Todas las muertes de Rebeca Linke.
Por Bernardo Borkenztain.
“No decía palabras,
acercaba tan solo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe”.
Luis Cernuda
Habemus dramaturga
El trabajo de Leonor Courtoisie al frente de un elenco de actores de la Comedia Nacional ha marcado un hito en la historia del teatro que solamente el tiempo y la perspectiva van a poder valorar en su justa medida, al realizar un diálogo escénico con la novela La mujer desnuda, de Armonía Somers.
Esta joven directora, que es también dramaturga, novelista y poetisa, recibió el encargo de adaptar La mujer desnuda, escrita en 1950. La novela fue escandalosa e incomprendida, padeció el yugo de los prejuicios. Su autora ocultó su nombre real hasta en su lápida, seguramente consciente de la recepción que su valor tendría en la ciudad heredera del “Tontovideo” que tanto gustaba de escandalizar Roberto de las Carreras.
La puesta de este estudio no tuvo un riesgo menor, ya que Courtoisie no se ahorró riesgo por asumir, tanto, que el previsible desnudo que si no bastara con el título es avisado con un cartel de neón con sus luces blancas y estériles sobre la puerta del teatro, es apenas un elemento más de lo que es, sin lugar a dudas, la actuación consagratoria de Florencia Zabaleta, que pone su cuerpo en peligro para darle corporalidad y presencia a Rebeca Linke, la mujer desnuda que viene a confrontar al pueblo dormido con una imagen de sí mismos que seguramente no estén preparados para ver. O sí.
Rebeca Linke se cansó y no piensa pedir permiso.
Habemus actriz
Es algo que se advierte rápidamente en la obra: el peso escénico recae fuertemente en Florencia Zabaleta, quien por su particular forma de actuar encarna una Rebeca Linke que puede proyectar un amplio espectro de emociones, e interactúa con los otros personajes mostrando siempre un aspecto genuino de sí, algo absolutamente inaudito en un pueblo en el que nadie lleva la vida que querría llevar.
Puede ser seductora, pero de una manera tan vital que es evidente que estamos ante una teofanía: la mujer desnuda no significa encarnar a una mujer normal, sino a una diosa. Concretamente, la diosa lunar, Leucótea.
Es importante destacar que el trabajo que realiza es difícil de calificar con justicia. Adjetivos como consagratorio o superlativo parecen mezquinos. La desnudez es probablemente la situación de máxima exposición y vulnerabilidad para un actor, pero el trabajo de Florencia Zabaleta convierte esa desnudez en un tema secundario a la materialidad de Rebeca Linke. No nos arriesgamos al afirmar que esta obra, esta interpretación, es un hito en la historia del teatro uruguayo.
Una decisión muy acertada de Courtoisie es que, al triplicar el personaje de Rebeca Linke en tres mujeres que son, además de la propia mujer desnuda, Eva (Roxana Blanco) y Gradiva (Alejandra Wolff), permitiendo así que entre las tres personifiquen la figura de la Diosa Blanca, la divinidad matriarcal venerada en el Mediterráneo, siglos antes de que las invasiones arias trajeran a las divinidades masculinas.
Así, la diosa que representa el ciclo lunar es encarnada por una trinidad de la mujer joven o doncella (ya hemos hablado del carácter proteico de Zabaleta en escena, que es capaz de parecer mucho más joven, algo que no muchos actores pueden hacer), la madre o reina, la mujer en el máximo de su plenitud y femineidad, encarnada por Wolff, que utiliza un estilo irónico para dialogar con Rebeca Linke desde la perspectiva que da la experiencia, pero a la vez para mantener a raya al pesimismo de la hechicera o la anciana (Blanco), para proteger a la mujer desnuda del nihilismo de quien ya perdió las esperanzas. Eva y Gradiva luchan y el campo de batalla es el cuerpo de Rebeca Linke, que es la que ellas fueron una vez, pero que las enfrenta por la magia del teatro.
Por supuesto en la obra también hay actores, no tiene sentido poner en escena una diosa si no hay mortales a los que someter, y en este caso lucen las actuaciones de Luis Martínez (Fe, el cura) y Fernando Vannet (Juan, el leñador).
El elenco se completa con tres actores jóvenes, Serena Araújo (Antonia, esposa de Juan), y Joel Fazzi y Camilo Ripoll como dos personajes sin nombre en la puesta, pero llamados “los gemelos” en la novela.
Lo dice la propia obra, el pueblo funciona como coro que dialoga con la protagonista, o sea, con la mujer desnuda, y en el papel de corifeo, dirigiéndolo, Eva, la madre primigenia, es la que emite sus juicios de valor a lo largo de la obra.
Habemus pueblo
El dispositivo escénico es ambicioso, pero no por la superposición de elementos, sino todo lo contrario, por el despojamiento. Courtoisie habita toda la planta del Solís, que es enorme, con sus paredes expuestas, sus vísceras exhibidas en una desnudez que es reflejo macro cósmico de la de Rebeca Linke.
Las luces se usan de manera múltiple, no solamente para su función obvia, es decir que no son un elemento técnico auxiliar, sino que se desarrolla una verdadera dramaturgia visual (la tentación de usar la palabra energía en este análisis es grande, pues toda la obra es una conflagración de energías colidiendo) en la que una parrilla formada por tubos de luz demarcan con su luz aséptica y estéril un espacio dentro de la planta que con su geometría cuadrada limitaría al pueblo, dando a las zonas exteriores una materialidad de otros lugares, como la pradera el río o el bosque. El espacio que habita esa luz está muerto, o dormido, ajeno a su propia energía de vida, y es a ese lugar que llega Rebeca Linke a cumplir su propósito.
Por otro lado, en cierto momento que no divulgaremos, unos dispositivos de poderosos focos de color de sodio se dirigen en estructuras dobles, como espantapájaros, contra el público y son la mirada de la mujer desnuda, el incendio y el final. En su encandilamiento, el público no puede hacer otra cosa que dejar de pensar y sentir, al menos por un momento. O la eternidad, que no está probado que no sean lo mismo.
Por último, madera, troncos y ramas son la manifestación de la naturaleza en este pueblo al que la religión ha dormido y anestesiado. El bosque es el dominio de la diosa lunar y, así como en el cielo es la luz fría que habita la noche, en esta tierra las tres encarnaciones de la diosa levantan un bosque invertido que –“como un cetáceo dormido”, dice el texto– es el lugar de lo desconocido, de lo ominoso, del espanto que habita la noche.
Habemus diosa
La obra comienza desde fuera de la planta escénica, con Eva vestida de rojo convocándonos alrededor de un fuego imaginario a ver las estrellas, mientras, en ese ámbito tan propicio a las historias, nos cuenta que la noche del día en que Rebeca Linke cumplió treinta años había pasado lo que ella tanto temía: nada.
Ante ese vacío existencial, nos sigue relatando Eva, Rebeca Linke se escapa de la fiesta de su propio cumpleaños, desnuda y con un abrigo, hacia una casa en la pradera, donde, a la luz de la Luna se corta la cabeza. Luego, en un acto taumatúrgico, se la coloca de nuevo y, ahora ya como ese ser supranatural que es la mujer/diosa desnuda, se prepara a invadir el pueblo, meterse en sus casas y sus camas y despertar a todos estos personajes dormidos que son incapaces de hacerse cargo de lo más elemental que tenemos los seres humanos: nuestros deseos.
Porque desear y no otra cosa es lo que define a la humanidad, pero no los deseos vegetativos de casa, comida y abrigo, esos los tienen todos los animales. No, el ser humano desea los propios deseos, ser visto y deseado por otros que, con su mirada le devuelvan la consciencia de su propia existencia.
Y en este pueblo amarrado por los mandatos de una divinidad masculina que nos obliga a sacrificar la materialización de nuestros anhelos para ganarnos una posible recompensa en una hipotética vida futura, Fe, Juan y todos los habitantes son obligados a verse en el espejo de la materialidad más plena del cuerpo desnudo de Rebeca Linke, que está acá y ahora, deseando y viviendo ahora. Y eso no puede permitirse.
Dice la vieja máxima alquímica que por el fuego la naturaleza se renueva toda, y la sociedad muerta e incapaz de unir acción y deseo de este pueblo necesita esta purificación.
Que arda, y larga vida a Rebeca Linke.
Dramaturgia y dirección: Leonor Courtoisie (versión libre de La mujer desnuda, de Armonía Somers. Dramaturgismo: Laura Pouso).
Elenco: Roxana Blanco, Florencia Zabaleta, Alejandra Wolff, Serena Araújo, Joel Fazzi, Camilo Ripoll, Fernando Vannet, Luis Martínez.
Escenografía: Paula Kolenc.
Iluminación: Leticia Skrycky.
Vestuario: Florencia Guzzo.
Música: Fabricio Rossi Giordano.
Traspuntes: Diego Aguirregaray y Cristina Elizarzú.