La fotografía de Laura Abad en el Teatro Solís se concentra en el modelo de Giovanna Martinatto, la primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre. La imagen fotográfica genera un momento de extrañamiento particular desde la incorporación de manchas de color a la acuarela. Estas manchas- veladuras establecen una distancia particular profundamente plástica entre el modelo y la realidad visual, a modo de frontera entre la carnalidad del cuerpo y su existencia estética abstracta. La plasticidad del cuerpo de la bailarina se refuerza con este tratamiento de color y deja en estado latente el erotismo de la figura. En otros momentos la composición se hace profundamente simbólica de un gesto, a veces apoyada por elementos de vestuario rígidos que contrastan con la suavidad de la piel o bien con la integración de formas transparentes que acompañan la idea de movimiento en el espacio, fenómeno inaugural de la danza.
La desnudez de la imagen fotográfica se resuelve como símbolo de la libertad y la espontaneidad hacia la idea de movimiento y es el referente visual de la armonía que se busca. Esta desnudez, alternativamente expuesta y oculta, incluso desde alguna imagen puramente carnal, es el verdadero contenido estético de la propuesta. Esta desnudez semiexpuesta no es, sin embargo, erótica. El cuerpo, como verdad absoluta en el arte de la danza, es presentado por la artista en su complejidad hermenéutica y al mismo tiempo revalidado por medio de inteligentes contrastes desde los aspectos compositivos y particularmente por la tenue lámina de color, lo cual invita a ingresar a la obra en un plano de pura sensualidad.