El ser y la nada
Carlos Diviesti
Alan Turing y Stephen Hawking son científicos ingleses. El primero, matemático, descifró el código que utilizaban los alemanes para comunicar la estrategia de combate durante la Segunda Guerra Mundial, a la vez que sentó las bases de la computación actual. El segundo, físico, elaboró la teoría que señala que el espacio y el tiempo comienzan en el Big Bang y terminan en los agujeros negros del cosmos, ampliando los límites de la teoría de la relatividad de Einstein. Turing sufrió cárcel por ser homosexual. Hawking, que aún vive, sufre una enfermedad neuronal degenerativa. Los dos atravesaron el siglo XX y lo modificaron con sus teorías. Los dos, en el siglo XXI, merecían tener películas mejores que EL CÓDIGO ENIGMA y LA TEORÍA DEL TODO, mucho mejores. Las que les hicieron recuerdan a La historia de Louis Pasteur (William Dieterle, 1936) y a Madame Curie (Mervyn LeRoy, 1943), muy buenos melodramas a los cuales los años les han pasado por encima y hoy vemos en las clases de historia del cine como datos estadísticos del tiempo que pasó.
Digamos que la ciencia nunca fue demasiado cinematográfica que digamos. Ver la ciencia en la pantalla resulta arduo y explicarlo en líneas de diálogo muy aburrido. Pero ni EL CÓDIGO ENIGMA ni LA TEORÍA DEL TODO bucean verdaderamente en el trabajo de Turing o de Hawking. Lo presentan, lo enuncian, subrayan su importancia para la historia del mundo, pero no sabemos de qué se tratan, por qué son fundamentales para el avance de la humanidad. El cine está acostumbrado a esta reducción porque elabora sus cuentos científicos a partir de la vida privada de los hombres de ciencia, y así da igual que Turing haya sido profesor de matemáticas del liceo de allá a la vuelta, o Hawking el pobre lisiado al que le cuesta subir los escalones en el porche del edificio. Es un gran problema en Hollywood y su universo. Francamente, con una mano en el corazón, ¿es tan importante ver cómo Alan Turing consume medicamentos que lo castrarán químicamente para que la enfermedad de su homosexualidad no se propague en la sociedad? ¿Y es necesario que Hawking, postrado en su silla, acceda a mirar las fotos de un ejemplar de Penthouse con su nueva enfermera para indicar que todavía está vivo?
Bueno, sí, son licencias de los guionistas para hacer avanzar la acción. El cine debe ser divertido, y contar historias basadas en hechos reales solamente habrá de divertirnos si nos ofrecen aventuras y desventuras de sus personajes. Ese tipo de situaciones generan mayor empatía con el público, no que un algoritmo decida si una fórmula de cálculo de primer orden es un teorema. Pero bueno, Turing era maratonista, ¿por qué ese dato no está del todo explotado en la película? Alrededor del hecho de correr hay muchas mejores opciones de mostrarnos el concepto de la guerra, de los números, de las fórmulas, de la mecánica que establece códigos tan evidentes que son invisibles si no se los sabe mirar. Con esto no pretendemos filmar nuestra propia película, sino preguntarnos por qué Hollywood y su satélites ingleses permanecen en la superficie de ciertas cuestiones y se siguen preocupando todavía por las historias morales de algunos personajes, de la verdad de su vida moral. Tampoco le pedimos a Hollywood que filme películas como Pirosmani (Giorgi Shengelaya, 1969), que cuenta la historia de Nico Pirosmani, pintor georgiano autodidacta, a partir de la puesta en escena de su propia obra, pero sí podemos demandarle que sea menos emotivo, menos redundante, menos pacato. La ciencia y el arte merecen mejor divulgación que un par de películas con buen packaging de cámara voladora y efectos fotográficos pero sin anclaje en el verosímil, y nosotros nos merecemos inferir los hechos más que saberlos, para ensanchar la imaginación.
Turing y Hawking seguro que estarán de acuerdo.
EL CÓDIGO ENIGMA (The imitation game, Reino Unido, 2014). Dirigida por Morten Tyldum. Escrita por Graham Moore. Producida por Nora Grossman, Ido Ostrowsky, Teddy Schwarzman. Fotografía: Oscar Faura. Edición: William Goldenberg. Música: Alexandre Desplat. Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Rory Kinnear, Mark Strong. 114 minutos.
LA TEORÍA DEL TODO (The theory of everything, Reino Unido, 2014). Dirigida por James Marsh. Escrita por Anthony McCarten. Producida por Tim Bevan, Lisa Bruce, Eric Fellner, Anthony McCarten. Fotografía: Benoît Delhomme. Edición: Jinx Godfrey. Música: Jóhann Jóhansonn. Intérpretes: Eddie Redmayne, Felicity Jones, David Thewlis, Emily Watson, Charlie Cox, Maxine Peake. 123 minutos.