Una pausa para sentir.

A veces una exposición no busca deslumbrar, sino detener el pulso. "Entre la quietud y el vuelo" invita justamente a eso: a bajar la velocidad, a mirar con calma, a dejar que el cuerpo, nuestro propio cuerpo, se convierta en un territorio donde las emociones respiran.

Arocena trabaja desde un cruce íntimo entre arte y psicología, y eso se percibe apenas uno entra en sala. No hay estridencias ni artificio: hay una atmósfera de recogimiento, casi de suspensión. Las obras parecen elaboradas desde un silencio consciente, como si cada una guardara un mensaje que solo se revela cuando la mirada se aquieta. Ese gesto de contemplación, tan sencillo y tan raro en tiempos acelerados, es el eje que organiza el recorrido.

Lo fascinante es que Arocena no propone un camino intelectual, sino sensorial. En sus piezas, el cuerpo aparece como mensajero y a la vez como mapa: textura, mancha, color y huella se vuelven lenguaje. A veces ese lenguaje susurra; otras, duele. Hay obras que seducen y otras que incomodan, pero todas empujan hacia el mismo destino: llevar al visitante hacia un pequeño espejo interior donde conviven miedos, deseos, fragilidades y también esa búsqueda, a veces esquiva, de serenidad.

La muestra funciona como una especie de viaje espiritual laico, donde cada punto del recorrido es una parada distinta en ese diálogo entre lo visible y lo que callamos. A medida que uno avanza, las piezas parece que se vuelven más transparentes, como si enseñaran a descifrar los propios códigos emocionales. Arocena no ofrece respuestas: ofrece un espacio para escucharse, para habitar el cuerpo sin ansiedad, para permitir que algo se acomode desde adentro.

Casona Mauá, con su mezcla de historia y calidez arquitectónica, potencia aún más esa sensación de introspección. Las obras dialogan con la luz, con las paredes antiguas, con la energía tranquila del lugar. No podría haberse montado en un sitio mejor.

Entre la quietud y el vuelo no es una muestra para pasar de largo. Es una experiencia que pide pausa y que, a cambio, ofrece un gesto simple pero profundo: la posibilidad de mirar(se) de otra manera, aunque sea por un momento.

Marcela Arocena | IG marce_arocena

Texto e imágenes: Mario Cattivelli | illev_uy

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