, de la computadora, de sí mismo. La idea era que nosotros estábamos todos separados en todas partes del mundo, pero podíamos estar juntos como información en un servidor, pensando también en que nosotros somos carne y somos información. A mí me interesa mucho también el tema físico de la información, y cuando uno se conecta a un sitio web hay una chispita de electricidad que tiene que pasar por los cables de teléfonos, cruzar océanos, llegar a los servidores. Tiene un viaje, se transforma en luz, se desarma y se arma y llega un servidor que permanece como electricidad y, de alguna manera, todas estas personas que decidimos formar parte de esta performance de computadoras estábamos, todas esas señales hicieron esos viajes por todas partes del mundo para estar en ese servidor y era como un acto simbólico de estar juntos. El nombre de la obra eran un poco haciendo ese juegos de cuando yo era chica y creo que todos repetíamos en lugar de “la señal indicará”, y yo le puse “L a s e ñ o r a i n d i c a r á” (con espacio entre cada letra).
Cuando hice mi investigación, empecé a ver que el manejo del tiempo siempre fue masculino. Todas esas personas que decidieron cómo vamos a utilizar el tiempo, siempre fueron varones, pero en los teléfonos, las voces que nosotros escuchábamos cuando llamábamos, en varias partes del mundo, las mayorías son femeninas. Y ese lugar de nuestra sociedad, todavía de lo masculino y lo femenino, son lugares políticos, que me interesaba un poco resaltar y hacer un poco ese juego. Y las letras separadas es como si fueran esas señales, esos golpes eléctricos.
¿Cómo se relaciona esta mirada política con tu arte?
Me interesa mucho ver todas los las herramientas tecnológicas que utilizamos, todos los algoritmos y pensar que somos parte de la infraestructura contemporánea y entender cuáles son los legados y cuáles son los lugares políticos; de dónde vienen. En general, lo que me parece muy interesante es que como civilización siempre dependemos de infraestructuras que en la democracia son gubernamentales y tenemos la posibilidad de elegir las personas que van desarrollando y eligiendo cómo funcionamos. Y hoy en día, cada vez más, esas funciones están siendo delegadas a esas empresas tecnológicas en las cuales no tenemos control. En otros países, por ejemplo, en Estados Unidos, yo veo mucho que el Congreso llama a los directores de estas empresas grandes y les exige tal o cual cambio en la manera en que los algoritmos funcionan, pero nosotros no tenemos esta posibilidad. Estas empresas no tienen ninguna responsabilidad legal contra nosotros, no tenemos fuerza. Esta es la manera en que en que también se hacen muchos negocios, está muy metido en quiénes somos, cómo funcionamos en la sociedad y dependemos mucho de esas de esas redes.
Dos de las obras que se presentaron en Galería Zoco fueron seleccionadas por el Museo Victoria y Albert, en Londres.
Son dos: la serie Terram In Aspectu, que son esas islas y una imagen de la serie Isolarii. El nombre de la primera significa “Tierra a la vista” y es un chiste como en el caso de “La señal indicará”, no se dice así, pero a veces todo en latín parece más verdadero o más científico. Por muchos años hubo islas que nunca existieron en la realidad, pero estaban mapeadas, formaban parte de los mapas globales. Estas islas fueron parte de algunos errores científicos; por ejemplo, hubo gente que vio una nube baja y pensó que era una isla, o se equivocó dónde estaba y mapeó otra vez una isla que estaba en otro lugar, algunas son mitológicas y otras son completamente mentiras. Pero todos son como un producto de las ideas coloniales, de viajes coloniales y la idea de la expansión. Lo que hice fue entrenar un algoritmo de inteligencia artificial con imágenes verdaderas de Google Earth y mapas que yo hice de esas islas para que el algoritmo entendiera la relación entre una línea que es un mapa, es un dibujo lineal, y ese lenguaje de la fotografía satelital. Una vez que ese algoritmo estuvo entrenado yo le di los mapas de estos lugares que nunca existieron y recibí estas imágenes que parecen capturas de pantalla de Google Earth. O sea, como esas pruebas de existencia de esos lugares que no existen.
Tu trabajo está muy diversificado entre lo tecnológico, la fotografía y el impacto de estos recursos.
Lo que me interesa más son las herramientas tecnológicas, pero investigo mucho cómo Google Earth funciona a nivel fotográfico y cuáles son las diferencias. Por ejemplo, me interesa cómo utiliza la resolución, o el momento o la frecuencia de capturar imágenes como herramienta jerárquica de mostrar lugares que son importantes o los que no. Y eso a mí me interesa mucho, esas son herramientas fotográficas, pero yo no saco las fotos, sí a veces trabajo con obras que son más textuales o que utilizan más código y esas esas obras web, y el Museo Victoria y Albert en Londres se interesó por las obras más fotográficas.
La otra obra seleccionada es la serie Isolarii.
Es una imagen grande, un mapa prácticamente azul, es una serie imágenes muy abstractas en tonos de azules que muestran como si fueran fantasmas de mapas antiguos. El nombre sale del 1500 y algo, de la obra de un italiano, Benedetto Bordone, que publicó un libro: Isolarii, que era el atlas de todas las islas del mundo y eso me pareció fantástico, porque tenía esa idea de poder abarcar un todo. Esa serie se centra en esas ideas de abarcar el todo bajo un lenguaje, una mirada y yo tomo mapas globales antiguos de diferentes civilizaciones y los recreo con un software que yo hice, con imágenes satelitales de Google Earth. Entonces todos los colores, todas las imágenes son de Google Earth, pero yo hago como un entramado digital.
Como en un telar cuando se teje vos tenés los hilos que tienen colores y uno puede hacer un patrón que no existe, con los hilos de ciertos colores. En mi programa funciona de forma similar, yo tengo las imágenes de Google Earth, que son esos hilos, y las combino de cierta manera para sacar un patrón que no existe y ese patrón son los mapas antiguos. Por eso, es como un fantasma que sale en ese entramado, que es como si fuera un mosaico, porque van sacando píxel acá, pixel de allá y se van combinando de ciertas maneras para sacar ese patrón.
Es interesante una obra que una pantalla pequeña donde se puede identificar los pixeles que sería como el otro lado de la trama.
Hay un cuento que me gusta mucho de Borges que se llama “Del rigor de la ciencia”, que es de un solo un párrafo, en el que dice que había un pueblo que quería hacer un mapa tan exacto que hizo un mapa del mismo tamaño del pueblo y que al final se volvió inutilizable y decidieron usar el pueblo. Entonces dejaron el mapa, lo dejaron en otro lugar, en un desierto, porque no tenía sentido. A mí me encanta, cómo a veces Borges llega a esos extremos. Son fantasías, pero yo siempre pensé en Google cómo ese mapa imposible que se hizo realidad porque vos podés ir este haciendo zoom y vas llegando al píxel y prácticamente a esa cosa real. Una cosa que me interesa mucho es que sólo cinco por ciento de los océanos están fotografiados. Y eso es algo que nosotros suponemos de que el mundo entero estaba fotografiado por Google Earth, pero si vos tomás que setenta por ciento de las aguas del mundo son aguas, y sólo el cinco por ciento de las aguas están fotografiadas hay mucho por hacer y eso pasa porque hay un tema, digamos técnico, que cuando vos fotografiás el agua desde arriba, sale blanca o negra o refleja la luz o la luz entra en los océanos y nunca sale.
Eso, por un lado, y después, cuando Google saca varias fotos, después hay un programa que automáticamente hace ese collage. Pero si es todo agua, las aguas son todas iguales y las aguas se mueven, es imposible.
A mí me interesó saber cuáles son los azules. ¿De dónde sacan esos azules que Google decidió utilizar para los océanos? Y así empezó con esa pregunta y lo hice con un código, quería saber cuáles son los únicos colores, y tuve un resultado de que diecisiete mil y algo es la cantidad de azules. Lo que hice fue ordenarlos en una línea de tiempo, entonces cada frame es un color diferente y genera esa animación y la puse en ese pixel y me imaginaba que si la representación de Google del mundo digital fuera real y tomaba un píxel, iba cambiando y mostrando todos los colores que puede tener el océano. Es mostrar algo que es inmenso desde la perspectiva más pequeña.
¿Cuáles serían las interrogantes que plantea tu obra?
Justo en estos días estuve viendo una charla de una profesora que la tuve en la universidad y que me gustó mucho, acerca de la duda. Yo creo que la duda es como esa arma de doble filo, pero hay uno de los de los filos que a mí me interesa y que intento utilizar en mi obra. Es, por ejemplo, cuando vos ves las imágenes satelitales que son falsas, porque abajo de las imágenes yo pongo el nombre de la isla, la ubicación y cuándo nació, cuándo murió, eso es lo que te da la pauta de que esa imagen es falsa. Y mi idea es generar esa duda en todas las herramientas que utilizamos a diario. ¿Cómo pensar? ¿Cómo utilizás esas palabras en el teléfono? ¿Quién eligió esas palabras? Es un poco lo que me interesa, a ser conscientes de esas corrientes que forman parte de las herramientas que utilizamos, que capaz que no pensamos en ellas.