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Luego de mucho tiempo, Aderbal Freire Filho volvió a Uruguay, esta vez para dirigir en El Galpón la segunda puesta de una obra de Wajdi Mouawad. Luego de Litoral, que Alberto Rivero estrenó con la Comedia Nacional en 2013, llega esta obra que también trata sobre la muerte de un progenitor. Mientras que en aquella Wilfrid viajaba para enterrar a su padre en su pueblo de origen, en esta dos hijos deben obedecer el mandato póstumo de su madre y buscar a su padre y hermano desconocidos, en un viaje que los llevará al mismo país de Medio Oriente del que vino Nawal, su madre. Allí descubrirán diferentes personajes de su pasado, y su historia se irá develando en cada encuentro hasta formar esta reescritura en clave moderna de Edipo rey, en la que el protagonista no es un héroe clásico ni un rey, ni siquiera un hombre. Mediante un múltiple juego de inversiones y especularidades, Mouawad logra resignificar este mitema y convertir la vieja tragedia con su ciclo de parricidio-incesto-peste-anagnórisis (reconocimiento del pecado)-caída trágica en una historia autocontenida que permite graficar, como casi ninguna otra, el horror de una tierra empecinada en engendrarse y asesinarse a sí misma desde el origen de la historia.
Nawal (Elizabeth Vignoly) ha dejado de hablar hace años, y sus hijos (interpretados por Estefanía Acosta y Federico Guerra) se enfrentan, al momento de la lectura de su testamento, con que deben entregar dos cartas, ella a su padre desconocido y él a su hermano, cuya existencia ignoraban. En su viaje descubrirán la historia de amor y horror de la que provienen, y los espantos de la guerra en un país en el que la lucha empezó hace tanto tiempo que ya no se sabe por qué. El mandato materno es la llamada a un viaje que los llevará al infierno y más allá. Los hijos, acompañados por el albacea de su madre, Hermile Lebel (Héctor Guido), desandarán el camino de su madre en una verdadera catábasis, o descenso al infierno, que los llevará a conocer la verdad de su historia de la única forma en la que su madre pudo transmitírselas: por medio de esa telemaquia, o viaje en busca del padre perdido.
Mediante la alternancia de escenas, el espectador se entera antes que Simón y Julia de las vicisitudes de Nawal, y de esa manera se intensifica la dramaticidad de sus momentos de anagnórisis. Este efecto, especialmente buscado y logrado por los actores, es, sin duda, de lo más intenso de una puesta caracterizada, justamente, por la intensidad.
Se destacan las actuaciones de Vignoly, Acosta, Guerra y, por supuesto, de Guido, en un elenco un tanto desparejo, con rendimientos que no están todos a la altura de la tarea. Por otro lado, la escenografía, traída de Brasil, es imponente. Con sus varios metros de altura, realizada en metal soldado, impone un clima opresivo de campamento de refugiados y de estado bélico que aporta mucho a la obra. Sin embargo, más allá de los protagónicos, que ya marcamos, y de la excelencia del texto (en particular de su final, que por razones obvias no develaremos), lo más destacable de la propuesta es el notable manejo del ritmo que el director impone a la escena, que fluye de manera natural, sin rispideces ni caídas, a lo largo de las más de dos horas de duración.
Enorme apuesta, por la inteligencia y la madurez del público ante un tema difícil y una propuesta ardua. Y un resultado que, en su terrible poesía, tiene todo el horror de la vida y toda la belleza de la muerte.
Dramaturgia: Wajdi Mouawad.
Dirección: Aderbal Freire Filho.
Elenco por orden de aparición: Estefanía Acosta, Federico Guerra, Héctor Guido, Elizabeth Vignoli, Claudio Lachowicz, Pablo Pípolo, Silvia García, Solange Tenreiro, Anael Bazterrica, Sebastián Silvera.
Escenografía: Fernando Mello da Costa.
Vestuario: Antonio Medeiros.
Iluminación: Luiz Paulo Neneim.
Música: Tato Taborda.
Estilista: Marcos Gómez Urán.
Producción: Felipe de Carolis, María Siman, Marieta Severo.
Producción ejecutiva: Ángeles Vázquez, Amelia Porteiro.
Producción general: El Galpón.