El lado B del amor
Vaya el título tomado del libro de Gabriel Rolón como índice del tema que aborda esta puesta de Mario Ferreira, una obra coral que alcanza momentos muy altos. La propia dramaturgia es un palimpsesto en el que el texto corre sobre múltiples referencias intertextuales, entre las cuales los ecos de Ingmar Bergman y de Arthur Schnitzler dejan su trazo para disfrute de quien pueda reconocer su presencia. En realidad, uno de los más interesantes placeres del arte consiste en su capacidad recursiva de remitir a otras obras, permitiendo el goce del descubrimiento y de la iteración.
La propuesta consiste en veinte escenas más breves que largas, entre las que el autor intercala algunas que funcionan de manera anticlimática con otras que son catalizadoras de la intensidad dramática. Las historias cubren muchos aspectos de lo obsceno del amor, de esas cosas literalmente fuera de escena, de los sentimientos que viven, agonizan y mueren, a veces sin llegar a haber nacido.
De esa manera, temas como el divorcio, la relación con los hijos y la prostitución alternan con otros como la relación de los chicos con los docentes, o con los muertos, e, incluso, la rara experiencia del desamor compartido por dos vecinos que esperan a sus parejas.
La parte más sutil del texto es, sin duda, un gran acierto: las situaciones no se juzgan, será el disfrutable trabajo del espectador proveer de sentido o de resolución a las historias propuestas. En un mundo sin matices, de personas que piensan en ciento ochenta caracteres y viven a través de las pantallas, se ofrece una historia –o mil– más parecida a la vida real, en la que ni los héroes traen capa ni los villanos antifaz.
Para esto Ferreira dispone con mano también sutil al elenco de la Comedia Nacional en sus mejores formas, con un despliegue de actuaciones que no defraudan, todas muy parejas.
En cuanto a lo técnico, un uso lineal de la iluminación, en especial para separar espacios interiores de exteriores y para conferir ambiente de nocturnidad, como en la escena de referencias a La ronda,de Schnitzler. La ambientación sonora se emplea de similar manera. El dispositivo escénico presenta un sistema de paneles que se deslizan a manera de puertas/ventanas, y el código de su significado cambia según las escenas, pasando a ser lo que separa el interior del exterior de un departamento a simplemente una parte de un espacio mayor, como en la escena del niño perdido; o convirtiéndose en el mecanismo de voyeurismo del espectador que atisba a la intimidad de los personajes. En su simpleza, junto con sillas, camas y lámparas, es el marco ideal para una propuesta enteramente marcada por el trazo de pincelada fina y sutil. Una experiencia francamente recomendable.
Dramaturgia: Jöel Pommerat.
Dirección: Mario Ferreira.
Elenco: Levón, Lucio Hernández, Luis Martínez, Andrés Papaleo, Daniel Espino Lara, Fabricio Galbiati, Alejandra Wolff, Natalia Chiarelli, Cristina Machado, Isabel Legarra y Sandra Américo (actriz invitada).
Escenografía y vestuario: Beatriz Martínez.
Música: Fernando Tato Castro.
Fotografía: Carlos Dossena.
Producción: Comedia Nacional.
El lado B del amor