La cultura en tus manos

El pecado de no ser tan nuevo

14 junio, 2025

Federico Rodrigo y los muchachos de 6to B.

Por Eldys Baratute.

Cuando le comenté a Federico Rodrigo que Santillana me había enviado su libro me dijo, “Todo esto es muy nuevo para mí.” Y esa frase que en otro contexto hubiese pasado desapercibida, para alguien que tiene una montaña de libros por leer y elegir cuál comentar, era la excusa ideal para lanzar el libro a la base de la montaña, bien escondido, ahí debajo, sin muchas esperanzas de leerlo. Todo esto es muy nuevo para mí, me sonaba a un escritor que estaba empezando a escribir, probablemente con talento, pero de seguro con un texto lleno frases hechas, problemas de lenguaje, una historia manida, un final predecible, personajes psicológicamente mal construidos y bla bla bla. Así que me dije, “adiós Federico, adiós.”

Después estuve en el Salón Dorado cuando Las cosas que pasan en 6to B ganó el Premio Bartolomé Hidalgo y realmente pudo más la curiosidad, el saber eso que había visto un jurado en el libro del escritor nuevo y volví a la base de la montaña, lo sacudí un poco y lo comencé. 

Lo primero que me llamó la atención fue que el texto no era una novela, sino un libro de cuentos, a pesar de que el título, de cierta manera, sugería una acumulación de sucesos dentro de un espacio determinado (algo que me conducía más a una novela) y lo segundo es que los cuentos del cuaderno no relatan exactamente las cosas que suceden en esa aula sino a los muchachos del grupo, pero en disímiles escenarios, algunos bien variopintos. Descubrí, además, que Federico, es un autor que sabe jugar con el lenguaje, hacerlo suyo, contar cosas que pudiesen parecer tremebundas con la naturalidad de quien domina la palabra, con una simpatía que van saltando de una a otra página hasta que terminas por reír. Y lo más importante: Federico sabe construir personajes.

Este es un libro de historias disparatadas, divertidas, emotivas, pero sobre todo es un libro en donde uno descubre personajes, niños y niñas que bien pudiesen ser nuestros compañeros de juegos o ser nosotros mismos. Cada uno con características físicas y psicólogas distintas. El Mochi es distraído y olvidadizo, Sabrina es autoritaria, a Lucia le da pereza enfrentar la vida y así cada uno se va dibujando frente a nosotros y, casi sin querer, vamos buscando su alter ego en nuestra vida. Porque son de carne y hueso estos niños, reales, con matices, alejados de cualquier perfección posible. 

Tres cuentos resaltan del conjunto. Que chico ese charco, es un texto que esconde una metáfora aleccionadora, todo se mueve, todo cambia y la belleza puede estar en cualquier sitio. Federico a empezar de ser “nuevo” lo dice (lo escribe) con un toque de humor, de ingenuidad como si no estuviese diciendo casi nada. Lo mismo ocurre con La misma piedra en dónde se invita a eliminar absolutismos y ver los matices, las bondades que pudiesen aparecer en lo supuestamente feo. 

Lavarle las patas al coendú Rito resalta porque dentro de la historia el autor instrumenta un juego que muy bien pudiera enriquecer la cultura popular de esta zona del continente.

Las cosas que pasan en 6to B es un libro fresco y divertido. Un libro para leer con los amigos y jugar, de la misma forma en que juegan los protagonistas de las historias. Es un texto para regalar a tu mejor amigo y verlo sonreír mientras lee. 

Sin embargo, sugiero a Federico tenga en cuenta algunos elementos. Primero, el título. Si bien es simpático y hasta tiene un toque comercial, el libro no trata exactamente de las cosas que suceden en 6to B. Ni siquiera uno de los cuentos se llama así. Solo en el último de ellos se hace alusión al grupo, como conjunto de amigos que pasan tiempo juntos en el mismo espacio físico. Más bien los protagonistas viven peripecias en diversos lugares. peripecias compartidas entre más de uno de ellos en algunos casos, y en otros vividas por uno solo. 

Lo otro a señalar es el punto de vista. Aunque algunas historias son contadas por un narrador personaje, en otros aparece un omnisciente que a ratos cambia a personaje, pero que continúa queriendo apelar a los recursos técnicos del omnisciente. Lo cual provoca ligeras confusiones sobre el punto de vista. En esos casos pienso que Federico mete las manos en las historias y quiere narrarlas él, como autor.

Y por último, en algún que otro cuento se queda alguna trama colgada, como si fuera a tener continuidad en otro capítulo (más bien en otro cuento) y en estos momentos asumo que estoy frente a una novela. Esto se evidencia más en el final del cuento Lucía Pérez Sosa.

Como suele suceder con los buenos libros ninguno de estos detalles mella una lectura fresca y entretenida. Federico logra atrapar al lector y hacerlo partícipe de su aventura, esa que él comparte con la pandilla de amigos que saltan de un relato a otro. 

Las ilustraciones de Gerardo Fernández, con un estilo más cercano a la historieta—personajes dibujados a línea muy expresivos— complementan los relatos de Federico. Esa misma expresividad junto a la sensación de que siempre están en movimiento genera dinamismo, contribuye a la conexión que se establece entre el lector y ellos. No podían ser otras las ilustraciones del libro. Rostros expresivos con pequeños detalles de ambiente (por lo general matizados con grises) multiplican la fuerza de los personajes de Federico.

Agradezco a Santillana la edición, al jurado del Bartolomé Hidalgo por reconocerlo y empujarme a la lectura, pero sobre todo agradezco a Gerardo y a Federico. Gracias a ellos aprendí que ningún autor, cuando tiene gracia, dominio del lenguaje y conocimiento de la infancia, es tan nuevo en estas lides.

Foto por Reinaldo Altamirano.

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