PALIMPSESTO DE DOLORES PRIMARIOS
Es imprescindible escribir sobre esta obra. Es imprescindible ir. Es imprescindible que vuelva. No había llegado a verla antes, y tenía muchas ganas de poder hacerlo, pero superó todas mis expectativas.
La anécdota, casi un pretexto, es la tormentosa vida de Carlota Ferreira, a quien mayormente se le conoce por el cuadro de Juan Manuel Blanes, centrada en el del triángulo amoroso que sostuvo con el pintor y su hijo Nicanor Blanes. Pero es casi relegada al fondo, lo escénico la devora y la supera. Como se dice, las miradas son construcciones, lo fue la de Blanes al pintar su famoso cuadro, y no menos arbitraria y ficcional es la mirada que Morena y Pérez elaboran sobre esta mujer y su lucha por encontrar el afecto en múltiples de amores, en la morfina y en su continuo viajar entre Buenos Aires y Montevideo.
El dispositivo escénico tiene un telón de nylon translúcido y en tiras, que separa sin ocultar, y una tarima metálica con diferentes objetos, desde una guitarra eléctrica a un bol con boniatos y un rollo de papel rojo, los que son usados en escena siempre con eficiencia e impacto. Todo lo que está tiene un propósito y un uso.
Hay predominancia de colores primarios, sea en lo material, con azules rojos y amarillos (en pintura incluso) o en lo lumínico, con fuerte iluminación magenta en momentos intensos de la puesta. Interesa destacar que prácticamente todo el equipo de Morena (con una sola excepción) son mujeres. El vestuario es sencillo pero funcional, y es usado, cambiado y descartado a medida que avanza la obra. En cuanto a la ambientación sonora, la música toma protagonismo, con composiciones propias ejecutadas en escena o en playback, con estilos que van del rock al rap, y con la inclusión de obras conocidas como el baile de “Zorba el griego” o la Habanera de “Carmen”.
Lo importante que rescata Morena en este caso, es presentar la corporalidad de Carlota Ferreira encarnada con violencia por Mané Pérez. Sobre el lienzo de la persona de una mujer que desafió prejuicios y convenciones en su tiempo para vivir lo más libre que pudo su sexualidad y su voluntad, la actriz pinta con su cuerpo y sobre su cuerpo (en un sentido literal por momentos) un palimpsesto que trae un personaje de antes a un tiempo en el que la visibilidad de la mujer aumenta y lucha.
Pero la obra no trata sobre teoría feminista, y elude los chantajes emocionales para levantar aplausos, o las baratijas que solo sirven para predicar a los conversos. No usa palabras como “empoderar”. Y eso le da fuerza, potencia. Parafraseando a Borges, en un acertijo cuya respuesta es “minotauro”, será pues “minotauro” la única palabra prohibida en la formulación. Y en este caso el teatro debe presentar escénicamente, representando o no, pero sin ser prosaicamente explícito. Si el personaje se hubiera dedicado a gritar consignas feministas seguramente hubiera arrancado muchos “aleluyas” de los adeptos, pero nada más, y, como cantaba Silvio Rodríguez, pasaría de ser arte a “evidente panfleto”.
La sensación que transmite la obra, es la de, al igual que Morena hiciera previamente en “Las Julietas”, se trata de un texto “escenatúrgico”, construido desde lo actoral desplazándose hacia lo actoral, escrito por la dramaturga, pero, al igual que hiciera Blanes al construir una imagen de Ferreira, pintando sobre el lienzo de Mané Pérez para crear una nueva. Construcción que ni es la una ni la otra, un personaje híbrido que grita, baila, representa y canta lo que la primera no pudo usando todos los recursos escénicos de que dispone la segunda.
Porque los talentos que despliega Mané Pérez son múltiples, y brilla como pocas veces es dado ver: toca la guitarra eléctrica, baila, canta, actúa, interactúa con el público rompiendo la cuarta pared, y de paso, pero esencialmente, se agrede.
Escribía Hegel en “fenomenología del espíritu” que, para conocer al otro, un ser consciente debe ejercer una agresión sobre éste, y en este caso Mané Pérez agrede la imagen heredada y el recuerdo construido de Carlota Ferreira ejerciendo violencia sobre sí misma, comiendo (algo difícil en escena) boniatos crudos, embadurnándose en pintura, exhibiendo su desnudez y sus fluidos. Esto último, en especial es algo que para el burgués es un pecado capital, los fluidos, lágrimas, saliva, esputo, deben relegarse a lo obsceno, salir de la escena, jamás pueden ser presentados de frente, al descubierto. En especial el más maldito de todos, la menstruación, convertido en un río rojo por arte de utilizar un rollo de papel de ese color que es a la vez el semen que la embaraza, la sangre que la alimenta y la que la abandona en forma de un cauce que no termina.
Por último, la obra es patética, en un sentido literal, casi no hay otro protagonista que el “pathos”, el dolor que se va exhibiendo paulatinamente a medida que el personaje va deconstruyendo su avasallante personalidad (y sensualidad) exterior (una máscara como la que no solamente los actores usan) para, en un acto de “strip tease” radical, exponer la carne, las vísceras y la sangre para lograr la tremenda catarsis del público.
No hay debate posible, más allá de opiniones a alguien podrá o no gustarle la obra ( dudamos que no, en realidad) pero si no la ve se perderá de una experiencia única.
Ficha técnica:
Actriz: Mané Pérez. Espacio escénico: Johanna Bresque & Ivana Domínguez. Iluminación: Ivana Domínguez. Vestuario: Johanna Bresque. Música: Mané Pérez Producción: Lucía Etcheverry. Asistencia de dirección: Agustín Urrutia. Dramaturgia y Dirección: Marianella Morena. Sala Hugo Balzo