El Gato de Shrödinger
Por Bernardo Borkenztain
“Parece ser que se verifica una cuestión pasmosa: el cuerpo humano cambia todas sus células cada tres años. Las células del cuerpo expulsan la ‘materia’ de la que están hechas y la renuevan íntegramente sin prisa y sin pausa, por lo cual al cabo de tres años nada en mi cuerpo es lo que era antes. Y no hablo en términos fantásticos o metafóricos. Físicamente, no estoy hecho de la misma sustancia que hace tres años. Sin embargo, todos seguimos refiriéndonos a nosotros mismos como ‘yo’. La teoría del caos utiliza este ejemplo para compararlo con otros similares y tratar de mostrar la naturaleza fractal de la creación: la identidad de las partes no es tan importante en sí misma: sólo refleja la totalidad en otra escala. Es una idea tentadora, una idea de equilibrio y, en realidad, de un profundo orden incognoscible”.
Rafael Spregelburd
Contexto
Las obras de Santiago Sanguinetti siempre presentan una suerte de combinación lineal de aspectos científico-filosóficos, humorísticos y netamente teatrales, con la característica agregada, en sus últimas cuatro, de tener un hilo conductor.
Según el autor, en los concursos dramáticos de la Grecia antigua, a la trilogía clásica le seguía un drama satírico, por lo que luego de su saga de la revolución presenta esta obra, en un registro que él define como melodrama satírico.
Lo primero es rescatar cómo en este sentido el clima de la obra es mucho más exasperado e intenso, ya que si bien las otras tenían el humor como componente esencial, en esta es la tonalidad dominante.
Las obras de la trilogía ya fueron analizadas en otros números de Dossier, pero es necesario delinear esos aspectos unificadores a los que nos referimos como “hilo conductor”.
Un primer elemento (no presente en esta puesta) es recurrir a un tipo específico de música, como Calle13 en Argumento contra la existencia de vida inteligente en el Cono Sur, Los Iracundos en Breve apología del caos por exceso de testosterona en las calles de Manhattan y canciones de protesta en Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe.
Por un lado, todas las obras refieren a algún pensador y sus ideas fuerza (Quijano y Mariátegui en la primera; Chomsky en la segunda; Hegel y Marx en la tercera), y en esta puesta, Sanguinetti instala las ideas de Kropotkin y Bakunin.
También es común la presencia de un individuo secuestrado, como Sandino Núñez en Argumento… y Noam Chomsky en Apología… En este caso, el secuestrado es el gato Skippy.
Por último, pero sin ser exhaustivos, siempre se presenta un evento detonante que por impericia o lisa y llana estupidez de los protagonistas falla estrepitosamente y da origen a la trama. Lo que en Apología… es una fallida invasión de humanoides con exceso de testosterona y en Teoría… es una revolución provocada por una lección sobre dialéctica de lo más inconveniente, en este caso es un sabotaje al colisionador de hadrones que provoca que los universos converjan y se mezclen entre sí.
Yendo a esta puesta en particular, cuando Schrödinger formuló su famoso experimento mental para explicar el principio de incertidumbre, probablemente no se imaginó la enorme cantidad de repercusiones extracientíficas que tendría décadas después.
Recurrir a la ciencia no es un recurso nuevo; ya Goethe asistía a conferencias de química porque afirmaba que lo ayudaban a mejorar sus metáforas. Pero, además, este es un caso especial que debió esperar a la posmodernidad para eclosionar, ya que su interés fundamental es que lo aparente violenta los principios de la lógica (cosa que en realidad no hace, obviamente, y junto con el caos y los fractales resulta muy atractivo para los creadores neoseculares).
El experimento –al menos su postulado, ya que no sus interpretaciones– es sencillo: un gato se encuentra encerrado en una caja opaca. Dentro de la caja hay una botella de veneno y un martillo suspendido que si se suelta la rompería y mataría al gato. Adosado al martillo, un mecanismo compuesto por un único átomo radiactivo que tiene cincuenta por ciento de probabilidades de desintegrarse. Si lo hace, rompe la botella y mata al gato. Si el observador no abre la caja, el gato tiene iguales probabilidades de estar vivo o muerto.
El problema surge –y la parte contraintuitiva que entraña es lo que lo hace tan intrigante– porque a escala cuántica los electrones tienen la posibilidad, por una propiedad llamada “superposición”, de tener dos estados opuestos a la vez, por lo que en el dominio de la metáfora, el gato, en tanto no se abra la caja, estará vivo y muerto al mismo tiempo. A esto se lo llama interpretación de Copenhague.
Otra interpretación se denomina “universos múltiples” y postula que el gato está vivo y muerto, pero en diferentes universos posibles, que se ramifican a partir de cada bifurcación del tiempo ante posibilidades.
Es esta aparente ruptura de los principios de la lógica moderna, según la cual no puede ser verdadera una proposición y su negación, lo que hace a este planteo tan atractivo para el arte, y en especial para el teatro, como lo son también los aspectos ligados a las teorías del caos que tienen este mismo efecto de desafiar los postulados de la argumentación formal.
De esta manera, cuando un teatrista desea apartarse de la mimesis, del arte concebido como mera imitación de la realidad, encuentra en estos conceptos científicos aliados a la medida del planteo de universos diegéticos en los que las reglas no son iguales a las del mundo real, planteando una tensión en el espectador y sus contenidos mentales que sirve al propósito del teatrista y su propuesta poética.
Hasta acá, apenas una pincelada de contexto de cómo esta obra se relaciona con las anteriores.
Texto
El argumento es sencillo: dos hombres vestidos como gatos gigantes de peluche (Roberto, Diego Arbelo; Alfredo, Fernando Dianesi) se encuentran en un vestuario de un estadio de fútbol. Su conversación parece la quintaesencia del estereotipo de lo que es un vestuario masculino: violencia, homofobia, misoginia, ideas ramplonas e inexactas, y un registro de actuación muy exasperado y adrenalínico (que se mantendrá en la mayor parte de la obra).
Luego se irán incorporando un jugador (Néstor, Leandro Núñez), un entrenador (Milton, Juan Antonio Saraví) y un directivo del club (Jorge, Levón), y un segundo Néstor (Andrés Papaleo).
Las diferentes interacciones se dan de manera confusa, generándose situaciones supervinientes de que ha ocurrido un accidente en el colisionador de hadrones del CERN que ha hecho converger y mezclar diferentes universos.
Las actuaciones suelen ser ríspidas, jugando entre la desesperación y la violencia, sin que el efecto de crispación se salga de control, lo cual es un acierto de dirección y un excelente trabajo actoral. Es destacable el fabuloso desempeño de Saraví, que está en un registro más excitado que los demás, coqueteando con el exceso, pero sin incurrir jamás en él. Diego Arbelo y Levón también tienen actuaciones destacables, en especial este último, que tiene el trabajo extra de hacer un papel que obviamente no le queda cómodo, pero sale triunfante.
El vestuario tiene una puerta, la que es un elemento que no solamente divide la planta escénica en “adentro” y “afuera”, sino que, al igual que en la Trilogía de la revolución, separa el interior de todos los universos cambiantes, o del ámbito del peligro y la muerte. En el caso de Teoría…, en el afuera está la revolución; en Apología…, los hombres convertidos en simios; en Argumento…, la puerta por la que los adolescentes van a la muerte. Como ya dijimos, los universos convergen y del afuera llegan los mismos personajes pero pertenecientes a mundos alternos.
Subtexto
Al igual que en Insulto al público, de Peter Handke, en la que se juega con el diálogo respecto de lo que es una obra, metateatralmente, Sanguinetti propone un juego metacientífico desde la óptica de una persona muy inteligente pero sin base científica (el propio autor), lo que lo habilita a desafiar los postulados de formas tales que un científico no podría hacerlo, cegado por su propio paradigma disciplinario.
Algunos de estos procedimientos desplegados en la puesta: como primera referencia está el título que avisa que lo que se presenciará necesariamente sufrirá alguna distorsión de lo que esperaríamos según las leyes naturales.
El portavoz de la ciencia en la obra (Néstor 1, Leandro Núñez) no es propiamente un conocedor, sino alguien que se desvela mirando videos de divulgación en YouTube, algo que por más que suene a una forma poco seria de formarse en ciencias físicas, es un depositorio de los famosos tutoriales que enseñan desde cambiar una lamparita hasta entender la mecánica relativista, y mediante los cuales muchos ignorantes se creen sabios, como el burro de la fábula de La Fontaine se creyó músico por resoplar accidentalmente en una flauta y hacerla sonar.
Por otro lado, está el problema planteado por el propio personaje, el experimento de Schrödinger refiere a propiedades de partículas subatómicas, y el efecto en el mundo macroscópico no necesariamente tiene que tener sentido, pero en el multiverso diegético sí lo tiene, y se plantea el juego de los döpelgangers o dobles.
Tres personajes, Alfredo, Roberto y Néstor, se encuentran con versiones alternas de sí mismos, pero solamente los dos primeros son versiones idénticas, ya que los dos Néstores (Núñez y Papaleo) tienen rasgos en común pero no tantos.
De estos enfrentamientos surge la mayor parte de la información que permite al espectador descifrar lo que ocurre en escena, aunque Alfredo encuentra a su álter ego muerto, Roberto –en un despliegue actoral fabuloso de Arbelo– se pelea con él, sin que en realidad nadie pueda descifrar cuál es el original, o determinar si alguno lo es.
Del restante Néstor es por su diálogo con el otro que sabemos que, si bien todos creen pertenecer al mismo equipo de fútbol, uno juega en el Unidos por Ho Chi Min y el otro en el Apóstatas de la Moral, mientras que alguien pertenece al Rosa Luxemburgo y Milton, en cambio, dirige el Liberalismo y Cerveza de la Pampa Fútbol y Pádel Club (que luce la foto de Adam Smith en su bandera).
Resta destacar que en el exterior una horda que bien puede ser de zombis o la hinchada de Boston River (el rival de los múltiples cuadros) es influida por el discurso anarquista de uno de los Alfredos.
Este es, quizá, el mejor de los juegos que plantea Sanguinetti, ya que cuando las leyes de la física se disuelven en el caos del multiverso, justamente lo que impera es la anarquía.
Pero lo fundamental es entender que, en ciencias, caos significa “orden desconocido”, y para conocerlo alcanza ir a ver esta magnífica obra con esta brújula.
Dramaturgia y dirección: Santiago Sanguinetti.
Elenco: Diego Arbelo, Fernando Dianesi, Levón, Leandro Íbero Núñez, Andrés Papaleo, Juan Antonio Saraví, Enzo Vogrincic.
Escenografía y luces: Sebastián Marrero y Laura Leifert.
Vestuario: Johanna Bresque.
Ambientación sonora: Fernando Castro.
Traspunte: Diego Aguirregaray.