Un viaje entre la responsabilidad y la culpa.
Por Bernardo Borkenztain.
“Vuelve el eco deformado de algún dolor
al que no le solté la mano
un clavo oxidado en medio de mi razón
no quiero guardar en silencio un perdón…”
Ricardo Mollo/Wos
Antecedentes
Lucio Hernández, egresado de la escuela del Teatro Circular de Montevideo, es un actor de conocida trayectoria en nuestra plaza, incluyendo un brillante pasaje por la Comedia Nacional, con interpretaciones magistrales como Arturo Ui, dirigida por Alberto Coco Rivero, o Bodas de sangre, dirigida por Mariana Percovich, entre muchas otras.
Además, en los últimos tiempos se ha revelado como uno de los mejores directores de la cartelera de Montevideo, con algunas puestas que ya son clásicos, como Variaciones Meyerhold, de Pavlovsky, Labio de liebre, de Rubiano o Tom Pain, de Will Eno.
Una particularidad de su estilo en las diferentes puestas es que no tiene una poética fija, puede cambiar del humor negro de Labio de liebre a la intensidad dramática minimalista de Tom Pain o al ambiente de situación de Jumpy.
La dramaturga Nina Raine es inglesa y tiene varias obras en las que utiliza el humor mordaz y la ironía para analizar situaciones de la sociedad actual. Consentimiento es su cuarta obra y se estrenó en el National Theatre en abril de 2017, en una coproducción con Out of Joint. Bajo la dirección de Roger Michell y con un elenco destacado, compuesto por Anna Maxwell Martin, Ben Chaplin y Pip Carter, la obra aborda temas complejos relacionados con el consentimiento y la violencia sexual.
La trama se desarrolla en torno a un juicio por agresión sexual y explora las complejidades del sistema legal y las dinámicas personales en relación con el consentimiento. La obra plantea preguntas provocativas sobre la naturaleza del consentimiento y la responsabilidad en situaciones de conflicto, al tiempo que examina las cuestiones de género, poder y justicia.
Consentimiento recibió elogios de la crítica por su escritura perspicaz y su enfoque inteligente de temas delicados. Raine logró crear personajes complejos y multifacéticos, y su tratamiento del tema del consentimiento fue sensible y reflexivo.
Diálogo entre lo exhibido y lo obsceno
En este caso, la puesta tiene el tono de una comedia intelectual, con momentos de humor, confrontación y anticlímax, pero siempre basado en el actor y su expresión verbal y física. El cuerpo y la voz de quienes ponen su cuerpo en escena son fundamentales.
No obstante, esto no significa que se haya prescindido de un dispositivo escénico, sino todo lo contrario. Al mejor estilo de Woody Allen, los diferentes espacios se dividen en cuatro niveles de exposición (recordemos que en teatro lo expuesto es lo opuesto de lo obsceno, lo que ocurre fuera de la escena, como veremos más adelante).
Un elemento destacado del excelente diseño y realización es Gustavo Petkoff, uno de los mejores realizadores de la cartelera montevideana, conocido por su trabajo en las inolvidables máquinas escénicas de Arturo Ui o Galileo Galilei, dirigidas por Alberto Coco Rivero al frente de la Comedia Nacional.
Luces y sonido se utilizan de manera auxiliar, especialmente en una escena muy importante que transcurre en un segundo apartamento, presentado en un segundo nivel de altura y semioculto por una pantalla parcialmente transparente.
El centro del dispositivo es la vivienda recién adquirida por el competente y ambicioso abogado Edgardo (Moré) y su pareja. Muestra el espacio integrado de estar y cocina, común en los departamentos con cierta pretensión de ser más de lo que son. Estos departamentos suelen ser residencia de jóvenes conocidos como wannabes o arribistas, que desean aparentar más de lo que son y valoran la apariencia.
Otro espacio indefinido, oculto al público, es el lugar de lo que no se puede exhibir, lo que debe ocultarse, lo obsceno, como mencionamos anteriormente. Este espacio juega un papel importante en la obra.
Mencionamos el apartamento parcialmente oculto (semiobsceno, quizás) del nivel superior y resta el espacio frontal, despojado, donde ocurren las situaciones que no son propias del grupo de amigos, como conversaciones o instancias profesionales, ya que cuatro de ellos son abogados y fiscales. Se marca el contraste entre la actitud íntima en la relación que los une y la distancia profesional, donde unos acusan y otros desafían las acusaciones.
Cuerpos en peligro
Como mencionamos, la obra gira en torno a un juicio por violación, pero también se enfoca en las relaciones entre las personas que son abogados cuando se quitan el traje y el maletín que los identifica como estereotipos profesionales. Un aspecto curioso es que en la intimidad de la reunión de amigos, cuando comentan sus casos, lo hacen como si fueran los perpetradores, del tipo “estafador y asesino de ancianas”.
Como en todos los grupos, se forman parejas que enfrentan crisis, en este caso por temas sexuales, infidelidades o incomunicación. Sin embargo, las resoluciones tienen resultados no siempre previsibles.
El elenco es muy parejo en nivel, con un liderazgo destacado de Moré, quien interpreta a Edgardo, el antagonista de los demás personajes, incluida su esposa, interpretada brillantemente por Soledad Frugone.
Todas las situaciones giran en torno a ellos, desde el juicio que atraviesa la obra como una nota discordante y áspera, hasta los deseos miméticos entre amigos que sostienen una rivalidad sorda y hostil durante años, o la necesidad de tomar posición ante una pareja de amigos que se separa.
La pareja de personajes interpretada por Pablo Robles y Estefanía Acosta desencadena el conflicto al separarse debido a las repetidas infidelidades del primero, y su evolución se desarrolla a lo largo de la puesta. Amigos de los otros personajes, son el espejo que invierte las vicisitudes de las otras parejas.
Claudio Lachowicz interpreta a Tomás, un fiscal, el colega, excompañero y amigable enemigo del primero. Tomás es despreciado por Edgardo, que lo llama “el hámster” a sus espaldas. Él es el personaje que evoluciona de ser incompetente en sus relaciones afectivas a ser más efectivo, siempre dentro del marco de su relación mimética con Edgardo, y sus novia y esposa, respectivamente.
Es importante recordar que el deseo mimético es homoerótico, porque el destinatario es otro hombre, pero no homosexual, implica una fuerte relación libidinal entre dos hombres que rivalizan, pero que en el fondo desean ser el otro. La diferencia es relevante porque, lejos del impulso erótico del deseo sexual, el mimético es profundamente tanático.
Las relaciones afectivas son el campo de batalla, además de las relaciones profesionales. Las primeras tienen como objeto libidinal a la esposa de Edgardo, pero también a la mujer que ella eligió (Soledad Lacassy) para entregársela, y por lo tanto es una forma vicaria de influir en su vida afectiva.
La víctima, interpretada por Guadalupe Pimienta, atraviesa las diferentes escenas como un coro trágico especular de una sola persona, que les explica a los protagonistas, un colectivo, que no hacen otra cosa que traicionarse a sí mismos y a los compromisos que han contraído.
Finalmente, el consentimiento
Éste es uno de los aspectos más inteligentes del texto, ya que no se limita a lo obvio. Si bien el juicio es por violación, la obra explora más a fondo el consentimiento en el matrimonio, en las citas, tanto extramaritales como no, y también el consentimiento del perdón, pedido y aceptado para poder seguir adelante después de un conflicto.
Un objeto, una estatua de madera, atraviesa la obra como un objeto transicional, una suerte de testigo de que en el balance de las rupturas y las reconciliaciones se debe ceder algo para recibir algo a cambio. En el texto original era un “contrapeso”, lo que simbolizaba algo que contribuye al equilibrio. Sin embargo, la estatua resulta extraña y no logra transmitir ese sentido de equilibrio.
Otro tema importante es el del reconocimiento de las faltas propias y del arrepentimiento, en especial que la persona agraviada pueda percibir ese arrepentimiento. En la obra, violadores, maridos infieles (o emocionalmente distantes), fiscales indolentes o venales dejan un reguero de heridas que solamente se pueden cicatrizar con verdaderos actos de contrición. Para los muertos será tarde, pero para los vivos siempre habrá una oportunidad de hacer reparaciones. Y en esta obra no es el deseo, sino la reparación, o su ausencia, la que hace avanzar la trama.
Consentimiento es una obra que no admite un análisis profundo de los conflictos en esta crítica, so pena de arruinarla, pero sin duda es de lo mejor que se ha presentado en esta temporada hasta ahora, esos conflictos que mencionamos deben verse en escena.
Las actuaciones destacadas de Moré y Frugone son acompañadas con igual eficacia por el resto del elenco, logrando lo único que no puede faltar en una comedia de este tipo: un ritmo ágil pero sin apresuramiento, como la música que suena en off.
En resumen, otro trabajo excepcional de Lucio Hernández como director, donde el conflicto se presenta y el público debe tomar una decisión. En esta ocasión, la responsabilidad del fallo recae en el público.
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia: Nina Raine.
Traducción: Stefanie Neukirch.
Dirección: Lucio Hernández.
Asistentes de dirección: Elizabeth Vignoli y Estefanía Acosta.
Elenco: Estefanía Acosta, Soledad Frugone, Soledad Lacassy, Claudio Lachowicz, Moré, Guadalupe Pimienta, Pablo Robles.
Diseño de escenografía: Gustavo Petkoff.
Diseño de vestuario: Mariana Pereira.
Diseño de iluminación: Sebastián Marrero.
Producción ejecutiva: Luciana Viera.
Producción: Teatro El Galpón.