Por Eldys Baratute.

Confieso que lo primero que me vino a la mente después de leer El niño de la mancha, fue hacer un análisis de la métrica, la rima, las metáforas, el ritmo, y todas las formalidades que según uno aprende, debe tener un poema. Cuando te enseñan que la poesía debe cumplir ciertas normas, debe evitar esto o aquello, debe contar con determinada estructura o romperla intencionalmente, es difícil no apelar a eso. Sin embargo, las ilustraciones de Lucía Franco, hermosas, certeras, tan reales como las manchas que iba dejando el niño, sumado a la idea de Natacha Ortega, su autora, de mostrar un ser humano imperfecto, feliz, con sueños, un niño que deja manchas como si dejara pedazos de felicidad, me hicieron revisar otra vez hasta descubrir el misterio. Hay demasiada poesía en estas páginas para encasillamientos gramaticales y de estilo.


Entonces descubrí el toque mágico, el código QR que me llevó a la voz de la propia Natacha cantando esto que primero fue una canción antes que un texto impreso.
El niño de la mancha adquiere un matiz superior en la voz de Natacha Ortega, una mezcla de su voz, los versos, los acordes musicales… Deja de importar la rima correcta, correctísima, si es asonante o consonante, o la métrica y las terminaciones en infinitivos. La voz de Natacha se junta con el ritmo y la musicalidad del texto, abrazados todos por las ilustraciones de Lucía, y le regalan a los lectores un producto hermoso, donde armonizan música y poesía.
Con marcadas alusiones al Quijote, este niño de la (M)mancha combate también, de cierta forma, contra molinos de viento y defiende su derecho a ser feliz, cómo mismo lo hacen todos los niños fuera del orden y lo estrictamente establecido. No importa que todo esté limpio, organizado, demasiado estructurado, el niño de la mancha sueña y de sus manchas nacen trenes, banderas, países multicolores.

Algo que resalta el valor del libro es el diálogo entre autora e ilustradora, como si ambas lo hubiesen concebido juntas. Desde el primer verso se nota, cuando la autora dice “Miren al niño de la mancha” y ahí está él, todo oscuro, todo mancha, todo noche, con pequeños puntos blancos que pudiesen simular estrellas.
Natacha y Lucia le quitan la carga semántica negativa a la mancha y la convierten en una expresión de lo hermoso, un símbolo de libertad.
Acertada propuesta de Ediciones Santillana este año. Un libro-disco para que los lectores aprendan que las manchas no siempre son feas.

