La cultura en tus manos

Natalia Rovira. Una laburante del lente con una mirada genuina e innegociable

15 septiembre, 2025

Foto de portada por Mario Cattivelli.

El mundo del fotoperiodismo, a menudo percibido como un bastión masculino, encuentra en figuras como Natalia Rovira (Montevideo, 1979) una mirada disruptiva y esencial. Su trayectoria, tejida entre la persistencia, la autoformación y un compromiso inquebrantable con su propia visión, se erige como un testimonio necesario de los desafíos de ser mujer y fotógrafa en un medio que, pese a los avances, sigue reproduciendo patrones añejos. Rovira no solo captura imágenes; las siente y, a través de ellas, interpela realidades, consciente de que lo que no se ve, no existe.

La formación de Natalia se distanció de los cánones académicos. Su camino autodidacta, lejos de ser una elección romántica, fue una respuesta a las contingencias de la vida. Su primer acercamiento formal a la fotografía fue un curso breve de manejo de cámara, sin siquiera poseer una. La ironía de aprender a manejar un equipo que no tenía, en una época donde lo analógico y el VHS marcaban el ritmo, signó sus inicios y evidenció una pasión inequívoca con la fotografía. La llegada de su primera cámara fue un gesto de amor y una tabla de salvación en un momento de gran complejidad personal. “Mi primera cámara me la mandó mi padre. Cuando se fue en la crisis del 2002 a España, me compró la cámara y me la mandó”, rememora. Fue un instrumento que, más allá de lo técnico, le ofreció una vía de escape y sanación en un período difícil como madre primeriza y sola, en constante lucha por la supervivencia económica con dos o tres trabajos simultáneos.

Hacer fotos se convirtió en su refugio y su motor. “La fotografía me hacía salir de casa, me gustaba hacer fotos solamente por el disfrute”. Nunca la concibió, en un inicio, como un medio de vida, sino como un placer íntimo, un escape del tedio y la vida cotidiana. Sus primeras imágenes no tenían un público; eran para ella misma, un diálogo silencioso con su lente. Fue a través de las redes sociales, inicialmente Facebook, que sus fotografías comenzaron a circular y, de forma inesperada, le abrieron puertas al ámbito profesional. Un primer trabajo remunerado en una obra de teatro marcó un antes y un después: “Fui al teatro El Galpón, donde había justo una obra y una productora me pagó por el trabajo. Me dije: ‘¡qué lindo!, se puede hacer fotos y que te paguen’. Me encantó”. Este suceso, aparentemente menor, validó su pasión y le mostró un horizonte posible.

2 de Febrero Iemanyá, playa Ramírez.

De la militancia al desafío de ser mujer fotógrafa en los medios

La incursión de Natalia en el fotoperiodismo no fue planificada, sino que surgió de una revelación personal. Después de un tiempo cubriendo shows y eventos musicales, una invitación a fotografiar la marcha Mujeres de negro cambió su perspectiva para siempre. “Fui a la marcha y dije: ‘yo no quiero más cumbia, no quiero rock and roll, yo sé que no quiero hacer eso, esto es hermoso’”. Aquella experiencia desató un profundo sentido de responsabilidad: “Me sentí re comprometida. Viste cuando hay algo que te gusta, que te sentís cómoda y, además, representada; era todo”. Se encontró a sí misma en ese espacio de lucha y visibilización. Sintió que su cámara podía ser una herramienta para narrar realidades que la interpelaban profundamente. Fue entonces cuando sus fotos, con esa nueva carga de militancia, comenzaron a “roncar mucho” y a ser ampliamente difundidas.

Natalia se planta con firmeza ante la masculinización del fotoperiodismo en Uruguay. Es una batalla constante en las redacciones, donde los editores, en su mayoría varones, deciden sobre las coberturas. Para ella no es admisible que los medios tengan diez fotógrafos varones y apenas muy pocas mujeres. “Hay algo que no está bien”, sentencia. Esta postura firme le ha generado “encontronazos” y la ha llevado a estar a veces sin trabajo, a pesar de su talento y dedicación.

2 de Febrero Iemanyá, playa Ramírez.

La escasez de mujeres fotoperiodistas fijas en los medios uruguayos es una realidad palpable. “Tres, cuatro con suerte. Hay algunas más dando vuelta que colaboran de vez en cuando”, explica. Esta realidad se extiende a las agencias fotográficas, todas dirigidas por varones. El sindicato del rubro refleja esta disparidad: de cuatro mujeres, una es presidenta y otra vicepresidenta, con Natalia como suplente, simplemente porque “no hay más nadie”. Este panorama dificulta no solo abrirse camino, sino también encontrar referentes femeninos en el campo.

Muchas fotógrafas que, como Natalia, iniciaron su trayectoria a través de la militancia en las calles, terminaron desapareciendo y quedando “totalmente invisibilizadas”. La reciente publicación de un libro de Nancy Urrutia, con su archivo fotográfico feminista de las marchas, es un ejemplo de cómo estas historias y miradas estuvieron relegadas. “Esta mujer tiene parte del archivo fotográfico feminista de las marchas y no lo sabíamos. O sea, no te lo enseñan en ningún lado. Si no hubiese salido ese libro quedaba totalmente relegada”. Esto subraya la necesidad de visibilizar y rescatar el trabajo de las mujeres en la historia de la fotografía uruguaya.

Natalia cuestiona la forma en que se da esta “reivindicación” de la mujer en la fotografía. A veces, la visibilización parece convenir también a los hombres o a las estructuras ya establecidas. Por ejemplo, cuando la agencia más grande de fotoperiodismo en Uruguay, conformada por varones, le propone a Nancy Urrutia hacer el libro. “Claro, reivindican esa mujer en la fotografía y en el fotoperiodismo y en el archivo fotográfico de Uruguay. ¿Pero y dónde está representado en su equipo de trabajo?”, se pregunta. Estas contradicciones revelan una doble vara y una falta de coherencia en el discurso de inclusión.

La experiencia personal de Natalia es un reflejo de estas contradicciones. A pesar de su talento y esfuerzo, cuando se ha propuesto trabajar para estas agencias, las explicaciones sobre por qué no la contratan son vagas, del tipo “no es el perfil” o “le falta”. Pero, como ella misma señala, lo que supuestamente le “falta” solo se adquiere trabajando en el campo, y esas oportunidades son precisamente las que ellos controlan. “Es re difícil, porque además también se cuestiona desde qué lugar hacés la fotografía y a dónde miramos”.

Su visión feminista, forjada por su propia experiencia como madre soltera, jefa de familia y cuidadora de sus padres en un medio masculinizado, la posiciona desde un lugar “totalmente feminista, inviable”. Sin embargo, su lucha no es desde la victimización, sino desde la convicción de que “se puede llegar”. Reconoce que no todo el mundo posee su temperamento y persistencia, y que muchas “gurisas” se quedan por el camino porque no soportan la presión y la invisibilidad. Para ella, la clave es mantenerse firme en su postura y no cambiar su forma de hacer fotos. La responsabilidad de la utilización de sus imágenes recae, por supuesto, en el medio que las publica.

Elecciones presidenciales 2024.

El estilo en la fotografía: lo genuino por encima de todo

La cuestión del estilo en la fotografía es algo que a Natalia le costó en sus inicios. Durante años no entendía qué significaba tener un “estilo fotográfico” ni cómo una foto podía ser reconocida como suya. Sin embargo, con el tiempo, encontró su propia definición: “Es ser genuina con tu propia mirada. Yo laburo para medios que son muy diferentes y que pueden estar uno en la vereda opuesta del otro. Entonces, ¿ahí cómo me paro yo? Y bueno, siendo genuina con mi foto, siendo genuina desde la mirada que yo le estoy dando a ese acontecimiento, a ese momento. Después cómo están presentadas esas fotos, ya deja de ser mi responsabilidad. Yo las largo, luego esa foto es de otro, ya no me pertenece”.

En un contexto como el uruguayo, donde el mercado es pequeño y la centralización en Montevideo es una constante, resulta difícil “pararse desde un solo lugar y no moverte de ahí”. Para Natalia, que no puede permitirse el lujo de elegir un único nicho, la “mirada” es innegociable. Su experiencia autodidacta, basada en el “ensayo y error”, le ha permitido discernir lo que funciona y lo que no, y ha sido una necesidad más que una elección.

La cuestión del azar en la fotografía, un debate recurrente entre los artistas del lente, encuentra en Natalia una perspectiva matizada. Si bien cree que “corre un poco el azar, corre un poco la suerte”. Su énfasis recae en la observación y la paciencia como elementos primordiales. Como alguien que se reconoce “bastante ansiosa”, la paciencia es un desafío constante que a veces le juega en contra.

En el fotoperiodismo, donde la inmediatez es clave, no hay tiempo para dejarlo todo a la suerte. La foto de hoy pierde su vigencia mañana. Sin embargo, en proyectos documentales de largo plazo, la espera y la observación atenta permiten capturar esos momentos “que te está faltando algo”.

Un ejemplo paradigmático de esta tensión entre la visión propia y las expectativas externas fue su experiencia en la pasada campaña política. Contratada para hacer la cobertura de uno de los candidatos y con el objetivo final de obtener una foto específica del político en un plazo determinado, Natalia se encontraba en la angustiosa situación de no encontrar esa imagen, a pesar de su incansable trabajo. La revelación llegó cuando los clientes, una agencia de publicidad, le mostraron una foto que ellos consideraban el éxito, una imagen que para Natalia no transmitía el mensaje que ella buscaba. Esta divergencia de miradas resalta cómo la interpretación de una imagen puede variar drásticamente según el observador. Finalmente, la insistencia de Natalia llevó a que se cambiara la foto por una seleccionada por ella que, posteriormente, fue un éxito y respetó su visión y el mensaje que deseaba transmitir. Este episodio subraya la importancia de ser “fiel a tu propia mirada” y de “pelear” por ella cuando sea posible.

Mujeres migrantes.

Pioneras, un libro que ya es parte de la Historia

Entre los proyectos que más la conmueven, Natalia destaca el libro Pioneras. Catorce mujeres que marcaron la cancha, que documenta la historia de las primeras jugadoras de fútbol en Uruguay. La idea surgió al ver una foto en blanco y negro publicada por el Club Nacional de Fútbol en una fecha conmemorativa sobre las mujeres que habían integrado la primera formación femenina del club. La imagen aparecía sin nombres ni reconocimiento. “¿Y esas personas tienen nombre? ¿Quiénes son? ¿Alguien sabe quiénes son? ¿Nadie sabe quiénes son?”. La omisión fue el catalizador para una profunda investigación para La Diaria junto con la periodista Fiorella Rodríguez.

La búsqueda de estas “pioneras”, muchas de ellas con setenta u ochenta años y con la suerte de aún estar vivas, fue “dificilísima”. Sin embargo, el esfuerzo rindió frutos y Natalia y su equipo lograron entrevistar a Lila Islas, la primera capitana del Club Nacional de Fútbol. Este hallazgo no solo le otorgó a la foto un “valor histórico”, sino que reveló una vida que el club había ignorado.

El proyecto evolucionó para incluir a las primeras jugadoras de fútbol oficializadas, cuyas historias también son “riquísimas de reivindicación, de superación”. Aunque muchas de ellas habían pasado por “situaciones bastante feas” en el ámbito deportivo, se tomó la decisión de “empoderarlas” y contar lo positivo, respetando su deseo de no revelar ciertos aspectos. Tiempo después esa serie de artículos en La Diaria devino en Pioneras, un libro que se convirtió en un documento valiosísimo sobre el legado de estas mujeres. Pero el impacto trascendió la publicación. “Fue todo hermoso también lo que pasó después del libro. Las jugadoras, después de muchísimos años, se reencontraron, formaron un grupo y reconstruyeron sus lazos. Las presentaciones del libro fueron momentos emotivos, donde niñas que desconocían la existencia de estas futbolistas pedían autógrafos y los propios hijos de las jugadoras descubrían, a través del libro, la importancia del camino que habían abierto sus madres en la historia del fútbol femenino”.

El caso de Lila Islas es emblemático: su historia no solo fue rescatada, sino que el Club Nacional de Fútbol finalmente le rindió homenaje, pintándole un mural en el Parque Central, algo que ella pudo disfrutar. Este proyecto, para Natalia, es un claro ejemplo de cómo la fotografía, junto a la palabra, “trae de vuelta” a la luz lo que el tiempo y la invisibilización habían relegado. Este trabajo reafirma el valor del archivo fotográfico y el impacto social del periodismo que rescata y dignifica las historias.

8M Santiago de Chile, 2023.

Llevar la mirada más allá de la comodidad

Natalia Rovira siempre busca ampliar su visión y su trabajo. No se conforma con los lugares cómodos donde ya se siente experta. Su experiencia en la campaña política, donde trabajó para el Frente Amplio, el Partido Colorado y el Partido Nacional en un solo año, fue profundamente enriquecedora. “Cómo no ampliar esa mirada y esa observación y esas diferentes formas de pararte desde la comunicación periodística y fotográfica. A mí me enriqueció un montón”, reflexiona.

Su interés en la reivindicación de la mujer se manifiesta en diversos proyectos, no solo en el fotoperiodismo deportivo. El proyecto Hijas Bastón, sobre mujeres cuidadoras de sus padres o abuelos, surgió de una interpelación personal, ya que ella misma experimentó las dificultades del cuidado. Otros trabajos exploran la militancia y el papel de la mujer en diferentes espacios, incluso aquellos relacionados con el deporte desde una perspectiva antropológica y social.

Aunque el trabajo en medios tradicionales ha sido desafiante, Natalia valora la oportunidad de colaborar en proyectos documentales a largo plazo, como Cuerpas reales, que aborda el lugar de las hinchas de fútbol en un ámbito históricamente masculinizado. Estos trabajos, aunque a veces generen controversia, confirman su impacto. Cuerpas reales, realizado junto con un colectivo argentino, se ha presentado en casi todos los países del continente e Inglaterra.  “Este proyecto ha sido tomado bien en cada país donde lo hemos presentado. Y cuando digo bien, es insultos, agresiones; también felicitaciones y premios. O sea, como las dos miradas. Eso es a lo que lleva la construcción de la imagen que hace el espectador, algo que lo está cuestionando, algo que está bien o hay algo que está muy mal”, explica. La crítica, incluso la negativa, es para ella un signo de que el trabajo interpela y no pasa desapercibido.

Sobre la necesidad de la formación académica para un fotógrafo, Natalia ofrece una perspectiva interesante, dada su trayectoria autodidacta. Ella considera que su visión es “más experimental: ensayo y error”. A diferencia de la academia, donde hay guías y una dirección clara sobre lo “correcto” o “incorrecto”, ella aprendió en la calle, y es la gente misma quien juzga lo que está bien o no en sus fotos.

Desfile de Llamadas.

Aunque reconoce que la academia puede brindar herramientas técnicas y teóricas, Natalia enfatiza que “nadie te puede enseñar a hacer una foto. La mirada está en vos”. Su proceso ha sido “desestructurado, sin técnica”, pero con el tiempo lo ha vuelto más técnico y lo ha mejorado con la experiencia. Ella valora que este camino “no te condiciona estéticamente” y permite una creatividad más libre, aunque también reconoce la necesidad de la técnica en ciertos puntos, comparándolo con la música. Con estos preceptos, Natalia ha desarrollado asimismo una significativa faceta docente. Esta labor de formación no solo le permite transmitir conocimientos, sino también habilitar espacios para otras mujeres, compartiendo su propio trabajo y conocimiento, algo que, según ella, “no es fácil en el medio que alguien te dé la mano”. 

A pesar de su consolidada trayectoria y el impacto de su trabajo, Natalia confiesa que le cuesta verse como alguien cuyas historias puedan interesar a otros. “Yo no creo todavía que esté como en un lugar donde yo pueda contar mi historia, que a alguien le pueda interesar”. Sin embargo, la vida, como ella dice, le ha dado “golpes” que demuestran lo contrario, como los mensajes que recibe sobre su labor. Estos gestos de reconocimiento son para ella “un mimo”. “Yo necesito esa mirada del otro para sentirme un poco más cómoda donde estoy”, confiesa.

Marcha 8M, marzo 2025.

La falta de crédito para los fotógrafos es un problema recurrente en los medios. Natalia reafirma la importancia del crédito autoral y el desafío constante de proteger el trabajo de quienes están detrás del lente. Una de sus experiencias más frustrantes fue ver un video que ella había realizado sobre José Pepe Mujica reproducido en un informativo central como el “más visto” tras la muerte del expresidente, sin mencionar su autoría. “Lo presentaron sin firma. Llamé al canal y les dije no era un europeo que vino y le hizo ese documental al Pepe, lo hice yo: una uruguaya. ¡Y mujer!”.

Natalia Rovira se ha convertido en una fuerza innegable en el fotoperiodismo uruguayo. Su historia, cimentada en el esfuerzo y la resiliencia, no solo visibiliza los desafíos de las mujeres en un ámbito masculinizado, sino que también inspira a las nuevas generaciones a encontrar su propia mirada y a luchar por el espacio que les corresponde. Ella es, ante todo, una laburante que entrega su pasión por la fotografía en cada imagen, siempre en búsqueda de la pertenencia en un medio que ama.

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