Por Carlos Dopico.
Uno de los trabajos discográficos locales más interesantes de estos días es Magia Pagana (LBR), el segundo álbum de la cantautora, multiinstrumentista y productora local, Lucía Romero. Se trata del sucesor de Doblaje, su debut en 2022. Lo nuevo es una obra conceptual donde tributa a la creación, al ciclo vital, la transformación, el manantial y enciende las velas del ritual para mirar en las sombras. Para concretarlo, Lucía puso en pausa su participación como cesionista en distintos proyectos en los que participa: EMI, el trabajo solista de Brancciari; Franny Glass, la banda que lidera Gonzalo Deniz; y también algunas presentaciones junto a Camila Ferrari. Su atención se centró en la producción y registro de este material en el que despliega toda la fascinación por la composición. “Jugar a que hay certezas aunque no las hayan, y buscarlas hasta que aparezcan”, confiesa Romero como parte de la formula lúdica de su proceso en el EPK que acompaña al disco. Así como el Sansueña del Darno comienza con “Final”, este trabajo de Lucía abre con “Funeral”, una celebración litúrgica de despedida: “Prendo una vela en la oscuridad, cruje el suelo, escucho el mar cantar. Ofrendas telas, cuelgan del rosal. Santas y penas hacen mi altar, funeral”. Así abre este álbum minimalista en el que tan solo Romero y Esteban Pesce se ocupan de la instrumentación y de poner flores en el altar musical. La excepción será “Brindar”, una composición con Gonzalo Deniz y una interpretación de los dos. A diferencia de su antecesor, en Magia Pagana Lucía se autoimpone cierta austeridad instrumental y establece de base algunos despojos. Esta vez no sonará su trompeta ni las guitarras u otras cuerdas, tan solo el sintetizador, su voz, o sus múltiples variaciones vocales y la batería, a veces rítmica y otras tan solo climáticas. “En el proceso de composición, la música está internamente, es solo darle un tiempo concreto para que emerja”, advierte. Por eso es claro dejarse llevar, poner los pies en la tierra, bailar, cantar, honrar lo que tenga que morir para nacer de nuevo en el vacío. Por momentos es espectral por otros litúrgico, a veces es ancestral y de a ratos una ofrenda actual, un altar de canciones. Destaca “Sin Poder Pensar”, donde los arreglos armónicos corales, el pulso rítmico, producen un mantra bailable. El disco cierra con “Ritual”, una última ofrenda, que me evoca a Sylvia Meyer, un canto a capella con instrumentación natural, un coro de grillos, y una sentencia final: “sucumbir al silencio”.
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