Por Carlos Dopico.
En menos de una década, Papina de Palma (33 años) se ha consolidado como una de las referentes más destacadas de la nueva generación de cantautoras de la escena local. Sí, Papina es su verdadero nombre. Con cuatro trabajos discográficos publicados, varios reconocimientos y una incursión por territorios tan disímiles como la murga o el universo de arreglos sinfónicos, aquella tímida niña que comenzó cantando en el coro del colegio San Juan y tocaba de espalda a sus amigas, hoy compone, produce, graba, enseña, toca y canta con notable afinación.
En estos días saldrá publicado finalmente su primer registro en vivo, el que grabó junto a la Banda Sinfónica de Montevideo en la Sala Zitarrosa con veinte músicos en escena. El paso del tiempo le otorgó una perspectiva compositiva que no tenía en sus comienzos y provocó una mirada atenta de su repertorio; sin embargo, aprendió de forma honesta a amigarse con su propia contradicción. El álbum que vincula su pasado con su presente, Los abrazos son instantes decisivos. Volumen I, recibió cinco nominaciones a los premios Graffiti –que distinguen lo mejor de la música uruguaya–:Mejor álbum del año, compositora, productora, solista femenina y mejor álbum de música popular y canción urbana. En este trabajo, De Palma reinterpreta las canciones de su disco debut Instantes decisivos junto con artistas tan disímiles como Hugo Fattoruso, Martín Buscaglia, Christian Cary o Gerardo Nieto, por tan solo mencionar algunos.
En esta extensa charla en su hogar, en el corazón del barrio Jacinto Vera, mientras Papina transitaba en calma las 24 semanas de su primer embarazo, hablamos de los anhelos, los miedos, los aprendizajes, las dificultades, las colegas, los espacios y la canción.
“Ser cantante fue lo primero que supe que quería hacer” te escuché decir en una entrevista.
Quería ser cantante, actriz y veterinaria. Queda un poco comprometida mi familia con esto pero en casa me decían: “Te vas a morir de hambre”. De todas formas, fui descartando. Me dijeron que para ser veterinaria y atender animales grandes tenía que vivir en el campo, así que dije: no. Luego, una amiga muy amada me dijo de chica: “Vos nunca podrías ser actriz porque no sabés mentir”. Así que quedó la carrera musical, que fue la que permaneció. Fue fuerte la convicción. Hay muchas razones por las que no debería elegir este camino. Es muy lindo y fácil de romantizar porque tiene una parte muy hermosa, el contacto con el público o incluso la exposición puede ser disfrutable, pero hay mucha incertidumbre, inestabilidad y podés darlo todo sin que no pase nada. Me llama la atención lo potente de esa decisión. No soy muy constante y no sostengo tanto las cosas. Este deseo es el ítem vital que hace más años me acompaña, la única cosa constante desde que empecé a pensar en lo que deseaba.
¿Cómo concretaste el deseo?
Al principio me fui dando cuenta de que todo eso de la dificultad y de que solo unas pocas personas lo consiguen, creo que hablan de la posibilidad cinematográfica de que alguien te descubra. Porque en realidad, construir una trayectoria artesanalmente y con voluntad es cuestión de dedicación. Empecé a hacer canciones y cantarlas. Cuando era adolescente me mudé a España con mi mamá e iba a un colegio de monjas –porque hay muchos colegios públicos de monjas– y mi oportunidad de desarrollo artístico fue cantar en las misas. Esto dejé de contarlo porque después era el titular: “El inicio de la carrera artística religiosa”. Cantábamos a dúo con otra amiga. Ahí me di cuenta que algo reimpotante era el feedback, la mirada externa, algo que iba alimentando el deseo. Luego de eso nos mudamos a Colombia y ahí estuve en una banda. Antes de viajar, en realidad había estado en Coralinas, que previamente era el coro del San Juan Bautista. Esa fue otra forma de desplegar el sueño, no solo cantando sino porque cantaba con mis amigas y con Carmen Pi.
¿Cuán importante fue haber sido parte del coro del San Juan, conocer a Carmen Pi y más tarde ser “una de las Coralinas” (coro de doce mujeres fundado en 2009)?
Estar cerca de Carmen era increíble, ahora es como mi hermana, pero antes era una admiración…
Cuando volví a vivir a Uruguay, algo definitorio fue presentarme a la Movida Joven por el 2011 y ganar. Ganan cinco personas por edición, creo. Fue una re señal. Había ido con dos amigas nada más porque me daba terror, sentía mucha vergüenza de cantar en un escenario sola con la guitarra. Esa fue una dosis grande de alimento para mi fe en que podía hacer esto.
¿Qué talento te reconocés?
Puedo decir que soy muy afinada, eso lo hago muy bien naturalmente por suerte, porque soy muy inconstante para el estudio.
A nivel familiar tuviste un antecedente musical, tu abuela paterna tocaba el piano. ¿Eso te influyó?
Sí, mi abuela tocaba el piano y leía, pero más como una cosa vocacional. Podía tocar Chaikovski, por ejemplo, pero no groovear… Este piano (señala al medio de la sala) era de ella, Blanquita. Era hermosa y muy alentadora. Siempre me ponía algún ballet para escuchar y flasheábamos juntas. Pero dedicada verdaderamente a la música en mi familia soy la primera.
¿Es cierto que la novela argentina Rebelde way y Erreway, la banda nacida de aquel musical televisivo, fueron tus primeras influencias?
¡Sí, me encantaba, salado! Era esa novela adolescente de Cris Morena. No sé si conocés la trama, pero era un liceo mega cheto, con gente becada que supuestamente era muy pobre y al mismo tiempo súper talentosos. Un relato que mezclaba novios, peleas amorosas y un día armaban una banda… una novela musical, como todo lo que hace ella. Por un lado, tenía cosas muy dañinas, hegemónicas y destructivas de psiquis adolescentes; y por el otro, algo que para mí fue muy inspiradora. Esa cosa de “Lucha por tus sueños” se puede volver algo meritocrática, pero con la mirada más inocente de aquel momento era también un impulso: “Sueño hacer música y lo voy a lograr”. La verdad es que alimentó una posibilidad en mí que me hizo muy bien. Además, ellos después salían de gira y hasta tenían su película, era una algo medio 3D, bien de fantasía hecha realidad. Yo era muy fan.
¿Encontraste alguna otra referencia musical, más próxima quizás?
En la escuela me había hecho muy amiga de Magui Mieres (realizadora y productora en Amas de casa) que hasta el día de hoy es mi hermana. En su casa me hice muy fan de The Beatles, Bob Dylan, Joni Mitchell, Regina Spektor… Empecé a escuchar un montón de cosas con ella, con sus hermanas y también su madre, Susan. Por ahí me entraron un montón de cosas que quizás ya me habían sido presentadas, pero no les había prestado la debida atención.
Tengo entendido que en tu proceso de composición partís generalmente de la poesía, pero a veces el disparador es una palabra o un arreglo de sintetizadores.
Es medio caótico en realidad, lo que es algo contradictorio porque yo doy un taller de escritura de canciones que es súper metódico. En mi caso es caótico y puede partir de una melodía muy breve o algo que escucho por ahí. Me re copan los errores en lo que uno dice, las cosas mal dichas que tiene otro significado. Casi siempre lo que cuento es por lo menos un poco autorreferencial; si no es biográfico, representa el interés político, histórico o social que tenga en ese momento. Cuanto más pasa el tiempo, más me importa no repetirme o que suene de determinada forma. Eso hace que todo sea más lento y más pesado, una frescura que inevitablemente comienza a perderse y transformarse. La verdad es que compongo mucho menos ahora que a los veinte.
¿Vas arrastrando parte de canciones o siempre partís de un insumo nuevo?
Sí, eso pasa: tener unos versos que me copan pero están incompletos, cosas que quedan abandonadas.
¿Dónde almacenás los abandonos?
En las notas del celular, pero tengo también una carpeta en la compu. Nada en papel, pierdo todo.
Tu primer trabajo discográfico, Instantes decisivos (2017), fue con canciones que habías compuesto a lo largo de tu vida, muchas en la adolescencia. ¿Qué relación tenés con tus primeras canciones?
Sí, había de todo. Yo tenía 24. Algunas las había compuesto a los 22 y otras a los 16 años. Era un rejunte medio raro de momentos vitales y, al ser biográfico, muchas cosas chocaban entre sí. Pila de esas canciones ahora las quiero mucho pero no representan lo que siento.
Son las que en vivo presentás como “las de antes de ir a terapia”.
Sí, claro. Tuvo mucho que ver con salir en carnaval con Falta y Resto, y mis compañeras… aquel año que la Falta hizo una murga mixta. Ya me consideraba feminista, pero ahí hubo tremendo quiebre, una profundización en el pensamiento político en general. Incluso me empecé a cuestionar sobre el acceso a mis propias canciones. Sentí que todas las personas que me siguen son parecidas a mí, en cuanto a nivel social, color de piel… Desde entonces me pregunto cómo romper ese borde y aún no lo sé. También salí en una comparsa, Valores de Ansina. Hay límites que no sé si es posible borrar del interés de sectores de la sociedad. Tampoco sé si hace falta borrarlo, pero quisiera que si alguien no escucha mis canciones sea porque no le copan y no porque no accede a ellas. En 2017, cuando salió el disco, ya estaba ensayando con la murga.
¿Es cuando comienzan los cuestionamientos?
La terapia sería un poquito más tarde. Pero sí, fue por esa época que comencé a cuestionarme y que me hiciera mucho ruido lo que decía en las canciones. No porque fueran espantosas, sino porque la perspectiva de género me mostraba otra cosa. Hay cosas que decimos medio por default, como: “Me muero de amor” o “Sin ti no puedo vivir”. Nadie muere de amor… Es muy oscura la posibilidad de morirse por amar tanto a alguien. Empecé a pensar mucho más en eso. Hay canciones que ya me tienen cansada y trato de no incluir; me pasa sobre todo con una que se llama “Si funciona no dejar que leude”, que además salió antes del disco en un video de Sofar. La gente la quiere pila, pero en un momento dice toda tiernamente: “En el hipotetiquísimo caso de que te quieras ir/ sabría también darte abrazos que te tendrías que arrepentir./ Te quedarías conmigo, aunque sea un desafío/ aunque sea lo contrario de lo que querés decir”. Todo enmascarado en una cosa almibarada que no me gusta. Cuando lo vi no pude dejar de verlo nunca más. Y en todos los shows siempre hay alguien que la pide. Creo que hay una especie de tesis y antítesis en el proceso. Lo correcto es amar con libertad. Como que me autocensuré, pero con el tiempo estoy aprendiendo a amigarme con mi propia contradicción, una forma honesta de existir.
En “La manada” decís algo similar: “Tuve que reconocer mi hipocresía […] para dejar que me abrace la manada que me guía/ entendí un poco más que no va a alcanzar con mi felicidad y la de las mías/ y que la libertad cuando sea va a ser compartida”.
Sí, es verdad, son medio sinónimos… Pero ponerse una misma bajo esa lupa tan tenaz es muy injusto. En un momento fue hasta parte del proyecto modificar los textos, pero a ese tema debería reescribirlo por completo. Mi vínculo con Mocchi me hizo cuestionarme mucho sobre el género, sobre la identificación sexual. Algo que me importa e intento hacer es evitar artículos que contengan connotación de género. Es un ejercicio que parece complejo, pero no es tan difícil, es otra forma de lenguaje inclusivo. Decir “todes” o “nosotres” puede despertar una reacción a la defensiva de los receptores, entonces busco otras formas. Además, eso hace que otras personas puedan identificarse con las canciones que son de amor; aunque hayan sido compuestas para vínculos con varones, está bueno que no esté tan claro eso.
Buscaste financiar tu primer disco por crowfunding y estuviste largo tiempo para pagar las deudas. ¿Cuál fue el mayor aprendizaje de ese proceso?
En realidad, por crowfunding fue apenas un pedacito de lo que pude juntar. Era un disco recaro para ese momento de mi carrera. Dije: Ta, voy a hacerlo así, contratar a este productor y grabar en tal estudio. Era todo muy cheto y pedí mucha plata prestada a personas amigas y gente que me fue prestando. Estuve mucho tiempo para devolverlo porque tenía poca capacidad de ahorro, imaginate. No tenía margen para reintegrar la totalidad. Eran como dos mil dólares, demasiado para la economía de una cantautora emergente de veinte años. Un aprendizaje grande fue no endeudarme más de esa forma. ¿Valió la pena? Sí, y fue todo un diferencial para mí. De todas formas, es una cagada porque al final todo está atravesado por una cuestión de clase, porque yo pude hacer un disco recheto. Pero ta, sea como sea colaboró. Aquí somos muchas personas haciendo canciones y cosas muy alucinantes. A veces alguien sobresale por la calidad técnica, otras por las estrategias de comunicación, pero tiene que haber un diferencial, no es solo por la buena música que te puede ir bien. Está lleno de gente haciendo cosas zarpadas que nadie conoce.
Hablamos de cantar e interpretar, pero también sos guitarrista.
Bueno, circunstancialmente soy guitarrista, no me siento tan cómoda con la guitarra. Me encantaría que haya alguien que toque y no tener que tocar más la guitarra en vivo.
¿Dónde nacen las canciones, con la guitarra o en este piano ubicado en medio del living?
En la guitarra, el piano lo tengo hace relativamente poco, dos años quizás. Cuando murió mi abuela, por mucho tiempo lo tuvo mi amiga Magui. Necesito estar sola para componer y aquí siempre está mi compa con sus estudios en casa; además, el piano hace mucho ruido.
Además de vivir un año en Madrid, durante la adolescencia viviste en Colombia. ¿En tu música queda huella de esa experiencia?
Debe de haber, pero no se manifiesta en forma de vallenato o salsa. Debe de haber algo de la inmigración como toda experiencia importante de vida, quizá como aquella que tuvo ocho hijos… Ni idea. No sé en qué forma concretamente, pero seguro que condiciona en algún sentido mi música. Estuve cinco años en Colombia y allá salía muy seguido a bailar salsa. Todas bailan muy bien y yo era montevideana, imaginate, madera total. La banda que teníamos allá era pop/rock.
Tuviste un pasaje por la murga, no solo como componente sino como compositora de Falta y Resto, con piezas claves y comprometidas como “La memoria” para el espectáculo 2020. ¿Cómo viviste esa experiencia?
Salí en 2018 en el carnaval de Daecpu, luego en 2019 lo hicimos fuera de concurso, y en 2020 dije: ¡Ta, esto es demasiado! Me estaba desgastando mucho la voz, porque era el trabajo con la murga, más mi carrera solista y el coro. Sentía que había un montón de cosas que se juntaban. Me bajé de la murga, pero me autoconvoqué para componer la canción final. La retirada la hizo Raúl.
“La memoria”: Memoria guardiana, la historia nos sana./ El futuro no llega sin vos./ Memoria olvidada, tu ausencia condena./ No hay amaneceres sin vos.
Conservar las historias, viajar al pasado./ Mirar, girar en sentido antihorario./ Salvar este tiempo del tiempo violento./ Soñar un futuro diverso.
Era una canción con una enorme perspectiva social.
Sí, completamente, es que en el espectáculo de aquel año, la murga viajaba en el tiempo. Estaban por ser las elecciones pasadas y la murga decía algo así como: Uh, cuidado con lo que votamos porque puede llegar a pasar tal cosa o tal otra… Me pareció que hacer la última canción sobre la memoria era muy pertinente. Estaban todes copades. Me llevaba muy bien con Raúl, que era además mi suegro en ese momento; teníamos tremendo ida y vuelta. Él siempre tuvo mucha apertura. Antes, incluso, yo ya había escrito algo para otro espectáculo de la murga.
En medio de la pandemia compusiste Lo que encontré mirando para adentro, un EP que produjiste y grabaste en solitario, y que significó un cambio de rumbo en las letras. ¿Cuál fue el mayor aprendizaje?
Sí, para mí lo más novedoso de esa experiencia fue animarme a producirlo. Después de Instantes decisivos siempre creí que nunca iba a tener la plata necesaria para hacerlo. Había quedado como seteada con una única forma de hacer las cosas, endeudarme hasta la manija y hacer un disco mega cheto. Pero en la pandemia dije: Voy a jugar, voy a probar hacerlo. Recuerdo que Alfonsina había ganado un Graffiti como Mejor Productora por Pacto, su disco, y dije: ¡Ah, se puede! Quizá resulte una obviedad, pero es muy importante la representatividad. Hasta que la vi no se me había ocurrido que yo también podría hacerlo. Intuitivamente musicalizaba las canciones, por tanto, lo fui haciendo y me fui copando. Grabé y mezclé todo yo misma, claro que con la ayuda remota de muchas personas cercanas. Con el siguiente disco, Esta podría ser la señal, produje pero ya era mucho más simple la propuesta: guitarra, voz, algún contrabajo y el piano de [Luciano] Supervielle que estuvo de invitado. Aquí la apuesta iba más por el lado de mejorar las condiciones técnicas. Tuve apoyo del Ministerio de Educación y Cultura y grabé con Juanma en Ciudad Música.
Fuiste parte de Mujeres y Disidencias en la Música Uruguaya (Mydmus), una plataforma de reclamo por mayor lugar para mujeres y disidencias en la escena musical local. ¿Se logró una transformación o al menos visibilizar una realidad?
No estoy militando muy activamente. Quizá fue más durante la pandemia y respondió a algunas necesidades más urgentes y puntuales, como cuestionar los festivales del interior con grillas cine por ciento masculinas. Más Músicas, que es una porción de ese colectivo, desarrolló una plataforma en líneaque documenta músicas y disidencias en distintos roles: bandas, instrumentistas, djs, iluminadoras, productoras… Toda una data para dar cuenta a quienes dicen que no hay tantas músicas, de que sí las hay y que en realidad es una postura muy perezosa desconocerlas. Pero más que el entorno, las que nos transformamos fuimos nosotras, porque nos tenemos más fe, nos confiamos, nos damos para adelante y sobre todo nos vemos en las distintas áreas; sabemos que existen otras. Para mí somos muchas más en la escena que hace seis años, pero lo distinto es cómo nos vemos a nosotras mismas.
¿Qué intentás promover en los encuentros de talleres de escritura de canciones?
La fe, convencerte de que podés, estimular la necesidad del ejercicio y deshacerse de la necesidad de que cada cosa te encante y quieras subirlas a Spotify. Mostrarte que se puede también hacer hacer algo descartable y que no por eso sea un fracaso artístico. Disfruto mucho los talleres. Ahora estoy dando uno en INJU y se nota una gurisada divina, con mucho talento y ganas. Todas escuchan músicas distintas y producen cosas geniales.
Tuviste nuevamente la oportunidad de trabajar con parte de la Banda Sinfónica en un proyecto unplugged con tus canciones. ¿Cómo resultó esa interacción?
Es una experiencia increíble, que registré y de la cual saldrá un disco hermoso. Es un show que hicimos con mi banda y ocho integrantes de la banda sinfónica, que grabamos en audio y video. Siento que es el mejor disco que he sacado hasta ahora por como suenan las canciones vestidas de esa forma. Los arreglos de todos los temas están divinos. Fue mi segunda vez en el ciclo unplugged de la sinfónica, la anterior fue el pasado año en el Solís.
¿La primera interacción determinó la conformación de tu propuesta sonora?
Sí, porque en esa edición pude llamar a tres invitados de la Banda Sinfónica, y uno de ellos es Nacho Añón, el chelista titular en mi banda. Cuando se quedó también lo hizo Leti Gambaro que toca la viola, y mi compa que toca el contrabajo. Hoy en día tengo un formato de banda de trece personas que es hermoso. Este año, la Banda Sinfónica me permitió invitar a ocho y fui con una banda de doce, así que en total éramos veinte en escena. Quedó muy bueno, tengo la sensación de que estábamos todos muy contentos.
Los abrazos son instantes decisivos. Volumen I recibió cinco nominaciones a los premios Graffiti: Mejor álbum del año, compositora, productora, solista femenina y mejor álbum de música popular y canción urbana.
El proyecto consistió en que era yo invitando a otros artistas nacionales para hacer una canción de Instantes decisivos y una de cada uno de ellos. Cuando lo fui a publicar lo hice en dos volúmenes, uno con mis canciones de Instantes decisivos y otro con sus canciones. Los álbumes salieron casi en simultáneo, con una semana de diferencia. Además de los discos en CD y plataformas se publicaron registros en video de cada encuentro que hace tiempo están en Youtube. Apunté muy arriba con los artistas invitados y me encontré con una generosidad muy grande. La idea era mezclar todo: géneros y trayectorias. Había comenzado a trabajar con la murga y desarrollar un costado plenero. Como decías, mis recuerdos de Colombia despertaron como en una voz en off. Ahí me di cuenta de que había cierto recelo en algunas áreas, que ahora afortunadamente creo que cambiaron.
Fue un proyecto de largo aliento, que implicaba la producción musical y la realización audiovisual, que en un momento tuviste que cerrar.
Sí, lo tuve que dar por terminado porque se había extendido demasiado. Quedaron canciones que no alcanzamos a versionar, con artistas invitadas que admiro: Mocchi, Carmen y las Coralinas, Ana Prada. Se fue estirando mucho, era muy exigente a nivel de realización y registro audiovisual. Lo hice con apoyo de los Fondos Concursables, pero el proyecto que presentamos fue hacer diez canciones e hicimos veinte. Me da mucha pena que haya quedado tan significativamente desbalanceado a nivel de género, pero se fueron dando así las grabaciones, la disponibilidad y las coincidencias.
Llevas ya 24 semanas de embarazo y pronto llegará Alondra. ¿Ya tiene canciones?
No, no tiene aún, ya me siento mala madre. Hay un par de intentos, pero creo que aún no están a la altura de la existencia de una persona nueva.
¿Te inquieta cómo combinar la maternidad con tu carrera?
No, estoy a salvo de tener que relegar las cosas que amo hacer porque son las que me pagan el alquiler. No tengo mucha posibilidad de renunciar a mi proyecto artístico, todo gira alrededor de la música. Doy talleres y otras cosas, pero de lo que más vivo es de tocar. Es cierto que hay momentos del invierno cuando me pregunto por qué no puse una carnicería, pero luego en primavera se me pasa. Por suerte comienza la zafra que me renueva la fe en el proyecto artístico.
¿Cómo te sentís cuando ves que aquello que proyectabas es una realidad?
Siento que he tenido mucha suerte, pero también que he trabajado mucho para conseguir hacer lo que quiero. Viendo el disco de Los abrazos… me doy cuenta de que se sostiene por la participación de los demás, que es gracias a la generosidad de esos colegas que puedo tener este disco nominado. Siempre hay un intercambio que se teje con otras personas. También puedo vivir de tocar mis canciones porque hay gente que paga la entrada y me va a ver, o instituciones que me contratan porque confían en mis canciones. Se sostiene de una forma extrañamente solidaria y cariñosa, eso me hace feliz.