Una forma de crecer
“Hago poesía divina,
eso debéis comprender,
que obligado estoy a hacer
con mi mente tan prístina.
Piensas que soy un pedante
porque quisiera instruirte
siento tener que decirte
que en eso eres ignorante”
Epimeteo
Cuando en 2015, en el marco del Festival Internacional de Artes Escénicas (Fidae), Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob trajeron la genial puesta de su obra Brecht ya quedó claro que eran dos nombres a tener muy en cuenta, y esta vez lo hacen con una puesta y dirección de Fabio Zidán que no decepciona ni mucho menos.
Un punto de contacto con Brecht es que presenta temas complejos en un modo desenfadado, con lenguaje coloquial y tono ligero, sin renunciar a una enorme inteligencia. En este caso se trata de la pedantería de un grupo de jóvenes esnob, que versifican y hablan con toda propiedad de escandir, de sinalefas y de metros, sin que el texto caiga en esa característica. Una complicada pirueta que los autores salvan con frialdad, diríamos, parafraseando a Joan Manuel Serrat.
En cuanto a lo técnico, si bien la sala de Arteatro no se presta a grandes escenificaciones, el dispositivo es funcional, completamente icónico, con total ausencia de elementos simbólicos. Su sobriedad, unida al uso sencillo de las luces, con apenas algún descenso para separar escenas y poco más, enmarca y da destaque a lo realmente genial de la puesta: el joven elenco. Acertada la dirección tanto en la selección como en el manejo de los cuatro actores, que están muy bien.
Esta obra trata sobre cuatro jóvenes, más exactamente tres muchachos y una chica, de veinte y pocos años, que coexisten, por un momento, en un viejo y decadente apartamento en Montevideo. No pueden ser más diferentes, pero la vida los ha unido y, como el Universo odia el estatismo, por más que se resistan, el frágil equilibrio que han construido ha de romperse: como siempre que el teatro funciona, el conflicto debe aparecer.
Ignacio y Lucas juegan a improvisar poemas a contrarreloj, pero con un metrónomo en lugar de cronómetro, con pipas y vino, cual beatniks renacidos en el siglo XXI. No tienen celulares, ni consolas, ni redes sociales. El teléfono mismo está relegado a lo obsceno en su sentido más profundo: lo que está detrás de la escena.
Como todo adolescente tardío, estos muchachos no tienen asumidas las responsabilidades de la vida adulta (hacen un manejo infantil del dinero e incluso de la vivienda: tanto les da dónde duermen) y su obsesión es el sexo, en este caso heterosexual, y un tema para el que sus talentos no les sirven de nada. Su idea de seducción es ir a la puerta de una discoteca (lugar que desde su pedantería desprecian) a “sostener la mirada”.
Tanto es el miedo que les produce el mundo exterior, que desprecian todo lo que venga de allí. El tío de Pedro es llamado “oráculo” por su preocupación e influencia sobre sus sobrinos (especialmente Denisse), y las propuestas de Pedro de comunicarse con él son invariablemente saboteadas. De hecho, Pedro y Denisse son los únicos que salen y entran de escena. Tanto terror les da el exterior, que se niegan incluso a dejar registro de sus actividades, tal como les sugiere Pedro, ya que publicarlas implicaría una salida para la que no están preparados.
Dentro de su microcosmos las reglas son a la vez propias, la cultura enciclopédica de Lucas e Ignacio no precisa de internet para conocer cosas. Conforman un clásico grupo adolescente en el que Ignacio funge de macho alfa en constante ejercicio de dominio sobre los otros dos, mientras que Lucas, como el beta, domina a Pedro (que sin embargo es el más solvente: tiene dinero, casa y una familia a la que le importa).
Desde el punto de partida anterior, y por la irrupción de lo femenino en su burbuja por la presencia de la hermana de Pedro, se rompe el equilibrio y solamente el que sea capaz de evolucionar podrá atravesar el ritual de pasaje y volverse adulto.
El acertijo queda planteado, las piezas se mueven y el equilibrio se rompe. Que se haga el teatro.
Dramaturgia: Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu.
Dirección: Fabio Zidán.
Sala: Arteatro.
Elenco: Rodolfo Agüero, Julio Garay, Santiago Bozzolo, Lucía Carlevari.
Escenografía y luces: Fernando Scorsella.
Diseño gráfico y fotografía: Alejandro Persichetti.
Comunicación y prensa: Valeria Piana.
Producción general: Fabio Zidán.