Cuadros del noveno arte
Por Ana Tipa
En 2016 el Salón del Cómic de Barcelona enfocó su celebración en el cumpleaños número 80 de Francisco Ibáñez. Era una elección obligada: el incombustible autor no es sólo el más longevo y popular representante de la historieta española: también es barcelonés. El cierre de las ocho décadas del padre de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos, El botones Sacarino y otros protagonistas de la historia del cómic de España casi coincidía con las fechas del ya clásico encuentro catalán de la novela gráfica, que se lleva a cabo desde hace más de tres décadas.
El Salón del Cómic de Barcelona se llevó a cabo por primera vez en 1981, en un momento en el que, en plena movida española surgida después de la muerte de Francisco Franco, el cómic para adultos había alcanzado un gran auge en la península ibérica. Como vehículo de expresión de la contracultura posfranquista, la historieta moderna encontró una primera vía de difusión en la llamada Cascorro Factory, un colectivo que a mediados de la década de 1970 vendía cómics estadounidenses pirateados en el Rastro de Madrid y más tarde publicó obras propias, como Vicios modernos, que incluía trabajos del ilustrador madrileño Ceeseepe –autor de varios de los carteles de las películas de Pedro Almodóvar–, El Hortelano y Montxo, entre otros. En 1979 surgía en Barcelona la recordada revista El Víbora, a la que le dieron vida autores como Javier Mariscal, Nazario Luque y Martí Riera, entre muchos otros. Esta publicación, que terminaría unificando a varios representantes del cómic underground tanto españoles como catalanes, sobreviviría hasta 2005.
Los personajes de Ibáñez han resultado ser más longevos y universales que aquellos hijos de la movida y que los sucesores de la que entonces se autodefinió como línea chunga barcelonesa. Nacidos en el ya lejano 1958, Filemón, el “jefe”, y su mayordomo Mortadelo se convirtieron por derecho propio en insustituibles íconos de la cultura popular española. Los siempre inútiles agentes de la Agencia de Técnicos de Investigación Aeroterráquea –la TIA– arrasan en sus “misiones” con un universo que en cada capítulo combina la más pura realidad sociopolítica española con un grado de surrealismo que, paradójicamente, lo despega de sus referencias locales y temporales. Con la síntesis de trazo y el dominio gráfico del movimiento del que hace alarde en sus viñetas, Ibáñez eleva a sus ibéricos personajes a un ensayo sobre la condición humana, que va más allá de cualquier corrección política o mensaje autoimpuesto, y tiene la virtud de aplicar un puro “humor por el humor”, sin nada en él de didáctico o moralizante.
Así, como todos los grandes artistas, Ibáñez es el creador de un auténtico universo paralelo. Un universo tan absurdo como la realidad que lo rodea, descrita en una sucesión de gags de golpe y porrazo a los que los siempre cambiantes disfraces de Mortadelo añaden su dosis de locura. Este señor calvo y de anteojos, poseedor de un notorio “perfil bajo”, que comenzó su carrera mientras trabajaba como empleado bancario, ha logrado algo que pocos logran: ser querido por el público y por la crítica.
Mientras que la Comic-Convention de San Diego, Estados Unidos –el encuentro de aficionados al cómic más antiguo, cuya primera edición se realizó en 1970–, la Comiket de Tokio y el Salón de Angoulème, en Francia, son los mayores encuentros del mundo en torno a la historieta, el Salón de Barcelona se ha perfilado como uno de los más importantes de España, con una afluencia de público que aumenta cada año. También en este caso, la presencia de los cosplays locales es uno de los mayores atractivos para los profanos.
La jerarquía de las artes
A pesar de su gran popularidad, el cómic siempre ha ocupado un lugar poco privilegiado en la jerarquización de las artes. No obstante, algunos han sabido reconocer su enorme potencial creativo y comunicativo. El mismísimo Museo del Prado editó este año su segundo cómic. A comienzos de 2017, dos pinturas de José de Ribera, conocido como “El Españoleto”, eran testigo de un acontecimiento sorprendente: la presentación de una historieta inspirada en ellas, publicada por iniciativa de uno de los museos más importantes del mundo. El guionista Antonio Altarriba y el dibujante Keko son los creadores de El perdón y la furia, el cómic que indaga en la biografía y el legado del Españoleto. El tenebrista español, que vivió en el siglo XVII en Nápoles, dedicó buena parte de su obra a retratar el sufrimiento humano, en particular el sufrimiento físico. El cómic de Altarriba y Keko se basa en las pinturas de su serie Las furias: en la perturbadora y atormentada obra de Ribera, los creadores encontraron infinidad de elementos inspiradores para su novela gráfica. El cómic, al fin y al cabo un heredero de la pintura –sobre todo de aquella que, como la de la época de Ribera, suele presentar una intención narrativa–, comienza lentamente a abrirse paso en el ámbito de las llamadas “artes mayores”.
Es la segunda vez que el Prado publica una historieta. El gran museo madrileño lanzó la iniciativa hace menos de un año, con El tríptico de los encantados: una pantomima bosquiana, sobre las pinturas de El Bosco, asimismo patrimonio del museo. Esta historieta fue realizada por Max, seudónimo del dibujante barcelonés Francesc Capdevila, uno de los autores que pasaron por las páginas de El Víbora en la década de 1980, que hoy publica una viñeta por semana en el diario El País de Madrid.
Por su parte, el parisino Museo del Louvre celebra ya diez años de su asociación con la editorial Futuropolis, con la que publica conjuntamente historietas y realizó una exposición sobre el tema ya en 2009.
Clásicos y consagrados
La novela gráfica –la expresión preferida en la actualidad–, la historieta, el cómic o, en su expresión más española, el tebeo tiene una larga trayectoria en Europa. El suizo Rodolphe Töpffer es considerado por muchos el padre de esta expresión artística. Töpffer, un maestro y político que nació y vivió a principios del siglo XIX, fue el primero en crear álbumes de historias gráficas e incluso escribió un ensayo sobre el medio. A él le siguió el alemán Wilhelm Busch, cuya obra más relevante, Max y Moritz –que data de 1865– es leída en su país hasta nuestros días y fue la primera de toda una tradición de historietas sobre niños traviesos.
En su apuesta por el eclecticismo, el Salón de Barcelona se propone representar el panorama del cómic a nivel mundial, invitando para ello a creadores de todos los continentes, tanto emergentes como consagrados. El año pasado, los iniciados se encontraron con el estadounidense Frank Miller, el autor de obras como Sin City o 300 y de las nuevas versiones, las más oscuras y ásperas, de Batman, todas las cuales forman parte del imaginario popular occidental. A pesar de haber conquistado a las masas y trascendido las fronteras del cómic, codirigiendo las adaptaciones cinematográficas de sus propias historietas, Miller conserva un aura de misticismo entre el underground y el culto que le otorga un particular atractivo. Su presencia en el salón barcelonés del año pasado desató tal euforia que las cuatro sesiones de firmas del estadounidense no fueron suficientes para contentar a todos sus fans.
En esta edición, el encargado de aportar su prestigio al encuentro es José Muñoz, uno de los últimos clásicos de la gran historieta argentina. En su juventud, Muñoz fue alumno del historietista italiano Hugo Pratt –el creador de Corto Maltese– y de Alberto Breccia –nacido en Uruguay– cuando estos enseñaban en la Escuela Panamericana de Arte de Buenos Aires. Muñoz incorporó influencias de ambos autores, que luego desarrolló en un estilo muy personal, y dejó con su obra una profunda marca en toda una generación de dibujantes. Entre ellos se encuentra precisamente Miller, quien cita los trabajos de Muñoz como inspiración para crear Sin City.
Junto con el escritor Carlos Sampayo, también argentino, Muñoz dejó su huella en la historia del cómic. Muñoz y Sampayo crearon el personaje Alack Sinner, un detective neoyorquino cuyo nombre significa “Ay de mí, pecador” y es el protagonista de una historieta policíaca que el dúo desarrolló durante un encuentro en España a comienzos de su exilio europeo. Los dos autores, que habían tenido que abandonar su país y se conocieron de casualidad, imaginaron a su mítico personaje cerca de Barcelona, en el balneario de Castelldefels, una tarde de 1974.
En sus principios, las historias protagonizadas por Alack Sinner se enmarcaban claramente en la serie negra y estaban ambientadas en Estados Unidos. Pero pronto fueron traspasando fronteras para centrarse en una crítica social más universal y enfocada en la miseria humana, que terminó abandonando el género y pasó a abocarse a la reflexión. Las ilustraciones en blanco y negro de Muñoz, con su claroscuro característico y su trazo de fuerte carácter expresionista, hicieron escuela.
El guionista madrileño Juan Díaz Canales, creador, junto a Juanjo Guarnido, de la brillante serie Blacksad –también un cómic de serie negra, aunque protagonizado por animales antropomórficos–, eligió dibujar en blanco y negro su primer trabajo en solitario, titulado Cómo viaja el agua, reconociendo también la influencia del dúo de argentinos.
Las 700 páginas de Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo, acaban de publicarse por primera vez en un volumen único, que ha sido presentado en el Salón del Cómic por el propio Muñoz. El volumen incluye cinco libros que nunca se publicaron en Argentina.
“Quino creó a Mafalda y nadie diría que es para mujeres”
Es notorio el esfuerzo del Salón de Barcelona por equilibrar la participación de jóvenes y veteranos, novatos y consagrados, hombres y mujeres. Como la gran mayoría de los ámbitos del arte, popular o no, el cómic ha sido tradicionalmente dominio de los autores –y también de los personajes– de sexo masculino. El género dominante de los superhéroes es en parte responsable de esta percepción, con la constante referencia a la lucha heroica del hombre y a las características y virtudes percibidas como masculinas, tales como la iniciativa, el coraje y los superpoderes físicos. Aunque a mediados del siglo XX existieron autoras de cómic exitosas, como las estadounidenses June Mills, creadora de Miss Fury, una superheroína en el sentido más clásico, y la afroamericana Jackie Ormes con su Torchy Brown, tanto creadores como público consumidor han sido, en todas las latitudes, mayormente masculinos, tanto en el cómic mainstream como en el underground.
Volviendo a los autores del ámbito hispanohablante antes mencionados, rápidamente podemos comprobar que tanto Ibáñez como Muñoz, Canales y Ceseeepe cultivaron y cultivan un despreocupado sexismo en sus creaciones. Nazario, con su ochentero y barcelonés detective travesti Anarcoma, el primero de temática abiertamente homosexual, constituye una bizarra excepción.
Recientemente las mujeres han comenzado a ganar protagonismo en el medio. Hoy existen autoras que han conseguido el éxito y que incluso se ganan la vida en el seno de los gigantes estadounidenses de la historieta. Marvel, según declara, emplea hoy a más de 30 mujeres como escritoras, dibujantes o coloristas, y ha ampliado su universo de mujeres heroicas con una Batwoman lesbiana o una Kamala Khan de rasgos paquistaníes. También DC Comics cuenta entre sus talentos a mujeres creativas como Amanda Conner, Jessica Abel o la canadiense Fiona Stapler.
Sin embargo, muchas de las autoras que mejor se perfilan lo hacen desde el ámbito que parecen conocer mejor: precisamente, el de “ser mujer”. La madre del cómic femenino hispanohablante, la argentina Maitena, sentó un precedente en este sentido. Tras un período dibujando tiras eróticas para SexHumor, que publicó también en Barcelona en la revista Makoki –contemporánea, aunque menos longeva; hermana menor de El Víbora–, Maitena comenzó a publicar su trabajo en Para Ti, una revista femenina por excelencia; de ese contrato nacieron sus famosas “Mujeres alteradas”.
El cómic encuentra una especie de redefinición en su versión femenina. En su mayoría, las autoras exploran y exponen, a menudo en tono de confesión, asuntos profundamente personales. En esta línea se inscribe la estadounidense Gyna Wynbrandt, una joven originaria de Chicago que presenta su trabajo en el Salón del Cómic de Barcelona. “Gina Alyse Wynbrandt escribe cómics sobre humillaciones personales e inseguridades”, adelanta el catálogo del Salón de Barcelona. Allí, Gina presenta su minicómic Someone Please Have Sex With Me (“Por favor, que alguien se acueste conmigo”, publicado por la autora en 2014), que ya recibió varios premios. Esta obra, declaradamente autobiográfica, sigue las peripecias de una mujer que busca desesperadamente un amante en los lugares más inadecuados y de las formas más inapropiadas, haciendo el ridículo de forma despiadada e hilarante; todo ello es relatado con una gráfica teñida de colores caramelo, supuestamente femeninos.
Una de las mujeres que mayor fama alcanzaron durante la última década con su obra gráfica recurrió también al relato –aunque muchísimo más extenso– autobiográfico: la iraní Marjane Satrapi con su obra Persépolis, una historieta en blanco y negro que también fue un éxito en su versión de animación cinematográfica. Más que un cómic biográfico, Persépolis es una biografía completa que, aun sin recurrir a intimidades escandalosas, también se concentra en la percepción del mundo desde un punto de vista femenino –y de la autopercepción–.
El infalible Trump
Con su exposición Retratando a Donald Trump, el Salón del Cómic de Barcelona hizo una concesión a la actualidad política. Resulta difícil para cualquier humorista gráfico sustraerse al gran abanico de posibilidades que ofrece el controvertido presidente estadounidense; del mismo modo, para un evento como el de Barcelona era igualmente difícil sustraerse a la gran proliferación de geniales viñetas inspiradas en su figura. Con sus peculiaridades, este “supervillano”, que encaja perfectamente en el subgénero del cómic de superhéroes estadounidense, se ha transformado en una fuente inagotable de inspiración.
Jaume Capdevila, el comisario de la exposición de viñetas sobre Trump, explica que “levantando un muro de dibujos, quizá consigamos que la sátira, el humor y la mordacidad nos protejan de la intolerancia y la estulticia”. Aunque esto no se logre, el mundo del cómic parece haber ganado un nuevo personaje, esta vez sin necesidad de guionista.