Dondequiera que estés.
Por Bernardo Borkenztain.
“Si el horizonte es luz y el rumbo un beso
no es que no vuelva porque me he olvidado
es que perdí el camino de regreso
Mamá…”
Joan Manuel Serrat
Si la muerte pisa mi huerto
Tenía que pasar. De tanto desafiar a la muerte, el dramaturgo y director Sergio Blanco se tuvo que enfrentar a escribir un texto tras la muerte de su madre, la profesora Liliana Ayestarán, y de ese proceso de duelo surge su última autoficción: Tierra.
Siguiendo el mismo procedimiento de iterar sobre elementos biográficos, de sus obras anteriores y nuevas creaciones, ha dejado al margen su ingeniería del yo para dar lugar al recuerdo de su madre, que como toda buena docente (y en ese rubro los de literatura parecen tener un lugar privilegiado) marca la vida de las personas que la conocen.
Y de eso va esta obra, una compañera, exalumnos, su hijo y el público coinciden en el gimnasio de un liceo para invocar el recuerdo de la ausente. Siendo alguien que tuvo el placer y el honor de conocer a Liliana, puedo dar fe de que es verdadero, sin falsedad, cierto y muy verdadero lo afirmado por el autor en el programa, esa presencia en la sala cuando las luces se apagan y la magia se enciende, ¿quién más puede ser?
Hijo de la luz y de la sombra
Es inevitable, ante cada nueva autoficción se elevan las voces de los fariseos: que se repite, que otra vez lo mismo, que el narcisismo, etcétera. Con humor, Blanco incorpora esta misma queja en la obra por voz de Soledad Frugone/Dra. Cohen/Clara.
La realidad es que el sistema que ha desarrollado permite este mecanismo, pero todo mecanismo tiene su desgaste, y quizás este lo ha empezado a sentir. Dicho esto, decir que las obras son iguales no solamente es torpe, también es injusto, porque con ese criterio, todos los partidos de fútbol son el mismo partido. Además, esa idea evidencia un problema severo de naturaleza filosófica: la diferencia entre igualdad, identidad y mismidad.
El propio Blanco no es inmune a este problema, ya que denomina “alter ego ficcional” al actor que circunstancialmente lo representa, pero eso no es correcto. En efecto, si denominamos (como en el espionaje) “leyenda” a todas las circunstancias que definen a una personalidad dada, como nombre, aspecto, edad, oficio, estudio, afinidades, etcétera. Un alter ego sería el caso de dos leyendas habitando en un solo cuerpo y un solo yo. El caso obvio es el de Superman/Clark Kent, que, siendo un solo individuo tiene su mismidad dividida en dos leyendas separadas. Lo mismo podríamos decir, con más complejidad, de Fernando Pessoa y sus heterónimos, pero no de Blanco y sus actores, que podrán compartir leyenda en el espacio ficcional pero jamás pueden ser parte de una mismidad.
Pero eso en todo caso lo hace más interesante, filosóficamente hablando, porque la homología exige que se desarrolle un término descriptor, y ya que tenemos la situación en la que todos son Sergio Blanco, y por lo tanto idénticos, pero no el mismo, la propiedad que se ha roto se llama “ibidem” y que significa “el mismo, en el mismo lugar” y eso es lo que debe ser notado: el mismo, sí, pero el mismo lugar no, porque cada uno tiene su propio dominio (ficcional o real). Por lo tanto, como cada uno es idéntico en su universo a cada uno de los otros, podemos utilizar con más propiedad el término “alter ipsum”, que significa, de manera literal, “otro yo mismo”. Y quede sentada en Flandes la pica de ser descrito aquí esto por primera vez.
Un elemento que Blanco utiliza para permear esta realidad separada por las membranas que limitan los diferentes universos es la ruptura de códigos, fluyendo sin solución de continuidad en los parlamentos del actor al personaje y de vuelta, en un vértigo que funciona muy bien para eliminar esa barrera entre ficción y realidad que es pilar de este género.
Aquellas pequeñas cosas
El dispositivo escénico (término que pertenece a Sergio Blanco) es todo lo preciso y aséptico que el arte de Grompone, Leifert y Marrero logran siempre. Sobre la planta del trazado de una cancha de básquetbol del gimnasio antes citado, un escritorio, un carro de limpieza y tres bancos definen la geografía de esta Tierra en la que se desarrolla este conjuro para Liliana.
Al entrar a la sala el video reproduce escenas de materialidad mineral, porosa, que remiten a la tierra, y, siendo el más material de los elementos, augura que el viaje será una búsqueda de los otros tres para llegar a la quintesencia de la obra.
Otro de los elementos clave en la poética de Blanco es el diálogo fluido entre lenguajes múltiples, y el video, sonido, luces y actores entretejen la historia que avanza a lo largo de sus tres actos y breve epílogo.
Seguramente complacería al autor alguna lista, como la de las canciones: ‘Bad Guy’ (Billie Eilish), ‘Who by fire’ (Leonard Cohen), ‘Nocturno NO 20’ (Chopin), ‘Ocean’ (Alok, Zeeba&Iro), ‘King Arthur’ (Pucell), ‘The worthy’ (Nancy Argenta, Monica Huggett), ‘Cold Little Heart’ (Michael Kiwanuka). El análisis de las letras y los títulos solamente daría para un ensayo aparte, pero el espacio no lo permite.
Igualmente podríamos listar los elementos que aparecen en el escritorio de la madre (pantalla), los libros y objetos que cambian de mano, e incluso las propias listas que hacen los personajes, pero nuevamente… el espacio.
Mi pueblo blanco
Pero el teatro son los actores, y en este caso es muy difícil describir sus trabajos sin ser apologético, pero Andrea Davidovics, a quien se extrañaba sobremanera desde su salida del elenco de la Comedia Nacional, plantea, solamente al pararse, que hay una actriz en escena. Soldad Frugone, con su gestualidad rica y voz de gran control en su caudal, es la única que tiene un personaje duplicado (Clara/Dra. Cohen) y es la que desafía a Blanco, Tomás Piñeiro, en su primer trabajo, muestra que es un actor para seguir, entre sus compañeros, consagrados por el tiempo y el trabajo, da la talla y exhibe un carisma especial que le permite destacar con su luz propia (Lucas, como se llama su personaje, significa “el que ilumina”).
Resta Sebastián Serantes, el cuarto alter ipsum, que compone el más vulnerable y sensible de todos los integrantes del multiverso Sergio Blanco (¿“blancoverso”?). Y el que se pone, no en el rol del creador omnipotente de la realidad ficcional, que se presenta como quiere, mostrando las luces y sombras que elige e inventando otras tantas, sino en el del hijo que busca crear un recuerdo más con la madre ausente, y quizás por eso invoca a Gaia, la madre tierra, creadora de todo lo existente, que debe ser la única forma en que un hijo puede sentir a su madre en el duelo, y que, al transitarlo espera que de lejos todo se vea más claro.
Nueva lista: Celia (cielo), Clara, Lucas (el que ilumina), Blanco. Y Dra. Cohen. Todos nombres que refieren al aire (Celia) y la luz (fuego).
Falta el agua, pero Blanco ofrece agua (que no tiene) constantemente a los otros personajes. Y así se componen los cuatro elementos a los largo de la obra, portados por los personajes, firmemente plantados en la Tierra. De su combinación surge la quintaescencia o sublimado, pero volveremos sobre esto.
Sergio Blanco es enfrentado por la Dra. Cohen. Es obvio que estos personajes están unidos por una tensión espiritual, y, siendo que en otras obras el autor plantea su deseo de ser judío, y que los Cohen son los sacerdotes de dicho pueblo, es ella, y no el rabino de El bramido de Düsseldorf la dueña de la llave del sancta sanctorum del templo. Lo estudia por una posible enfermedad en los ojos que podría derivar en ceguera, le cuestiona sus elecciones escénicas, y es el único personaje que lo llama “Señor Blanco”, sin rendirle el respeto y admiración de los otros. Literalmente: ella dice que en sus escenas manda ella, y Blanco accede. No cuesta nada, él es su autor, después de todo.
Pero La Dra. Cohen no es Liliana, Blanco no es Edipo y recupera su poder demiúrgico para, con un deus ex machina romper el poder de esta antes de retirarse y decidir que no se iba a quedar ciego.
Palabras de amor
Omitimos algo que en otro texto hubiera ido al principio, pero fue porque esta obra lo exige.
Los personajes del primer nivel de ficción (podríamos decir que la Dra. Cohen pertenece a un segundo) han perdido un hermano (Lucas), un hijo (Celia) y un padre (Clara). Junto a Sergio Banco que perdió a su madre hay una familia entera que pertenece al recuerdo colectivo que se crea en el transcurso de la historia.
Y es así, por la magia de la memoria y del amor, que se logra lo que se deseaba, un nuevo recuerdo ha sido conjurado de Liliana Ayestarán, y su presencia libera a Sergio Blanco para seguir su camino en buscar nuevas historias que contar. Que por supuesto son siempre las mismas…
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia y dirección: Sergio Blanco.
Elenco: Andrea Davidovics, Soledad Frugone, Sebastián Serantes, Tomás Piñeiro.
Diseño de visuales: Miguel Grompone.
Diseño de escenografía e iluminación: Laura Leifert y Sebastián Marrero.
Diseño de vestuario: Laura Leifert.
Diseño de sonido: Fernando Tato Castro.
Preparación vocal: Sara Sabah.
Preparación instrumental: Federico Zavadszky.
Diseño gráfico: Augusto Giovanetti.
Fotografía: Nairí Aharonián.
Prensa: Silvina Natale.
Comunicación en redes sociales: Matías Pizzolanti.
Coordinación técnica: Paula Martell.
Asistencia de dirección: Carolina Simoni.
Asistencia de producción: Danila Mazzarelli.
Circulación: Leila Barenboim y Matilde López Espasandín.
Producción general: Matilde López Espasandín.