Por Eldys Baratute.
Por los siglos de los siglos el héroe o la heroína es de las figuras más queridas, más aclamadas, más seguidas por el resto de las personas, que lo(a) identifican como símbolo, como referente que incluso trasciende el tiempo y el espacio. Todo el mundo quiere parecerse a un héroe o una heroína, no importa si es una figura de la épica o una construcción nacida de la mente de un escritor de cómic, guionista de Marvel o cualquier otra productora. Y mientras pasan los años, ese que siempre fue tu ideal a seguir se desdibuja y lo sustituyes por otro y aquellos que en un momento eran solo un sueño a perseguir se van volviendo tangibles, cercanos, reales, humanos.
Desde hace tiempo, mi heroína tiene nombre musical, sonoro. Adela Casacuberta. Y aunque ningún personaje de Marvel se ha basado aún en ella –y recalco el aún‒, siempre la imagino con una camiseta que tenga impreso bien grande “Supermujer”, y junto a la palabra una de sus obras. Esa Adela que de solo con escucharla hablar uno se percata de que tiene a su México natal en cada resquicio de su cuerpo.
Ella nos cuenta: “Nací, crecí y estudié en México, sin dudas soy mexicana y tengo todas las referencias visuales de ese país. Pero soy uruguaya también. Mi padre es uruguayo, pero se fue en los setenta a vivir a México. Allí nací, crecí y viví parte de mi vida hasta los veintidós, luego me mudé a Uruguay. Tenía deseos de reencontrarme con mis hermanos, trabajar con ellos y decidí venir. Supuestamente sería algo temporal, pero enseguida me aparecieron proyectos y más proyecto y acá estoy. Sin embargo, uno es de donde es. México es un lugar muy intenso en todas sus dimensiones, y el arte no es la excepción. Sin duda tengo una cantidad de información que me viene de ese lado, que a veces yo misma no me percato de que está ahí. No sería la artista que soy sin México, o probablemente sería otra”.
Recuerdo que la primera vez que nos vimos llegué a su casa muy temprano, por recomendación de una colega. Uno de sus hijos me abrió la puerta y me dijo “mi mamá te está esperando”. Llegué a una habitación en semipenumbra y allí estaba ella, esperando realmente por mí y sin dejarme hablar me dijo: “Ahora te voy a mostrar cuál es mi rutina”, y así, con esa seguridad que la caracteriza, me explicó su rutina, me contó su vida. Toda esa semana y las siguientes hablamos de arte, de nuestro gusto por el café fuerte, de olores, sabores, de los colores estridentes y los que no lo son tanto, del frío que nos asustaba a los dos. Y mientras más la escuchaba más sentía que esa mujer que vivía para y por su familia y el arte, era una creadora de verdad. De esas que pasa meses amasando una idea y no se detiene hasta que esta toma cuerpo y conecta con los públicos. Gracias a esas conversaciones, supe más tarde que había estudiado diseño.
“Estudié en la Escuela Nacional de Artes Plásticas la carrera de Comunicación Gráfica. Mi primer ejercicio profesional, que dura hasta el día de hoy, es la gráfica, pero siempre la entendí desde un lugar muy experimental. Cortar, pegar, coleccionar cosas, referencias, escanear texturas. Siempre tratando de lograr algo diferente a los resultados que puedes obtener exclusivamente con las herramientas de diseño. Me gusta el collage, pero siempre, de una u otra, manera fui dedicándome al arte.
“Cuando llegamos a Montevideo nos incorporaron muy fácilmente en la escena artística, expuse en muchas colectivas y fui vinculándome con proyectos puntuales. Mi formación artística se la debo a un proyecto que dirigíamos Antar y yo que se llamaba Harto_espacio. Hacíamos arte por instrucciones en espacios abandonados y sin dudas ese fue un paso importante en mi formación porque nos parecía que la escena local, bien o mal, ya tenía su funcionamiento, pero le faltaba arte extranjero con otras miradas. Como transportar arte es muy costoso, se nos ocurrió que esta era una manera económica y también un experimento interesante. Los artistas de afuera nos enviaban las instrucciones y nosotros desarrollábamos la obra acá. Y si haces decenas de obras de artistas de todas partes del mundo, aprendes mucho.
“Pero, para volver al tema de mi trabajo como diseñadora, fue en el Centro Cultural de España donde pude consolidarlo. Una cosa es estudiar diseño y otra es la realidad. El Centro tiene veinte años y yo estoy desde un poquito antes, cuando trabajada para la cooperación española y la embajada. Un día me dijeron ‘vamos a abrir un Centro Cultural’ y me propusieron ser la diseñadora; de esa forma se cumplían mis sueños porque es precioso lo que hago. Mi trabajo lo comparto con Diego Hematoma, trabajamos juntos hace mucho tiempo y no nos separamos más. Es mi principal asistente y con quien tengo una comunicación casi telepática, no hay que decir las cosas que necesitamos uno del otro porque estamos muy conectados.
“Y antes de que me preguntes por Antar, porque veo que estás loco por hacerlo, te digo que sí. Antar y yo somos una dupla en muchos roles de la vida. Cuando llegamos a Montevideo empezamos a hacer arte juntos bajo el nombre de Adelantar. Harto_espacio era un proyecto de los dos allí y discutíamos cómo solucionar las obras. No es que Antar me empuje a hacer arte, es que está presente en todos mis procesos de creación y en toda mi vida”.
Es muy difícil tener proyección fuera del país, lograr insertarse en grandes escenarios en donde se respira arte las veinticuatro horas, sin pensar en las labores domésticas, la familia, la aplastante cotidianidad, sin embargo Adela llegó hasta Francia con su obra.
“En un momento me di cuenta de que el arte era el centro de mi vida y el Fondo de estímulo de la formación y creación artística del Ministerio de Educación y Cultura apoyó uno de mis proyectos en que yo trataba de entender cuáles eran los límites formales de la pintura y en qué momento una pintura se convierte en un cuadro relevante. Entonces salió la oportunidad de hacer una residencia en Francia. Allá traté de estirar un poco esos límites formales con manchas, pero no solo manchas de pinturas, sino manchas de vajillas, manchas de objetos, manchas de cosas que hacía con arcilla y así trataba de entender la pintura como algo más amplio”.
La obra de Adela invita a pensar, no es una creadora complaciente que se deja arrastrar por los encantos del mercado, de lo que etiquetamos como hermoso, o lo que se pudiera vender con facilidad. Tampoco es alguien que se apoya en sus limitaciones para hacer una carrera. No, esa mujer, a la que le gusta el café bien amargo y pasa horas frente a su computadora, quiere todo el foco de los públicos en su obra, desentrañándola, sintiendo una comunión entre eso que se está mirando y su vida pasada o presente. No importa que algunos digan que es exponente del arte abstracto, ella prefiere no encasillarse.
“Creo que no tiene sentido marcar categorías porque no estoy buscando algo en la abstracción de la forma, sino que, más bien, me gusta la mancha como medio de planear ideas. Con el arte trato de poner temas en la mesa y que la gente pueda vincularse. Últimamente hago un trabajo quizás autobiográfico, con referencias directas a mis experiencias, sobre todo las que tienen que ver con mi salud, porque me parece que la gente puede encontrase a sí misma en esa fragilidad. Claramente, no dibujo como me gustaría. Pero, ¿quién dibuja como le gustaría? Entonces, como un tema de aceptación de mis posibilidades, de hacer, trabajar con ellas y celebrarlas, digo ‘esta soy yo y dibujo así’ y quiero que el público también vea sus posibilidades mismo como yo veo las mías.
“Me he percatado de que de mí misma es de quien puedo hablar con profundidad. Hablar desde el entendimiento de las cosas, con un punto particular de vista que me aporta a mí y a los otros. Como yo hago las cosas, de pronto puede plantearles a todos cómo podrían hacerlo. Solo puedo hablar desde el lugar en donde estoy, pero no necesariamente el valor de lo que estoy haciendo tiene que ver con el trabajo que paso para hacerlo. Quisiera que el valor de la obra esté en el valor de las ideas, si están buenas o no, o resuenan en otras gentes, o los ayudan a ver cosas de sí mismos, o a ponerse en otro lugar. No importa que lo haga con mucho esfuerzo, la parte importante es la idea misma. Tampoco me parecería tan importante si hay otras personas que llegan a un resultado similar al mío sin vivir mi vida.
“Yo me veo en mis autorretratos desde diferentes lugares. Unos lados que tienen que ver con la autoficción, con recuerdos en donde no es importante lo que pasó sino la construcción muy particular que hago de ese recuerdo. Ahora tengo pensada una serie de video-performance de cómo resuelvo las cosas que puedo hacer con la mano que me funciona. Por ejemplo, cómo sería sacar mis medicinas del blíster con una mano y con los dientes, o cómo hago para prender la luz y lavarme los dientes en una casa normal, en donde los apagadores no están a mi altura y tengo que mover los dedos por la pared hasta llegar al apagador. Con una cantidad de soluciones que son de las únicas de que puedo hablar. Así me resuelvo yo la vida y continúo conservando un poco de autonomía. Me quiero lavar los dientes cuando me quiera lavar los dientes y no cuando aparezca alguien para ayudarme”.
Y aunque quisiera hablar de la muestra que se inaugurará en el Museo Nacional de Artes Visuales en noviembre, definitivamente tengo que pensar en los antecedentes: en Retratos desde la ruina. Fue en aquella época en la que, viéndola rasgar los pedazos de papel con una mano mientras los sostenía con los dientes, Adela comenzó a dibujarse como mi heroína, como esa mujer que se sabía artista y hacía arte más allá de cualquier circunstancia.
“Con Retratos desde la ruina fue la primera vez en la que me animé a hablar públicamente de mi condición física. He sido mucho de hacer la negación sobre eso y es una tontería absoluta. Una vez un periodista que me entrevistaba me preguntó sobre mi enfermedad y enseguida le dije ‘De ninguna manera, yo te pudo hablar de mi trabajo, pero mi enfermedad pertenece a mi ámbito privado’, y él me dijo ‘¿a ti te parece que los demás no se percatan de que andas en sillas de ruedas?’. Y tenía razón, yo pensaba que si hacía la negación todos hacían la negación conmigo. Claro, ese es el lugar desde donde estoy, desde donde puedo hablar y crear. Hacer esos retratos era hacer un performance personal, nunca lo he hecho en público, la forma en la que corto el papel con los dientes es realmente difícil, con una mano quieta, por lo que tengo que apoyarme mucho con los dientes. Me miro con la computadora, que es en donde me miro para poder rasgar los retratos con los dientes y ver lo que mis ojos, con sus carencias, pueden interpretar, o ver lo que pueden hacer mis manos que también tienen carencias. Cada retrato me lleva mucha energía. Generalmente la imagen que veo en el monitor no me gusta porque hay una cantidad de gestos que evidencian mi estado físico. Los autorretratos los coloqué más tarde en unos volúmenes de yeso y ahí se unieron otros temas: el color rosado, la forma, lo que yo quería lograr, que desde luego no se correspondía necesariamente con lo que estaba logrando, el tema del espejo, porque quería que la gente se viera en un espejo. Definitivamente eran demasiados temas. Después me di cuenta, con el montaje, de que la obra me superaba. Hace poco tiempo tuve la oportunidad de montarla nuevamente y saqué lo que me parecía que no funcionaba en el primer montaje, y quedé más complacida.
“Y sí, me gusta trabajar con el yeso, con el barro, aunque te parezca increíble por lo difícil que pudiera ser para alguien como yo. Si fuera por lo que es difícil no me lavaría los dientes. Pero siempre encuentro formas en las que, con ayuda de la gente, se realiza la obra. En esta nueva instalación que voy a inaugurar en el Museo Nacional de Artes Visuales hay que amasar seiscientos kilos de barro y naturalmente no soy yo quien amasa todo eso. Tengo amigos, asistentes, familia, desconocidos que se suman. Esa también es una forma de hablar con el público contemporáneo. Claramente el mundo no funciona así. Pero se podría pensar la vida desde otra óptica. Quizá como la resuelven los hongos. El suelo está lleno de vida y de soluciones complejas de una forma sorprendente. Las relaciones micorrícicas, que son las que establecen las raíces de las plantas con hongos, son absolutamente maravillosas. Esas relaciones son las que dan sustento a la vida. En ellas no hay posturas, no hay mezquindad. Una planta necesita algo y la suple aunque un hongo trabaje más. Es otro tipo de colaboración en donde lo que resulta es la vida. No hay ninguna de estas relaciones en las que uno le haga daño al otro”.
Adela, evidentemente, está desesperada por hablar de la nueva muestra, así que la dejo que siga, aunque ella misma hilvane una respuesta con otra, sin dejar que yo la conduzca.
“Hay una primera muestra a partir de un proyecto que propuse al Museo Nacional de Artes Visuales para hacer una intervención en el jardín con esculturas de cerámica y hongos crecidos desde las esculturas. Sería la pieza más grande que he hecho hasta el momento y que plantea una dinámica colaborativa. Reunirse a hacer cerámicas con personas que no conoces y que no se conocen entre sí es un proceso que supera ampliamente lo que yo tenía pensado y alcanza una dimensión hermosa. Una vez que tengamos estas esculturas las vamos a sembrar con micelio. Sembrar como se siembran los hongos. Una compañera especialista del tema se encarga de enseñarnos. Se inocula trigo en paja y esa paja es la que se siembra y con unas condiciones controladas van a crecer los hongos. Entonces invito a colaboradores a que tengan por un tiempo una de las esculturas en su casa, con las condiciones de riego y de luz necesaria, hasta lograr una fructificación sincrónica. La idea es entregarla con un kit de autocultivo donde está el pulverizador para regar el micelio y un instructivo para hacerlos fructificar. Y esas esculturas con hongos generados colectivamente los voluntarios las llevan al montaje. Es todo un experimento, claro. Hay una cantidad de voluntarios a definir pero yo siempre pienso en cifras muy grandes.
“Eso será en el jardín del museo. Y en una de las salas estará una muestra de mi obra en donde se tocan los temas de los que he hablado últimamente y que se relacionan entre sí. El autorretrato y la autoficción vistos de diferentes formas, el micelio como metáfora. En una de las obras hay una casa que no se parece a la casa de mi infancia, pero trato de generar un recorrido y unas sensaciones de esa casa que me ayudan a desenmarañar los recuerdos y a generar una cantidad de sensaciones en donde las anécdotas de lo que realmente pasó no son importantes. Lo importante es cómo la construyes. Al final es lo que todo el mundo trata de hacer con sus propios recuerdos”.
Ahora entiendo su ansiedad por hablarme de una obra que supera incluso su idea inicial. Esculturas, hongos, comunión de personas que se suman a un proyecto que deja de ser personal para convertirse en colectivo. Hay mucho en esa muestra que estará en el Museo Nacional de Artes Visuales hasta marzo. Y en este punto me da vergüenza preguntarle a Adela por sus niños, el valor de formar una familia.
“Cuando me vine a vivir a Uruguay empezaba a salir con un muchacho y lo invité a venir conmigo y a él le gustó Montevideo. Nos planteamos mudarnos acá porque la vida con una enfermedad crónica como la mía es mucho más difícil en México. La madre de mis hermanos, que es médico, nos aconsejó que viniéramos acá y nos lo planteamos. Siempre Antar y yo quisimos cosas parecidas: hacer una familia, tener hijos, y aquí estamos con una niña y un niño. Nunca fue impedimento mi enfermedad, no es hereditaria. Toda mi vida adulta he tenido un estilo de vida muy libre, muy independiente y claro que con niños hay una parte que es diferente, pero también estamos convencidos de que se debe mostrar a tus hijos que puedes, y que tienes que ser consecuente con tus ideas. Creo que eso es una buena enseñanza formativa”.
Y aquí tengo que escoger las palabras exactas. No puedo permitirme ser cursi, un estereotipo de entrevistador que quiere preguntar si esta Supermujer que transpira arte se siente realizada. Pero ella, que me conoce bien, no me deja dar el traspié y habla.
“Hay aspectos que me hubiera gustado que fueran diferentes en mi vida, como el tema de mi salud. Aunque también soy quien soy por eso, no solo por eso, sino por eso y más. Son situaciones a las que no hay forma de escaparle la mirada. No hay un momento en el día en que no me sienta mal físicamente. Está todo el tiempo. Está cuando quiero agarrar la cuchara y no me da la fuerza para tomar mi sopa o cuando voy a cepillarme. Pero es mi vida, así que mejor mirarlo de frente y hablar de eso, y en ese hablar también está dejar que el otro se sienta identificado y se ponga en ese lugar. No tengo nada más de que quejarme. Quizás de que ganarse la vida como artista es un desafío. Pero salvo eso, tengo dos hijos preciosos, un marido precioso, me siento totalmente realizada en lo que estoy haciendo con mi obra. He logrado tener todo el foco y la concentración en desarrollar una carrera. Siempre trabajando. Apostando por la condición humana. Así es que sí: soy una mujer realizada, aunque no me lo hayas preguntado”.
Adela Casacuberta
La artista visual Adela Casacuberta nació en Ciudad de México (1978) y actualmente radica y trabaja en Montevideo. Expone su obra desde 2001. Entre sus proyectos se destaca Mímesis que ha desarrollado a través de exposiciones individuales, residencias y tutorías en Francia, México y Uruguay. Dirigió́ el estudio de curaduría Harto_espacio con el que produjo exposiciones en Montevideo, Buenos Aires, Bogotá, Ciudad de México y Praga. Pertenece al colectivo Sur-Sur, integrado por artistas de Argentina, Australia y Uruguay. En dos ocasiones su trabajo ha obtenido el Fondo Concursable para la Cultura (2023 y 2006), y también el Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística (2023 y 2017), ambos del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Ha sido seleccionada para el Premio Nacional de Artes Visuales (2024 y 2020) y el Premio Montevideo de Artes Visuales (2023).