Créditos de fotografía: Carlos Dossena
El sábado 3 de marzo, la Comedia Nacional inauguró su temporada 2018 mediante el estreno de Rinocerontes (1959), obra escrita por el dramaturgo rumano-francés Eugène Ionesco. Esta puesta en escena, dirigida por Álvaro Ahunchain, se llevará a cabo hasta el domingo 29 de abril en las instalaciones del Teatro Solís.
Rinocerontes, asociada al Teatro del Absurdo y escrita en un período de post- guerra, funciona como una alegoría mediante la cual se reflejan las ideas y acciones de los regímenes totalitarios. El argumento gira en torno a un pueblo francés donde habita Berenger, un hombre colmado de vicios y que representa el antítesis de la sociedad que lo rodea. Cuando un grupo de rinocerontes invade su pueblo, este peculiar individuo se verá enfrentado, de manera exponencial, al resto de los habitantes e intentará mantener su integridad a toda costa. Como indica el propio Álvaro Ahunchain, en esta creación de Ionesco se visualiza un claro punto de inflexión; un argumento que comienza siendo de índole cómica se convierte, finalmente, en una tragedia.
En lo que concierne al elenco, el cual incluye figuras tales como la de Fernando Dianesi, Levón, Stefanie Neukirch, Natalia Chiarelli, entre otros, ha logrado darle vida a este clásico de un modo óptimo. Al mismo tiempo, se ha hecho uso de una puesta en escena fantástica; atractiva y, simultáneamente, funcional. Sin duda alguna, gracias a sus características ha logrado cumplir un rol de gran importancia en el devenir de esta obra.
Rinocerontes es una texto que se desdobla y que invita a la reflexión, al desarrollo de un pensamiento crítico y autónomo. La versión de Ahunchain, quien emana entusiasmo al hablar de dicha creación de Ionesco, resulta sumamente eficaz a la hora de reflejar cuestiones que trascienden épocas y, de este modo, crea una obra indispensable para nuestros tiempos.
Conversación con Álvaro Ahunchain, director de esta puesta en escena
Un texto de este tipo, alegórico, se supone que presenta una amplitud tal que no necesita de modificación alguna para que el espectador se sienta identificado. Aun así, usted decidió incluir temas que se encuentran en constante discusión en nuestra sociedad contemporánea, tales como el lenguaje inclusivo, el matrimonio igualitario, entre otros. Tomando esto en cuenta, ¿le pareció una acción de extrema necesidad el adaptar el texto de dicha forma?
Es interesante la pregunta. En algunos casos, a mí me parecía necesario introducir temas de actualidad – por ejemplo, el lenguaje inclusivo, la concepción del sexo no como biológico, sino como una construcción cultural – porque, justamente, se trata de construcciones ideológicas totalmente artificiosas que están instaladas en nuestro mundo de hoy y que estamos aceptando pasivamente. Esto es tal cual la aceptación pasiva que muestra Ionesco de la rinocerontitis; es el mismo proceso que para Ionesco era una crítica a la aceptación pasiva de los totalitarismos – del Nazismo o del Stalinismo. Pero en esos casos, claramente, yo introduje dichos temas porque me parecía que potenciaban la actualidad del texto e iban en consonancia con el mismo. En el caso del matrimonio igualitario, no; allí más bien lo puse como un chiste, referido a un pequeño pasaje de La Cantante Calva [1950, primera obra de Ionesco]. Lo que dice el lógico en esa lección que hace a telón cerrado son todos pequeños textos extraídos de La Cantante Calva y ahí me pareció que introducir el concepto de matrimonio igualitario podía ponerle comicidad – pero no como una crítica, obviamente, al matrimonio igualitario, con el cual coincido plenamente.
Pero sí, sin duda la gran vigencia que tiene la obra de Ionesco es que, precisamente, lo que ataca son las estructuras de pensamiento único y la manera en como el pensamiento único se va filtrando en la sociedad y va matando al humanismo. Ese es el tema; nos va des-humanizando, por eso es la metáfora de convertirse en un animal. En ese sentido, el mundo de hoy está lleno de sistemas ideológicos que postulan el pensamiento único y que llegan al extremo, como pasa con el lenguaje inclusivo y como pasa con ciertas tendencias feministas extremas de pretender censurar las obras de arte. ¿Ha visto como a Carmen de Georges Bizet, en Italia, le han cambiado el final? En la ópera, el amante despechado mata a Carmen y, entonces, el director de la puesta que se hizo en Florencia entendió que eso era hacer propaganda de la violencia de género. Consecuentemente, cambió el final; hace que Carmen mate a su amante despechado, como si se solucionara la violencia de género haciendo que las mujeres maten a los hombres que las violentan. O sea, una gran tontería que tiene que ver con la imposición del pensamiento único en nuestra sociedad, a partir de determinados grupos de expresión. Yo, sin duda, quise denunciar eso a través de Rinocerontes.
De todas formas, aunque por un lado amplió el significado de la obra refiriéndose a temas vigentes en nuestra contemporaneidad, por otro la acotó – haciendo una clara alusión al Nazismo – uno de los varios regímenes totalitarios de la Segunda Guerra Mundial.
Tal cual, sí. Yo creo que mi opción por el Nazismo se debe a que fue la opción de Ionesco. Cuando él dio la explicación de porqué escribió la obra, él dice que se inspiró en lo que está en el programa, lo de Denis de Rougemont, que estaba a punto de contagiarse de la histeria nazi cuando vio a Hitler y encontró algo de su humanidad adentro que le impidió sumarse a esa masificación. Entonces, por esa razón, elegí el Nazismo en ese video que se emite, que son imágenes de la famosa película «El Triunfo de la Voluntad» de Leni Riefenstahl. Lo elegí nada más que por eso, pero como una especie de símbolo indiscutible, aunque increíblemente todavía hay nazis y pro-nazis en el mundo de hoy.
Pero, claramente, alude a todos los totalitarismos y claramente alude, por ejemplo, a ISIS. Hoy, tú hablas con gente que tiene incluso cierto vuelo intelectual y hay gente que te justifica ISIS; te justifica que hayan unos dementes, absolutamente desquiciados que agarren a un periodista, lo pongan frente a una cámara y le corten la cabeza, que maten niños, que entierren vivos a la gente porque tienen una religión diferente. Hay gente en nuestro sistema occidental, libre-pensador que defiende, que habla de que es una reacción porque el mundo no sé que y en realidad, no; es también una expresión totalitaria que hay que extirpar de la humanidad; es una rinocerontitis. Y, bueno y como eso, todo sistema que postule el pensamiento único y que entienda que hay que postergar la libertad en función de otros valores distintos, todos esos sistemas son los que están criticados en esta obra y he querido, sin duda, criticar.
¿Considera usted una desventaja o, más bien, una virtud la amplitud de un texto? Estoy pensando no solo en el Teatro del Absurdo – el cual posee una potencial vastedad inherente – como sucede, asimismo, en el Teatro Abierto argentino con Decir Sí de Griselda Gambaro, entre otros. Pero, al mismo tiempo, se me ocurren otros casos como es el de La Tempestad de William Shakespeare y la re-lectura realizada por parte de la teoría del post-colonialismo – cuyos rastros se evidencian, sin ir más lejos, a través de Ariel escrito por José Enrique Rodó, por ejemplo.
Es muy interesante lo que me planteas. Yo creo que los directores de las obras tenemos la libertad total para versionar las obras en función de nuestras realidades interiores o bien de realidades sociales que nos interese denunciar; la libertad es absoluta. Pero esto nunca debe realizarse desmintiendo o traicionando la intención del autor; eso es lo fundamental. Por ejemplo, hubo una famosa versión de Fuenteovejuna de Lope de Vega por El Galpón, antes del golpe de Estado, que hizo una lectura marxista de este autor. Esto es como una visión totalmente a-histórica, porque Lope de Vega, en su obra, maneja la desviación de poder pero desde una posición monárquica, desde una posición encuadrada en determinados valores comunes – el marxismo es un fenómeno que ocurre tres siglos, cuatro siglos después. Entonces, ese tipo de versiones, para mí, son faltas de respeto al creador. Lo que yo digo siempre es; “Si querés decir eso, si querés postular la revolución bolchevique; agarrá otro texto – hay textos para postular eso – o, sino, creá tu propio texto pero no utilices a Lope de Vega para decir cosas que Lope de Vega no quiso decir”. Con Shakespeare pasa lo mismo, uno a veces ve versiones donde se convierte en humorísticos conflictos que, para Shakespeare, son muy trágicos y se colocan anacronismos innecesarios como celulares, cosas así. Entonces vos decís; “Pero, a ver; si Shakespeare viviera hoy, ¿haría esto? ¿Pretendería hacer reír con un conflicto como el que él planteaba o no? Entonces, cuidá un poco el espíritu del autor. Agregále todo lo que consideres necesario”.
Yo lo reivindico, yo hice una versión muy arriesgada del «Don Juan» de Molière que se llamaba Don Juan o la orgía de piedra, en 1990, en el Teatro Circular. Le hice decir cualquier cosa a Molière que él no había dicho, pero me cuidé de que el espíritu del autor estuviera ahí presente, que no se traicionara lo que el autor había querido decir a través de su texto. Entonces, lo único que yo hago como versionador es incorporarle modernidad, pero no matarle su concepción originaria. Ese es un poco el espíritu.