Por Gabriela Gómez.
Su pasión por el teatro podría remontarse a sus padres en Polonia y a la historia de amor que los unió. Junto a su hermana Adela, Myriam Gleijer (1940), hizo la escuela del teatro El Galpón y a partir de ahí, esa ha sido su casa y el teatro su opción de vida. La historia de esa institución se fue desarrollando en paralelo con su propia vida, ya que ha integrado el elenco estable desde entonces y según dice: “El teatro siempre me salvó; es lo que más amo hacer; el teatro me va a dejar a mí, no yo a él”.
Conoce de primera mano las idas y venidas de El Galpón, desde el trabajo a pulmón que significó transformar una barraca en sede teatral, pasando los tristes hechos de la dictadura militar que decretó la disolución del elenco en 1976, la confiscación de los bienes del teatro y la prohibición a sus integrantes de realizar cualquier actividad teatral y cultural.
Dueña de una vitalidad y un humor envidiables, Myriam no ha parado nunca de hacer teatro, actividad que alternó con talleres de arte escénico que realizó a lo largo y ancho de nuestro país. En estos días es protagonista de la obra Ante la jubilación, de Thomas Bernhard, junto a Levón y Silvia García, bajo la dirección de Margarita Musto, donde se pone en la piel de Vera Holler en un rol que le exige estar siempre en escena pronunciando un texto difícil, engorroso, que desempeña de manera excelente, con gran energía y profesionalismo.
¿Desde cuándo está el teatro en tu vida?
Desde siempre. Mis padres nacieron en Polonia, mi padre en un pueblo y mi madre en otro. Los padres de mi madre fallecieron por tifus y los hermanos se tuvieron que ir al pueblo donde vivía la abuela, donde también vivía mi padre. Y ahí se conocieron. Eran jóvenes y tenían un grupo de amigos, mi madre hacía teatro amateur con un grupo de amigos y mi padre también dirigió una obra de teatro. Mi padre conoció a mi madre haciendo la obra El deseo bajo los olmos, en la que ella tocaba con la punta de los dedos la mano del amante y mi papá se enamoró. Mi mamá leía mucho, era una buena lectora y otra cosa que contaba papá es que –no había luz de noche, había lámparas colgadas en el techo– una vez pasó y vio a mi mamá parada en un banquito frente a la lámpara, leyendo. Fueron novios. Eran épocas de preguerra y en 1930 mi padre resolvió venirse a América, pensando que era bárbaro, pero fue después de la crisis del año 29, con una miseria total. Se casaron y a los seis meses de estar acá vino mi mamá y un hermano. Mi padre nació en 1906 y mi madre en 1908. Somos todos una familia de saltimbanquis: mi hermana Adela, gran actriz; mi cuñado Juan Manuel Tenuta, mi sobrina Andrea Tenuta, cantante y actriz; mi exmarido, Luis Fourcade, actor; mi hijo hizo la escuela de Cinemateca, es docente de actuación y dirección de actores de cine y tiene un taller de cine, mi nuera es actriz y docente de teatro, mi nieto hizo teatro en la IAM, de niño y adolescente. Desde que estaba en la escuela ya decía los versitos, me tocó hacer de la dueña de Platero, en Platero y yo y después en el liceo también hice teatro porque estaba Sergio Otermin como adscripto y armó un grupo de teatro. Ugo Ulive, que fue integrante de El Galpón, también era adscripto, así que en tercer y cuarto año hice teatro y él me invitó a hacer la escuela de El Galpón, pero mi mamá no me dejó porque tenía que estudiar, así que entré después a la escuela de teatro. Mi primer premio por afición teatral lo gané en el liceo. Mi hermana, que es siete años mayor que yo, entró en la escuela de El Galpón en el 56, y yo entré en el 61. Estaba haciendo la Facultad de Arquitectura cuando entré en la escuela.
¿Cómo era El Galpón en esos años?
Era El Galpón de la sala Mercedes y la sede estaba a media cuadra de la salita de Carlos Roxlo y Mercedes. Cuando hice la escuela fue cuando se resolvió comprar la sala y hacíamos de todo: vendíamos rifas, vendíamos botellas, se sacaban los anillos de compromiso y los vendían para poder construir, y todo el barrio ayudó. Nuestra historia es esa, es la historia del teatro independiente. Ha cambiado mucho, pero tratamos de que eso continúe, tratamos de transmitirlo a los jóvenes. En mi época teníamos un taller de títeres, había un departamento de títeres maravilloso, con taller y escuela. Nuestra sala grande se hizo con obreros que venían a trabajar gratis, de la Central de Trabajadores. Cuando la Juventud Uruguaya de Pie, las fuerzas parapoliciales, atacaban la sala, venían obreros a ayudarnos para defender la sala. Porque se metían adentro con armas y querían romper los vidrios. La época de los años sesenta fue dura, vivíamos con Medidas Prontas de Seguridad. Hemos vivido paralelamente la historia política, social y cultural del país, ya cumplimos 74 años y hemos vivido todos los avatares. El teatro independiente uruguayo todo habla sobre conductas humanas, que es una tarea colectiva, no es individual, entonces todas las conductas humanas aparecen y de alguna manera uno expresa lo que esa sociedad es. No es que estuviéramos todos en el mismo partido, pero era un grupo con ideas sociales fuertes.
¿Cómo era trabajar así, bajo esa presión?
Trabajé en el espectáculo Libertad, libertad, que se estrenó en junio de 1968, el día que se instauraron las Medidas Prontas de Seguridad. Nosotros estábamos en la sala chica de El Galpón, estrenamos ahí, y se sentía afuera la caballada que pasaba. Había manifestaciones de la gente en la calle y se metían en el teatro, escapándose de los caballos, y de repente se encontraban con el espectáculo Libertad, libertad. Por este espectáculo, en enero de 1976, caí presa, en el Departamento 6, preguntándome sobre ese espectáculo, que hablaba sobre la libertad, por supuesto: mal visto el tema. Llevaron preso al consejo directivo de la institución y a mí porque estaba trabajando en esa obra. Con ese espectáculo habíamos recorrido la república. Del departamento 6 me llevaron a otro lado donde estuve un año y medio presa. Mi esposo [Luis Fourcade] estuvo cinco años preso. Fuimos los únicos que nos quedamos presos.
¿Por qué no formaste parte del grupo que pidió ayuda en la embajada de México?
La mayoría de los compañeros zafó, pero como a mí me llevaron en ese intermedio quedé presa. Nos quedamos unos cuantos que perdieron el trabajo y todo, pero que no cayeron presos. Yo caí con ellos pero hubo un momento que salieron y se pudieron meter en la embajada, pero a mí porque ayudé a un obrero que no tenía para comer… Pertenecer a la Central de Trabajadores era legal, como pertenecer a los partidos políticos, pero de pronto se decidió que eran ilegales y mi marido cayó por asociación subversiva, porque había pertenecido a un partido que después fue ilegal y yo caí por asistencia a la asociación porque le dimos de comer a un dirigente sindical. Y por esto me dieron veinticuatro meses. A los quince meses me dieron libertad condicional, pero en el momento de salir me encapucharon y me dieron, por Medidas Prontas de Seguridad, tres meses más. Ya no dependía del Juzgado Militar, dependía del Comando. Porque, claro, los compañeros ya estaban luchando por todo el mundo para que volviera la libertad y como mandaban cosas para nosotros, que estábamos presos, no nos dejaron
salir. Salí en 1977.
¿Volviste a hacer teatro?
Cuando salí, el teatro me salvó. Trabajé en todos los teatros: en El Tinglado, en el Notariado, en La Máscara, el Circular, todos me ayudaron. Cuando volvieron los compañeros de El Galpón nos restituyeron la sala. Se habían quedado ocho años con nuestra sala, se quedaron con todo: las luces, los aparatos de sonido de la sala chica. Entregaron el local y la sala estaba desmantelada. Cuando recién pasé a la cárcel de Punta de Rieles, después de estar en un cuartel y cuando ya no estaba incomunicada, me enteré de que habían cerrado el teatro y que daban clases de la universidad y clases de ballet allí. Habíamos pagado todas las deudas con lo recaudado después de una gira de un mes y pico por Venezuela y Colombia, y se quedaron con la sala. Después, con la vuelta de la democracia, nos devolvieron recién al año la sede porque funcionaba la escuela de danza. Hubo que reconstruirla y volver a conseguir a los socios, que era nuestra fuente de ingresos. Allí, a los ocho años, nos reencontramos con los compañeros. El 12 de octubre volvieron, este año se cumplieron 39 años de la vuelta de El Galpón.
¿Cuál es la situación actual de El Galpón?
Ahora estamos en una situación muy difícil. Con la pandemia se perdió mucha cosa, se perdieron socios también, hubo que mantenerse como se pudo. Tenemos tres salas, necesitamos técnicos para ellas, boleteros, administrativos, serenos, gente en la recepción. Aparte de que los actores trabajamos gratis, hay empleados y hay que sostener todo. Es un dineral sostenerlo. Se había votado, por todos los partidos, una ley de teatro independiente que había que reglamentar y nunca se hizo. No dio tiempo en el otro período de gobierno y ahora dicen que no se está de acuerdo con la forma. Fue una ley votada por todos. Esa era la única manera de sostenerse, no sólo nuestro teatro sino todo el teatro independiente; no sólo para los que tenían teatro, sino para todos los que hicieran teatro independiente, era para todos. Nosotros, en El Galpón, hacemos extensión cultural para escolares; desde preescolares hasta sexto año, hacemos también espectáculos para adolescentes y para alumnos liceales. Hacíamos acuerdos colectivos con el Brou con la UTE, con varios organismos públicos, a cambio de socios espectaculares para sus empleados y esto nos ayudaba a sostenernos. Y con este gobierno nos sacaron todo. Incluso mientras no se votaba, había un aporte para el teatro independiente de un dinero fijo hasta que no se votara la nueva ley, y de lo que cobrábamos, se nos dio la mitad. Ahora tenemos peligro de cerrar porque no nos da para seguir y quedarán empleados en la calle. Dicen que no tienen interés en ayudar para que no se cierre un teatro. Es todo política. Cuando la cultura no tiene por qué ser sólo política. Solamente lo que estamos haciendo de extensión cultural para niños es muy valioso, y son muchos años que hacemos eso. Es un aporte a la cultura muy importante y eso no tiene que ver con la política y sí con la cultura del país.
Te han dirigido los más grandes directores, ¿cómo fue trabajar con Atahualpa del Cioppo?
Trabajé una sola vez con Del Cioppo porque él justo se fue de viaje y esa fue la última obra que hizo con El Galpón: Dúo para uno, de Tom Kempinski, basada en la vida de Jacqueline du Pré, la violonchelista esposa del pianista de [Daniel] Barenboim. En esta obra no era violonchelista, sino violinista. Lo hicimos en el Teatro Circular. Tenía una personalidad impresionante. Él nunca fue actor porque decía que era muy tímido, pero parecía un actor cuando se expresaba con esas manos y cuerpo, tan expresivos. Cada vez que te marcaba una cosa era una historia de vida y del mundo, tan impresionante era su visión del ser humano y del mundo. Era como tener clases diarias de vida, cada vez. Te enseñaba a tener un compromiso con el ser humano y con el mundo. Era impresionante. La obra trataba sobre el amor a la vida a pesar de todo: una violinista que no puede tocar y hablando de la música. Era la historia de un psicólogo y la violinista.
¿Cómo fue trabajar con otro director tan especial para El Galpón como Aderbal Freire-Filho?
Trabajé con él en Los comerciantes, de Máximo Gorki, y fue bárbaro porque hicimos un taller de un mes con él, trabajamos el tema de la energía. Trabajamos improvisando, sin reparto. Hacíamos el papel de hombres, de mujeres, de todo; recorríamos todo, leíamos un trozo y trabajábamos con objetos o con música o con danza, una coreografía para los personajes, distintos juegos escénicos con los que recorríamos toda la obra. Después recién hizo el reparto y ya conocíamos toda la obra. También trabajé con él en Luces de Bohemia, de Valle Inclán, ahí trabajé con Bebe Cerminara, y se murió en esa obra. En esa obra se hizo todo, hasta las didascalias: decíamos todo porque Valle Inclán es maravilloso en ese aspecto y no se podía desperdiciar nada. Lo último que hice con él fue Proyecto Galeano, latinoamericano. Ensayábamos seis horas con Aderbal y al mismo tiempo ensayaba cuatro horas Bakunin Sauna, de Santiago Sanguinetti. Estaba agotada, yo creí que me desmayaba. Nos fuimos de viaje con Bakunin…, a Colombia, a Tenerife, y al regreso estrenamos la de Galeano.
Tu último estreno es Ante la jubilación, de Thomas Bernhard, dirigida por Margarita Musto, una obra muy exigente para los actores. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
Bernhard está jugado a la actuación pura: es puro texto, con sólo tres personas. Ha sido muy inteligente Margarita –una mujer muy clara, docente de teatro, además– con esa obra que trata un tema muy importante y que tiene que ver con la actualidad. Esa familia que tiene la enfermedad del nazismo, que está encerrada en ese mundo y deseando volver a salir. Esto está tan emparentado con cosas del mundo, donde hay una vuelta al neonazismo y no sólo en Europa, en América también. Es brutal, el ser humano no aprende más, sigue en esta guerra de exterminio. Es una obra tan terriblemente actual y hecha en forma satírica que hace que el público se ría de esas cosas por demasiado monstruosas. Esa familia encerrada, con la hermana en silla de ruedas, es el testigo y la crítica a esos dos personajes que tienen el dolor de la pérdida del nazismo. Es como un espía, es el enemigo y están todo el tiempo justificándose frente a ella. Son monólogos, casi, de los personajes. Están todo el tiempo justificándose. Es todo una gran obsesión, Thomas Bernhard es un autor de actuación pura. El subtítulo de Ante la jubilación es “Comedia del alma alemana”, porque la ideología del nazismo comprometió a toda la Alemania a ser testigos de algo y los hacía a todos culpables. Y los que estaban en contra de alguna manera implantaban el miedo para que se callaran. Lo terrible es cómo rebrota, porque hay documentales de neonazis en todo el mundo.
Tu personaje está todo el tiempo hablando, ¿cómo hiciste para memorizar todo?
Esta obra fue un esfuerzo de memoria muy grande. Me la aprendí, como te podrás imaginar, pero son cincuenta minutos donde prácticamente hablo yo sola, y pasa de un tema al otro sin solución de continuidad. De repente habla sobre Olga, la empleada; de repente sobre el padre; luego sobre la madre; después se refiere a la relación con el hermano; en otra parte trata de la relación con la hermana; después sobre Himmler y el aniversario. Va saltando de un tema al otro y esto es muy difícil de memorizar. Ensayábamos cuatro o cinco horas. Fue muy exigente y después venía a casa a estudiar. Es una carrera contra la vejez.
¿Dejarías de hacer teatro?
Si me preguntan si voy a dejar el teatro, digo que el teatro me va a dejar a mí cuando ya no pueda aprenderme una letra. Las letras de las obras me las aprendo, a veces, más rápido que la gente joven. Y eso me ayuda a la cabeza. También me he dedicado a la enseñanza. Durante mucho tiempo hice talleres con Villanueva Cosse, Rafael Spregelburd, Omar Grasso, Carlos Aguilera y otros. Mi padre sufrió de alzhéimer y yo lo llevaba al neurólogo. Luché mucho por él. Una amiga que tenía una clínica neurogeriátrica me invitó a hacer un taller de teatro y entonces preparé un taller donde trabajaba los temas de los vínculos, con cambios de roles, con improvisaciones, con música, canciones. Inventando historias, experimentando con los sentidos. Hacíamos fiestas a fin de año, a la que iban los familiares. Y después que se terminó el taller me pidieron para seguir haciéndolo en mi casa. Festejábamos los cumpleaños. Hubo gente que estuvo desde los setenta años hasta los noventa. Yo aprendí mucho. Después, Carlos Aguilera me sugirió presentarme para los talleres del interior que daba el Ministerio de Educación y Cultura. Entonces hice el proyecto y lo presenté, porque uno no sabe lo que sabe hasta que tiene que enseñar. Y estuve veinticinco años dando clases en San José, hasta 2020, con ochenta años, por el Ministerio y por la Intendencia de San José. También estuve supervisando los talleres de todo el interior y tuve grupos de adultos mayores. Dirigí muchas obras en el interior. Fue muy interesante ese trabajo y siempre pienso en volver a hacerlo alguna vez.
¿Qué ha sido el teatro para vos?
El teatro para mí fue una opción de vida, es lo que más amo hacer. Tuve que trabajar duro para poder hacer teatro. Trabajé en distintas cosas. Los últimos años tuve que trabajar duro, dando clases de teatro que es lo que más me gusta, pero había que viajar mucho por todo el interior. Pero era lo que amaba. Y lo que más amaba era estimular a la gente para que guste del teatro. A algunas personas las hice escribir, otras dibujaban, otras actuaban o terminaron dirigiendo. Recorrí la república y conocí la idiosincrasia de los distintos departamentos, de zonas pequeñas del interior. Fue muy enriquecedor. Tengo mucha resiliencia, pero a mí, de todos los avatares, me ha salvado el teatro. Cuando estuve presa, todos los recuerdos de los viajes con el teatro, de las obras, todo lo que nos transmitíamos a escondidas entre las compañeras me hacía sentir viva y recordar. Me sentía tan gratificada al lado de esa gente que sólo sabía torturar y uno era tanto más. Más gente. Para mí es muy importante el hecho de estar en un grupo y tener un objetivo común, un proyecto, que no sea sólo individual. Por eso El Galpón es mi casa, con todos los avatares, pero es mi casa, es mi gente. Siento que estamos haciendo algo que importa, y que no me importa a mí sola, sino que es un proyecto cultural. Eso me hace sentir viva y que valió la pena.