Vermiglio, de Maura Delpero, David Di Donatello 2025 a la Mejor Película

La guerra ha terminado.

Por Carlos Diviesti.

En el Trentino Alto Adige hay un pueblito llamado Vermiglio. En esa zona alpina del Val di Sole, en la que Italia se parece más a Austria que al resto de la península, los soldados que desertan de la Segunda Guerra pueden refugiarse allí sin correr el riesgo de ser rastreados hasta que los apresaran las patrullas. Es el caso del siciliano Pietro Riso, que cargó en hombros al herido Attilio, un hijo del pueblo, y se quedó en Vermiglio hasta enamorar a la hija del maestro Graziadei, Lucia. El puñado de almas que puebla Vermiglio se caracteriza por cantar en las fiestas de los santos pero después, la voz baja o el silencio del corazón se desvanecen entre la nieve inmóvil del invierno o en la impetuosa corriente de las cascadas cuando talla el verano.

El maestro Graziadei le trata de explicar la Creación a sus alumnos a través del alimento del espíritu, la música, pero él tampoco tiene palabras para confortar a Adele, su señora, cuando se muere el hijo recién nacido en pleno invierno, o cuando nace otro en el verano y ni siquiera le regala flores como Dino, el hijo mayor. En Vermiglio la vida es como es, y cuando termina la guerra a nadie parece preocuparle la felicidad porque nadie la conoce, o porque a nadie le preocupa conocerla. La belleza arrebatada azul y verde de Vermiglio pareciera suplir al amor, aunque en algún momento -ese en el que Flavia podría enamorarse de Virginia, por ejemplo- las pasiones amenazan con desatarse para alterar la vida para siempre, o para conservarla tal y como se la conoce desde el principio del tiempo. Sutil, delicada, helada y brutal hasta la desesperación, esta segunda película de Maura Delpero se parece a tantas grandes obras del neorrealismo que adquiere de ellas su propia esencia, una tan clásica que afortunadamente la convierte en un punto muy alto del cine moderno.

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