Por Eldys Baratute.
He leído Canarios con placer, un libro de la autoría de Rodrigo Clavijo, publicado por Ediciones Del Demiurgo. El placer que nace de descubrir a un autor arriesgado, temerario incluso, que conoce y maneja al narrador en primera persona y que sabe armar un libro. Algo que pasa poco. Muchos autores creen que un libro de cuentos es una sumatoria de textos deshilvanados, sin nada que los conecte.
Dos elementos en común tienen los diez relatos de este cuaderno. El primero, todos ocurren en diversos pueblos del departamento de Canelones. Pueblos que dejan de ser escenarios para convertirse en protagonistas de los desaciertos de los hombres que los habitan. Pueblos marcados por el polvo, por la desidia, por la abulia, por la costumbre. Pueblos semejantes a la Comala de Rulfo, la Sonora de Bolaños, o ese sitio que vive colgado de un barranco en el poema-canción de Serrat. Pueblos en los que parece que Dios nunca tocó a la puerta. El Progreso, Salinas, San Antonio, Migues, Las Piedras, Sauce, Toledo, Pando, Los Cerrillos, forman parte de una atmósfera opresiva, asfixiante. Y por momentos se siente que se superponen unos a otros para conformar una novela, porque esos escenarios diferentes son uno solo y esos personajes que los habitan son el mismo.
Lo mejor es que en cada una de ellos (los pueblos) parece que no sucede nada, que el tiempo se ha congelado, pero exactamente en el silencio de ese “no pasar nada”, si pones el oído en la tierra, se escuchan los gritos de los hombres.
El otro elemento que une a las historias es que todas están contadas en primera persona. Y confieso que, pese a ser amante de este punto de vista, no me percaté hasta pasada la mitad del libro. Rodrigo supo ponerse en la piel de cada uno de esos narradores, asumir su voz, a veces ininteligible pero necesaria. Lo imagino describiendo en un cuaderno a cada uno de ellos (hombres todos), imaginándolos físicamente, para luego darles voz. Es muy difícil usar tantos narradores en primera persona en un mismo libro y que no llegue a aburrirse el lector. Hay que apelar a un profundo conocimiento de la psicología de cada uno e infiltrarse en su vida, ser parte de su pasado, su contexto, sentir como ellos, soñar como ellos, alimentarse como ellos para después poder hablar como ellos. Es difícil, Rodrigo, te felicito. Y más difícil se torna cuando en algunos relatos aparece más de un narrador.
Hay autores que seducen con la historia, otras con la atmósfera, Clavijo seduce, definitivamente, con sus personajes. Hombres alienados, vengativos, misóginos, decadentes, torpes, frustrados, algunos sin otro objetivo en la vida que despertar y dejar que el tiempo corra.
Dos cuentos sobresalen en el cuaderno. En uno ellos, “Hacha y tiza”, el autor pone a confrontar dos mundos antagónicos en un mismo discurso. De un lado un narrador deportivo va contando como transcurre el partido entre Senegal y Uruguay el once de junio de dos mil dos, del otro, dos hombres que, en medio de la miseria en que viven, intentan un robo. El primer tiempo del partido terminó tres a cero a favor de Senegal y en el segundo, gracias a los goles de Richard Morales, Diego Forlán y Álvaro Recoba se logró al empate. Sospecho que todo el país, atravesado por una profunda crisis económica, estuvo pendiente del juego. Rodrigo aprovecha ese suceso y alterna la voz de ese narrador expectante, ansioso, entusiasmado, con el diálogo entre dos hombres que luchan por sobrevivir, por alimentar a la familia.
Dos mundos contrapuestos en unas pocas páginas. Dos realidades antagónicas que viven paralelas, una al lado de la otra, sin rozarse siquiera. El primer contraste se evidencia en la forma en que hablan ambos narradores, el que describe el juego con el dominio de la palabra que tiene alguien de su oficio, y el otro, sin dinero ni para la medicina de su hijo, con un lenguaje tan precario que resulta inentendible. Sin embargo, el mayor contraste está en lo que no se dice, en lo que subyace debajo de esos mundos tan diversos que pareciese formaran parte de épocas distintas, de latitudes distintas, como si Clavijo rompiese las barreras del tiempo y el espacio para hacerlos confluir. Pero no, ambos están siempre ahí, sin solaparse. Como si fuera un pecado esa coincidencia. Como si fuera mejor que los de un lado no supieran que el otro existe. No sé si el autor lo habrá pensado, pero este texto tiene un fuerte trasfondo ideológico.
El otro que destaca toma como nombre un verso de Francisco Quevedo, “Un andar solitario entre la gente”. Y ese solo verso convertido en título encierra todo el conflicto. Que el escenario sea una escuela, que el protagonista sea un maestro, en un mundo lleno de sinrazón, de atropellos, ridiculiza a ambos. Escuela y maestro se convierten en una caricatura y la desolación de ese personaje se convierte en la esencia del relato. De nuevo estamos frente a sucesos habituales, intrascendentes, pero que cargan el grito que se esconde detrás del silencio, el aullar de esos hombres con una vida demasiado triste.
Hay carne detrás de estos cuentos, diría una amiga, yo lo traduzco en que hay humanidad, hay un espacio vital, hay pericia narrativa también, malicia, hay un autor que va fotografiando realidades de un departamento, un país, el mundo y lo hace desde las verdades de los hombres y mujeres, esas que merecen ser bien contadas., como sucede en Canarios, de Rodrigo Clavijo.