El Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) presenta una retrospectiva del artista uruguayo Rimer Cardillo. Se trata de grabados, fotografías, dibujos, esculturas y una instalación que resume cincuenta años de experiencia artística con profundo contenido ecológico y etnográfico.
El proyecto insumió cuatro años y desde este lugar es posible comprender el extraordinariamente rico legado artístico de Cardillo, reunido durante décadas de experiencia y de compromiso con el arte. Es conveniente detenerse en esta condición, dado que el compromiso con una temática o con determinada búsqueda no es precisamente lo más común en el mundo del arte visual actual. Se trata, además, de un compromiso con la imagen que surge de determinada inquietud y se somete a una serie de indagaciones en la forma. De esta manera el artista, que considera la emergencia del momento actual en la relación hombre-naturaleza, pone en marcha una serie de mecanismos de profunda calidad estética y plástica que nos sumerge en la raíz misma del problema por las vías a la que conducen sus diferentes lenguajes expresivos. Por este motivo hablamos de un arte de contenido, en el que los lenguajes del grabado, la fotografía y demás se cargan de un significado que se hace manifiesto a través de la forma artística a un nivel de excelencia que raramente se logra. A esta finalidad aportan todas las investigaciones en la técnica del grabado que Cardillo ha recogido en su larga vida de artista, tanto en Uruguay como en el exterior. El carácter universalista se desprende de esta experiencia y se conjuga en su visión americana y latinoamericanista, con giros admirativos hacia las culturas precolombinas y la fauna y flora nativas del continente americano, entre otros. Una retrospectiva a la altura de las grandes producciones contemporáneas, que marca un hito en la cultura uruguaya.
Cardillo sintetiza justamente –y por varios motivos, entre otros su enorme contracción al trabajo– la idea de artista universal, y hace válida la célebre sentencia “nada de lo humano me es ajeno”. Es un buscador de las raíces, un homogeneizador de las culturas, que coloca su expresión de manera sobresaliente, lúcida y decidida en todas las técnicas que aplica. Trabaja las formas naturales descubriendo su belleza o indagando en la complejidad de la forma hasta su traducción en un lenguaje abstracto, a veces surrealista, característico de la avezada mirada del artista, y nos coloca en la función inaugural de un fenómeno estético particular, proponiendo que avancemos en la apreciación de las formas de la naturaleza para rescatar su belleza genuina. En este trayecto, el artista elabora una síntesis de formas plásticas y visuales que son verdaderas creaciones, aunque surgidas de una inspiración que está a la vista de todos.
Para comprender su obra, hace falta considerar su trayectoria como docente en la State University of New York desde 1994, que determinó una particular relación con el entorno del río Hudson que le permitió verificar la agresión del hombre al ambiente. La constatación de estos hechos fortaleció su atención a este problema –que se extiende a múltiples zonas del planeta–, estableciendo a partir de la creación plástica y visual una serie de manifiestos a favor de evidenciar el desequilibrio.
Sus instalaciones de formas cónicas remiten a los hormigueros gigantes y la palabra “cupí” con los que los denomina es originaria del guaraní. El uso de tecnología es un recurso clave para comprender la evolución de Cardillo. Fotografías digitales en combinación con técnicas tradicionales de xilografía, serigrafía y dibujo demuestran la capacidad del artista de desenvolverse cómodamente en varias técnicas sin perder su cualidad expresiva.
En sus cuadernos el artista grafica las impresiones de sus viajes por toda América, particularmente a regiones alejadas e ignotas como el Pantanal brasileño. Estos apuntes se utilizaron en sus grabados. A menudo estos dibujos a todo color se combinan con la fotografía digital produciendo resultados muy interesantes.
Es posible observar con qué sutileza plástica Cardillo alude a la agresión al ambiente, en tanto a menudo utiliza ceniza para colorear el fondo de esculturas y también aceite quemado, propiciando la asociación entre la destrucción del ambiente y los medios utilizados –maquinarias e incendios– para generar espacios para la agricultura. Este debate constituye unos de los dilemas más complejos de nuestra era y el artista traduce a través de su sensibilidad un problema que, al convertirlo en insumo artístico, ingresa en la cultura como creación y como pensamiento.
En Cardillo observamos una verdadera preocupación por el papel, que es obviamente el soporte más conocido del grabado. Su investigación de papeles artesanales ha hecho que produzca una serie de formas conectadas con formas biológicas. Su concepto de formas vivientes lo hace incursionar en el pasado, en los animales extintos; también evoca culturas extintas. Sus esculturas-calcos remiten a una idea arqueológica. Cardillo nos coloca ante la pregunta-problema sobre la evolución y su costo.
Siendo artista no puede dejar de someter su sensibilidad al dictado del universo estético, por este motivo sus obras aún cuando remitan al pasado, están irremisiblemente ancladas a lo atemporal por la particular y única fusión que el arte sólo puede lograr entre pasado, presente y futuro.
En el análisis estético tradicional se sostiene que existe una belleza en la naturaleza y otra en el arte. Ambas estarían separadas por una convención filosófica o tal vez lingüística. En Rimer Cardillo se conjugan estos universos, artificialmente separados, en una sola categoría. No sabemos dónde termina uno y donde comienza el otro. Esta síntesis constituye un verdadero logro y permite aquilatar el valor del artista. Lo interesante es que esta síntesis se logra de un modo absolutamente natural, de manera que a veces vemos al artista como un entomólogo con la misma preocupación que un taxidermista, al arqueólogo o al antropólogo mezclados en la búsqueda de lo estético, navegando en las misma aguas que el biólogo que examina una célula bajo el microscopio. Esta síntesis es un verdadero centro focal, un punto de fuga al que se dirige una serie de perspectivas paralelas reunidas bajo el concepto de naturaleza y su destino, conjugada a través de los medios que sólo el arte puede disponer.