Por Eldys Baratute.
Ya circula el tomo con los cuentos premiados y finalistas del concurso de cuentos convocado por los ochenta años de la Cámara Uruguaya del Libro. Condición impuesta por los organizadores era que los textos tuviesen alguna relación con el mundo de los libros, la literatura y la lectura. Al leer los aquí publicados termino preguntándome ¿qué zonas de la vida humana no tienen que ver con los libros, con la literatura, si esta es reflejo de aquella en todas sus aristas y matices?
Por nada del mundo hubiese querido estar en la posición del jurado, que integraron Álvaro Risso, presidente de la Cámara Uruguaya del Libro; Cristina Appratto y la editora Estefanía Canalda, pues su labor, amén la responsabilidad que conlleva, tiene que haber sido ardua, no solo por la cantidad de cuentos a evaluar (612), sino porque a juzgar por los diez aquí reunidos —tres premios y siete finalistas—, la calidad de las obras debe haber hecho difícil no solo la selección, sino la jerarquización de estas para definir los tres primeros lugares.
Me disculpo con el lector de estas líneas si espera le recomiende alguno de los relatos. Corro el riesgo de ser injusto… Lo sería. Varios me conmovieron profundamente, pero con certeza, además del evidente pulso escritural, el trazado sicológico de personajes, la verosimilitud de contextos y argumentos que permiten intuir mucho de lo que no se explicita, algunas de estas historias conectan con vivencias personales o familiares que se suman al “impacto” que me produce su lectura, tal como sucederá a cada quien, de manera diferente, que a estos cuentos se acerque.
En los cuentos de Horacio Cavallo, Giannina Belén Silveira, Gastón Solari, Clara Muse, Carmen Rodríguez, Martín Girona, Sebastián Miguez, Mariana Casares, Federico Machado y un servidor, las relaciones filiales, el buling y sus consecuencias, la mujer en la sociedad, la emigración, ideologías y modos de ver la vida, son algunas de las temáticas que —incluso cuando libros, autores clásicos o lectura parecen protagonizar los cuentos—, señorean realmente en estos, llamando la atención sobre tipos y comportamientos humanos que a veces están ante nosotros y no logramos ver.
El abanico de autores igual de diverso, desde consagrados hasta muy jóvenes (que tranquilizan en cuanto a la continuidad de la literatura uruguaya). Todos escriben la vida. Todos de forma que uno no puede dejar de leer, de vivir cuanto lee, porque lo que sucede en ellos puede ocurrir donde quiera que viva un hombre, en Montevideo o en New York, en París, en La Habana o en la más remota aldea del mundo, porque todos parten de nuestra propia humanidad, la reflejan con sus oscuridades y destellos, con lo que el ser humano quiere mostrar —ser, tal vez— y aquello que prefiere no se vea.
No puedo terminar esta brevísima semblanza sin una mención al trabajo de ilustración y diseño hecho para esta entrega por Laura Carrasco, hermosa y estrechamente relacionada con la convocatoria, barrio-mundo ideal donde todos reciben con beneplácito las flores de la lectura antes de —y aquí ejerzo mi derecho a completar como lector la historia— reunirse para el intercambio, la charla, la buena acción.