La cultura en tus manos

Abre la ventana. El dúo Karma en Montevideo

9 septiembre, 2025

Hay días en los que me siento profundamente orgulloso de ser cubano. No pasa siempre y lo lamento. A veces las circunstancias, las personas, me hacen recordarlo con dolor, en otros momentos ni siquiera pienso en eso y me siento ciudadano del mundo, de la Vía Láctea, pero Fito Hernández y Xóchitl Galán, integrantes del Dúo Karma, fueron los culpables de que me sintiera orgulloso de ser cubano, el domingo 7 de setiembre.

Verlos, escucharlos, sentirlos en la Sala Zitarrosa, con las butacas llenas de padres y niños de todas las edades; oír sus canciones en la voz de muchos, cantadas como si formaran parte de la banda sonora de su vida, me hizo recordar que la buena música, no importa de donde venga, enamora.

Hace nueve años decidieron explorar el sur del continente y mezclar la tropicalidad de su ritmo con instrumentos y sonidos más comunes en esta zona. 

Con nostalgia recuerdo mis años de guionista de programas infantiles de radio y tv. El dúo era protagonista de casi todos los momentos musicales que le dedicaba a la infancia, desde ese entonces ya sentía admiración y respeto por su obra. Esa combinación de ritmos, letra inteligente, enfoque lúdico y al mismo tiempo arriesgado, hacen de su trabajo un producto disfrutable para todos los miembros de la familia, no importa la edad que tengan.

No minimizan al infante, por el contrario, lo retan, lo hacen partícipe de la canción y si bien tienen influencia de algún que otro clásico, prefieren crear su propio estilo. Hacen cómplices a niños y padres mediante una invitación en la que cada una de sus canciones es un juego que permite establecer vínculos.

No hay demasiados diminutos en la letra, no hay lecciones moralizantes. Ambos prefieren jugar y que sea el juego y la música lo que predomine en esa complicidad que los va entrelazando con los públicos.

Ella, hermosa, va acomodando su voz en función de la canción, mientras imita personajes, sonidos de objetos inanimados, incluso representa el silencio. Sumado a eso, el dominio de los instrumentos de percusión, hacen que se luzca en ese juego-canción-puesta en escena que representa el dúo.

Él, dúctil, marca el ritmo, el movimiento, da pautas con la mirada, domina la guitarra y modula sonidos. Los sonidos son importantes en la puesta en escena de ambos. Son una herramienta para crear un entorno en el que familia se sienta cómoda. Un perro, el viento, una bufanda que se mueve a su antojo, el campo, una polimita baracoesa, un chivo de Soroa, todos ubicados en el escenario, para que los niños y sus padres los vean a través del sonido.

La poesía es la palabra que danza, dice un verso de una de sus canciones y en realidad el espíritu de la poesía y la danza mantienen a los públicos cantando, bailando, riendo.

Ritmos africanos, ritmos del caribe, ritmos del sur se mezclan para mostrar una sonoridad peculiar que probablemente no tenga otro nombre que Karma, eso que ya les pertenece y que han compartido con públicos de varias latitudes y generaciones.

Ver a hijos y padres cantando a viva voz, disfrutando, sintiéndose en comunión entre ellos y con Fito y Xóchitl me hace sentir orgullosos de esos dos cubanos reyoyos, que nueve años atrás decidieron venir al sur del continente a conquistar a las familias y lo lograron, abriendo ventanas, como dijeran en una de sus más emblemáticas canciones. 

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