Por Sofía O’Neill.

Fernando Foglino recibió a Dossier en su hermosa casa de altos, en la conjunción de los barrios Sur y Palermo, con unos galletones caseros con chispas de chocolate elaborados en la panadería de la zona y dignos de ser degustados. Desde la azotea se observa casi toda la rambla Sur hasta las canteras del Parque Rodó. El inmueble evidencia claramente una reforma donde todo está minuciosamente pensado y situado; el vitral y la madera restaurada de los pisos y las puertas le aportan un toque especial; también hay bibliotecas; muchísimas obras adquiridas, obsequiadas y de su autoría; estanterías con muchos libros y objetos forman parte de la decoración y hasta la huerta orgánica tiene una ubicación preponderante en el centro superior del hogar. En cada rincón hay un detalle intacto que evidencia la inexistencia de infantes. Los ojos de Foglino se “achinan” más cada vez que esboza su amplia sonrisa. Su serenidad y su amabilidad hicieron de esta entrevista una instancia amable, amena y muy enriquecedora.
¿Cómo aparece el arte en tu vida?
Pah qué bueno… se remonta a mis 18 años, hasta ahí no tengo recuerdos de nada que me haya seducido o interesado particularmente. Cuando estaba por empezar Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) –fue un año en que había paros larguísimos de la educación– la Universidad estaba en huelga y se decía que de repente retomaban las actividades en setiembre u octubre, o sea que quedaba todo el año por delante. Había terminado el liceo, estaba entusiasmado con empezar la Universidad y me encontré con esa situación. Vivía en el Prado con mis padres y me puse a buscar algo alternativo para hacer, algún curso de perspectiva, dibujo o lo que fuera; me arrimé a la Casa de la Cultura en 19 de Abril y Lucas Obes –donde continúan dando cursos gratis–, pero las inscripciones habían sido en febrero y lo único que quedaba era literatura, entonces dije “Ah no, imposible, esto es una tortura”, quise salir rajando, Pero una funcionaria anónima –que realmente me cambió la vida y nunca supe su nombre– fue muy insistente y me dijo: “Tenés que conocer al profesor, vení”; recuerdo que prácticamente me agarró de los hombros y me llevó al salón donde estaba Walter Ortiz y Ayala –profesor, escritor y poeta– dando clase; le tocó la puerta y apareció el veterano; pensé que tenía bastante mal humor y era bastante gruñón, después entendí que era su humor. Me preguntó “¿Qué venís a hacer acá?”, le dije que estaba buscando un curso de dibujo y me ordenó que entrara, en ese instante presencié la primera clase dedicada a la poesía latinoamericana, poetas brasileños, Ferreira Gullar, Carlos Drummond de Andrade, poetas argentinos, chilenos, y pensé “¡Esto es impresionante!”. Quedé estupefacto, impactadísimo, nunca había escuchado ese tipo de poemas, en el liceo se daba Gustavo Adolfo Bécquer e incluso tuve que aprender algún poema de memoria.

¿Continuaste yendo a ese taller?
Seguí yendo todo el año y fui cinco años seguidos; en realidad, quedaba a un horario completamente trasmano porque era a las tres de la tarde, la mayoría eran personas jubiladas, me interfería con todo, pero juro que era mi opción número uno, todo estaba después de no faltar o no perder una sola clase. El profesor empezó a ver que había cierto interés de algunos de nosotros en escribir, que prácticamente fue inmediato. A los pocos meses de escuchar y disfrutar tanto de la poesía yo ya tiraba mis “poemitas” y Walter dedicó uno de sus días libres y de manera honoraria fundó el taller de la Casa de la Cultura del Prado, en el cual éramos un grupito de escritores entusiastas que empezábamos a compartir nuestros textos e ir a las lecturas en vivo que había en las noches; también a conocer a muchos de los músicos que eran sus amigos, Carlos Benavides, Enrique Rodríguez Viera. Conocí personalmente a Elder Silva y amé su poesía, y tomar bastante vino. Por entonces ya estaba metido dentro de la escritura, la poesía y empecé a publicar. Cuando era un estudiante avanzado de arquitectura se me dio el capricho de participar de los concursos de artes visuales.
¿A qué edad?
En 2008, con 28 años, fue mi primera exposición. En las primeras exposiciones sostenía y tenía una manera de crear donde todo estaba fundado y basado en la literatura, eran obras visuales, pero tenían su trasfondo en la poesía; era una manera de llevar a lo físico, a la instalación, lo que yo escribía, después todo fue derivando. Así arrancó, no hay ninguna duda de que fue en ese momento.
¿Fuiste al taller de Mario Levrero?
En casa se compraba la revista Posdata y yo leía las “Irrupciones de Levrero” que era una columna que me encantaba, y la nota tenía un pie de página con su correo electrónico personal, adinet.com, por si querías comentar algo, que sé yo, se estilaba eso, entonces me animé a escribirle. Pensé un montón, quería dejarlo perfecto para que le encantara y en cierta manera atraparlo porque para mí era un ídolo, hasta que le escribí y en menos de 24 horas tenía una respuesta que me dejó temblando: “¡Me contestó! Pah”. Y empezamos a intercambiar correos electrónicos, tuve la suerte de que leía las “porquerías” que yo escribía y las corregía –tenía esa generosidad conmigo– y, aparte, me decía directamente lo que tenía que hacer; yo lo respetaba al pie de la letra, alguno de esos cuentos los presenté y gané algún concurso. Casi todos los primeros cuentos que escribí estaban completamente influenciados por Levrero, lo leía vorazmente.

¿Por qué elegiste arquitectura?
La elegí porque mi padre había estudiado eso a pesar de que no la terminó y que no se dedicaba a la arquitectura. Primero fue a anotarse mi hermano, tres años mayor, y yo atrás, ya que prácticamente copiaba todo lo que hacía él. Él sí se recibió, tuvo la constancia, pero tampoco ejerció. Nunca me había tomado un avión, conocí el mundo, volví muy loco del viaje de Arquitectura y llegué directamente a escribir, a hacer otras cosas; con dos compañeros creamos el estudio Ydeas en 18 de Julio y Ejido, donde trabajamos veintipico de años juntos. Ellos se dedican exclusivamente a la arquitectura y yo hago cualquier otro tipo de disparate que imaginable. Trabajamos en colectivo, pero mis clientes son mucho más “raros”, tengo siete impresoras porque a veces hago esculturas bien grandes como la de Fernando Morena que está en el Estadio de Peñarol, que mide como dos metros y medio, para lo que necesito varias máquinas, trabajo con cosas de computación, con médicos, todas herramientas que me brindó la facultad.

El taller de literatura junto con la FADU resultó ser un buen combo.
Totalmente, ambas me enseñaron mucho. Toda esa metodología que implica hacer un proyecto que es ficticio –nunca se va a construir porque se elige un terreno simulado– y que presentás de manera increíble, fue una herramienta fundamental para mí cuando se abrieron las convocatorias públicas y presentábamos un PDF de lo que queríamos hacer. Me brindó conocimiento para saber cómo plantear, presentar la idea fuerza, el manejo de trabajar en el espacio, todo eso es arquitectura, es una Facultad muy abierta, entonces también fue un laboratorio para que pudiera volcar mis cosas, siempre presentaba proyectos porque tenía las herramientas.

¿Fuiste a algún taller de arte?
Sí, asistí durante un tiempo a algunas de las clases teóricas que imparte Fernando López Lage en la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC). Me abrió mucho la cabeza, estuvo muy bueno, conocí a un montón de artistas internacionales de los que no tenía idea, sus clases teóricas están muy acompañadas de filosofía y mucha imagen; me fui bastante nutrido. Empecé a ir cuando el FAC funcionaba en la casa de Ricky Musso.
Hace poco vi una “estatuita” de Artigas en un estudio de arquitectos y pensé: “esa obra es de Foglino”.
Eso está buenísimo porque vos te ganás un premio de literatura en cuento, poesía o lo que sea, y te daban un diploma que quedaba archivado en un cajón; ahora el premio es un objeto, que cumple con la intención de estar expuesto en una biblioteca y que quede bien, sin desentonar. Ahora si ves una de esas estatuitas, “¡Opa!, ¿escribís?, sí, escribo”. Hago muchas estatuitas, hice para los premios de Artes Visuales para el cine, en un momento se empezó a “correr la bola” y recibí esos encargos, algunas ya se reconocen “como la imagen de…”.

Me fascinan los colores “eléctricos” de las estatuas para los premios, descontracturados, salen de lo común y llaman poderosamente la atención
Los colores llamativos arrancaron fortuitamente con Herencia Blanes porque tuvo que ver el poco acceso a la impresión 3D que había cuando hice esa obra, y aceptaba donaciones de cualquier tipo de color; participó mucha gente que estaba empezando con la impresión, me llegaban piezas de distintos colores que empecé a usar más tarde; esos colores diversos resonaron con el tema que de cierta manera había que “ablandar” los monumentos, sacarlos del lugar del bronce.

Con la impresión 3D rehiciste en distintos materiales las partes faltantes de alguna de tus obras, como Meditación y Evidencia.
¿Viste cuando hacés algo y la respuesta es inesperada?, eso me encanta porque más o menos te imaginás qué puede pasar al ver la obra. Las reacciones del público en la obra Meditación fue muy linda e inimaginada; el goteo de las extremidades, desapareciendo de la escultura de mármol, generaba algo hermoso en quienes fueron a ver la exposición, porque se quedaban –me animo a decirlo– horas, esperando a que se derritieran las piezas –demoraban seis horas en derretirse totalmente– era como una meditación literal, como estar velando a alguien, no sé, con ese goteo pasó algo raro que fue muy bello.

¿Cómo surge la obra La meditación?
Muchos de mis proyectos tienen un descubrimiento y una investigación. En esta ocasión me había hecho de esta escultura, La meditación, de mármol de Carrara, inaugurada en Carrasco (Montevideo) en el año 1916, que estaba desaparecida y a través de “movimientos” logré tenerla para intervenir, pero no sabía de qué manera. En una de las clases de López donde proyecta una escena de la película Roma, de Fellini, en la que un grupo de trabajadores está haciendo el subte de Roma y a través de una perforación encuentran una villa romana que estaba sepultada e inundada. En un instante, el aire que empezó a ingresar desde ese agujero, hace que eso que estuvo durante un montón de tiempo intocado empiece a desmoronarse y convertirse en polvillo hasta su total desintegración ante los ojos de los espectadores con esfuerzos vanos al tratar de enmendar la situación; esa escena me partió la cabeza porque iba a seguir existiendo, pero solo el hecho de ser descubierta la empezó a destruir. Ahí dije “voy a hacer que se destruya ante los ojos de las personas”. Realicé la restauración, reconstruí los pies, las manos, hice la impresión 3D, los moldes, luego moldes específicos que entraran en el freezer, congelarlos y que quedaran bien. Investigué el proceso para la eliminación de burbujas en hielos gigantes, y cuando logré el método sucedió la obra.

¿Vivís del arte?
Vivo de mi trabajo como arquitecto en el estudio Ydeas. El arte varía, no podría vivir de eso, de la forma en que participo en toda la escena del arte no lograría sacar mucho dinero. Muchas veces estoy trabajando y no me doy cuenta si estoy haciendo una cosa o la otra, ya que mi trabajo tiene que ver con un montón de cosas que se relacionan con el arte. Vos hablabas de los premios y estatuitas, eso es algo que sucede todos los años, que se cotiza y la cobro, es parte de mi trabajo. Ahora estoy haciendo un proyecto nuevo, pero son cosas que difícilmente sean monetizables. Trabajé muy poco con galerías y las veces que me han ofrecido me resulta abrumador tener que hacer piezas para “posibles” ventas. Trabajo por proyectos que tienen un destino de exposición, que generalmente están fondeados –un fondo al que me presente y gane–, por eso lo hago, pero no deja mucho dinero, generalmente empato, utilizo un fondo para hacer una exposición grande. He ganado premios que son económicos y de buena plata. Otra cosa que no es fácil de contabilizar y que he usufructuado mucho son las becas de residencias o exposiciones en otros países, que incluyen viaje, alojamiento; son experiencias alucinantes que para mí no tienen precio, no le pongo la exigencia que me dé un sueldo, pero me ha dado bastante.
En setiembre inauguraste Fundación –que permanecerá abierta al público hasta marzo de 2025– en el Cabildo de Montevideo junto con la presentación de tu libro Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste, que es una recopilación de un período de diez años de tu vida. ¿Este libro también alude a nuevas tecnologías?
Sí totalmente. Alude, capaz que es lo más importante dentro de esa palabra, pero también es alguna de las cosas que aún no han sido contadas, que son nuevas. A veces me siento de cierta manera como presentando un punto de vista o una cuestión que nunca fue abordada desde ese lado. Eso para mí es algo nuevo, como cuando cuento una ficción o una historia, como en la obra Evidencia (en la cual creo un personaje que es como un ladrón que tiene todas las partes que le faltan a todos los monumentos, con la intención de un discurso), que contrapone el tema del vandalismo con la manifestación, dice: “Yo tengo el dedo de Hernandarias porque es evidencia” y hay videos en los cuales se lo ve en el momento que extrae de la escultura el dedo índice y cuenta por qué lo hizo, por qué le quitó la lanza a Vaimaca, por qué hizo esa manifestación. Abordar esos personajes –que son monumentos públicos, que conocemos– desde este punto de vista que tiene que ver con muchas de las implicancias de una revisión de algo que en la historia se va moviendo y llega al hoy con otra visión. Este monumento que se puso en tal año aquí y toda la gente salió a la plaza a aplaudir celebrando que nos descubrió Colón y hoy “mmm” ya no dice lo mismo, a mi edad siento que ha cambiado mucho.

Algo viejo… tiene que ver con la historia, muy presente en tus obras.
Muy presente entraría dentro de Algo viejo, que es un atractivo impresionante de esto y tiene que ver con todo lo que decía de haber vivido un montón de cambios. Me atrae muchísimo conocer y tener una visión, incorporarlo; leo y estudio mucho y cuando encuentro una punta de investigación me apasiono. Esos son los momentos que más disfruto, estudiando en la historia y trayéndola de alguna manera en las obras.
Me gustó mucho el primer año de la materia Historia del Arte en facultad, las clases las dictaba Mariano Arana en el auditorio –imagínate– tenía un modo particular de dar las clases; caminaba impecable, pero subía con un bastón que usaba para reafirmar y llamar la atención haciendo “¡Phaa!” contra el piso de tablas de madera del escenario. Era un docente muy apasionado.
¿Cómo surgió la obra Herencia Blanes?
Vino como consecuencia de una “estatuita” de Artigas saludando con sombrero como agachado, que fue la primera que hice en impresión 3D. En los museos nunca se había visto una pieza en tres dimensiones. En 2011 tenía ese proyecto casi hecho a medida, porque Bicentenario era el tema de los concursos en ese año, fui premiado en el Paul Cézanne con un viaje a París y una residencia de dos meses, y a la “estatuita” la imprimí en Francia porque en Uruguay no había para imprimir. La escultura fue importada en una caja, quedó retenida y tuve que ir a retirarla a la Aduana; se expuso en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV).
Después de un tiempo me interesé en la historia de quien había hecho esa escultura y su autoría, tuve que estudiar para hacer “esa cosita” y de la investigación surgió que, el Artigas oficial que está saludando con sombrero lo hizo el pintor Juan Manuel Blanes y lo firmó con el nombre de su hijo fallecido en un accidente de tránsito –es una historia de amor de padre a hijo– y su otro hijo, Nicanor, ya se había ido a Italia y no lo encontró nunca más. El pedido de hacer la escultura de Artigas –el primer retrato tridimensional en 1895– lo toma el pintor Blanes y pide al Estado que se haga la mayor cantidad de copias de la escultura que sea posible. “No voy a cobrar nada, pero quiero que sea el retrato oficial y que se hagan muchas copias”, dijo y lo firmó con el nombre de Juan Luis Blanes, su hijo, entonces cada vez que se realizara una copia, “él iba a estar recordando a su hijo fallecido”. Le mandé el boceto de la obra a un escultor importante para que efectuara la estatua en bronce. Retomé ese pedido y lo elongué en el tiempo.
Fuiste criticado por la escultura multicolor de Artigas.
Todo eso intocado eran los últimos coletazos, ahora es más posible meterse con ciertas cosas. La condena que había respecto a la sexualidad en la época que nuestra generación iba a la escuela y a el liceo era tremenda, traumática, por suerte hay cambios favorables en algunas cosas.
Salió un twiteo que se hizo viral justo cuando se estaba votando la Ley Trans. La noticia empezó a correr como reguero de pólvora, se decía que estaba en la Facultad de Ciencias Sociales (FCS). Pensaba que era imposible, pero igual fui a ver cómo había terminado uno de esos Artigas ahí. Resultó ser todo fake, todo mentira, después salió en la prensa; Montevideo Portal me llamó y aclaré que no era cierto y que el tema de los colores tenía que ver con la obra, con una historia que se llama Herencia Blanes, que está mi página web –todo el hall de la FCS estaba con pañuelos amarillos arengando que votaran la Ley Trans, compré el pañuelo y se lo coloqué a una de las obras–. No me gustó ese momento, me levanté de mañana y tenía el mensaje de un amigo que me decía “Che, Fogli, ¿viste esto?”, así me enteré de que la noticia había estallado.
¿Se cumplió el sueño?
Ufff, sí, la estatua saludando con sombrero está por todo el mundo, en todas partes, en todas las plazas del interior de Uruguay. También fue el regalo diplomático del país, hay una ciudad en Estados Unidos que tiene uno que se llama Montevideo. Hasta el año cuarenta y pico se hicieron colectas de bronce, la gente donaba sus pertenencias para seguir fundiendo, yo hice lo mismo pero con tecnología, impresión 3D. El proyecto fue poner de uso gratuito el archivo y la forma de mostrar que se podía realizar con la impresión fue que hice ocho réplicas y después uno de 3,20 metros –con suelas de chancletas– que también expuse en el Centro Cultural de Recoleta en Buenos Aires; como no entraba entero, lo armé hasta las rodillas.
¿Esa escultura de Artigas de 3,20 metros dónde está?
Ahora no está más, quedó el busto –en el Sauce, en la casa de unas personas que me invitaron a dar una charla y se los dejé de regalo– el resto marchó con un fletero que me dijo: “¿En serio lo vas a tirar?”. “Sí, sí, llevátelo” le dije, si no estaríamos con Artigas acá atravesado. Me pasó lo mismo con otras obras, pero todas se han resuelto, hice una instalación muy grande, El entierro, en el Palacio Legislativo en la Bienal de Montevideo, que eran dos soldados de madera, el mueble de actas de la Constitución, cuando finalizó la exposición encontró su lugar en el Museo de la Memoria en la sala que recuerda la dictadura. El EAC tiene la obra El verdadero significado del amor, de 25 metros de rollos de metal que repujé con una máquina de escribir. Fui encontrando lugares en algunos acervos. Evidencia son un montón de esculturas doradas –ganó el premio 49º Premio de Artes Visuales– está en el Museo Blanes, y así tengo un montón de obras distribuidas.
Has replicado partes faltantes y también has hecho la réplica total de esculturas de bronce
Lo que hice fue tomando cierta progresión. Al principio realicé una cuestión ficticia, hacía las piezas recreadas a escala real que le faltaban a los personajes y presentaba el monumento íntegro.
En cierto momento coloqué la réplica –escultura 3D dorada del pez globo que va montado arriba de un cangrejo, que fue robada del Parque Rodó–. La titulé Sobrevivir es una palabra compuesta, la persona carga al cangrejo, el cangrejo carga al pez globo, que se mueve lento, y sucede esa simbiosis; la puse en su lugar de origen para que la robaran, llamaba mucho la atención y a los diez días “marchó”. Hubo una movida con el director del Castillito del Parque Rodó; la historia era recuperar esta cuestión de la colaboración.
En la exposición Fundación, en el Cabildo de Montevideo, expongo directamente La loba capitolina, que fue robada y cortada en 18 pedazos el año pasado en la ciudad de Florida. La exhibición está hecha con las partes reales que recuperó la Policía, la persona que la robó construyó una especie de tótem que después inmortalizo en esta escultura. Voy a hacer algo parecido a lo que hice con La meditación, primero expuse estas partes, pero en este caso las voy a restaurar para la ciudad de Florida.
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Fui el ganador en la categoría testimonio, memoria y biografías del premio Bartolomé Hidalgo 2024 con Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste, publicado por Estuario Editora.
Estoy en varios proyectos colectivos de escritura que han salido en los Fondos Concursables, está por salir una publicación con ensayos. Por suerte siempre hay muchos amigos inquietos queriendo hacer cosas. En setiembre arrancó el Mundial poético, derivado de La Ronda de Poetas que surgió y convivió con La Ronda Café, donde trabajamos con su creador, Martín Barea. La época más linda fue cuando leíamos poesía en el bar Cheesecake Records.
✴︎ Poeta
artista visual
arquitecto
—Foglino
Fernando Foglino nació en Montevideo en 1976. Desde 2008 ha realizado más de setenta exposiciones en museos de Uruguay y el mundo. Desde 2019 es docente de la carrera Diseño, Arte y Tecnología de la Universidad ORT. Participó como expositor en las bienales internacionales: III Bienal de Montevideo (2016), XIII Bienal de La Habana (2019), Trienal de Oku-Noto Japón (2021) y Bienal de Arte Contemporáneo SACO1.1 (2023). Ha realizado residencias artísticas en Berlín, París, Beijing, Milán y Antofagasta. Sus obras forman parte de colecciones públicas y privadas. En 2019 fue galardonado con el primer lugar en el 49º Premio de Artes Visuales de Montevideo; en 2016 con el Premio Mercosur de Artes Visuales, y en 2011 fue premiado en el Grand Prix Paul Cézanne. En 2024, la Editorial Estuario publicó su quinto libro, titulado Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste, por el que recibió el Premio Bartolomé Hidalgo que otorga la Cámara Uruguaya del Libro.
Ya no hay fotos movidas
Ya no hay fotos movidas,
los días perdieron su velocidad,
la trampa al obturador.
Ya no hay fotos movidas
saliendo borrosas del laboratorio
sin otra oportunidad.
Salió movida…
Ya no hay fotos movidas,
¿se entiende?
