La cultura en tus manos

Mateo Ottonello. El joven manos de baqueta

23 septiembre, 2025

Foto: Mario Cattivelli

Mateo Ottonello es un músico y compositor de treinta años que desde la batería ha comandado decenas de proyectos sonoros, desde Mateo Ottonello Group al Combo Candombero, pasando por la banda estable del Martes on Fire con Francisco Fattoruso, el Trío Mateo Ottonello junto a los argentinos Augusto Durañona y Javier Malosetti, o el dúo en vivo junto a Luciano Supervielle para la Comedia Nacional en Rimas y Riberas

Mateo lleva la rítmica en la sangre, es hijo de Ruben Ottonello, batero fundador de La Triple Nelson y quien fuera parte también de Rocanrol del Arrabal, el fermental segundo registro de La Tabaré. “La música siempre entró como algo cotidiano, estaba ahí”, advierte el entrevistado. Tiene formación jazzística y una enorme herencia del power rock; se ha curtido entre el candombe, el funk, el trap, el rap y todos los géneros de su generación. Él define lo que hace como “música montevideana”. Verlo en vivo es un espectáculo en sí mismo, una combinación de desenfreno y buen gusto, sutileza y explosión, velocidad y rítmica, técnica e improvisación. Más allá de ser también un baterista de sesión, en 2018 Mateo publicó el primer disco de composiciones propias 1612, por la numeración de puerta de su casa en Palermo, cuna del toque de Ansina. “Soy candombero a full. En mis temas hay candombe clásico, candombes escondidos, inspirados”, confiesa. 

Es posible verlo como parte de una Big Band en el Festival de Jazz de Montevideo, así como en un concierto de música popular en la ciudad, como la Musicasión 6 para la que recientemente convocó Urbano Moraes. Lleva editados ya seis álbumes: Hombre vela (2013) y Desde lugar (2017) con el quinteto Los Cuerpos; 1612 y El camino por dentro (2023) de forma solista, más Unno Trío (2023) y Ottonello / Hernán Jacinto (2024), y próximamente publicará otros dos. El primero será el resultado del encuentro explosivo con dos saxofonistas estadounidenses, el joven Henry Salomon y el legendario David Binney (productor de la banda con la que Bowie grabó su último disco, Blackstar). Pero luego publicará otro con el Trío Mateo Ottonello, junto a los argentinos Durañona y Malosetti, que acaba de grabar en ION de Buenos Aires. 

La melodía surge del piano, el bajo o la guitarra, desde donde Ottonello parte para elaborar progresiones sobre las que desarrollar la rítmica. Y si bien el estilo musical que elije explorar no es sencillo y mucho menos popular, su impronta hace que el público sepa que allí encontrará un brebaje fresco y musical. “La búsqueda es estética, va más allá de demostrar sabiduría o destreza al pedo”, subraya. 

Al momento de realizar esta entrevista Mateo estaba en Madrid, culminando la serie de presentaciones junto a Luciano Supervielle para la Comedia Nacional, percutiendo su instrumento en medio de las artes escénicas. (Había ya debutado en Contrapunto para la belleza). 

En esta charla abordamos su vínculo con el instrumento, la composición, la responsabilidad de liderar proyectos colectivos desde la batería y su evaluación sobre lo que otros bateristas tanto locales como extranjeros le han aportado. 

Foto: LuLee

Tu viejo es un legendario batero de la escena rockera, ¿Cuál es tu primera aproximación al instrumento? 

El acercamiento con la batería fue muy natural, orgánico. Tengo recuerdos desde muy temprano. No hubo un día en que me enseñara a tocar la batería; era un rato con los juguetes, otro con la batería y otro quizá yendo a jugar al jardín. Tengo fotos de chiquito en la bata con los palos y no llegaba ni a los pedales, me sentaban en la banqueta. Muchos ensayos y curtidas de shows en familia. Mi vieja que iba a verlo y yo con ella, también muchos ensayos de La Triple Nelson en los que yo dormía en el cochecito mientras estaban tocando en el living de casa. La música siempre entró como algo cotidiano, estaba siempre ahí. No era que tenía clases con mi viejo, sino piques naturales que me daba. No había presión, era goce. De repente un día venía y me decía: “¿Sabés lo que son los Paradiddles?”. Y me explicaba o ponía un tema para que yo tocara y jugara encima. Nunca cursé un nivel terciario, pero sí estudié con profesores particulares de batería. 

¿Siempre te apasionó la batería o querías estudiar alguna otra cosa?

Bueno, tocaba más bien durante la escuela. Pero cuando terminé el liceo me anoté en la UTU para hacer ingeniería de sistemas; quería hacer video juegos, desarmar computadoras, estaba en otra… locura total. Pero en un momento volví a tocar la batería y ya más de adolescente comencé a sentirme bien. En paralelo, mi hermano Camilo me llevó al Festival Jazz a la Calle y me explotó la cabeza. Había niños tocando, adolescentes, gente de mi edad o la de mi hermano, y todos tocaban mucho. Claro, yo no tenía con quien tocar, creo que por eso en un momento la abandoné, no tenía un circulo de músicos porque no iba a una escuela de música. Dejé la carrera de computación y me concentré en la batería.  

¿Cuándo sentiste que más allá de tocar como sesionista o parte de un colectivo, podías componer?

En un momento en que escuché mucho jazz y me di cuenta que había muchos bateros que tenían sus discos, componían sus temas y me encantaban. Hoy en día hay pila de compositores que me gusta su música y son bateristas, no por ser música baterística. Hacen músicas muy estéticas y rítmicas. No es que me interesen solo los “discos nerd”, escucho músicas sin batería también. Pero uno de los más influyentes en ese momento fue Ari Hoenig (estadounidense), ese sí hace música batera, mucha polirritmia, armonías complejas, ese es nerd mal. Yo no podía creer, además también tocaba el piano. Ahí empecé a hacer mis primeros temas, 1612, mi primer disco es más nerd

Foto: LuLee

¿Tenés una relación musical con otro instrumento que no sea la batería? ¿Compones desde el piano, verdad?

Sí, toco un poco el piano y la guitarra, pero muy de oreja. Ahí voy moviendo los dedos buscando lo que me gusta y le muestro a algún amigo los acordes para que me sugiera. Me intereso por lo que voy haciendo, pero no soy un estudioso del piano ni de la armonía. 

¿La composición surge desde otro instrumento? El piano es un instrumento de percusión. 

Sí, claro, y para mí la guitarra también lo es… todo. [Risas]. A veces compongo desde un groove de bata y luego me voy al piano y encima hago una línea de bajo. Compongo mucho con el Ableton, desde la compu, voy loopeando cosas ahí y maqueteando. Empiezo a escuchar los temas desde ahí.  

Estudiaste con los uruguayos Juan Ibarra, Santiago Lenoble, con el argentino Sergio Verdinelli y seguramente con algún otro batero de la región. ¿Qué aprendiste de cada uno?

Con el primero que estudié formalmente fue con Juan. Me hizo un reacercamiento al jazz y la batería improvisada, los solos, el ride y cómo llevar el swing. Yo ya tocaba, pero tenía dieciséis años y no era tan estudioso; capté lo que pude y seguí. Al tiempo fui con Santiago Lenoble un año, pero ya estaba más maduro. El jazz es un idioma que recién voy descifrando. Los discos suenan muy mal, son registros de los cuarenta y de adolescente me costó mucho. Luego te van cayendo las fichas y entendiendo los conceptos. Él me hablaba mucho de Sergio [Verdinelli] y me fui a estudiar con él. Me cambió la vida, es un mentor, un gurú, un amigo. Todo fue importante, desde cómo me recibía en la clase a lo que charlábamos. Eran charlas de conceptos y siempre me iba con más preguntas que respuestas; me hacía pensar un montón y cuestionarme. Él es alguien que entendió la música con todas sus aristas y formas; me vinculó, me presentó la ciudad, todo. 

¿Por qué titulaste 1612 a tu primer trabajo?

Es el número de la casa donde vivo. Es la casa de la independencia. En un momento viví con mi madre, pero cuando ella se fue me quedé con un amigo y luego, desde hace un tiempo, solo. Es muy inspiradora y cuna de grupos, de bandas, ensayamos, compongo… todo el tiempo están pasando cosas creativas ahí. 

Entre rimas y riberas. Foto: Sergio Parra.

¿Tenés un espacio reservado para la música o se expande por toda la casa?

Tengo un living grande y está todo ahí: la bata, la compu, la pantalla, los sillones. En un momento tenía una salita en otro cuarto, pero era más incómodo. Cuando quedó en el medio de la casa quedó muy cómodo, estamos todo el tiempo ahí. Sí, la música está en toda la casa. 

Estás en Madrid tocando en vivo junto a Luciano Supervielle en una coproducción de la Comedia Nacional y la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España, Entre rimas y riberas, con la dirección a cuatro manos del español Lluís Homar y el uruguayo Gabriel Calderón. ¿Cómo ha sido esta nueva experiencia?

Los elencos son compartidos y con Luciano hacemos la música. Es todo muy experimental. A mí me encantó, es perfecta para mí. 

Vas del jazz al candombe pasando por el funk, el rock, o la marcha camión. ¿Has encontrado una manera de definir lo que hacés?

Lo que me representa es la música montevideana, es un conjunto de cosas, de culturas que llegaron a un país que está en medio de potencias, Argentina y Brasil; una ciudad puerto donde llegaron y llega un montón de información. Me crié escuchando rock, mi viejo es re funkero y por ende yo también. Me empecé a meter en el mundo del jazz pasando la adolescencia. Me gusta toda la música; te diría que lo que hago es música montevideana instrumental, aunque ahora en el disco nuevo hay varios temas cantados, con letra. Por ahora los que tienen letra uno es de Augusto [Durañona] y el otro es de Javier [Malosetti]. No me gusta ni decirle jazz a lo que toco. 

Staff de Entre rimas y riberas. Foto Sergio Parra.

¿No te has animado a escribir letras o no te interesa aún ese universo? 

Lo hice alguna vez y no me sentí cómodo, pero con el mismo respeto con el que hago todo lo otro tendría que tomarme el tiempo y estudiar de qué se trata. Soy un lector de medio tiempo, leo en los viajes y no tengo la palabra para bajar en una canción. Al menos aún no me siento confiado. En todos los discos canto melodías, en el vivo también a veces lo hago, pero en este próximo disco la letra de Javier la canto yo con un invitado. Eso lo grabamos en ION, son nueve tracks tremendos. Teníamos las maquetas y yo ya sentía que el disco iba a ser increíble. El trío es imponente, no lo puedo creer, tanto por poder tocar con mi hermano Augusto como con Javier, que es un ídolo. No lo soñé, como decía el Indio Solari. “No lo soñé, yeeh eeeh”. Ni siquiera es un sueño cumplido, es mucho más. 

La música que hacés está impregnada de la raíz musical local, hay mucho candombe, por ejemplo, un jazz fusión montevideano.  

Sí, claro, soy candombero a full. Hay candombe clásico, candombes escondidos, inspirados… Creo en el desarrollo de esa música en mi instrumento y también social y políticamente. De cierta forma, como el jazz. Lo siento muy conectado al movimiento del candombe. Es nuestro jazz. Es nuestro y hay que hacerse cargo. Cuando estoy fuera de Uruguay flasheo con eso, con la cultura tan potente que tenemos. Hay una esencia muy concentrada, más allá de que no todo el montevideano toca candombe, así como no todos los chinos son karatecas. [Risas]. Si bien debería estar mucho más cuidada e incentivada, difundida en las escuelas, está. Debería enseñarse toda la cultura que trajo esa base y concientizar. Se podría hacer más, pero nosotros la vamos a militar siempre. No soy tamborilero, aunque toco el tambor, pero desde mi música voy a aportar. 

¿Has participado en alguna comparsa?

Sí, más de adolescente participaba en una comparsa que teníamos con todos los hijos de los Chin Chin. Sacamos Candombe a Domicilio, una comparsa que sale desde diferentes lados, de repente sale del barrio Sur y en otro momento de Villa Dolores, o Pocitos, la Unión… Esa es la idea y es una batea increíble; tocan Cuareim viejo y se charla mucho, con enorme cuidado, pero estas [muestra sus manos] ya no me permiten tanto fuego, las tengo que cuidar. A veces me encinto todo, pero las tengo que cuidar. Directamente a veces nos juntamos a charlar, y tocamos en casa más chiquito. El otro día Pablito Silva, el hijo de Paco el Piraña me explicaba qué mano subir cuando tocas el chico y era imponente, dije: “No sabemos nada de esto, por eso lo defienden a morir”. Hace falta un acercamiento muy grande, concientizarnos. 

En una entrevista dijiste: “Si bien amo el jazz, trato de no llamarle jazz a mi música. […] Yo a los pibes les digo: ‘Tenemos que ser el antijazz’”. ¿Cuál es la búsqueda? 

La búsqueda es estética, va más allá de demostrar sabiduría o destreza al pedo. Me copa más una idea que me vuele la cabeza a que me traigas una complejidad. Hay canciones re complejas, tipo de Radiohead, pero lo llevan a una manera muy agradable. Hay otros compositores sin tantas herramientas que hacen también cosas increíbles. Yo quiero trasladar eso a mi música, que no sea cantidad sino calidad. Estoy tras lo que sienta que tengo que bajar, que no sea cerebral. Me copo más en el qué transmite y qué sonidos uso. 

“Siempre parto desde el candombe en mi estética, en mi estilo. Trato de ver la batería como tambores y no como un conjunto”. ¿Ves la batería como un conjunto de instrumentos?

Claro, para mí son todos instrumentos diferentes; el tom es una cosa, se afina de una manera; la chancha (tom de piso) es otra, el redoblante es como los congueros, o el xembé, o el repique de la cuerda, está en el medio y comanda todo. Sergio me decía que el tambor/redoblante es lo que comanda todo. Y los platos son otros instrumentos, se tocan totalmente distinto porque expanden de una forma diferente. El hi-hat ni que hablar, tiene una función con una gama sonora enorme; el crash y el ride tienen un montón de posibilidades. 

Te he visto expandir la batería hacia distintos lados, con múltiples accesorios. 

Todo lo que haga ruido entra. El otro día en el centro de Madrid vi una vidriera de patitos de goma y ya flashé con meterlos en el set, todo lo que pueda generar algo, entra. Me gustan los accesorios en la percu, en la batería, lo ambiental y textural. Mismo en la obra con la Comedia Nacional he desarrollado mucho eso. Hicimos once funciones y solo parábamos los lunes. En la función hago un solo, estoy solo en la escena durante cinco minutos, y cada día buscaba hacerle variantes para sorprender y sorprenderme. Fue un desafío enorme y me daba cuenta con el elenco qué funcionaba. La última función terminé con toda la batería desarmada, destartalada. 

El candombe ha tenido enormes interpretes en la batería, con distintas improntas, desde Roberto Galetti a Osvaldo Fattoruso, pasando por José Luis Pérez, Martín Ibarburu, Gustavo Etchenique o Jorge Trasante. ¿Son referencias para tu búsqueda? Dame un concepto de cada uno.

El Gale, Roberto Galetti es quien descubrió todo antes. Yo me recurtí sus piques. Galetti y Osvaldo son como Tony Williams y Elvin Jones, respectivamente. Lo que Gale interpretó jazzísticamente desde la batería fue imponente, con unas ideas impresionantes. Cómo llevó el swing del jazz al candombe no está escrito. Candombe de vanguardia de Manolo Guardia y su Combo Candombero es la esencia. Ese es el primer disco de candombe/jazz y lo que tocaba era monstruoso, candombe con swing jazzero o jazz con swing candombero. En una clase de jazz con Sergio le dije: No encuentro la corchea y me respondió: “Mateito, está en el candombe, es lo mismo”. Ahí recién entendí, la música negra viene de los mismos lugares. Escuchás a Galetti y está tocando eso, tocando corcheas en el hi-hat. 

Osvaldo es nuestro Messi, o Luis Suárez. Jazzística y candomberamente amo a Gale, pero Osvaldo sintetizó todo, entendió todo. Técnicamente fue el más grande, cómo tocaba batería, el piano, la guitarra, cómo componía o cantaba… Es el top. A José Luis Pérez no lo tengo tan curtido, lo voy a estudiar. El Cheche es rock, fue de los que hizo una muy buena combinación entre el rock de los ochenta y el candombe, el candombe-beat. Estamos rodeados, escuchas eso y entendés todo. Él es el Steve Gad del candombe. Debería estudiarlo más, lo merece. Y Trasante es alma de tambor, ese ya hizo la mezcla y empezó a tocar otras cosas… Martín Ibarburu es heredero de todos ellos, es increíble.

Liderar un proyecto desde la batería no es una tarea fácil. Si bien hay varios casos: Juan Ibarra, Pipi Piazzola u Oscar Giunta por solo mencionar un puñado en la región, no es lo habitual. ¿Cómo te las ingeniás? 

Siempre tuve a Vale Romano cerca, que es una hermana y productora increíble, vivimos juntos incluso, debe de hacer diez años que somos amigos. Tuve pila de suerte de tenerla cerca para poder manejarme solo durante muchos años. Aprendí tanto de consejos como de experiencias, trabajando con gente o solo, aprendí que hay que hacerse cargo. No es lo mismo hacer un show que presentar un disco o ir a grabar un álbum. De repente hay un montón de gente trabajando para vos y tenés que liderarlo. 

Foto gentileza de Mateo Ottonello.

Eso en cuanto a la gestión, pero ¿en cuanto al diálogo musical? 

Ahí lo importante es componer o al menos tener clara la dirección del proyecto. Quizá querés tocar covers, pero tenés que ser cacique de todas las maneras, desde liderar un ensayo o un show, que el equipo sienta que está sostenido. No hay peor líder que uno que no puede liderar, eso se escucha y se ve. Hoy se me hace muy sencillo con las personas con las que estoy trabajando. Con el trío siento un equilibrio perfecto. Augusto es mi “hermano” y tenemos una terrible confianza, pero a la vez es un profesional de la reput… Llegué al primer ensayo del trío y ellos ya se sabían la música y no había ni una hoja. Eso nunca me pasó en la vida, ni con mis más grandes amigos que amo de corazón. Todos tenemos los mismos conceptos del trabajo, el tiempo, la música instrumental. Ahora sí entró Vale Romano a asumir la producción. Ella necesitaba un grupo que funcionara y que estuviera enfocado, y si está ella yo puedo concentrarme en lo artístico y en los pibes. 

Esa profesionalidad, ¿resigna algo de la esencia musical, artística?

No, al contrario. Me siento menos exigido con mi música. Mi música está sonando mejor que nunca. Somos músicos trabajando. La jugada está en el vivo. 

¿Radicarte en Buenos Aires es una posibilidad que estudiás?

Sí, pero políticamente no es el momento. Me encantaría, es una de las ciudades más culturales del mundo, una bomba en profundidad y creatividad. La escena jazzera es también enorme, los guachines de dieciocho ya se tocan todo. Pero este año, con todo lo que está pasando en Argentina, no es el momento. Más allá de que la música es mi vida, me di cuenta de que no todo en la vida es música. Soy una persona y necesito dormir en paz. No puedo dormir así con todo lo que pasa. Yo vivo en Palermo, bajo con el perro a la rambla, vivimos en una democracia, aquí se respetan los derechos humanos y culturalmente somos una bomba. No hay toques a diario, pero hay mucha gente haciendo cosas muy zarpadas, incluso por fuera de la música, en gastronomía, en tatuajes, en mil cosas artísticas. Somos pocos, pero si nos vamos todos siempre, cuándo vamos a armar la escena. Claro que siento que debería vivir en Buenos Aires por un tiempo, pero no ahora. 

Acabás de grabar un disco en ION con Durañona y Malosetti y casi en simultáneo te encerraste a grabar con Henry Solomon y David Binney. ¿Cómo fue eso?

Me convocó Bárbara, una selectora musical increíble que vive en Argentina. Me dijo que en Buenos Aires iba a tocar un amigo, Henry Salomon, un joven saxofonista estadounidense muy bueno, y quizás también fuera a Uruguay. Luego me dijo que iba a ir también David Binney; yo no lo podía creer, es un animal. Fueron primero a Buenos Aires y necesitaban batero, así que armaron banda con Javi Malosetti y conmigo. Fue monstruoso. Luego fueron a Montevideo, tocamos en Mingus y en Oriundo, y les propuse meternos en un estudio. Pagué unas horas y metí tres tambores, batería y saxos. No había canciones, la consigna fue juntarnos e improvisar. Armé una hora de ruta con ciertos datos por dónde buscar: un mood, un afrouruguayo, un candombe funkero, un milongón sin batería y qué sé yo. Llamé a Leroy Pérez a tocar el chico, a Darío Terán en piano y Noé Núñez al repique. Luego lo produjeron, tocaron algunas cosas arriba y hasta invitamos a Hugo [Fattoruso]. Es el primer disco de candombe ambient, eso sale en unas semanas y es una bomba. 

Foto: Carlos Dossena.

✴︎

Le pedimos a Mateo su concepto sobre algunos bateristas de relevancia en distintas épocas y géneros, incluso muchos de ellos compositores.

Daniel Pipi Piazzolla, nieto de Astor y fundador de Escalandrum: Es increíble, un baterazo muy prolijo. Tome una clase con él y es un profesor tremendo, tiene los conceptos muy claros.

Buddy Rich, legendario baterista de jazz y director de orquesta. Fue baterista de Ella Fitzgerald, Louis Armstrong y de Frank Sinatra: Es una bestia rockera, el Elvis de la batería. Traje blanco de cuero y dale…

Keith Moon, eximio baterista de The Who: No lo curtí tanto, lo tengo en el debe. Lo mismo debería hacer con los Rolling y Charlie Watts, un bata muy jazzera y clásica. Y del mismo modo con Beatles y Ringo Starr. En mi casa no se escuchaba Beatles. Lo he re estudiado al momento de tocar canciones, le he copiado los fills de batería, pero debe de tener miles de secretos por descubrir. 

John Bonham de Led Zeppelin, amante de la velocidad, el bombo rápido y el toque contundente: El rock hecho persona, un descendiente de Elvin Jones. Debe de haber sido alumno de Max Roach. Es que la batería viene del jazz, si te interesa mínimamente donde estás sentado, tenés que ir a estudiar ese género porque viene de ahí. Cuando vamos a los bateros de referencia, siempre están conectados con eso porque viene de ahí. Es como querer ser pianista y no estudiar piano clásico. 

Billy Cobham, legendario batero de la Mahavishnu Orchestra y artífice de una gran carrera en solitario: Cobham está siendo uno de mis referentes del momento. La Mahavishnu me llegó por Javier [Malosetti]. A Cobham lo tenía por la “Red Baron”, tema que se toca en las jams, pero nunca le había dado mucha bola de guacho. Antes la fusión no iba, había que tocar standards. Ahora con el trío a todos nos encanta tocar fusión. De hecho, en casa me armé dos bombos y me puse doble pedal. Lo vengo curtiendo y robándole un montón. 

Ginger Baker, baterista de Cream y Blind Faith junto a Eric Clapton. Fue uno de los primeros en usar doble bombo: No lo tengo mucho. Va de deberes.

Lars Ulrich, de Metallica. Es muy paleado, qué sé yo, sin mucho vuelo… pero ¡mirá los temas que ha grabado!

Phil Collins, batero de Génesis, cantante, compositor y artífice de una enorme carrera solista: Es un rey total de la canción, ya entendió todo, técnica, buen gusto… Es uno de los mejores bateros y cantantes del mundo. 

✴︎

Recomendanos tres

Mateo Ottonello nos recomienda tres bateristas:

“Steve Gadd es otro rey de la canción, pero imagino que ya lo conocés. Más contemporáneos se me ocurre un par. Tengo una referencia enorme de Justin Brown, pero yendo a la batería en su máximo nivel, yo le digo drumming. Es como si fuese el Messi de la batería actual. De repente lo ves tocando con Herbie Hancock, de repente con Thundercat, descendiente de Cobhan. Tiene muchas herramientas, pero al mismo tiempo un buen gusto increíble. 

Mark Guiliana es otro batero contemporáneo, con un drumming muy alto. Empezó a hacer una deconstrucción de él mismo. Es también compositor y con mucho gusto y una ductilidad enorme. Fue el baterista del Blackstar de Bowie. 

Yendo a lo cancionero y anti jazz, Brian Blade. Toca canciones todas instrumentales, pero hasta les escuchás la letra. Lo que toca en la batería es como si estuviese acompañando la melodía todo el tiempo. 

Screenshot

Revista Dossier - La Cultura en tus manos
Dirección Comercial: Bulevar Artigas 1443 (Torre de los Caudillos), apto 210
Tel.: 2403 2020
Mail: suscripciones@revistadossier.com.uy

Desarrollo Web: icodemon.com.uy
linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram