Por Carlos Dopico.

Es productora, cantante, compositora, docente y comunicadora con más de treinta años de experiencia. Durante ese extenso periodo, Lea no solo recorrió el mundo, sino también los distintos recodos de la industria musical, al tiempo que relegó su debut artístico para desarrollar carreras ajenas, hasta que en 2011 irrumpió como solista. Fue integrante del cuarteto vocal La Otra, parte de la banda estable de Rada y es dueña de una carrera musical con la que ya lleva publicados dos trabajos discográficos independientes: No son rosas y Buena fortuna. “No apuro lo que hago, no le doy golpe de horno a la canción”, advierte para dejar en claro los tiempos de su faceta artística. Hoy en día es representante de artistas destacados en ambas orillas del Plata, desde Fernando Cabrera a Francis Andreu, pasando por Kevin Johansen o Santiago Vázquez de Ñu, por solo citar algunos nombres. Durante veinte años fue manager de Ruben Rada, desde el retorno al país del legendario músico uruguayo hasta el 2018. “Yo saqué a Rada campeón en su tierra, lo hicimos juntos”, señala cuando evoca alguno de los hitos de aquel trabajo conjunto, con más de una docena de discos, películas, series y hasta programas de radio y televisión. Integró la murga Cero Bola y también las filas de la comparsa Yambo Kenia. Llegó al mundo de la producción por casualidad y sin experiencia previa se lanzó al vacío.

Sos música, compositora, comunicadora y productora. ¿Qué se presentó primero en tu vida? ¿Cuál es tu primer vínculo con cada una de esas facetas?
Lo primero que se me presentó en la vida fue cantar, la primera veta fue la artística. Comencé a tocar la guitarra con una niñera que me enseñó y resultó una herramienta muy importante para evadir una tristeza familiar. Había muerto mi papá y yo tenía siete años. Así llegó a mí la música. Luego, a los trece años participé de un Festival de la Canción del liceo al que recién entraba. Era la nueva y ganamos el primer premio con una canción mía. Ese fue un shock. Desde entonces no paré de escribir. Lo que pasa es que no me animaba a mostrarlo, era un acto muy íntimo. Mi esencia es cantar y escribir. Después, a la música no le puse estudio ni rigurosidad, por tanto, no puedo decir que soy música o compositora. Soy una creadora de canciones que hace melodías y letras, pero necesito recurrir a un músico para que me acompañe.

¿Y cómo sistematizas todo ese caudal?
Nunca lo fuerzo. Como no vivo de eso ni corro con los plazos, lo dejo ahí… Bajo todo al block de notas del celular o en algunas de las libretitas que tengo en cada bolso. Pero no apuro lo que hago, no le doy golpe de horno a la canción. Me parece una de las cosas más honestas, esenciales.
¿Cómo trabaja la Lea productora con la Lea artista?
¡Horrible! [Risas]. Soy la peor productora conmigo misma y me cuesta encontrar quién haga la gestión porque, como sé del tema, molesto. Tampoco me dimensiono como artista, pero siempre estoy convencida que mi última canción es la más linda.
No uso la música para vender entradas ni para ser famosa, la uso como una necesidad humana de crear. Si no hago canciones no estoy en paz, mi equilibrio es crear; hacer canciones es una necesidad. Como vivo del arte de otros, me cuesta imaginar vivir del mío, y tampoco quiero que mi artista tenga ningún estado de emergencia. Conozco la profesión porque la gestiono para otros y es muy difícil. Por eso prefiero vivir de otra cosa y estar viva porque hago música.

¿Cómo llegaste al mundo de la producción y la gestión artística?
Soy productora por accidente; se me dio bien y lo repetí.
Tu primera producción internacional fue con Alcione. ¿Qué recuerdas?
En mi casa se escuchaba Alcione siempre. Fue mi primera producción por una mentira. Yo no era productora, era cantante de covers y estudiaba secretariado comercial porque no quería seguir una carrera. Mi padrastro era fan de Alcione, mal, y se fue con mi madre a verla a Río, al Canecão. Mintió, dijo que era un productor uruguayo que la quería traer tan solo para ir a cenar con ella y la hermana, que era su manager. Por entonces no había redes ni cómo chequear nada, era solo teléfono fijo y viajes. Era otra época, y hasta el día del espectáculo no sabías cómo iba a ir. Mi viejo llegó a casa y me dijo: “Estuvimos en Río y vamos a traer a Alcione. Yo consigo el dinero y vos hacés la gestión”.



¿Y qué aprendiste?
Todo, lo que sí y lo que no. Se necesitaba mucha intuición; hoy tenés métricas y analíticas. Yo tenía solo una certeza, y era que Uruguay es re brasilero y todo el mundo cuando viajaba a Brasil se traía casetes que aquí nadie vendía. Le hice un negociado a mi padrastro y le dije: “Ahora traemos a Alcione, que te gusta a vos, pero luego traemos a Djavan, que me gusta a mí”. Él no sabía quién era. Fue un chiveo y aprendí. Me senté con el diario El País, con el Hotel Balmoral, con [José Luis] Capezzuto del cine Plaza, busqué alianzas en los medios. Me ayudó mucho Verónica Peinado, a quien le gustaba mucho la música brasilera, y también Jorgelina; recuerdo a esos aliados perfectamente. Como me gustaba mucho la música uruguaya, que además estaba totalmente ignorada por los productores de espectáculos internacionales, dijimos: “Hagamos un show de candombe y samba, la negritud de acá y la de allá”. Ahí contraté a Mariana y Osvaldo y una cuerda de tambores. Recuerdo que Alcione vio todo el espectáculo de ellos desde la platea.

Si bien hace más de tres décadas que trabajas en la industria musical, recién en 2011 decidiste desarrollar tu faceta compositiva. ¿Qué la impulsó?
Surgió porque no lo decidí yo. Vivía en Argentina, y una noche estaba en una casa donde había un montón de artistas, entre ellos Liliana Herero. Era una rueda de amigos, tomando vino, y todos tocaban alguna música y se pasaban la guitarra. Me llegó, junté valor y toqué un tema mío. Un loco que estaba ahí, Diego Rolón –tremendo violero–, me dijo: “¿Esa canción es tuya?”. “Sí”. “¿Tenés otras composiciones?” “Sí”. “¿Vos no sos manager de Rada?” “Sí”. “¿Por qué no me mostrás tus canciones?” Y se las mostré. Fijate que yo en la adolescencia, a fines de los años ochenta, tocaba covers en boliches sin vergüenza alguna, como en Ludovico Café. De hecho, mi guitarrista por aquel entonces era Juan Campodónico, y mi telonero Jorge Drexler [risas]. Jorge no se animaba a cantar y tocaba instrumentales. Yo ya tenía esa experiencia, pero no con mi obra propia, eso es otro viaje. Rolón insistió hasta sacarme un tapón del alma. Él me convenció y me produjo un disco, junto con Luis Volcoff.


¿Y qué pasó con el segundo?
Ya había regresado a Uruguay. Había tenido que ir a Argentina para que un guitarrista argentino me diera para adelante. Tenía mucho miedo de la mirada uruguaya y esa pregunta recurrente: “¿De qué lado estás, sos productora o cantante?”. Al mismo tiempo, por entonces comenzaba la autogestión de los artistas, todos eran productores. Y yo dije: “Si todos pueden, yo también”. Volví a Uruguay con el primer disco y tuvo muy buena recepción. Ya estaba en Yambo Kenia, hice prensa con el primer disco y comencé a estar en la escena como artista. Me envalentoné y me puse a producir el segundo disco. Coincidió con mi presentación en Autores en Vivo. La persona que estaba editando el video del espectáculo cantaba todos mis temas e incluso los solos de guitarra. Es guitarrista, de Melo, y me dijo: “Sé todas tus canciones, cuando precises un guitarrista, llamame”. “Mañana”, le dije, y lo llamé. Es Gusmán Cajtak y hasta hoy toca conmigo. Fue uno de los productores del segundo disco.
Tu segundo disco, Buena fortuna, salió al mercado el 13 de marzo de 2020, fecha en que la pandemia se propagó a nivel mundial y nuestro país canceló todos los eventos culturales. ¿Cómo procesaste eso?
Tuvo mala fortuna, la verdad. Fue horrible. Estábamos ensayando para un concierto en Magnolio Sala y me quedé sin poder presentar el disco. Tiempo después lo hice en la Balzo, al treinta por ciento de capacidad y con el público de tapabocas. Tremendo.

En aquel momento crítico fuiste una impulsora importante con Uruguay es Música para retomar los eventos culturales. ¿Qué huellas de la crisis sanitaria ves hoy en la escena local?
Aprendimos todos mucho. Fui impulsora, pero junto a un colectivo, yo era la cara visible. Se armó un colectivo inesperado que jamás en la vida alguien pensó que podría funcionar. Éramos todos empresarios individualistas que nunca habíamos hecho nada en colectivo. Salvo algunas bandas de rock como La Vela, NTVG o El Cuarteto de Nos, que sí habían construido una forma de trabajo coordinado, los demás no. Éramos competidores poco saludables. Esa es la gran lección que nos dejó Uruguay es Música. Se armó un verdadero sector de managers y productores que hoy en día incluso mantiene un diálogo. El grupo de Whatsapp sigue existiendo y, de hecho, de allí surgieron productoras que no existían, como Piano Piano, que hoy es la más grande del mercado. Fuimos muy inteligentes, y lo que más orgullo me da fue toda la campaña montada para los técnicos. Ahí se notó la acción colectiva para atender al sector más vulnerable. Esa es otra de las cosas que se aprendió, el valor de la formalización del trabajo en la industria musical. A mí me costó mucho poner la cara, pero nadie lo quería hacer.
Tenías formación en comunicación, eso debe haberte ayudado.
Sí, hice dos años de comunicación en la Católica, pero nunca me recibí. De todas formas, sí, es lo que más me gusta hacer, me gusta comunicar; siempre escribí las casetillas.

Hace ya varios años, por 2016, estrenaste un formato de canciones con humor, que definiste como “SingUp”, y que has seguido desarrollando. ¿Qué te permitió ese terreno mestizo de la canción y el humor?
Fue catártico, encontré una manera de mostrar mis canciones haciendo un espectáculo dinámico que generara múltiples emociones. Pude decir un montón de cosas riéndome de ellas. Me aburre el formato tradicional de: “Bueno, voy a cantar una canción que para mí…”. Yo hago humor en la vida cotidiana desde siempre, mis amigos lo saben. Es una herramienta resiliente que tengo, me río de la peor desgracia. Una vez una amiga me dijo que tenía que llevar estas ideas al escenario. Es un formato con dos músicos en el que me empiezo a reír de lo que me pesa. Me río de mi obesidad, por ejemplo, de los mandatos machistas de mi generación y noté que algunas canciones cabían en esos relatos. Me di cuenta de que había tenido un influencer del humor cuando no había redes, que fue Norman Erlich, amigo de mi padrastro –el mismo que le mintió a Alcione–. Venía a casa a cenar y yo con diez o doce años escuchaba a Norman desplegando todo un espectáculo. Recuerdo que se reía de la madre judía delante de mi madre, por ejemplo [risas]. Yo decía: “Pah, puedo reírme de mi vieja delante de ella”. Tenía un nivel de relato imponente. Era un feo grotesco, con lentes tipo Lambetain, unos culos de botella, riéndose con respeto de sí mismo. Fue una gran influencia.
También has trabajado con Rada, Maslíah o Zambayonny, todos artistas que juegan mucho con el humor en el terreno de la canción.
Sí, pero yo ya tenía esa veta, aunque Rada me la potenciaba. Cabrera lo hace cada vez más. ¡Cabrera es muy divertido! La gente lo tiene ubicado en un lugar melancólico, pero es cero melancolía en el trato cotidiano. Lo mejor que me pasa en el día es recibir un mensaje de Cabrera, es muy gracioso.

En 1993 realizaste tu primera producción internacional con la brasileña Alcione, y un par de años más tarde comenzaste a trabajar con Rada. ¿Cómo se produjo aquel encuentro?
Fueron dos años muy prolíficos de producciones brasileñas. Trajimos a Djavan, Ivan Lins, Titás… Después trajimos varias cosas más, muchas que le gustaban a mi padre: Estela Raval y los 5 Latinos, y hasta a Armando Manzanero. En cada show, incluso antes de que existiera el Fondo Nacional de Música, yo programaba músicos uruguayos como teloneros. En el de Djavan fue Schellemberg, recuerdo. Rada supo de mí por aquellas producciones, yo tenía veinticinco años. Me conoció en el programa de televisión la Sed y el Agua, de Raquel Daruech, y cuando salimos lo llevé hasta la casa de su hermano en mi Lada Samara. En el trayecto me dijo: “¿Querés ser mi manager?”. Y le dije: “Mirá, yo nunca fui manager de nadie, pero ¡es un hecho!”. Yo era fan de Rada. Cuando él me agarró yo llevaba esos años produciendo y empezaba a coquetear con el management. Empezaba a trabajar con Taddei, con la Abuela Coca. De hecho, fui inversionista del primer disco de la Abuela. A Rada lo amaba. En mi repertorio, cuando cantaba covers, había tres temas de Rada, era fan. Con Rada comencé a trabajar en el 95, en la primera mejor etapa de la vida.
Rada venía de más de una docena de años fuera del país y una expresa necesidad de reconocimiento y retribución de su trabajo artístico. ¿Cuál fue la estrategia que se plantearon?
Venía de estar doce años en Argentina y otros cuatro en México. El titular de la charla fue: “¡Quiero vivir de la música en Uruguay!”. Estaba recién llegado, sin plata, con toda la familia y sin garantía de alquiler. Durante muchos años nos ayudamos mucho, yo tengo memoria, y recuerdo que también lo ayudó mucho Titina, la mamá de Maxi de la Cruz. Yo le dije: “Si querés vivir de la música en Uruguay va a demorar, no esperes de la música todo”. A su vez, coincidió con la instalación de las multinacionales en Uruguay. Polygram, antes de ser Universal, tenía como presidente a Pelo Aprile, a quien Rada conocía desde que vivía en México. Pelo convocó a Rada y por un contrato por dos discos se pudo comprar la casa. Eso le pasó entre 1995 y 1999. Pasamos unos años de hambre; veíamos cien dólares y nos abrazábamos a un león [risas].
Con Rada, y por supuesto también Horacio Buscaglia, en 1999 concibieron Rada para niños, una experiencia inédita en la carrera de Rada. ¿Qué recuerdas de aquella apuesta?
El Corto Buscaglia pasaba persiguiéndonos, insistiendo en que Rada tenía que hacer música para niños. Le vamos a agradecer toda la vida el tiempo que estuvo persiguiéndonos, porque fue un gran negocio, además de un gran disfrute. Con Rada estábamos de acuerdo en que lo que se hiciera debía tener nivel artístico, por más necesidad que hubiese. Rada quería disfrutar, venía de estar unos años en México haciendo canciones para otros y tomando malas decisiones. Nuestro encuentro fue crucial para ambos.
La relación profesional entre ambos culminó hace ya un tiempo (2018). Sin embargo, Rada valora enormemente el trabajo realizado contigo para retomar su carrera en Uruguay. ¿Qué sucedió? ¿Por qué se apagó esa usina que habían generado entre ambos?
Sistemáticamente, me doy cuenta de que los proyectos tienen una vida de diez años. En ese periodo algo se desgasta y hay que renovar los objetivos, y estar de acuerdo. Con Rada estuvimos más dos décadas, veintitrés años juntos, es la primera mitad de mi vida. Cuando arranqué tenía veinticinco y él 52, lo di todo, lo dimos todo. Los primeros diez años, mientras hacíamos, aprendíamos de un montón de errores y aciertos. La primera década fue todo ilusión y apuesta. El error que cometimos en la segunda década fue que debimos cambiar los objetivos, porque ya se habían cumplido todos y con creces: vivir en Uruguay de la música, comprarse una casa. Por inercia seguimos en la vorágine. Rada es un talento de los que hay cinco en el mundo, es músico, actor, hizo radio, televisión, publicidad; hace todo y todo bien. En un momento me desmotivó porque él solo quería divertirse y yo estaba como una secretaria. Por otro lado, comenzó la tienda familiar, que la entiendo, pero no era mi proyecto. Los hijos son todos súper talentosos, unos cracs, y me alegro de que les vaya bárbaro, pero yo no quería hacer eso, yo quería trabajar con él. Un día me senté con él y le dije que me quería bajar. Antes de que sucediera algo feo, una deslealtad, preferí preservar el alma de esa construcción que fue hermosa. Yo saqué a Rada campeón en su tierra, lo hicimos juntos. Rada ya era campeón desde antes, porque es un talento enorme, pero las malas decisiones eran tremendas. Lo que le aporté fue un cambio en la manera de verse a sí mismo y rodearse. Yo estaba totalmente “radificada”, nunca me había detenido a pensar cuáles eran mis objetivos. Rada me ayudó mucho con mi veta artística, siempre me dio para adelante, apoyó a La Otra, compuso una canción para mi disco debut y hasta vino a la presentación en Café Vinilo en Argentina.
¿Cuándo nace Glamity, la productora con la que has desarrollado la carrera y los espectáculos de figuras como Fernando Cabrera, Kevin Johansen, Tabaré Cardozo, Pitufo Lombardo, Gustavo Cordera, Francis Andreu?
Glamity nace en 2003, conmigo totalmente “radificada”. Le dije: “Negro, necesito irme de vos un poco…”. Épocas del disco Alegre Caballero (2002). Apliqué a varias becas para estudiar y tuve la suerte de ganar una en Liverpool, en una escuela de artes escénicas que tiene Paul McCartney. Allí estuve seis meses, y a la distancia descubrí que podía trabajar de forma remota. Encontré la manera de hacer crecer mi trabajo y expandir el mercado de Rada. Fijate que Rada venía de hacer un hit de TV. No solo el “Cha cha Muchacha”, sino que Moria le había agarrado “Muriendo de plena” para un programa que tenía todas las tardes. Luego de esa experiencia, le pedí permiso a Rada para abrirme en Argentina con otros artistas sin que fuera mi socio y desarrollar su carrera como prioridad. Él me lo dio. Ahí abrí Glamity, que no significa “Glamour”. Es una palabra rastafari que significa órgano sexual femenino, de donde todos venimos. Me puse como meta armar una empresa de mujeres, que creo que tiene muchas condiciones para el trabajo con artistas, maternar, vocación de servicio, multitaskers. En Argentina primero vine a laburar a Pelo Music. Ellos sacaban refritos de catálogo y habían editado un doble de Marley. Ambos discos completaban el abecedario rastafari, por lo que encontré la palabra Glamity. Ahí empezó, con una gira de Rada por Córdoba de veinte shows.
Has trabajado varias veces en televisión: jurado en El Casting de la Tele, Pequeños Gigantes, Yo me llamo” y Yo me llamo 2. ¿Te interesa desarrollar contenido audiovisual o coincidió la invitación para ese tipo de realities televisivos?
El primer reality fue una casualidad, de hecho, se lo habían ofrecido a Rada. Él no quería ser jurado de nada. Lo habían llamado durante veintitrés años para ser jurado, e incluso ser coach de La Voz en Argentina, con Axel, pero decía que ser jurado te generaba enemistades. Se ve que luego cambió de opinión. Rechazó El Casting de la Tele, que fue en el que finalmente yo estuve. Le dije que no al gerente en la mañana y en la tarde me lo encontré en el Buquebús. Me dijo: “¿Por qué no agarrás vos?”. Yo tenía complejo de gorda… no había trabajado mi imagen. El gerente me dijo: “Vos serías medio como [Oscar] Mediavilla, una productora musical”. Y finalmente lo hice. Estaba Omar Varela, Álvaro Navia y se filmaba en Ideas del Sur, justo mientras yo estaba viviendo en Buenos Aires. Después hice Yo me llamo durante dos años. Coincidió con la salida de mi disco. Si lo pensaba, no me salía muy bien. Hoy no me interesa mucho lo que propone la televisión, pero no me llamaron más tampoco. Lo último fue en 2014. Sí me interesa el universo de la radio.
El coaching es en sí una veta que te importa, en 2015 fundaste la Escuela de la Voz. ¿Cuál es la búsqueda?
Yo tengo una escuela de bienestar, no tanto un conservatorio. La gente viene a pasarla bien cantando, fogón.
Han sido varios los avances de la mujer en la escena musical local en las últimas décadas. ¿Qué materias pendientes identificas en la cuota de posibilidades?
Lo del cupo no lo acompaño, los lugares se ganan. Pero entiendo que antes de eso es importante ver ejemplos, que haya guitarristas mujeres, bateristas, etcétera. Sigue pasando que un tipo te invita a cantar y no adapta la tonalidad. Eso es machismo. Si llama a un colega varón, seguramente la adapta. Se sigue considerando a la cantante como a un músico con capacidades diferentes. Los músicos de cuarenta para arriba no entienden la paridad, no hacen lugar, les conflictúa la presencia femenina. No se dan cuenta de que equilibrarían un montón de proyectos. Pero no me llamen por el cupo femenino, quiero que me llamen por lo bueno que está lo que hago. Acompaño el movimiento feminista, pero la mujer tiene que formarse.