Enamorarse de Clara
“No hay caricias en la cama
Sólo tu dulce cara contra la ventana
Y digo oh oh oh
Descalza en el corredor
Papá y mamá no hacen más el amor
Por eso quién tiró
La naranja contra el pizarrón”.
Miguel Mateos
Cuando llega el público, todo está dispuesto. En una planta escénica minimalista, una serie de objetos, casi todos blancos, dan un clima intimista, un colchón en el piso con su correspondiente ajuar (blanco, por supuesto) y una chica de expresión triste que enfrenta al público en actitud de mirar sin ver, extática.
A ambos lados, un ventilador y una estufa (que marcarán el paso del tiempo entre el verano y la primavera que definen el año en que transcurrirá la historia), una silla y un mueble con cajones completan, junto con una computadora portátil y un ovillo, los objetos que Clara (así se llama la chica) tiene en su cuarto.
A un costado, un joven músico, Leandro Acquistapace, toca y canta en escena, en diálogo constante con lo que el personaje narra o interpreta, según el momento, y alterna música con sonidos ambient y con canciones de Harry Nilsson, de Fito Páez y del propio Acquistapace. Es importante destacar que hace un gran trabajo y es un nombre que hay que seguir con atención.
Por detrás, una serie de luces genera diferentes efectos según el momento, y complementa a los focos de la parrilla en el fino trabajo de Ivana Domínguez, creando un tercer componente escénico en diálogo con Clara y con la música. Por momento son estrellas y por momentos subrayan las notas; el juego de la interacción de estos tres elementos instala una atmósfera poética que da la tónica de la puesta.
La dirección de Bruno Contenti es sobria, eficaz. No coloca en escena objetos que no cumplan una función específica, y en cuanto a la actriz, elige un tono adecuado, evitando los excesos que harían desaparecer la sutileza del texto. Este se compone en gran parte de frases cortas con el verbo en infinitivo, da la impresión de estar escrito en verso libre, y Josefina Trías, su autora, más que representarlo lo encarna con su persona: esto es importante, ya que la apelación emocional a la mirada del espectador (desde el título) da la tónica del clima escénico, pero no es la única que existe.
Clara acaba de concluir una relación significativa, importante, que le llevó buena parte de sus veinte años, y, como casi todo circa-treintañero en Uruguay en esa situación, debió volver a la casa de sus padres. Mediante recursos como la narración a modo de escritura de mensajes, o de medias conversaciones oídas mientras habla por celular (a veces con su padre que está en otra habitación de la misma casa) va desgranando su historia, que es la de una heroína que viaja, como no puede ser de otra manera, en busca del amor.
Una elección inteligente de la dirección es mantener el clima todo el tiempo oscilando entre lo dramático y la comedia, sin golpes bajos ni apelaciones tramposas a las emociones. Trías conecta con el público por su talento, el bello texto y una muy buena dirección.
En ese tono, Clara viaja durante un año en busca del amor perdido, tratando de encontrar en brazos nuevos lo que dejó atrás, algo imposible y de lo que se da cuenta en algún momento, pero rápidamente también se da cuenta de que el otro, imprescindible para amar y ser amado (dos cosas a las que Clara no parece dispuesta a renunciar, y no son la misma ni por asomo), no puede darle la respuesta a la pregunta que realmente deberá formularse para romper las ataduras con el pasado y seguir su viaje de iniciación.
Como no podía ser de otra manera, en su viaje encontrará ayudantes y oponentes, y las varias tensiones que experimenta se desarrollarán por esas interacciones: su femineidad será interpelada por una ginecóloga intransigente y una depiladora; su sexualidad y afectividad, por un grupo de seudointelectuales a los que conoce mediante la aplicación Tinder; y, por supuesto, su adultez, por la relación con los padres, que la ponen en entredicho.
Y se trata de algo muy sencillo: en alguna etapa de su viaje deberá dejar de preguntarse cómo complacer a otros y averiguar cuál es su verdadero deseo y apropiarse de él para actualizarlo.
En el momento en que Clara empieza a cuestionarse qué quiere es cuando empieza su curación, y se ve la luz al final del viaje.
De momento, y por setenta minutos, resulta imposible no enamorarse de Clara.
Terrorismo emocional
Dramaturgia: Josefina Trías.
Dirección: Bruno Contenti.
Actuación: Josefina Trías.
Música en escena/composición musical: Leandro Acquistapace.
Dirección de arte/fotografía: Brian Ojeda.
Iluminación: Ivana Domínguez.
Voz en off: Julio Garay Pereyra.
Producción: Lucía Etcheverry.
Sala 2 Teatro Alianza.