La encantadora oscuridad de un mundo perdido.
Por Carlos Dopico.
Hace un año, cuando los Cure llegaron por primera vez a Montevideo como parte del Primavera 0, además de sus clásicos, los uruguayos tuvimos el privilegio de escuchar por primera vez “Alone”, el adelanto de su flamante Songs Of A Lost World, el disco que la banda británica publicaría 16 años después de su antecesor 4:13 Dream. “Broken voiced lament to call us home (Voces rotas se lamentan para llamarnos a casa)/ This is this end of every song we sing (Este es el fin de todas las canciones que hemos cantado)/ Alone (Solo)”. Con esa sentencia es que abren este disco sombrío y neblinoso, poblado de atmosferas y sin concesiones ni anzuelos de su veta más popera. La única excepción, quizás, aunque dista mucho del pasatiempo, podría ser “Drone: Nodrone”. A lo largo de ocho canciones, todas bajo la autoría material de Robert Smith, The Cure transita las inquietudes de siempre, pero abordadas desde la adultez: lo efímero de la vida humana, la soledad, el temor a la muerte o los juegos de poder.
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La proximidad a “Disintegration”, emblema de su discografía, es notoria. Aquí predomina la solemnidad, la melancolía y un pulso rítmico estremecedor, atravesado por guitarras desgarradoras y una voz que parece no haber sufrido la erosión del tiempo.
El impacto de los Cure en proyectos artísticos musicales de Uruguay en los ochenta es muy simple de rastrear. Gustavo Parodi –hoy guitarrista de Buitres, pero por entonces uno de los líderes musicales de Los Estómagos– me confesó en ocasión de su reciente visita: “En esa época, The Cure fue muy importante en la parte sónica. Eran tremendos los juegos de guitarra y el bajo melódico sobre la melodía de la voz. Era muy difícil no sentirse atrapado por ese nuevo tipo de música. Eran tipos muy jugados. Robert Smith no tomaba influencias de ningún lado para tocar eso que tocaba o usar esos pedales. Son maravillosas las capas de sonido que lograba sacar de ahí”. Ese tejido continúa vigente en lo nuevo, desplegando la versatilidad sin abusar de los recursos.
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El título del álbum Songs of a Lost World evoca la atmósfera de un mundo perdido, mientras que la portada exhibe directamente una imagen de la estatua Bagatelle (1975), del artista esloveno Janez Pirnat, para evocar aquel monumento del rey perdido en medio de la nada.