La cultura en tus manos

Pasaporte a la alegría. Sylvia Puentes se confiesa

21 agosto, 2025

Foto por Mario Cattivelli
Foto por Mario Cattivelli

En el año 1959 Augusto Monterroso publicó uno de los cuentos breves más reconocidos de la literatura, sino el más. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y con solo siete palabras logró eternizar un texto que ha tenido múltiples interpretaciones. Para mí es una evocación a la persistencia, a la memoria, al diálogo constante con el tiempo, ese que te lo da y te lo quita todo.

De cierta forma, y salvando las distancias, Sylvia Puentes de Oyenard es como ese dinosaurio que lucha contra el tiempo para seguir ayudando a promover el libro y la lectura; una mujer que ha fundado todo, o al menos mucho, en la República Oriental del Uruguay, que defiende los derechos de la mujer y que al mismo tiempo disfruta la calidez de la familia. Sus libros, su magisterio, su vocación humanista, su trabajo como médica, su labor periodística, su oratoria y su liderazgo frente a la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil han trascendido el tiempo y el espacio para ganarse un reconocimiento más allá de las fronteras. Y cuando alguien como yo aterriza en este país y ese nombre le resuena una y otra vez en cada sitio al que llega, entonces se propone conocer a esa mujer que tiene mucho de madre, de abuela, de escritora, de médica.

Soy feliz con lo que la vida me da, poco o mucho, siempre me emociono y agradezco la posibilidad de compartir. Vivo a plenitud mis vocaciones, la medicina es investigación y esencialmente entrega al prójimo, y la maternidad multiplica ternura en hijos y nietos. Escribir es consecuencia de ser lectora precoz, primero recitaba en voz alta los poemas que mi madre había seleccionado en un cuaderno cuando era soltera. A falta de antologías, se había hecho las propias. Un día me di cuenta de que versificaba, y sí, todo eso es parte de la formación de mi personalidad. 

Hay una imagen que de tan repetida resulta cursi, pero es tan real que no importa describirla una y otra vez, una y otra vez. Cuando Sylvia piensa o habla de Tacuarembó, ese sitio que la vio nacer y donde ha vivido algunos de los momentos más importantes de su vida, la mirada se le nubla y no sabes si estaba sentada contigo, disfrutando de un café, o allá en donde le sobran los motivos para regresar. 

Homenaje a Juana de Ibarbourou en el Palacio Legislativo, 2021.
Homenaje a Juana de Ibarbourou en el Palacio Legislativo, 2021.

A Tacuarembó la geografía lo sitúa en un lugar en que el paisaje se hace poesía en las sierras de Valle Edén, en la Gruta de los Helechos, en el pintoresquismo de una laguna plena de magia y leyenda, en la espesura agreste de los montes, en las arenas de las playas de San Gregorio o Pueblo Ansina. El tiempo renovó sauces y trinos, pero los que nacimos –o han vivido– en nuestro departamento nos sentimos comprometidos con una realidad histórica y sociocultural que sabe a río y a calandria, a vasija de barro y agua fresca. A Tacuarembó le escribí un libro que hice con amor y el deseo de proyectar nombres conocidos y anónimos. Podría haber escrito mucho más, pero soy consciente de que, a pesar del esfuerzo, solo realicé una parte. Ya habrá quien continúe. Ese libro lo llevo en el corazón, con las palabras del poeta Serafín J. García. (“Si cada uno de los departamentos que integra este país tuviera su Sylvia Puentes, la historia humana de este sería sin lugar a dudas la más sustanciosa y rica de toda Latinoamérica. Porque es realmente admirable, en sus aspectos más diversos, lo que usted ha hecho para ofrecernos este panorama tan completo, tan preciso en ensamble y armonía, de cuanto importante –o al menos bien inspirado– ha logrado realizar a lo largo del tiempo la gente de su terruño”).

Entre los personajes populares recuerdo anécdotas como las del Viejo Bilbao que, cuando empinaba una caña y repetía sus personales mandamientos: “El primero, amar a Dios, el segundo a la botella, el tercero a la mujer, el cuarto dormir con ella, el quinto no codiciar la mujer del coronel Escayola… y los demás se perdían entre sus vapores”. 

Con María Elena Walsh.
Con María Elena Walsh.

En la historia de la humanidad muchos médicos han devenido grandes escritores: Chéjov, Bulgakov, William Carlos Williams, Conan Doyle son solo algunos de ellos. Sin embargo, por más que se haya vuelto común, estoy completamente seguro de que estudiar medicina y al mismo tiempo estudiar cualquier carrera de humanidades (y escribir lleva muchísimo estudio) es como vivir en dos mundos paralelos. Puedes incluso escribir de tu experiencia como médico o que todo lo aprendido en la carrera aparezca en tu obra, pero cuando hablamos de estilos de vida, de formas y métodos de aprendizaje, incluso de las miradas que se pudiesen tener de un mismo suceso, hay un antagonismo reconocible.

Parecen antagónicas, pero se unen por la actividad creadora y la inteligencia. El científico reproduce una verdad, el artista la crea. Uno observa el mundo exterior, formula hipótesis, comprueba, fundamenta. El otro parte de su yo más íntimo y se incluye en el mundo. Artista y científico son creadores porque reorganizan el esquema externo. El hombre busca agrandar su imperio a través de la ciencia, sin desmedro del arte porque si bien el artista transforma la realidad, el científico lucha por vencerla. La Inteligencia Artificial ha ingresado con fuerza y, por supuesto, llevará a establecer un marco jurídico y ético en un terreno en el que hay mucho para descubrir. La doctora Anna Mignone afirma: Soy un ave con dos plumas, una me abriga, con la otra escribo palabras de pan que me acarician desde que respiro”. Amo la medicina, si bien mi idea al comenzarla era ser cirujana, luego diversifiqué caminos, estudié la mitad del posgrado de Pediatría, estuve unos años en Alergia y luego en la cátedra de Geriatría y Gerontología con los profesores Morelli y Oehninger. Médico y poeta son seres sensibles que se maravillan y conmueven con el milagro de la vida, la muerte y las miserias humanas.

Y tengo que volver al dinosaurio de Monterroso para recordarle a Sylvia que más allá de su modestia, su trabajo, su obra, su impronta ha sido fundamental para la promoción de la literatura que se hace para niños, adolescentes y jóvenes, alejada de estereotipos. La literatura que como toda obra de arte comunica y emociona y se escribe para un lector inteligente y capaz, no importa la edad que tenga.

Junto a Eduardo Darnauchans en 1993.
Junto a Eduardo Darnauchans en 1993.

No soy referente, pero sí soy consciente de que dejé muchas cosas de lado por entregarme en forma íntegra a la difusión de la literatura para niños y jóvenes, haciendo que se entendiera que era solo literatura, que no tenía adjetivación y que es fundamental para los docentes conocer la trayectoria y la evolución de libros y autores para reconocer que el niño es un ser completo que tiene apetencias y necesidades diferentes. Por eso fundé la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil (AULI), redacté sus revistas (50), creé el primer club de narradores orales en Uruguay “Dora Pastoriza”, presidí y coorganicé con APPIA el I Congreso de Literatura Infantil y Juvenil Latinoamericano con la participación de once países, di clases en los institutos de Formación Docente, bregué por una cátedra de literatura infantil, hasta que, cansada de silencios, abrí una en la Biblioteca Nacional con el nombre de nuestra Juana. Allí, con cursos de cuatro semestres y respectivas pruebas escritas y monografía se pudo obtener el título de Experto en Literatura Infantil Iberoamericana y Universal, avalado por el Ministerio de Educación y Cultura. Todo este movimiento hizo que se dimensionara el tema y se promovieran ediciones que coincidieron con un incremento de la calidad y la cantidad de libros para chicos a partir de los años noventa. Mi gran sorpresa fue ver que llegaban muchos profesores de literatura cuando en realidad había pensado las clases para maestros, pues es a ellos a quien primero se acercan los padres a pedir información de lecturas.

Siempre he tratado de que la literatura para niños, adolescentes y jóvenes sea sin apellidos, un concepto que nace gracias a María Teresa Andruetto, eximia escritora argentina, pero que he sostenido desde hace mucho tiempo.

A través de la Academia Latinoamericana de Literatura infantil y Juvenil que creamos en la Universidad de Huamanga (2002) con los escritores Luis Cabrera, de Cuba; Roberto Rosario, de Perú, y yo por Uruguay, hay una red en permanente contacto entre los países que ha desarrollado diversos planes de acuerdo con las necesidades de la región. Así trabajamos y conocemos el laboreo de los otros. Han surgido libros y revistas en papel o digitales que nos ponen al día.

En 1976 Juana de Ibarbourou le prologó un libro a Sylvia, y cuando se lo menciona no cambia de color, ni se jacta, ni siquiera siento un poco de prepotencia en su rostro. Ella, la Juana que es idolatrada por lectores de toda América, formaba parte de sus afectos, y Sylvia lo cuenta con la naturalidad de los que saben que la grandeza de esa mujer trascendía su obra.

Con Juana, a quien conocí en mi temprana juventud, tuve una relación entrañable. Jamás le pedí ese prólogo que escribió seis años antes. Me lo ofreció espontáneamente y lo recibí como un milagro. En Juana de Ibarbourou. Obras escogidas, editado por Andrés Bello en Chile (1998), cuento que por los sesenta mi profesora de declamación, Débora Valiente, me puso en contacto con ella. La conozco en su casa, en una tarde apacible, donde su calidez y ternura me impresionaron vivamente. A partir de ese momento, hasta la última vez que la vi, los encuentros se reiteraron en su casona, donde siempre aguardaba las visitas con un deshabillé de terciopelo azul. Allí len 1970 e presenté a la profesora Lilia Ramos, de Costa Rica, con la que nos tomamos fotos que documentan la austeridad de su dormitorio y de la biblioteca contigua que había perdido sus volúmenes más preciados.

Juana era coqueta, sí, lo documentan diversos testimonios en los que es proverbial su elegancia, así como una foto que se custodia en el Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Montevideo. En ella, el rostro ha sido borrado con un objeto filoso, pero el resto permanece intacto, al dorso se lee: “De cara estaba horrible, pero el vestido es bonito, ¿verdad?”. Mucho se ha hablado de su silencio y reclusión en el último lapso vital, pero poco de los menguados recursos económicos que no le permitían presentarse como deseaba.

Por otra parte, la generosidad de Juana era proverbial, nadie se iba de su casa sin un recuerdo y, cuando ya no tenía qué entregar, bien valía un libro, una porcelana. La recuerdo como un ser entrañable, que escuchaba con atención los versos que le leían y opinaba siempre con frases que reconfortaban al “escritor”. Más allá de la personalidad que se yergue en plenitud sobre el lenguaje, está la Juana-mujer, sensible, atenta, cálida, preocupada por detalles mínimos, como podían ser el alimento o los remedios para sus perros, fieles compañeros de una vida: “Amé, ay Dios, amé a hombres y a bestias/ y solo tengo la lealtad del perro/ que aún vigila a mi lado mis insomnios/ con sus ojos tan dulces y tan buenos”.

Por supuesto una mujer que ha dedicado su vida a la escritura, a la promoción de la lectura, a la investigación y al magisterio siente una responsabilidad muy grande con la formación de los más pequeños, con el trabajo de la escuela, con la familia.

Como escritora me siento responsable también de la formación de los más pequeños, claro, sin interferir en la educación que le brindan los padres. Tuve excelentes maestras que despertaron en mí la inquietud de crear y trabajar en equipo. Comprendo que sociedad y circunstancias han cambiado, pero es importantísimo sembrar el espíritu que comienza a florecer con ideas originales que, si bien tienen base académica, permiten desplegar las alas. Valoro esa tarea de los maestros porque he tenido contacto con muy diversas generaciones y sé que la mayoría es responsable de una educación motivadora. No importa el plan o método, cada siembra es singular. Y a veces los resultados no se ven en forma inmediata.

La cercanía de Sylvia con la obra de Delmira, su admiración por Juana, la defensa de las voces de otras desde la columna “Tribuna de la mujer” en el periódico El País, hablan de alguien que reconoce el papel de la mujer en la sociedad, antes y ahora, y que defiende y pondera a la figura femenina, lo que uno descubre detrás de sus textos, incluso los que se escriben para niños, adolescentes y jóvenes.

Soy una defensora de los derechos de la mujer absolutamente, no en el sentido radical, pero sí trabajando por la igualdad. A fines del siglo XIX se cuestionaba la educación de la mujer “acusándola de engendrar la vanidad, el descoco, la desvergüenza y el impudor”. Sarmiento afirmó que “solo puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de sus mujeres”. Varela, influido por ese ideario, encara a la mujer “como individuo” social y logra su objetivo a través de la Reforma Escolar (1877) que abrió compuertas en tareas educativas. En el siglo XX, Luisa Luisi, encargada de formar almas y mantener los edificios de acuerdo con normas sanitarias y artísticas, afirmaba: “No olvidemos que la escuela debe ser el recinto en donde, siquiera una vez en la vida, el hombre realice la igualdad absoluta, solo rota por el mérito o la virtud de cada niño”. Otras personalidades continuaron la obra, como la profesora Ofelia Machado Bonet, o mujeres anónimas, quienes desde el hogar promovían valores y educación.

Mi trabajo en “Tribuna de la mujer” se remonta a 1985. Vivíamos una nueva etapa y la mujer accedía a cargos más importantes. El foco fue variado, pero la figura femenina era protagonista de mis notas, especialmente las que luchaban por equiparación de derechos, aunque lo estaban en el papel en la realidad ni siquiera la remuneración era igual, al punto que la doctora Raquel Macedo promovió una ley que lo regulara.

Una mujer es la voz de la mujer total con corazón de miel y de agonía; no estamos hechas de cielo o de retamas, somos un río al que arrastra su corriente al otro río vertical que traga los átomos, las alas, las burbujas, el sol que estas abejas se disputan al pie de otros umbrales. Y, sin embargo, prisioneras del cíngulo de tibios amarantos, nos cubrimos la boca de pétalos y almendras y creamos sin pensar: ¿a quién le importa este jardín de ángeles o el oscuro dominio de mil larvas que roen y corroen nuestros antros? No hemos coagulado nuestra fe. Y en este duro oficio que convoca los vocablos respondemos sorprendiendo a la vida en sus matices, en sus triunfos, amores…

Creo que todas han influido en mi formación autodidacta, especialmente Sara de Ibáñez con su fusilería metafórica, su exquisitez para encontrar la palabra selecta, aunque tal vez tal perfección la ha dejado fuera de algunos lectores.

Petrona Rosende es la primera mujer con obra édita en nuestro país (Luciano Lira, El parnaso oriental, 1835). Fue pionera del periodismo femenino en el Río de la Plata, pues emigrada a Buenos Aires durante la dominación luso-brasileña, fundó y dirigió La aljaba para alertar sobre problemas del género y entendió que la ignorancia es núcleo de muchos males. Más adelante la seguirán las voces de Delmira, María Eugenia, Juana de Ibarbourou… cada una con una posición diferente frente al amor, ya sea tomando un papel activo en Delmira (“Eros, yo quiero guiarte Padre ciego”); de inmovilidad, caso María Eugenia que vuelve del mar con su red “seca y vacía, porque entre la arena y las olas existen dos cosas solas: morir o matar”. Juana, en cambio, es la gran seductora que hace sentir al hombre un verdadero conquistador: “Tómame, ¡Descíñeme!, Crecí para ti./ Tálame. Mi acacia/ implora a tus manos el golpe de gracia”.

Los que siguen las publicaciones de Sylvia en las redes sociales, sus estados de Whatsapp, se pueden percatar de su profunda fe, su vocación de servicio a Dios, al prójimo. Hay un vínculo indisoluble entre la vida y la obra de esta mujer y Jesucristo. Y aunque conozco la respuesta siempre me ha inquietado la relación de los hombres y mujeres de ciencia con la fe. Por eso pregunto.

Creo que lo responde un poema que escribí y musicalizó el maestro Julio César Huertas, el “Homenaje a la Virgen de los Treinta y Tres”: “Si a Ti me acerco vencido,/ sin olivo ni canción,/ abre la cruz de tus brazos,/ abraza mi corazón. Misericordia, oh Señor, misericordia./ Porque Tú eres la Vida y eres el perdón”.

La selección de textos De vuelo en vuelo habla de un marcado humanismo. Más que una antología es una obra que indaga sobre el hombre y su humanidad. Y aunque hacer una selección de ese tipo por lo general provoca sacrificios, inconvenientes y hasta inconformidades, Sylvia se arriesga y apuesta por este tipo de obra de construcción colectiva.

Crear es ser en la dimensión que trasciende el acto cotidiano. Es arriesgar el seguro pasaporte de los fines a un tiempo de mareas y bravuras donde el alma delira y nos arroja a las orillas de un sol y sus verdades. A golpes de dolor y albas de gracia construimos un mensaje. Un mensaje que tiembla, porque sabe que siempre el resultado es inferior al magnético fuego del destello creativo. Pero nadie crea para guardar o esconder. Se crea para ser y se es al compartir la entrega. Esa es la razón de De vuelo en vuelo, un libro que tiene el formato de los que hago anualmente y busca rescatar voces jóvenes, voces célebres, voces olvidadas, y reunirlas bajo un hilo conductor. No importa edad ni currículo, sino la sinceridad y la nobleza de su escritura. Intentoun vuelo colectivo, unido por el puente intangible la palabra.

A cada una de las creadoras con las que converso les pregunto por la familia y a veces yo mismo trato de evitar una pregunta tan común, pero también sé que en medio de tanto “hacer” a veces la familia se quedando, se va quedando, se va quedando…

Mi familia ha sido y es el centro de mi vida. Gracias al amor y comprensión de mi marido, Jorge Oyenard, pude realizarme y transformar mi mundo cotidiano en un universo mágico. Transité por el papel convirtiendo la tinta en mensaje y en las salas de hospital pude deslumbrarme ante el silencio y combatir el dolor con mano solidaria. La vida no es fácil, pero a veces nuestros brazos se vuelven alas, y las alas son la fuerza de nuestros brazos. Así remontamos el día en el contracielo de las dificultades y descubrimos el pasaporte a la alegría. La actitud creativa es acción que permite superar conflictos.

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